La Reforma Protestante y la Crisis Religiosa Medieval

Introducción

Con la paz de Augsburgo (1555) se puso fin a las guerras entre católicos y protestantes, delimitando una situación confesional en Europa muy distinta a aquella con la que el Viejo Continente había afrontado la entrada en el siglo.

Tras la ruptura de la cristiandad, Alemania estaba prácticamente dividida entre ambas confesiones, sujeta al principio “Cuius regio, eius religio” por la que cada territorio del Imperio aplicaba la religión del príncipe gobernante a todos sus ciudadanos, de modo que el centro y el norte podían considerare luteranos, mientras que el sur era preferentemente católico.

Más al norte, los Países Bálticos habían acogido las ideas luteranas, mientras que los calvinistas se habían expandido por los Países Bajos, Francia y Escocia, además de Suiza y otras zonas centroeuropeas. Inglaterra, por su parte, se convirtió en el ejemplo fehaciente de la ruptura religiosa de este siglo y del enfrentamiento que, con un trasfondo político, habían distanciado a unas y otras posturas, con la separación de la iglesia anglicana de la de Roma.

Schilling y Reinhard, historiadores de la Reforma Protestante, acuñaron el término “confesionalización” precisamente para describir todo aquel proceso que a lo largo del siglo llevó a semejante fragmentación religiosa, pero al mismo tiempo a la formación de confesiones cuyas ideas incluso nos han llegado hasta nuestros años, más de cuatro siglos después. Esa confesionalización, entendida como la vinculación entre la fe y los objetivos políticos, marcaron las relaciones interestatales durante varios decenios más, hasta bien entrado el siglo XVII.

Causas iniciales que llevaron a esa situación confesional

Habría que buscar las causas de todo este terremoto confesional en la crisis religiosa medieval que derivó en las diferentes reformas que se plasmaron en una buena parte de Europa. La desprestigiada actitud eclesiástica, desde el Papa hasta el último de los clérigos, y las prácticas religiosas cada vez más alejadas del espíritu evangélico primigenio fueron caldo de cultivo suficiente para la puesta en marcha de diferentes iniciativas reformadoras que ya habían comenzado a surgir en el siglo XIV. Aquella decadencia plasmada ya de por sí en tiempos del Cisma de Occidente se había manifestado en todos los eslabones de la jerarquía eclesiástica, no solo por el absentismo y abandono de sus tareas religiosas, sino también por el poder y la acumulación de beneficios en manos eclesiales, por el nepotismo, por la intolerancia y el abuso de poder al que sometieron a los ciudadanos y finalmente, como elemento simbólico, por la venta de indulgencias.

En una sociedad ya descontenta de por sí, presionada por las duras condiciones de trabajo y por las pagas nimias, y dividida entre los trabajadores del campo y los gestores de la ciudad, entre campesinos avocados al vasallaje por los cada vez más altos impuestos y el menor acceso a tierras comunales, esta corrupción eclesiástica no era sino un motivo más para alzarse contra lo establecido, como así se reflejó en las gravaminas, donde se articularon las quejas que se dirigían contra la Iglesia.

De aquella religiosidad medieval persistía, además, cierto espíritu místico/mágico, la creencia en la brujería y en cada vez más elementos ligados a la superstición; en el culto a las reliquias y en las peticiones a los santos; en la creencia en el fin del mundo y en un Juicio Final cercano, de todo lo que la Iglesia supo sacar buen provecho a través de las donaciones y ofrendas, así como con la mencionada venta de indulgencias que aseguraban al creyente menos años de condena en el Purgatorio.

El Humanismo como fuente de inspiración

Los humanistas rechazaron la tutela que el estamento eclesiástico impuso a los laicos. Las ideas individualistas y relativas renacentistas formaban parte de esa nueva cultura que comenzó a formarse en Europa. Su preocupación patente por la virtud, por la ética o el amor, la dirigían hacia el hombre como centro del Universo, pero al mismo tiempo buscaron la concordia en unos tiempos en que la cristiandad andaba convulsa. Muchos fueron los humanistas y las escuelas que acabaron influyendo en las ideas reformistas que se desarrollaron en el siglo XVI y que dotaron de cierta intelectualidad a los opositores a Roma. Desde los Hermanos de la Vida Común, estudiosos de los textos clásicos, hasta el mismo Erasmo de Rotterdam, humanista por excelencia, quien además perteneció a la orden de San Agustín, y abogaba, en el terreno religioso, por un cristianismo en el que Cristo y no la Iglesia fuera la figura central, así como por un alejamiento de la creciente influencia del clero y de unas prácticas populares llenas de fetiches y supersticiones.

El propio Lutero, figura representativa de la Reforma, era de pensamientos nominalistas y agustinianos, no en vano se había formado con los Hermanos de la Vida Común, y había ingresado también en la Orden de San Agustín. Calvino, por su parte, figura básica también en todos los cambios sobrevenidos en el siglo XVI, se formó precisamente en filología humanista.

Escuela de Atenas, de Rafael

La imprenta como elemento difusor Jamás las ideas reformistas hubieran tenido el alcance que consiguieron de no ser por la invención de la imprenta en Maguncia, allá por el año 1439. Aquel invento auspició la expansión del conocimiento y ayudó a divulgar especialmente las nuevas ideas humanistas. Buena parte del éxito de Lutero estuvo sin duda, no solo en la belleza de su lenguaje, sino en el apoyo que recibió específicamente de Lucas Cranach el Viejo, quien le cedió sus prensas para imprimir la Biblia en alemán, base para que luego se editara en otras lenguas vernáculas.

