Problemática De La Discapacidad En Salud Mental

A lo largo del tiempo en consecuencia a los hitos en el control de infecciones y otras medidas innovadoras en salud que han logrado mejorar las expectativas de vida de la población; y del cambio en patrones de vida (cada vez más sedentarios), se ha visto en el mundo un incremento tanto en las cargas de morbimortalidad, como en el impacto en salud pública de las enfermedades no Transmisibles (ENT), con consecuencias de importancia, que abarcan incluso los ámbitos social y económico.

Como su nombre lo indica se trata de trastornos no transmisibles o no infecciosos, lo cuales usualmente se caracterizan por una larga duración, por lo que se les suelen denominar, crónicos, y con frecuencia presentan una progresión lenta, implicando tratamientos y cuidados a largo plazo. Así mismo pueden presentar multiplicidad en su etiología, incluyendo generalmente factores de riesgo modificables, cuya intervención se traduce en prevención de dichas patologías.

Actualmente, las enfermedades no transmisibles se ubican como la primera causa de morbilidad, mortalidad y discapacidad en el mundo, representando el 95,15% del total de casos prevalentes, el 73, 41% de todas las muertes y el 79,52% de los años vividos con discapacidad (AVD), según cifras de 2017. Ahora, entre este grupo de enfermedades se encuentran los trastornos mentales y los problemas de salud mental (como el uso de sustancias psicoactivas, las violencias, entre otros). En este punto cabe señalar que cuando se discrimina por causa, los trastornos mentales y el uso de sustancias psicoactivas se encuentran entre las primeras causas de morbimortalidad; y los primeros, ocupan la segunda posición en la estadística de discapacidad.

Existen variados conceptos de salud mental, de manera que es una definición que se ha venido construyendo a lo largo del tiempo y en donde se han tenido en cuenta el contexto clínico, cultural, social y las necesidades observadas en cada población. Se ha considerado que el concepto incluye tanto la ausencia de enfermedad como un estado de bienestar en donde la persona tiene la capacidad de asumir las situaciones adversas de la vida, es productiva y contribuye en su comunidad. Cuando existen factores que han generado un desbalance en el bienestar mental al punto de ocasionar estados patológicos, se llega al concepto de problema o trastorno mental. El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM 5, siglas en inglés) define el trastorno mental como ‘un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental’, entendiéndose así que los problemas mentales se diferencian de los trastornos mentales en la severidad de la sintomatología y el grado la disfuncionalidad psicosocial que originan. 

Esta problemática de salud pública ha sido abarcada por El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en donde se hacen las recomendaciones para garantizar la protección y la promoción en el marco de los derechos humanos y que estos principios sean incluidos en las políticas públicas, influyendo de esta manera en el mejoramiento de las condiciones de salud de la población. Aquí, se incluye la salud mental como elemento crucial en la obtención de los beneficios de estos principios y de todas las estrategias que promuevan la libre accesibilidad al sistema de salud y, disminuyan la pobreza y la estigmatización, con el propósito de aportar en la reducción de la carga de la enfermedad y las implicaciones que se generan sobre la funcionalidad del individuo así como las limitaciones que le genera en su cotidianidad.

Frente a las limitaciones y/o restricciones que puede ocasionar el tener un trastorno mental y lo que ello implica para el desarrollo habitual del individuo, es importante tener en cuenta los aspectos que nos expone la Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF) sobre la discapacidad, en donde se entiende este amplio concepto como la incorporación de todas las situaciones que afecten alguna función del cuerpo, y/o que dicha situación representa una dificultad para la realización de alguna tarea y/o que represente alguna restricción para participar en su comunidad, generando así unas visibles dificultades en la interacción del individuo que tiene discapacidad con el medio en el que se desenvuelve.

Retomando el tópico de la discapacidad y la carga de enfermedad, cabe recordar un concepto de importancia, este es, años ajustados en función de la discapacidad (AVAD), en inglés conocido como Disability Adjusted Life Year (DALYs) y referido por algunos autores como años de vida saludables perdidos (AVISA); que es uno de los indicadores sintéticos en este tema, cuyo cálculo se realiza por la combinación de los años de vida perdidos por muerte prematura (APMP) y los años vividos con discapacidad, y da cuenta de las pérdidas en salud tanto por muerte, como por discapacidad. Su resultado está en razón del tiempo y ponderado en función de la esperanza de vida; puntos de gran importancia, cuando se pretende comparar patologías que son crónicas. También es válido señalar que entre las aplicaciones de esta medida se encuentran la determinación de prioridades en políticas de control de enfermedades y en la gestión de la investigación.

Lo anteriormente mencionado nos conduce a un tema tratado en el reporte de la OPS de 2018, sobre la carga de los trastornos mentales en la región de las américas, el cual describe que el 18% de los AVAD en Colombia son debidos a un compuesto entre los trastornos mentales, los trastornos por consumo de sustancias y trastornos neurológicos específicos, más la autoagresión (TMNS), y esto ubica a Colombia en el octavo lugar en cuanto a las mayores cifras en la fracción de discapacidad debida a los TMNS, con respecto a los demás países de la Región de las Américas.

