Un Acercamiento Al Amor Platónico, Contraposición Del Amor Moderno

 El hombre, cúmulo de pensamientos, vivencias e historias, permite que, a través de sí, la sociedad encuentre objetos o ideas, que le sirvan, de alguna manera, como modelo o forma de andamiaje, para construir una idea más exacta de su actuar y vivir, como reflejo innato de las sucesiones conceptuales y anímicas del ser y la existencia, y surcado por la influencia seudo metafísica del mundo en el que transita impoluto. Es en este sentido, que pensadores como Platón, Aristóteles, Kant, Hegel y otros, han dejado en sus escritos algunos acercamientos hacia estas formas y a los conceptos que guiarán esta reflexión; en primer lugar, lo bello y, seguidamente, lo feo, los cuales serán situados, como es inevitable, en el acervo del hombre como algo que está presente y con lo que les es necesario aprender a vivir.

Se entiende, que la sociedad misma, con el transcurrir de las épocas a lo largo de la historia, se ha visto viciada por realidades que empañan su esencia, de otro modo, es el impacto conductual del mundo lo que influencia el criterio del hombre y, permite que siempre actúe de una u otra manera para bien de sí, o en otros casos, para mal. Comprender al hombre como un sujeto que actúa conforme a los momentos sería esclavizarlo, más aún, sería codificarlo a un mero momento en particular. Y es que es el hombre en todo caso, un espejo, el cual no solo refleja aquello que en sí hay, sino que también transmite lo que ha aprendido de otros.

Por otro lado, será en consecuencia, en la relación que se da entre el amado y el amante, la que permita entender, aquello que se quiere exponer sobre lo bello y lo feo. Por ende, al hablar de lo bello, se tendría que abordar lo feo como opuesto a este mismo, y es que, en un mundo sumido y sesgado por preceptos y etiquetas, la interpretación de lo bello ha incurrido en un traspié, pues su esencia, y así su percepción, se ha entorpecido, ha caído en un ideal consumista y de estereotipos, que la han resumido a un deplorable y vil concepto estético, que se toma su fin y objetivo en, únicamente valorar, lo bien o lo mal que luce un individuo en función de su apariencia externa.

Acercarse a considerar la esencia del hombre conlleva, no solo a apreciar sus formas de actuar, vivir y relacionarse, sino que también lleva a considerar aquello que a simple vista no se percibe: su pensamiento. Y es que es, solo a través de este, que el hombre, como objeto de estudio, se convertirá en la base para que, a lo largo de la historia, distintos pensadores, en este caso filósofos, lo tengan como fuente de conocimiento y aprendizaje. Y es que, presentar lo bello como concepto innato en el hombre, es acercarlo a una forma universal de concebir en este un ideal antiguo, en oposición a uno moderno y material.

Entender lo bello en un sentido platónico, es darle forma, humanidad a la relación del amor profano que habita entre el amado y el amante, como carácter sustancial y contante, donde permito concebir la idea de belleza absoluta, perfecta, que no se volatiliza y permanece en estado puro del ser. Pues es a través de esta relación que se entenderá lo bello, como una búsqueda de la armonía, la contemplación y no como una forma de encontrar aquello que, en su simple realidad, le agrada o le apetece.

En un sentido actual, de tiempo presente, la humanidad se ensucia y es consciente de que la persona en efecto simplemente contempla en formas vanas y peyorativas lo bello, y es que, a simple vista, solo importa el esqueleto y aquello que en su realidad lo conforma. En otras palabras, para el hombre no importa más allá de aquello que es “bueno y excelente”, partiendo de allí pues, se entenderá, que la deshumanización del hombre, en virtud de las contemplaciones banales, sea cada vez más palpable y consiente, pues en sus formas más importantes ha perdido valor y sensibilidad, olvidando en su totalidad, la importancia del ser en lo bello, armonizando así su esencia en el amor y sus relaciones. En este sentido, entenderemos que el amor profano cae en desuso, pues simplemente se conserva en él, las formas más ínfimas, mínimas y ridículas de la belleza; en otras palabras, como lo expresábamos en líneas atrás, cae en una idea peyorativa y banal, convirtiéndolo así en una simple moda del concepto estético de belleza y no de lo bello, dando paso a una crítica férrea de aquellos detractores que juzgan de innatural este amor.

