Triángulo de la Violencia de Johan Galtung

Introducción

La idea del triángulo de las violencias planteado por Johan Galtung, como sabemos, implica la existencia de tres tipos de violencia: estructural, cultural y directa. Mientras que la violencia directa hace referencia a la privación inmediata de la vida y la violencia estructural a la privación lenta de la vida, la violencia cultural hace referencia a los discursos que justifican y legitiman los otros dos tipos de violencia. La violencia directa hace énfasis en los actores, la violencia estructural hace énfasis en las víctimas y la violencia cultural, por su parte, hace énfasis en la sociedad civil y es la más peligrosa, pues cambia el color moral de los actos y determina lo que es normal o anormal en nuestra sociedad.

Desarrollo

Frente a esta violencia en particular surge la necesidad encontrar una alternativa que, en vez de justificar y legitimar la violencia, justifique y legitime la paz (entendiendo la paz como un proceso inacabado, siempre en desarrollo, que nos indica el norte: la paz imperfecta a la que se refiere Francisco Muñoz en contraposición a la idea de paz utópica). Para ello, resulta fundamental construir y fomentar discursos que promuevan la paz positiva, esa que busca no solo la ausencia de la violencia directa, sino que aboga por traer justicia e igualdad a nuestra sociedad. Una cultura que impulse y alimente activamente ese tipo de discursos es una cultura de paz. Es allí hacia donde debemos dirigir nuestras fuerzas, pues una cultura de estas características se erige como la principal alternativa a la violencia cultural o simbólica apenas mencionada.

La construcción de paz tiene que ver con construir colectivamente esta cultura de paz que nos lleve, como sociedad, a relacionarnos de una mejor manera. En palabras de Lederach, es necesario entender la construcción de paz como un concepto global que abarca, produce y sostiene toda la serie de procesos, planteamientos y etapas necesarias para transformar los conflictos en relaciones más pacíficas y sostenibles. Aunque hasta hace

unos años se abordaba el concepto como algo que tenía más que ver con él después de los conflictos, está claro que la construcción de paz no es un concepto monolítico, sino que, por el contrario, es bastante amplio y aún genera más preguntas que respuestas. Se trata de algo que sucede antes, durante y después de las diversas fases de los conflictos, que se transforman, pero nunca desaparecen: un concepto en continuo desarrollo. Ahora bien, para entender el papel de la sociedad civil en este proceso es necesario, en primer lugar, reconocer que en el centro de la construcción de paz está el romper esquemas de pensamiento, que es la única herramienta de la que disponemos para pasar de una cultura de la violencia a una cultura de la paz. Estamos hablando de un cambio cultural y el sujeto que mayor agencia tiene en ese cambio, pues en él reside la cultura de cualquier vida social organizada, es la sociedad civil. El camino de la paz implica, entonces, transformar las estructuras que tenemos metidas en la cabeza; implica una disputa contra la hegemonía cultural. En la investigación para la paz, por ejemplo, se habla de la importancia de pasar de

la perspectiva violenta lógica a la pazológica. Aunque es importante que ambas existan, debemos investigar las formas alternativas de relacionarnos y promoverlas. En este orden de ideas, considero que la sociedad civil es el agente central de la construcción de paz en todo tipo de contextos, pero, sobre todo, en los contextos de crisis sociopolítica y conflicto armado, pues a través de la introducción y el mantenimiento de nuevos valores como la apertura, el cuidado y la inclusión, tiene el poder de sostener la paz. Tenemos agencia como sociedad civil en el proceso de transformación de culturas de violencia a culturas de paz y disponemos de herramientas como el diálogo y la creatividad para llevarlo a cabo. 

A continuación pretendo aportar mi perspectiva del asunto, abordando con mayor detalle algunos debates que considero que representan una aportación al planteamiento apenas expuesto. Recordemos que el ser humano se hace en el seno de una cultura, el filtro que establece el modo de ver, pensar y sentir el mundo que nos rodea. No se debe olvidar, por tanto, que todo conocimiento es la construcción social de una realidad y que en ese sentido, hay tantas perspectivas de la realidad como individuos en el mundo. Sin embargo, el paradigma que rige en nuestra sociedad considera que solo hay una verdad y que esa está presente únicamente en la civilización occidental. 