Adicionalmente, en el país se registra un comportamiento en ascenso de las las tasas de Años de vida potenciales perdidos (AVPP) por trastornos mentales y del comportamiento, con un primer registro en 2009 de 4,63 AVPP por 100 mil habitantes, que sube hasta 20,31 AVPP por 100 mil habitantes en 2018. De modo, que no solo son cifras de altas cargas de enfermedad atribuidas a salud mental, sino que la tendencia en relación a estas se muestra en aumento.

Aunado a esto existe evidencia en relación al mayor impacto de los problemas en salud mental en comparación a otras condiciones no transmisibles, por ejemplo, ya desde 2007 se estimó que la depresión produce una mayor disminución en la salud si se compara con otras patologías crónicas como angina, diabetes, artritis y asma; además se encontró que es más grave la implicación en salud en la depresión cuando se suma una condición crónica, que cuando se presenta la depresión sola. Aunque cabe anotar que actualmente en Colombia este es el trastorno de mayor prevalencia, lo anterior muestra la necesidad de priorizar, no solo este diagnóstico, sino todos los trastornos mentales asociados, con el fin de reducir la carga de enfermedad de este, de las enfermedades a las que se suele asociar, y por ende también de la discapacidad.

Entonces, en el contexto de considerar los trastornos de salud mental como una enfermedad crónica no transmisible y, al reconocer el gran impacto en salud pública y el desbalance que puede generar el tener alguna alteración de salud mental, no solo para el individuo sino que en gran medida para la sociedad en la cual habita (de acuerdo a lo que se mencionó anteriormente en cuanto a la relación de salud mental y desarrollo). Se ha de reconocer este tema como prioridad en la agenda pública, no solo como componente de la política en salud, sino de carácter transectorial.

En ese orden de ideas, Colombia en el 2018 adopta una política integral e intersectorial, trazada bajo el marco del Modelo Integral de Atención en Salud MIAS y la integración con otros sectores. Dentro de la misma, en sus principios se abarca “usar la mejor evidencia posible”, y entre sus ejes se pueden encontrar estrategias orientadas al fortalecimiento de la gestión del conocimiento, incluyendo puntos como la vigorización de los sistemas de información, el fortalecimiento de líneas de investigación, el reconocimiento de prácticas culturales con el fin de promover factores que puedan ser protectores, la caracterización de las personas con trastornos mentales, su familia y sus cuidadores, entre otras.

De modo que se conformaría aquí tanto una necesidad, como una oportunidad para la generación de conocimiento. Teniendo en cuenta que generar información, en especial, de tipo analítico que permitan la explicación, predicción y/o control de los fenómenos en estudio, y por tanto aporte a estimar los determinantes de los AVAD y la efectividad de intervenciones en relación a las principales enfermedades del sistema nervioso, los trastornos mentales, y los diversos problemas en salud mental; no solo genera una data de suma importancia, sino que apoya las políticas en curso y el desarrollo del país. De tal forma, que la política trascienda las letras. Además, el fortalecimiento de sistemas de información como los observatorios en salud, da cabida para el planteamiento de estudios en cuyo abordaje metodológico se tomen fuentes de información secundaria, que proveen el acceso a una relevante cantidad de datos y de un amplio período de tiempo, con lo que se facilitan lecturas más adecuadas de las situaciones en salud.

Ahora, es importante señalar que esta tarea debe ser solo del personal de salud dedicado con exclusividad a las personas con problemas y trastornos en salud mental, pues primero, su impacto le ha ganado el reconocimiento como prioridad en salud pública, y segundo el recurso humano enfocado en este tipo de especialidad es escaso, con cifras de apenas 2 psiquiatras por cada 100 000 habitantes. De hecho, otra de las barreras en este tema, corresponde a que una proporción importante de la población que requiere ser atendida, no recibe estos servicios, solo 34,5% de quienes se les solicitó atención en 2018 fueron atendidos al menos una vez en algún servicio de salud mental. Pero, este no es solo un tema relacionado al escaso personal, sino que se asocia también a los patrones de comportamiento de las personas frente a estos problemas, que suelen estar influenciados por mitos y estigmas.

En conclusión, es de gran significancia el aumento progresivo de las enfermedades mentales a nivel mundial, las cuales afectan a la población en general con cifras importantes de AVAD y en especial de AVD, donde la discapacidad que corresponde a una limitación en el funcionamiento implica una inestabilidad en el entorno social de forma generalizada en varios niveles, laboral, familiar y/o escolar; y así genera impacto tanto en salud como en el contexto socioeconómico. Por tanto, cada uno de los actores ha de aportar en la solución, siendo una de las formas la generación de investigación alrededor del tema, con un fin añadido, que corresponde a darle la relevancia y rigurosidad científica que merece en nuestros diálogos y debates habituales en salud, pues es lamentable evidenciar las tasas elevadas que se presentan de años de vida ajustados por discapacidad causados por enfermedades y problemas mentales, y la persistencia de la estigmatización y sus problemas asociados.  

17 August 2021
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