Por motivos tales, este acercamiento a las formas no contemplativas de lo bello abrirá paso a entender aquello que Kant llama “juicio material”, como la forma inconclusa del hombre, en la que este valora a sus semejantes como objetos estéticos, de valor y no como esencias perfectas y dignas de contemplación. Pues caer en el anterior juicio, es desencadenar en el hombre una razón de materialidad, donde el ideal que busca el bien en lo importante, lo bello, el otro, desaparece. Pues acaece una sin razón, en otro sentido, embarga al pensamiento una ignorancia material de las cosas, impidiendo hacer juicios valorativos, de lo bello en sí, como algo que está dentro del hombre, alma, y no fuera de este, su cuerpo y las cosas del mundo.

En este sentido y conforme a lo antes dicho, se permite entender desde la concepción platónica el amor a lo bello, a todo aquello que inspire perfección y entrega por el otro. Alejando así, la forma materialista del hombre, a apreciar los cuerpos, las cosas y encontrar en ellos una belleza efímera. De tal manera, es el hombre que parte desde el Eros eterno y contempla, en este, múltiples realidades, aquellas que como lo vemos en el Banquete, toman una doble parte, concibiendo en sí, la forma universal del ser del hombre, mísero y divino.

…es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista (Platón 101). (203 d)

El ser, desde la concepción platónica y consecuente con la visión suprema y material de la estética que concibe en el núcleo de su instinto, está viciado en lo que a juicio objetivo respecta, esto se potencia si nos permitimos contemplar la forma y función cuando ingresa a juego la dinámica formidable y sublime del amante y el amado. Como se aliena la subjetividad del alma al torno magistral del entendimiento de lo bello, impregnando, de esta forma, el panorama que se genera al surco de una mirada al Eros. Y en sucesión al hilo de ideas, apuntando a la inexorabilidad de la decadencia del ser, al instante en que su materia, propia de su condición mortal y finita, que se ve afectada por la metamorfosis orgánica, natural e inapelable, se transforma en una víctima más del tiempo ineludible, sobrevive, así, la trascendencia del alma, más allá de la vívida imagen que se traduce en la efímera mortalidad presente de la cual el ser no podrá escapar.

Y, si de esta manera, se entiende como un precepto divino el influir del Eros, casi imperioso, sobre el alma por encima del cuerpo, que persigue incesante, asiduo a la verdad intrínseca, más que a la accidentalidad de la sucesión de eventos externos y razonables, las ansias que nacen en lo más recóndito de la esencia humana perecedera, y que, en función de la preponderancia de la misma, buscan insistentemente, la tan anhelada estabilidad que el cuerpo físico-mortal es incapaz de prometer sin fracasar en el cumplimiento de tales aseveraciones, dada la naturaleza de su composición a la que se encuentra encadenada. Si bien, mucho de esto se le atañe a la percepción de lo bello desde la futilidad de lo visible por sobre lo intangible, el amante, en absoluta plenitud hedonista, encuentra mayor deleite en la permanencia de lo etéreo del amado, erigiendo un vínculo más allá de lo comprensible en términos dimensionalmente mortales, íntimo e irrevocable, que enlaza el alma al ser, en una muestra del carácter de la belleza que resuena y repercute en significancia mayor y sustancial.

Estando el amante y el amado, concretamente supeditados a la necesidad del hedonismo, sea una travesía espiritual con dejes materiales que se entretejen para formar el camino que conduce a la satisfacción del deseo profano, puro e inmarcesible, que crepita cual instinto primario arraigado a la personificación de lo bello en la semejanza presente, proyectada hacia el amado, inmaculada e insondable, revela como una verdad imparcial el vicio natural del ser hacia lo parecido, aquello con lo cual puede y pretende establecer una unión. Así pues, la supremacía superficial de una belleza manchada por el escaso y nulo entendimiento de la substancia hermética yace en lo familiar y reconocible, propio de la paridad entre el amante y el amado, que no se confina a las interacciones propias del plano carnal sino, por tanto, a las supeditas dentro de una realidad desvirtuada por la injuria del prejuicio en el estado puro de la consciencia colectiva, que solo es capaz de observar desde el ángulo exterior, con ojos ávidos y perversos, la danza sublime que es protagonizada, única y solamente, por el amor profano incapaz de poder ser apreciado más allá del amante y el amado unidos en alma, pero no por ello menos lúcido y resplandeciente.

