Los Estudios Sobre Movimientos Sociales En Canarias: Estado De La Cuestión

Las investigaciones sobre movimientos sociales y acción colectiva han registrado un aumento considerable en las últimas décadas, tanto desde el punto de vista del número de trabajos publicados, como en la diversidad y sofisticación en las teorías y métodos de investigación. Así, el tema de los movimientos sociales se ha constituido en “un sector autónomo de la teoría y la investigación de las ciencias sociales” (Melucci, 1999), convocando a un nutrido conjunto de disciplinas diversas, que incluyen no solo a la Sociología Política o la Ciencia Política, sino también la Historia, la Antropología, la Psicología Social, el Trabajo Social, la Geografía crítica y la Ecología Política. Con todo ello, la cantidad y la calidad de este campo de investigación no sólo ha mejorado, sino que ha ganado en complejidad y, por tanto, se ha enriquecido considerablemente.

Desde finales de los años noventa se pueden identificar varias tendencias emergentes. Por un lado, se ha producido una expansión geográfica del conocimiento, que ha desbordado las áreas que tradicionalmente habían desarrollado este tipo de estudios –Europa Occidental y Estados Unidos-, incorporando el estudio de los movimientos sociales en Europa del Este, Asia, África y América Latina. Este desbordamiento ha supuesto, en primer término, una ampliación de las bases de los casos estudiados, una mayor contextualización que considera un abanico más amplio de variaciones históricas, en términos económicos, políticos, sociales y culturales. Esta variedad de situaciones y experiencias ha dejado en evidencia que no es posible una Teoría General de los movimientos sociales, de ahí que los estudios hayan ido evolucionando apoyándose en la elaboración de teorías de alcance intermedio (Merton, 1996: 56-91), así como mediante planteamientos de síntesis teórica comparativa (McAdam, McCarthy y Zald, 1999: 21-46).

Hasta fechas muy recientes los movimientos sociales, las revoluciones, las movilizaciones étnicas, los ciclos de protesta o los procesos de democratización han sido abordados como fenómenos de distinta naturaleza, que guardan poca relación entre sí. La visión triunfante de la pospolítica (Mouffe, 2007) ha reducido el campo de lo político a los discursos y la acción que desempeñan partidos políticos y representantes públicos en las instituciones y los gobiernos, vinculada a un fin concreto: la gestión tecnocrática del poder político. Mientras, el papel que se otorgaba a los movimientos sociales se vinculaba con un tipo de acción que sólo circunstancialmente participaba de la política en la medida que desarrollaba la protesta, incidiendo en la tradicional visión anómala, excluyente y reduccionista de los movimientos sociales. Sin embargo, desde comienzos del siglo XXI, muchos de los parámetros sobre los que se fueron asentando las democracias representativas a lo largo del siglo XX se han visto sustancialmente afectados, conduciéndonos a una situación que muchos analistas sociales y políticos han denominado como de posdemocracia, insistiendo en la existencia de diversos procesos que han contribuido a erosionar las bases políticas e institucionales de las democracias representativas liberales (Rancière,1996; Mouffe, 2003; Crouch, 2004).

En este contexto los movimientos sociales han venido renovando sus formas de representar el mundo y de intervenir en él, produciendo nuevos ciclos de movilización. Como ocurriera desde los años noventa del siglo XX con el nuevo ciclo internacional de lucha (Negri y Hardt, 2004), en torno al movimiento por la justicia global que reclamaba una democracia desde abajo y se oponía a las políticas neoliberales, desde 2011 se ha extendido una ola de movilizaciones y ciclos de protesta que en cierta medida dieron continuidad al ciclo anterior, incorporando también nuevos elementos. Una nueva ola transnacional de movilizaciones, que ha tenido diversos impactos en cada uno de sus contextos estatales y regionales (Castells, 2012). De esta forma, el ciclo de protesta que iniciaron las primaveras árabes, debemos situarlo como una nueva exploración en clave democratizadora que tiene su origen en los nuevos movimientos globales desde mediados de los años noventa del siglo XX. En un contexto de impacto tecnológico, crisis económica y desafección con la política institucional, se han venido produciendo distintos procesos de repolitización en torno a movimientos sociales y a nuevas redes ciudadanas que se fueron generando o reactivando a lo largo del ciclo a escala transnacional, irrumpiendo fuertemente en diversas escalas y abriendo nuevos escenarios políticos en los ámbitos estatales y/o regionales. Así, hemos podido observar cómo algunos elementos de fondo han variado, provocando un ensanchamiento de los espacios de participación y codecisión sobre las políticas públicas y, aunque el quehacer político democrático todavía está fuertemente dominado por la democracia tradicional en clave meramente representativa y bajo los parámetros de la vieja sociedad industrial, el surgimiento de lógicas movimentistas ha propiciado en diversas formaciones sociopolíticas, múltiples y diversos procesos de innovación y experimentación social, que implican nuevas formas de acción política en clave democratizadora desde abajo. Esta situación, hasta cierto punto novedosa, ha supuesto una expansión de las oportunidades políticas para muchos actores sociales, ampliando sus posibilidades de incidencia política, al tiempo que ha generado nuevos elementos de tensión y fricción en diversos planos sociales, políticos y culturales.

Además, hemos observado como los movimientos sociales se han multiplicado y han ampliado enormemente su plataforma discursiva y representativa en relación con la sociedad. A los ya clásicos nuevos movimientos sociales hay que sumar, entre muchos otros, la aparición de movimientos territoriales urbanos, movimientos étnicos, nuevos feminismos y ecofeminismos, nuevas redes comunitarias, movimientos ecosociales diversos, movimientos queer, así como nuevas experiencias sindicales, educativas y culturales que ilustran una amplia diversidad de realidades en contextos muy variados, dando cuenta de la amplia y contradictoria gama de demandas, formas de organización, repertorios de acción colectiva, que resulta muy difícil seguir encajando bajo la denominación de movimientos sociales, pero a los que seguimos nombrando como tales a falta de una mayor comprensión.

En consecuencia, los estudios de acción colectiva y movimientos sociales han sufrido un enorme impacto. En un intento de abordar y comprender la compleja cartografía social y política de la historia reciente, el campo de investigación lejos de consolidar un marco teórico común, con una serie de premisas que nadie discute, se ha abierto a dar respuesta a estas nuevas realidades emergentes que, al mismo tiempo, interrogan algunos de los parámetros teóricos y metodológicos que han dominado en este ámbito. Así, se ha impuesto cierta ausencia de dogmatismo teórico que ha dado lugar a un pluralismo metodológico (Klandermans y Staggenborg, 2002; Della Porta y Keating, 2013), en el que han dialogado diferentes enfoques epistemológicos y metodológicos, generando una diversidad de planteamientos, hasta cierto punto eclécticos, pero beneficiosos al aportar una mayor capacidad explicativa a una amplia y compleja gama de procesos. El campo de estudio ha estado impregnado por un relativo pragmatismo, por visiones más bien matizadas y por una actitud de diálogo crítico constructivo (p. 315). Finalmente, al mismo tiempo que se ha impuesto un consenso generalizado sobre la necesidad de desarrollar enfoques de síntesis que interrelacionen una gran cantidad de variables para una explicación global, también se ha concluido que esto tiene una difícil aplicación en los análisis concretos, dando lugar a un relativo escepticismo sobre la capacidad de establecer un modelo general de interpretación de los movimientos sociales a partir de los estudios de caso. 

21 April 2021
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