Separación Del Arte Del Artista Y Su Historia

¿Será posible separar el valor artístico de una obra de arquitectura del prestigio de su autor para que sobreviva al paso del tiempo? Muchas de ellas han perecido al condenarse por los delitos de su creador y no soportar la carga de los recuerdos al ser subrayados por la opinión pública y el desinterés por conocer a fondo la producción artística más que a su autor.

Una obra nace como reflejo de los acontecimientos y necesidades de su época, como sucedió con edificaciones modernas construidas en períodos de conflictos mundiales, finales del siglo XIX a mediados del siglo XX en Europa, por arquitectos como P. Troost, A. Speer, J. Neidhardt y S. Radević, entre otros. La vida de algunos de sus proyectos fue corta a causa de ser tachados por los ideales políticos de los que fueron partícipes y cuyos recuerdos son lo único que existe.

Este ensayo plantea demostrar que el desprestigio que puede acompañar a un arquitecto no debe manchar las obras arquitectónicas que ha cimentado, que la vida y postura ideológica no sea un determinante del destierro y muerte de la arquitectura construida; fundamentado con principios teóricos sobre forma, contenido, valor artístico y autonomía de arte.

La arquitectura al ser un arte útil a la sociedad le concierne, desde la perspectiva de Kant, una ética correspondiente y corresponsable (Gutierrez, 2013). Sin embargo, resulta difícil desligar la obra arquitectónica de toda acción política y hacer valer dichos principios éticos para llegar a ser única y singular frente a una realidad cada vez más saturada. La compatibilización entre estos dos hechos es un problema a resolver, puesto que la acción política impulsa la creación artística de nuestro tiempo.

Kant habla sobre juicios separados correspondientes a verdad, bondad y belleza y que será el ser humano el encargado de identificarlas, pues es el individuo el que las verá como verdades, valorará sus bondades y disfrutará de su belleza. En su Crítica del Juicio, presenta la diferencia entre Lo Bello, aquello que es natural y vital para la vida, y Lo Sublime, la aspiración a lo absoluto, con lo que aboga por la autonomía del arte al romper con las cadenas que le atan a la vida, un arte que no necesariamente deba ser útil al ser (Calduch, 2014). Por tanto, la obra arquitectónica debe servir a otros fines ajenos a ella misma para que sobreviva más allá del tiempo en el que fue concebida, promover en sí misma un acto que la haga trascender como un rito plausible en la vida de quien la habita. Así lo afirma Gutierrez (2013, p.235):

“…La literatura implica escritura, pero es, en definitiva, lectura; la música implica sonido, pero es, al fin y al cabo, escucha; la pintura implica color, pero acaba siendo visión, y la arquitectura implica desde luego construcción, pero consiste en habitación. En todos los casos, el arte se sustenta en obras, pero vive en la comunicación que entablan; es un hecho, pero un hecho que dice y que vale, no por lo que su autor quiso decir, sino por lo que la obra, por sí misma y al margen de su autor, dice de hecho…”

Es un hecho, que la emoción siempre estará antes que cualquier razonamiento lógico, de ahí, que, en una obra de arte, los juicios del gusto, estéticos y éticos difieran. El primero puede ser compartido, al segundo solo le interesa la forma y al otro las normas que aplican. Mientras el juicio estético es justo para la obra, permitiéndole ser juzgadas libremente, el juicio ético será injusto para el autor, condicionando su apropiación.

Por otro parte, en la obra El Arte y sus Modos, el artículo Sobre las Definiciones de la Arquitectura de María Frías (2004, p.72), expone que la reivindicación de la autonomía en arquitectura es usada para justificar la burbuja sobre la que se hace la obra, evitar influencias externas, reducirla a su esencia, sea formal, espacial, compositiva, funcional o constructiva. Según Zevi (1981), la arquitectura nace del vacío, del espacio delimitado por la actividad de vivir y desarrollarse del ser, la define como aquella que basa sus principios en el espacio interior y cuyos únicos valores arquitectónicos son la forma, arquitectura racional, y el contenido, arquitectura orgánica, distintivos de la arquitectura moderna.

Rivera (2017, p.8), en La Otra Arquitectura Moderna, expresa:

“…Pocas cosas son blancas o negras; la mayor parte de la realidad se presenta en matices de gris, y buena parte de nuestra historia arquitectónica más rica y gratificante es justamente la más gris…”

Al analizar el régimen del Tercer Reich, se observa que se realizaron obras arquitectónicas que correspondieron a una arquitectura monumental con estilo clásico como la Haus der Deutschen Kunst (Casa del Arte Alemán), Reichsparteitagsgelände (Campo de Congresos del Partido) y Neue Reichskanzlei (Nueva Cancillería del Reich). Obras poco estudiadas a profundidad, en parte, por el pensamiento artístico moralista que las condenó o al olvido o a su destrucción, como lo hizo en su época, mediados del siglo XIX, el crítico de arte J. Ruskin. Sin embargo, tales edificaciones no diferían de varios ejemplos clásicos sincrónicos en otros estados políticos y aun así no sobrevivieron por la naturaleza política que los concibió.

Como menciona Rivera (2017), negar el espíritu de la época en la arquitectura del Tercer Reich revela un desconocimiento de las circunstancias que la promovieron y, en especial, una interpretación errónea de las obras. Por tanto, la obra arquitectónica está dirigida a satisfacer una necesidad presentada por un cliente, que una vez construida, será sometida a juicios éticos y estéticos. Sin embargo, su consideración como obra de arte estará desligada de su función utilitaria y adherida, en parte, a lo que representa en busca del disfrute y goce desinteresado de sus usuarios. Es necesario e importante cultivar el interés para observar la arquitectura con criterios ajenos a la polémica de las masas y ser conscientes de la autonomía que tiene el arte ante su autor. 

22 Jun 2021
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