Trastorno Depresivo Mayor, Una Pandemia En Nuestro Tiempo

Según datos de la World Health Organization, se calcula que más de 350 millones de personas en el mundo sufren algún síntoma o episodio depresivo; y según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es la principal causa de discapacidad en todo el mundo. Por su parte, unos 260 millones de personas experimentan trastornos de ansiedad.

Existen numerosos gráficos que muestran una estimación de la prevalencia de ambos trastornos en el mundo, basados en información médica, epidemiológica así como encuestas y meta-modelos de regresión.

En un estudio sobre el conocimiento y percepción de la depresión en la población española incluido en las Actas Españolas de Psiquiatría, la mayor parte de las personas entrevistadas no aceptaron recibir un tratamiento farmacológico de un año de duración, siendo el efecto adverso más mencionado la dependencia, razón principal por la cual las personas entrevistadas fueron reacias a aceptar este tipo de tratamiento.

Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, no es otra cosa más que el estigma social y la desconfianza hacia los fármacos y sus efectos los principales motivos que llevan a la población deprimida a no buscar ayuda profesional ni de ningún tipo, a pesar de reconocer claramente sus síntomas. Volviendo al estudio en España, solo el 50% de las personas que habían sido tratadas por depresión creían que habían tenido el suficiente apoyo tanto en el ámbito laboral como en el familiar y un 18% llegaron a ocultarlo, específicamente por miedo al estigma social (sobre todo en el ámbito laboral). Probablemente estos ejemplos, aunque quizás en menor medida, pudieran ser extrapolables también al caso de la ansiedad, y muchos otros trastornos psicológicos.

Podría decirse pues, en resumen, que la tendencia general de la mayor parte de la población es mostrarse reticente a buscar ayuda profesional para poner solución a patologías de este tipo, especialmente cuando se trata de recurrir a terapia psicológica y/o farmacológica, ya sea por miedo, inseguridad o falta de información, entre otras muchas razones.

La motivación principal de este proyecto de revisión es la de poder ahondar en esta problemática, basándonos en la enorme cantidad de estudios e investigaciones en el campo de la Psicología y de la Actividad Física y Deportiva, para defender con cierto rigor científico la necesidad de la inclusión de la actividad y el ejercicio físico como una terapia efectiva ante la presencia de síntomas de la depresión y ansiedad -o ambos-. Principalmente, dada la total ausencia de estigma social alguno ligado a la realización de ejercicio físico o algún deporte concreto, y también al bajo coste que puede suponer su práctica —a diferencia de diversidad de tratamientos farmacológicos o de sesiones terapéuticas a las que no todos los estratos de la población pueden acceder—, así como la facilidad de poder prescribirlo y controlarlo en la mayor parte de los casos por parte de profesionales de la salud y el deporte.

MARCO TEÓRICO

Según Lemos (2000), la depresión es un síndrome clínico en el que el trastorno principal es un descenso del estado de ánimo al que van asociados otros síntomas, provocado por una multiplicidad de factores y cuyas consecuencias suelen ser por lo general bastante graves en una variedad amplia de ámbitos de la vida: económico, social, emocional…

Las causas aún a día de hoy no están del todo esclarecidas y se presentan en variedad de formas, lo que dificulta la proposición de soluciones dado ese carácter marcadamente multifactorial del síndrome. Además, comparando datos de la OMS, la incidencia de la depresión ha aumentado en las últimas décadas en la población general a nivel mundial a pesar del esfuerzo volcado en su tratamiento desde el ámbito de la Terapia o de la Farmacoterapia, pues se puede observar que, en estudios españoles como el estudio SCREEN, a pesar de los diferentes tratamientos hay elevados índices de recaída (en este caso en torno a un 60%) y las tasas de remisión son bastante bajas en relación a la enorme incidencia que tiene en el conjunto de la población.