Ahora bien, partiendo del entendimiento hacia el Eros que nos permite visualizar el torno cadencioso, siendo este un camino escabroso que conduce a la concepción de una fiel representación, no efímera o mundanal, del estado del Eros que se encuentra, más profundamente, ligado al ser sin dar lugar a la deshumanización propia de la elevada autopercepción que se repite un sinfín de oportunidades en la mente del mismo. Las aseveraciones que nos son reveladas surcando la noción que se engendra en el seno de la comprensión direccionada a la voluntad absoluta o, en ocasiones, parcializada e incluso relativa de la humanidad sugieren, no discretamente, que la motivación yaciente en el flanco posterior del deseo apremiante, a resumidas cuentas, solo se complace en el bien. Caer en el saber de esto como realidad palpable conduce, indeleble, a observar al pétreo anhelo, intrínseco y constante, de la estabilidad que es jurada implícitamente por ilación del bien experimentado por el ser; la posesión perpetua de la excitación provocada por el sabor dulce del bienestar eterno e incesable, no es más que el mismo discernimiento, propiciado por su inconsciente necesidad de placer continuo, que se obtiene lo que para Platón sería “el amor”.

Y dado que, el sentido impávido del sujeto se encuentra precisando la prolongación indefinida del bien este, en función y a plenitud de su carácter, cual ser mundano y preso de sus más primarios instintos remontados a los inicios del tiempo, proyecta su pavor al olvido en la búsqueda implacable de la eternidad en sí mismo, o por consecuencia en el amado, como fruto de la conexión mística y arraigada al andamiaje del corazón, lo que perpetúa la vida del deseo entre ambos, constatándolo en el más sublime acto, por encima de lo bello banal del mundo presente y apelando a una belleza que trasciende infinitamente, puesto que su fundamento ha sido elaborado desde un espacio, no físico que, surcado de vulnerabilidad, se ha dado la oportunidad, a sí mismo, de exaltar la virtud del Eros, de lo permanente y lo finito, consagrando sus devociones, unas a otras, perpetuamente en la satisfacción de la necesidad instintiva y natural.

Pero las ansias acaecen en el acto puro del amor mismo. La belleza, presa de las conjeturas auspiciosas de una concordancia que rebasa el entendimiento mismo y a su vez la razón natural, pasa a traducirse en un marco de apoyo subjetivo, abandonando así, cualquier trazo de superficialidad que haya sido considerada previamente y sin chance a la libertad del ser interpretada por el individuo corriente en el estado de su voluntad, sino más bien condicionada a la visión externa que el mundo presente, sucio y afectado por el mundo que ha pasado y yace, impávido, en la historia, ofrece violento e impone a su antojo sobre, sin que lo espere siquiera, el hombre. Se transforma y muta, sostenida por el desgarrador deseo de inmortalidad en el mismo, y el entendimiento del amor como la constatación de la permanencia eterna, aunque proyectada en generaciones posteriores, pueda darse de manera que el mismo atribuya su virtud a la belleza misma, no como cosa a que aferrarse, sino como un flujo de corriente, constante, en el que existe la posibilidad de trasladar la esencia en a la historia a través de las generaciones.

¿Es entonces la relación entre el amante y el amado una cuestión meramente ligada a conflictos y cuestiones que, si bien, no intencionales, en su lugar resultan producto de la necesidad humana, físico e inmaterial del alma?

No debe comprimirse el pensamiento platónico ni la comprensión de la dinámica ente ambos seres involucrados, bajo las dilaciones simplistas dela convencional estructura que se tiene acerca del Eros. Lo bello, y por ende lo feo, se encuentra supeditado a niveles mucho más profundos, sobrepasando el entendimiento colectivo normativo, que encapsula la verdad del ser en una belleza banal y perecedera, destinada a desvanecerse con los años y el glorioso cambio estacional de las eras. Más bien, el ser sublime, transfigurado en una eternidad personificada en el amado y el vínculo o conexión supra sensorial que no puede ser arrebatada fácilmente, como ya lo hemos analizado anteriormente, puesto que, surcada de los más íntimos instintos, necesidades profundas, y anhelos palpables, se fortalecen paulatinamente hasta convertir lo que para algunos puede ser la efusividad pasajera de la estética exterior, en la muestra de compenetración interior entre ambos sujetos, moldeados uno al otro por las propias proyecciones del ser natural, sublime, y volátil. (Platón) (Banq.206e5).

