Peru: Oposiciones entre las Culturas Criollo y Andino

En la actualidad Lima, como capital, es hogar de individuos provenientes de todos los rincones del Perú. Caótica, heterogénea, desordenada y vibrante nuestra ciudad es merecedora de tanto odio como amor por parte de sus habitantes. Sin embargo la Lima que conocemos hoy es producto de complicados procesos migratorios que ocurrieron en las últimas cuatro décadas. Cómo describe Montoya, la Lima de la primera mitad del siglo XX, era una ciudad habitada por mayoritariamente mestizos, negros y blancos, que convivian bajo la lógica del criollismo. La Lima de antaño demandaba que en los encuentros entre diferentes se escondieron las singularidades de cada grupo, para refugiarse en conjunto bajo el paraguas de lo criollo.

Si bien la migración de las provincias a la ciudad empezó en la década de los 40s y 50s, estos migrantes constituyeron individuos de clases altas o medias altas, con algún nivel de escolarización y con culturas más símiles a la costeña, por lo que que no tuvieron problema en asimilarse al esquema de la Lima criolla. No sería desde los 60s en adelante con la llegada masiva de migrantes de origen mayoritariamente andino, que esta supuesta armonía terminaría por acabar. Para este punto en el tiempo, las políticas urbanísticas y la planeación de la ciudad de Lima eran inexistentes, en el peor de los casos, o extremadamente deficientes, en el mejor. Ante esta realidad, al llegar los migrantes a la ciudad, deben empezar a asentarse en espacios que hasta el momento no habían sido habitados, es aquí cuando nace la práctica de la invasión como un recurso cotidiano de la población migrante. A partir de esta invasión gradual de los espacio periféricos al centro de la ciudad nacen las barriadas, en donde emerge la idea de la sobrevivencia colectiva, así como la invasión no sólo como práctica sino como actitud o mentalidad para afrontar un orden social excluyente. De modo que por primera vez un grupo humano cuestiona la lógica jerarquizada y separadora de Lima. Mediante esta actitud de subversión abierta también evidenciada en la muestra libre de sus singularidades. Al convertirse la población migrante en un segmento numeroso y considerable dentro de la ciudad, el llamado “indio urbano“ se ve cada vez más cómodo de exhibir sus costumbres tradicionales sin tapujos, rompiendo así con el concepto de unicidad o uniformidad por el que alguna vez se había enorgullecido la Lima criolla. De acuerdo con la autora, “Más que imponer su cultura al resto de la ciudad, lo que los migrantes hicieron fue imponer una presencia sin ocultar sus singularidades”

Es aquí cuando aparece la identidad del cholo, como un actor que mezcla y agrega entre sí elementos de distintos orígenes. La choledad estaba teñida de ambigüedad, los migrantes dejaban de ser plenamente identificables, lo que rompía con el esquema binario de lo criollo frente a lo andino. Se podría considerar al cholo o la cultura chola, como la mezcla entre lo criollo y lo indio, sin embargo más que considerar al cholo como una identidad en sí misma, Montoya plantea el esquema de las actuaciones. Según la autora mediante el uso de establecidos papeles o máscaras, el limeño, ya sea migrante o antiguo residente, logra comunicarse y convivir dentro de una ciudad extremadamente heterogénea. Escogemos la actuación más adecuada según el contexto y el interlocutor, como se menciona en el texto estos roles se presentan en la acción de “achorarse ante el choro y apitucarse frente al pituco“. Estos roles permiten al migrante navegar entre distintos grupos sociales de acuerdo con cual sea el bagaje cultural adecuado para hacerlo exitosamente.

Con la destrucción de la supuesta armonía de la Lima criolla por parte de los migrantes andinos, emergió también una exaltación de lo criollo como ideal nostálgico y perdido así como de Lima como antigua ciudad señorial. En manifestaciones culturales como la música, los representantes del criollismo cantaban a una Lima pasada y glorificada, de forma que la exaltación de lo criollo buscaba el desconocimiento de lo andino. Ante esta oposición entre lo criollo y lo andino, nace la actuación chola la cual no encajaba en ninguno de estos dos extremos. La choledad es una identidad mixta y flexible por definición, que escapa de la dicotomía, por lo que puede navegar distintos espacios.

No obstante aunque lo cholo representa un escape del sistema establecido, no es una subversión abierta, es aquí que aparece el achoramiento. El achoramiento cómo actuación no se limita a un grupo específico de habitantes de la ciudad, sino que es la forma en la que todos los limeños empiezan a relacionarse. Por el lado de los nuevos habitantes, como una manera de reclamo frente a una estructura excluyente, mientras que por el lado de los antiguos limeños como una respuesta al sentir que su ciudad ha sido invadida o arrebatada. Lo achorado es subversivo, rebelde y bordea en lo violento, al menos verbal e ideológicamente, es una identidad que reclama una igualdad, una dignidad, que se le ha sido negada. Su habla se compone de lenguaje vulgar, en el que abunda el humor oscuro y la chacota. Si bien este fenómeno surge como respuesta a condiciones estructurales jerarquizadas y excluyentes, discrepo con Montoya en cuanto a que lleve a algún tipo de igualdad o reconocimiento entre grupos.