La ansiedad generalizada, por su parte, para Lemos, es un estado mental que se caracteriza por un malestar emocional generalizado, una aprensión desagradable que puede surgir frente a un peligro real o imaginario y que impulsa a la persona que lo sufre a aumentar su grado de vigilancia y alerta y su capacidad de acción. Esto se convierte en un trastorno cuando aparecen preocupaciones no realistas o bien excesivas, tensión motora o hiperactividad vegetativa (CIE-10, 1994). Tanto la depresión como la ansiedad, o su versión combinada –dado que, a pesar de que lo puedan parecer no son patologías opuestas y dependiendo de la situación pueden darse a la vez (por ejemplo, en pacientes con enfermedades orgánicas) y favorecer cierta comorbilidad entre estas– agravan y/o suman factores de riesgo tradicionalmente reconocidos como la obesidad, la hipertensión, el colesterol alto, diversas cardiopatías o el sedentarismo. Además de favorecer conductas que podrían poner en riesgo la vida de aquellos que sufren estas patologías como el intento de suicidio, cuyo riesgo es tres veces mayor en pacientes diagnosticados de depresión en comparación con la población general según los datos consultados en el European Journal of Investigation in Health, Psychology and Education de 2015.

En un estudio realizado por la Encuesta Nacional de Salud de España (ENSE) de 2017 se reflejó que la ansiedad crónica y la depresión se sitúan en los puestos 10º y 11º del ranking de prevalencia auto-declarada en la población no institucionalizada de los 15 años en adelante, declarándose casi en la misma proporción (6,7%). El 3,9% de la población refirió ambas, y el 9,6% ansiedad crónica y/o depresión, 13,0% de las mujeres y 5,9% de los hombres. El 2,1% de la población declaró padecer ‘otros problemas mentales’.

Así, con la esperanza de mejorar este escenario, se ha investigado mucho con la finalidad de obtener respuestas a sus causas y soluciones tangibles. Al realizar una búsqueda rápida sobre la cuestión, un vistazo a los resultados en su mayoría muestra una relación inversa entre la práctica de actividad física en general y diferentes patologías mentales que nos sugieren que, probablemente, la prescripción de programas de ejercicio físico en las diferentes fases de terapia podría contribuir notablemente a la mejora de los síntomas de las nombradas patologías.

OBJETIVOS

Este proyecto se propone revisar de forma sistemática la relación existente entre la actividad física y dos de los trastornos más comunes dentro de la población: depresión y ansiedad; con el fin de encontrar la base de una evidencia científica sólida para defender la inclusión de programas de ejercicio físico en las intervenciones de carácter terapéutico como una de las mejores alternativas a la terapia tradicional, costosa, y que en muchos casos incluye fármacos, una de las principales razones por las que las personas que padecen estos trastornos rechazan la ayuda profesional.

METODOLOGÍA

Para la elaboración de este proyecto de revisión bibliográfica hemos procedido a realizar un análisis sistemático de parte de la literatura relacionada con las palabras clave previamente expuestas, es decir, estudios, investigaciones, revisiones o encuestas centradas en las relación entre la actividad y ejercicio físicos y la salud mental, consultando diferentes bases de datos online (PubMed, Google Académico, SciELO…) así como diversidad de libros, estudios y publicaciones de revistas científicas consultados en su totalidad en formato digital. La preferencia de consulta ha sido basada, primero, en la fecha de publicación (estudios entre 1990 y 2019) dado que se ha tratado de buscar plasmar es este proyecto una recopilación de diversa información lo más actualizada posible. Además, se ha intentado tener en cuenta en la medida de lo posible, como una variable de interés, el índice de impacto de cada publicación según el año en que fue publicado para así obtener cierta percepción de la calidad y veracidad de los artículos empleados para el desarrollo de esta revisión bibliográfica.

ANÁLISIS DE LA INFORMACIÓN RECOPILADA

Bodin y Martinsen  investigaron la asociación entre la actividad física y su efecto antidepresivo en la depresión clínica, a través de la “autoeficacia”. Según Bandura, la conducta y la motivación se regulan por el pensamiento e involucran tres tipos de expectativas: situación, resultado y la autoeficacia o autoeficacia percibida. Esta se describe como la creencia que tiene una persona de poseer las capacidades para desempeñar las acciones necesarias que le permitan obtener los resultados deseados. Para medirlas utilizaron dos actividades diferentes donde medían los cambios de humor: la primera consistía en, simplemente, ejercicio en una bici estática dado que este ejercicio proporciona un alto y estable estado de autoeficacia; frente a sesiones de artes marciales con una autoconfianza inicial baja, pero ascendente en el tiempo. La muestra estaba formada por 12 personas clínicamente diagnosticadas con depresión con una media de 36 años, estos completarán sesiones de 45 minutos de ambos dos ejercicios. Previo a estas sesiones, pusieron una situación de espera controlada. Durante las artes marciales, el grupo que participaba mostraba que los cambios eran mucho mayores que los que tenían bici estática. Esto demostraba, que el aumento de la autoeficacia puede ser importante para que se produzcan cambios positivos en el estado de ánimo.

