El Silencio Y El Deber Regla Esencial En Desarrollo De La Consciencia 

El grado de Maestro Secreto o 4º Grado de la Masonería del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, es el primero de los llamados grados inefables, y constituye el punto de partida dentro del estudio de la filosofía masónica, nos permite avanzar en la interpretación del simbolismo de los tres grados de las logias azules.

En la ceremonia de aumento de salario a la Cámara de Perfección se nos instruye que: “El Silencio y el Deber son la regla del Maestro Secreto”, su incumplimiento, si somos coherentes, nos hará sentir Vergüenza.

El silencio viene acompañado por el signo que se hace colocando los dedos índice y corazón de la mano derecha sobre la boca, al cual se responde de la misma manera, pero con la mano izquierda. La ejecución de este signo nos transmite un gran simbolismo, involucra el dedo pulgar formando un ángulo recto; simboliza el pensamiento, representa nuestra voluntad y responsabilidad, se le llama el dedo maestro, dirige a los demás dedos; el índice es el símbolo de la dirección, del camino; representa la autoridad y la ambición; el dedo del corazón representa la vida interior, el control de los sentimientos y su influencia sobre la voluntad.

El signo se ejecuta con la mano derecha, que luego se lleva al corazón y se responde con la mano izquierda. Según la interpretación cabalística: La mano izquierda reparte justicia mientras que la derecha reparte misericordia, ya que es la mano que bendice, y lo dedos de la mano reflejan los diez sefirotes.

El signo representa una alianza, pensamiento, voluntad y dirección supeditados a la justicia y la misericordia, se unen a la vista de todos y al mismo tiempo se esconden.

Ampliando un poco más en la interpretación del simbolismo que encarna el Silencio, se encuentra un estudio hermenéutico de Tomas de Aquino «el doctor angélico», en donde nos habla através de la figura de un ángel sobre el primer momento creador: “dice que, antes de nuestro nacimiento, hay un ángel, que apoya uno de sus dedos, el índice en concreto, sobre nuestros labios que aún se forman, sin estar aún manchados por las palabras, y nos dice al oído, muy despacio y bajito: «Calla, no digas lo que sabes». Este será nuestro ángel de la guarda.

De este forzado silencio, desde el cual advenimos al mundo sin recordar nada del sitio de donde venimos, no queda más que un testigo físico en nuestro cuerpo recién nacido, como una suerte de reminiscencia, son los labios, hendidura dejada por la huella donde el ángel posó su dedo índice, en cada uno de nosotros, donde esta hendidura se ensancha o se estrecha, se acorta o se alarga, pero en todos por igual. Durante miles de años se ha repetido este mismo gesto y se ha manifestado en medio de un gran silencio.

Reminiscencia ontológica que se vale de una hermosa alegoría, que sin entrar en cuestiones teológicas o religiosas nos transmiten un gran simbolismo para reinterpretar o resignificar el valor y la trascendencia del Silencio.

Como una marca imborrable en el cuerpo y en el alma, el silencio se nos convierte como en el escudo de protección: no podemos sino hablar sobre lo que ya sabemos, aunque lo desconozcamos. En este momento toma valor el significado del deber, perfeccionar nuestros conocimientos, cultivar nuestras virtudes, de lo contrario estaríamos asumiendo cargas que no podemos llevar. Por eso debemos cuidarnos de la ligereza de nuestras palabras y por ende de nuestras acciones.

Todos los seres humanos participamos de esta “iniciación angélical” es nuestro deber darle un sentido, conducirlo hacia nuestro interior, seguir el camino de la búsqueda de la verdad con el deseo de alcanzar la perfección, representada en la palabra pérdida. Ordenar las cosas corpóreas con la naturaleza espiritual y trascendente; reconocer la interdependencia de los seres, las diversidades y desigualdades que nos demuestran que nadie se basta por sí mismo y que la vida se manifiesta en la existencia dependiente para complementarse y servirse mutuamente unos de notros.

Es así como a la mente humana nos revela lo simbólico y se integra con el conocimiento filosófico, se hace evidente, la dualidad propia del Ser Humano, dualismo representado entre la revelación del inconsciente al consciente, entre los procesos involuntarios con los procesos voluntarios, entre el decir y el callar.

Interiorizar el sentido del Silencio y el valor del Deber requiere continuar con nuestra actitud receptiva, mostrar nuestro espíritu fraternal frente al trabajo de los otros y aceptar con humildad las críticas que podamos recibir a cerca de nuestros trabajos. Observación y reflexión nos lleva a descubrir el valor de la consciencia. El silencio irá siempre delante de nosotros anticipándonos el camino.

Despertar nuestra Consciencia, se constituye en el fundamento esencial para dirigir nuestras vidas y nuestros trabajos como masones; la consciencia es producto del pulimento de la piedra bruta, de tal manera que nos permite hacer uso adecuado del compás para vislumbrar el numeroso y variado mundo de posibilidades de interpretación, decisión y acción.

La conciencia está más allá de la información obtenida por nuestra percepción permitiéndonos identificar todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. Está mediada por un análisis profundo por medio de las facultades discursivas propias del Ser Humano dotado de Razón. Nos permite dar cumplimiento a uno de los deberes “Respetad todas las opiniones, pero no las declaréis justas más que si tal resultan del profundo examen al que por vos mismo las habréis sometido”.

La Conciencia es “poder darse cuenta de aquellas situaciones que nos rodean gracias al trabajo de recolección de información que realizan los sentidos (percepción); es poder darnos cuenta de la influencia que esas situaciones o circunstancias exteriores imprimen en nuestra vida (Asociación); es poder darnos cuenta de que tales circunstancias pueden ser también modificadas y superar la fatalidad de estar sometidos a tales circunstancias, dado que nada tiene un carácter absoluto (Genio o ingenio); Es poder darnos cuenta de que a partir de todo lo mencionado anteriormente, de su comparación y evaluación poder establecer o comprender el funcionamiento de las leyes de causa y efecto de manera a poder a partir de ello, modificar ya las circunstancias exteriores.

Las anteriores características contextuales del desarrollo de la Consciencia, son filosóficamente analizadas por Hegel, quien considera que la conciencia del ser humano se divide en dos elementos, la conciencia en sí y la conciencia para sí. La primera se refiere a una cuestión intrínseca en donde existe una relación entre el ser humano y su interior, por lo tanto es subjetiva y personal; esta conciencia se compone de la certeza sensible, es decir, de lo que percibimos a través de los sentidos, lo cual cada ser humano lo retiene y lo interpreta de manera diferente dependiendo de la experiencia que haya adquirido. Lo importante de este término es la conciencia del ser, cuando el individuo está consciente de quién es en el mundo y qué es lo que está destinado a ser; además de tener claridad en la diferencia que existe entre uno mismo y los demás, teniendo conciencia de que todos los humanos somos diferentes.

Por otro lado se encuentra la conciencia para sí, la cual involucra una relación entre la conciencia de sí con elementos exteriores que pueden modificar nuestra experiencia y nuestra concepción del mundo, en el cual se encuentra la religión, la filosofía y el arte, niveles que son de suma importancia para el desarrollo del ser humano.

La Maestría de éste grado consiste en decir y callar en consciencia, establecer los límites de la razón, pues hay caminos de la razón que el corazón no entiende “o viceversa; he aquí la esencia del Silencio y del Deber; en consecuencia, es amplia la gama de posibilidades en las que podemos buscar la verdad y que nos brindan la posibilidad de encontrar “la palabra perdida”.  

22 October 2021
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