La lógica del achoramiento supone que para avanzar es necesario pisar al otro en el camino, esta concepción del éxito, sin embargo, sólo considera el éxito personal más no el colectivo. El achorado sólo busca el bienestar propio y de los suyos, por lo que da lugar a una cultura del egoísmo, en el que se proliferan algunos de nuestros más terribles males como país; la corrupción, la informalidad, la violencia, el maltrato, etc. La paradoja está en que el achorado nace como recurso para buscar una igualdad forzada, sin embargo sólo acaba por perpetuar la desigualdad. En la cosmovisión del achorado “Tu envidia es mi progreso“, es decir si yo estoy arriba, naturalmente, alguien debe permanecer o pasar abajo.

A partir de esta nueva cultura achorada, la autora señala dos fenómenos que emergen como base de una identidad común, el lenguaje achorado y la música, en específico la salsa. En cuanto al habla, se expone cómo un tipo de rebeldía lingüística, que cuestiona las separaciones jerárquicas y lleva una homogeneización del terreno. Por el lado, de la sala, de cualquier manera relacionada al lenguaje, se habla de cómo este estilo musical convoca a distintos sectores de la sociedad a una misma fiesta en donde abunda el humor, la diversión y la mezcla. Según Montoya estas dos manifestaciones emergen como reconocimientos que llevan a una sensación de colectividad y comunidad, y por tanto igualdad, que encuentra en otros medios tales como la radio y la TV, vehiculos de amplificación que se extienden a todos los sectores de la sociedad.

Sin embargo ambos de estos elementos de la identidad achorada solo crean un sentimiento de igualdad y reconocimiento mutuo, en el plano de lo superficial. La jerga achorada, es eso achorada, es decir agresiva, vulgar y violenta. La lectura la plantea como un símbolo de acercamiento, sin embargo el hecho es que este habla está fundada en manifestaciones de alejamiento. Racismo, xenofobia, clasismo, machismo y homofobia plagan el discurso del achoramiento, si bien Montoya plantea que esta humorización de estos fenómenos lleva a un sentimiento de unidad, yo postularía que realmente sólo acrecienta las diferencias. Por otro lado, en cuanto a la salsa, el fragmento de la novela Miraflores Melody incluido en el texto lo dice todo; “Si la salsa no igualaba, si confundia, licuaba las diferencias“ Esta cita ejemplifica la realidad en cuanto a que una manifestación tan superficial y efímera, como la música de fiesta, no elimina los numerosos factores estructurales que nos separan y excluyen a amplios sectores de la sociedad. Aunque la salsa, en algún momento, haya creado un reconocimiento, un sentimiento de colectividad y comunidad, todos estos “avances“ desaparece tan pronto se apaga la música y se acaba el baile.

Al margen de todo esto, considero que la tesis central del texto está en el rechazo da la unicidad de identidades y el reconocimiento de identidades múltiples y heterogéneas. Según Montoya, tanto la exaltación de lo criollo (limeñismo), como el neoindigenismo, fueron intentos fallidos de buscar esta unicidad y negar las diferencias. Mientras que el limeñismo vive en un pasado nostálgico de la Lima que alguna vez fue y exalta al habitante negro para despreciar al andino, el neoindigenismo se refugia en los recuerdos de sus tierras y la añoranza por una civilización milenaria que hace siglos dejó de existir. Ambas manifestaciones intentan cubrirse los ojos frente a la realidad, la Lima de hoy existe en la pluralidad. Debemos optar por un proyecto de nación compartido basado en el respeto y tolerancia a esta pluralidad, de forma que todas las identidades puedan desarrollarse y existir en armonía. Sin embargo en el Perú actual este proyecto de país suena a sueño, si no utopía. Para que esta propuesta sea, siquiera realista, son necesarios cambios estructurales que se enfoquen en solucionar las profundas desigualdades que forman parte de la cotidianidad de vivir en esta ciudad.

El problema en actuar como si fuéramos iguales, es el claro e ineludible hecho de que no los somos. Las jerarquías siguen y las fronteras también, el sólo hecho de que el limeño deba recurrir a actuaciones dependiendo de la situación en la que se encuentre es evidencia de esto. El racismo y el clasismo, sumamente interrelacionados, todavía tiñen todas las interacciones entre individuos diferentes en nuestra ciudad. Si bien se ha llegado a un punto en el que estos comportamientos no son plenamente aceptados en la esfera pública, siempre y cuando estas manifestaciones no sean lo suficientemente explícitas, la mentalidad de la discriminación sigue sana y salva de maneras asolapadas y en el refugio de la privacidad. Cómo dice Montoya, es necesario “cambiar las reglas del juego“ si se quiere llegar a algún atisbo de igualdad.  

07 July 2022
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