Siguiendo el hilo del ejercicio físico y la depresión, en el estudio llevado a cabo por Barriopedro, Eraña y Mallol (2001) las personas de tercera edad que realizaban ejercicio físico o actividades en grupo también mostraron niveles inferiores de depresión a las sedentarias. En este estudio se dividió en tres grupos a los sujetos: ejercicio físico durante 45 minutos o más al día, sujetos que realizaban actividades en grupo pero no físicas y sujetos sedentarios. A través del inventario Beck Depression Inventory (BDI).

En el caso de Akandere y Tekin (2005), se observaron los efectos sobre jóvenes universitarios para eliminar la ansiedad. En este estudio se recogió una muestra total de 311 estudiantes que nunca habían participado previamente en un programa que involucrara cualquier tipo de ejercicio. Esta muestra, estaba constituida por 7 facultades diferentes. Para saber los Rasgos de Ansiedad de cada persona, se empleó el STAI de Spielberger. Se escogieron 30 de los 60 estudiantes con los rasgos más altos de ansiedad y se les asignó a un programa de ejercicios, mientras que a los otros 30 conformaron el grupo de control. Para llevar un control de los niveles de ansiedad en ambos grupos, se establecieron tests antes, durante y al final del programa de ejercicio. En este caso, los ejercicios consistían en trabajo aeróbico durante 30 minutos como: gimnasia, voleibol y atletismo.

En otro estudio que implementa el ejercicio en personas mayores, de Hill y cols. (2007), se pudo ver una mejora tanto a nivel físico como psicológico. En este caso la muestra estuvo en un programa de actividad física durante 6 meses basado en el yoga, Tai Chi y entrenamiento de fuerza. Gracias a esto, se pudo concluir que la depresión disminuía de forma significativa.

La conclusión final de este estudio descubrió que, el nivel de ansiedad de las mujeres era mayor que el de los varones. Ergo, se dedujo que el nivel de ansiedad tenía relación con el sexo de la persona. Más los resultados mostraron que participar en un programa de ejercicio y actividades físicas disminuían el nivel de ansiedad de ambos sexos. Respecto a la edad no se encontró ninguna diferencia, ya que todos vieron su ansiedad reducida, pero fue el grupo de entre 19-20 años quienes mostraron una reducción mayor al resto. Para este estudio, hacer ejercicio tiene un papel clave para reducir los niveles de ansiedad.

Estos ejemplos siguen la línea marcada por otros estudios sobre la cuestión realizados ya hace algunos años, como el de Sime (1984), el de Ragling y Morgan (1987) o el de Weiss (1993), según los cuales, resumiendo, la realización diaria de ejercicios aeróbicos durante 20 minutos reducía la ansiedad diaria de forma efectiva.

Por el momento, según las referencias consultadas, no se ha encontrado ninguna premisa en la que se pueda basar la ciencia para afirmar con rigor la existencia de algún mecanismo concreto y específico que haga que exista una influencia considerable del ejercicio físico sobre el área de las emociones humanas. Lo que sí existe, como en todos los campos de la ciencia, es una diversidad de teorías que tratan de fundamentar esa correlación basándose en diferentes factores.

Por ejemplo, según Rossane Frizzo de Godoy en su artículo sobre los beneficios del ejercicio físico sobre el área emocional este menciona a los autores North, McCullager y Tran (1990), quienes realizaron en su día un meta-análisis en el cual relacionan la práctica de ejercicio físico y la menor incidencia de cuadros depresivos en adultos (diferenciando, entre otras variables, el momento concreto del tratamiento de la depresión). Estos autores establecieron, además, una clasificación de las distintas hipótesis explicativas haciendo una división en dos grandes grupos: por un lado, los mecanismos psicológicos y, por el otro, los fisiológicos. En los primeros se distinguen la Hipótesis Cognitivo-Comportamental según la cual, en resumen, el ejercicio podría favorecer la eliminación de la “espiral depresiva” sustituyendo pensamientos y sentimientos negativos por otros positivos; y, por otra parte, las Hipótesis de Interacción social y de la Distracción. Estas dos últimas se explicarían por el sentimiento de placer de la interacción grupal y el refuerzo social de quienes practican ejercicio y la existencia de una simple distracción de las preocupaciones, respectivamente.