Lutero como héroe del pueblo e inspiración de otros reformistas

Su desafío a la Iglesia con sus tesis, en Wittenberg, lo alzó en poco tiempo como la voz del pueblo silenciada hasta entonces, mientras él aparecía como el representante de todas las quejas de los menos favorecidos. Su actitud opuesta a la Iglesia capaz incluso de presentarse ante el mismísimo emperador Carlos V para defender su postura le valió la admiración de sus paisanos, reforzada incluso cuando fue excomulgado y perseguido.

Como en tantas situaciones similares en la Historia, el mártir admirado pasó a ser héroe, lo que le granjeó, tanto su actitud como las ideas reformistas que promulgaba, una buena cantidad de seguidores dispuestos a postularse con mayor o menor radicalidad frente a la Iglesia e incluso el Imperio. La postura de Carlos V de defender a la Iglesia convirtió aquel problema religioso en un conflicto político que comenzó con la defensa de Sajonia al propio Lutero al tiempo que los mismos príncipes alemanes comenzaban a empatizar con las nuevas ideas humanistas., conflicto que por otra parte provenía de su natural oposición a sentirse dominados por una autoridad central como la que Carlos V impelía.

Lo que el propio Imperio y la Iglesia en un principio habían tachado de simples disputas de frailes, acabó por convertirse, así, en una agria disputa política entre príncipes alemanes e incluso en un conflicto internacional que comenzó con la formación de la Liga de Esmalcalda y la adhesión de otros países y estados, como Francia o Transilvania, y acabó en un enfrentamiento militar contra el Sacro Imperio, base desde la que se dirimiría la futura situación confesional, en Alemania.

Francia e Inglaterra

Si bien el Sacro Imperio sería el foco desde el que se desencadenaría toda la crisis reformista, desde Alemania se irradiaría a los otros grandes Estados, entre ellos Francia e Inglaterra. En Francia la difusión del protestantismo obedecía al arraigo de las ideas humanistas representadas en la figura de d’Etaples. La imprenta ayudó a que hasta territorio francés llegaran las obras de Lutero, pero sobre todo las de Calvino, que además ayudaron a una mayor organización de su iglesia. Tras las guerras de religión que allí se sucedieron, el siglo acabaría en territorio francés con el edicto de Nantes por el que se establecía los derechos de los protestantes.

En Inglaterra, paradigma de la ruptura que se produjo en este siglo con la Iglesia de Roma, la separación no se produjo precisamente por temas religiosos, sino políticos, basado en el concepto de Imperio que la propia Inglaterra se aplicaba, y que suponía la no aceptación de superior ninguno. Con Isabel I acabaría por triunfar el anglicanismo tras la publicación en el año 1563 de los “Treinta y Nueve Artículos” base de la fe anglicana en los siglos subsiguientes.

El Concilio de Trento y sus consecuencias

En 1563 el fin del Concilio de Trento dejó patentes las diferencias ideológicas y las intolerancias de unos y otros, pero configuró en la práctica la organización de la Iglesia Católica, adoptando medidas moralizantes en el estamento eclesiástico y un mayor control de las creencias y prácticas religiosas, luchando contra cualquier desviación que pudiera producirse desde entonces, a través de la recién creada Congregación del Santo Oficio. Medidas todas ellas a las que desde el lado protestante se calificó como “Contrarreforma”.

Conclusión

En conclusión, el XVI fue un siglo convulso que marcó la situación religiosa de Europa para los siglos siguientes. A la crisis económica y social se unió la religiosa, motivada por la total separación de la Iglesia de los principios evangélicos que la unían al pueblo. La presencia de la imprenta facilitó que las protestas que habían comenzado un siglo antes, desde principios del siglo XVI encontraran mayor difusión apoyadas en nuevos líderes carismáticos y basadas además en las nuevas ideas humanistas que habían calado hondo en la sociedad. Desde Alemania, el protestantismo se extendió por toda Europa derivando en diferentes confesiones con mayor o menor arraigo según el Estado. Tras años de guerras de religión, el luteranismo, el calvinismo o el anglicanismo serán a finales de siglo exponentes de aquella nueva situación confesional de tintes no solo religiosos sino también políticos. Se había forjado una nueva mentalidad y un nuevo mundo moderno que marcaría el futuro.

Bibliografía y lecturas complementarias

  1. Ribot, Luis: La Edad Moderna (siglos XV – XVIII). Marcial Pons Historia (2018)
  2. Lutz, Heinrich: Reforma y Contrarreforma. Alianza Editorial (2009)
  3.  Kinder, Hermann / Hilgemann, Werner / Hergt, Manfred: Atlas Histórico Mundial. Akal (2007)
  4. Álvarez-Caperochipi, José Antonio. Reforma protestante y Estado Moderno. Comares (2008)
  5. Whaley, Joachim (2017): “El Sacro Imperio Romano. Aspectos políticos, sociales y religiosos”, Desperta Ferro, Historia Moderna, 14 pp 6-10
  6. Ruiz Rodríguez, José Ignacio (2007): “El concepto de Confesionalización en la Historiografía germana”. Studia Histórica – Universidad de Salamanca, pp 279-305.
01 August 2022
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