Se trata de un paradigma positivista que cree en el progreso unilineal de la sociedad capitalista llevado a cabo por el ser racional que es el hombre y que, como era de esperar, niega y rechaza todo pensamiento que sea contrario a sus intereses. Como afirma Arun Agrawal, otras formas de conocimiento, como el conocimiento indígena, solo son válidas para Occidente en la medida en que resulten útiles para los proyectos unitarios de desarrollo planteados por la civilización, y aun así, no serán saberes respetados o reconocidos.

En vista de que las verdades promovidas por esta civilización han llevado a la crisis humanitaria en la nos encontramos actualmente, en la que predomina y se impone una cultura de la violencia, se hace necesario destruir y transformar los mitos que alimentan la cultura moderna occidental. Es imperativo romper mitos como el del progreso y el individuo, que son las raíces del árbol de nuestra cultura y que dan lugar a imaginarios racistas y machistas sin complejos, pues hemos sido socializados de esa manera. Como afirma Lola López, somos estructuralmente racistas y hetero patriarcal. Nuestra cultura nos lleva a distinguir entre nosotros y los otros; entre blanco y negro; hombre y mujer; derecha e izquierda; verdad y mentira; modernidad y primitivismo; desarrollo y subdesarrollo. 

Este pensamiento binario niega la complejidad del ser humano y nos lleva, a su vez, al maniqueísmo y a la polarización. Tomamos como verdad universal el hecho de que existe solo una manera correcta de pensar y de vivir, como si todo lo diverso, todo lo otro, fuera una patología, señal de anormalidad. En otras palabras, el pensamiento que rige al mundo está limitado por la dualidad. Los procesos históricos de Occidente, ligados desde siempre a la relación saber-poder, hicieron que lo que una vez fue un conocimiento local se difundiera de manera global, estableciendo la autoridad del blanco a lo largo de todo el planeta; es una actitud frente al mundo que exige que este sea considerado como algo externo al observador, pudiendo entonces ser aprehendido como tal, conocido y manipulado. 

La dicotomía occidental, esa que busca abarcarlo todo, adueñarse del mundo, esa que cree tener la verdad, consiste en separar sociedad y naturaleza, en establecer juicios de bueno y malo, en alejar al hombre del mundo. Ese pensamiento es, a los ojos de las poblaciones no occidentalizadas, un absurdo, pues estos pueblos ven al ser humano como parte de la naturaleza y del cosmos, lo ven siempre en relación con otros seres. En medio del dualismo, de tantas divisiones y separaciones, Occidente ha quedado desequilibrado. Según ellos, nuestra sociedad ha olvidado que todo cuanto existe es perfecto y está en armonía con el universo, ha perdido su ser y ha olvidado cómo relacionarse con el mundo.

En efecto, la avidez por el poder solo evidencia la profunda ignorancia de la sociedad occidental, que poco a poco va amenazando la vida en todas partes del planeta. Occidente no actúa con amor, y se sabe que entre más amor más crecen los seres. Precisamente, el campo de estudio de los constructores de paz es lo que nos hacemos los unos a los otros. Como afirma Irene Comins; no hay dicotomía entre hechos y valores. La prioridad es saber vivir, que es sinónimo de saber convivir. Salir de la parálisis del pensamiento hegemónico Occidental y empezar a movernos se hace imperativo. Movernos y conmovernos, es decir, movernos con otros. Para ello, es necesario superar la unilateralización de la razón para empezar a hablar de los sentimientos, de las emociones, del cariño y la ternura. 

Conclusión

No estamos obligados a perpetuar las ideas y los comportamientos que moldean nuestra cultura. De hecho, podría afirmarse todo lo contrario: dado que nuestra cultura occidental moderna parece fomentar valores contrarios al mantenimiento de la vida y a la buena convivencia, estamos obligados a transformarla. Entender que la realidad social que nos circunda y que consideramos única y verdadera es solo una imposición implica reconocer que existen tantas perspectivas de lo real como puntos de vista en el espacio-tiempo, como momentos en el tiempo y lugares en el espacio. Otros hombres, en otras culturas, y nosotros mismos en la nuestra, tenemos la capacidad de López, Lola. Racismo e Islamofobia.

22 October 2021
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