Dentro de los mecanismos fisiológicos y bioquímicos, por su parte, se encuentra la hipótesis del aumento de la actividad cardiovascular, basada en una supuesta correlación negativa entre el nivel de la capacidad aeróbica y la depresión; la hipótesis de las Aminas, según la cual tres neurotransmisores explicarían el efecto antidepresivo ーserotonina, dopamina y norepinefrinaー ya que individuos deprimidos presentaban una bajada en la producción de estas aminas, ante lo cual el ejercicio actuaba como acrecentador de dicha producción; y, por último, la hipótesis de las endorfinas según la cual estas, al producirse tras el ejercicio, son capaces de producir estados de euforia que contribuyen notablemente a reducir los síntomas de la depresión.

Además, Becker (2000), aporta otras hipótesis: la Hipótesis del efecto tranquilizador (obtenido a través del aumento de temperatura corporal), la Hipótesis del aumento de la actividad adrenal (más reservas de esteroides que combaten el estrés) y, en último lugar, la Hipótesis de la descarga de la tensión muscular (a través de la relajación de las contracciones y descontracciones de la musculatura).

Ha sido creciente el interés que ha surgido durante los últimos años por la relación existente entre el ejercicio físico y sus consecuencias directas sobre la salud mental. En 1985 Taylor, Sallis y Needle establecieron una tabla, adaptada por Weinberg y Gould en el año 1996 en la que relacionaban algunos aspectos psicológicos que tanto en la población clínica como en la no clínica supuestamente son favorecidos por una práctica física asidua. A saber: aumentaban el rendimiento académico, la asertividad, la confianza, la estabilidad emocional, el funcionamiento intelectual, el locus de control interno, la memoria, la percepción, la imagen corporal positiva, el autocontrol, la satisfacción sexual, el bienestar e incluso la eficiencia en el trabajo; a la vez que disminuían el absentismo laboral, el abuso de alcohol, la ira, la ansiedad, la confusión, la depresión, los dolores de cabeza, la hostilidad, las fobias, la conducta psicótica, la tensión, la conducta tipo A y los errores en el trabajo.

Otra de los factores a tener en cuenta para que realmente existan estos beneficios es el de la adherencia, es decir, su práctica habitual, que es lo único que podría garantizar estos beneficios a corto y medio plazo. Además, como indica Miguel Morilla en su artículo sobre los beneficios psicológicos de la actividad física y el deporte, es necesario tener en cuenta que “la inmensa mayoría de las investigaciones que estudian la relación entre ejercicio físico y bienestar psicológico han utilizado los ejercicios aeróbicos. Se ha demostrado que el ejercicio ha de tener la suficiente duración e intensidad para producir efectos psicológicos positivos.”

Ya en 1984, Sime propuso una serie de técnicas para incrementar los efectos antidepresivos de la actividad física teniendo en cuenta la importancia de la adherencia y la intensidad. 

CONCLUSIONES

Una vez recopilados y analizados los datos expuestos, podemos comenzar señalando algunas de las posibles debilidades presentes en las diferentes fuentes consultadas. Por ejemplo, el hecho de que los datos de algunos de los estudios revisados se basan en muestras pequeñas, frente a la enorme diversidad existente dentro de la población en general. Por lo tanto, podría decirse que las muestras de los estudios no pueden considerarse suficientemente concluyentes en algunos casos.

Otro de los detalles observados, es que entre los estudios se tiene a mezclar los conceptos de ejercicio físico, actividad física y deporte. Esto da lugar a que la clarificación de dichos conceptos sea más bien inexistente, lo que puede dificultar la lectura de los resultados. 

12 Jun 2021
close
Tu email

Haciendo clic en “Enviar”, estás de acuerdo con nuestros Términos de Servicio y  Estatutos de Privacidad. Te enviaremos ocasionalmente emails relacionados con tu cuenta.

close thanks-icon
¡Gracias!

Su muestra de ensayo ha sido enviada.

Ordenar ahora

Utilizamos cookies para brindarte la mejor experiencia posible. Al continuar, asumiremos que estás de acuerdo con nuestra política de cookies.