En determinados casos específicos, algunos de los que se encuentran en la búsqueda incesante de esta belleza trascendente que se refleja en el legado no físico del hombre, acuden vehementemente a la satisfacción de su impulso por medio de la virtud física de la mujer, biológicamente diseñada para portar en sí misma el milagro natural de la vida, que abre paso a la creación de significado engendrando descendencia, como un desesperado y, dentro de ciertos parámetros, fijado por la contingencia, efecto colateral de la fatalidad del mismo ser, que pretende a través de este mecanismo en particular, generar valía y legado, que trascienda por sobre la línea natural del tiempo, y otorgue la tan anhelada inmortalidad espiritual, semi física, pero por sobre todas las cosas, hecha pieza a pieza por material intelectual, que parece presentar un nivel más elevado de relevancia para el ser en cuestión. No obstante, en uso de la comprensión de este hecho concreto, no se le atribuye veracidad a la suposición que puede generarse en torno al mismo al momento de juzgarlo, no solo como acto natural, propio de la esencia particular supeditada al propio deseo del ser, amante o amado, que le atañe en partes similares, pero a la vez opuestas, dentro del mismo, afirmando con vehemencia que esta predisposición hacia el deseo por la eternidad, que absorbe la belleza del ser en sí misma, no posee naturalidad o carece de la virtud espontanea del Eros que se engendra como semilla instintiva en el vientre del alma que, eventualmente, y siendo propiciado por el erotismo característico del tal, es fecundado en el valor y la experiencia, que a su vez preparan el camino procedente al alumbramiento de la plenitud sublime y absoluta de la interdependencia que existe entre el amado y el amante. Y si no permitimos referirnos al amor profano, la virtud y calidad del ser se refleja en la voluntad de ambos, satisfaciendo la ejecución del deseo de trascendencia en una propiedad que sobrepasa el legado físico, pero que se encadena a la permanencia espiritual del Eros eterno, en un plano inmaterial, supeditado al entendimiento subjetivo, poco diversificarle y, a su vez, inconstante en función de la expectativa que es presentada en la mente del amante y, por motivos tales, del amado en cuestión, que no solo ofrece, según el pensamiento considerado, mayor deleite carnal y emocional que el tangible, sino que, haciendo hincapié en lo bello de lo que no puede marchitarse o perecer víctima de la condición natural, se conserva, puro e inalterable, sin abrir paso a la adulteración del tal, y que tiene su impacto en lo que no es explícitamente visible. (Platón) (Banq.208e4).

El pensamiento del autor nos conduce a una travesía por la mente del amante y el amado, viciados a sus naturalezas, propios de su virtud, y esclavos de sus deseos profundos e instintivos; que, dentro de la percepción involuntaria presente en su realidad, conciben lo bello, lo feo y la sublime verdad del ser, el proceso escabroso de la devoción, sea mutua, o de inexistente reciprocidad, como entes intangibles, que circundan el plano sensorial, afectando en el proceso al físico material, que no pueden ser limitados o reducidos a meros objetos de juicio banal y estético, sino que, atravesando la concepción que pueda tenerse, popularmente hablando, de los mismos, ocasionan en el ser, un más precioso, pero de igual tono y manera, borrascoso y tortuoso, actuar en función de la verdad individual y los propósitos ocultos que unen, por décadas, y aún más si se considera la eternidad del Eros, en maneras que sobrepasan el entendimiento de la mente mundana y fútil.

En aras de llevar a un reposo el agitar de las propuestas de análisis que han sido expuestas, es válido añadir al discurso la aseveración final: el amante y el amado son sus propios dioses, la belleza de lo que no se ve, y lo sublime en lo que se espera son, al final del día, la cúspide última de la gloria humana. 

21 July 2021
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