Abuso Sexual: Formas De Maltrato Y Violencia

En cualquier etapa del desarrollo la presencia de incidentes estresantes o de situaciones adversas, pueden representar un impacto físico y psicológico para la persona. Durante la infancia particularmente, este puede ser mayormente signifiativo, pues el niño, al no estar lógica, psicológica y socialmente maduro y al encontrarse en fase de desarrollo, requiere de condiciones externas de estabilidad y de protección. Por lo cual, cuando un menor sufre unas condiciones de crianza inadecuadas o claramente negativas, los efectos en su desarrollo, pueden ser muy graves, en donde influyen en un gran número de variables psicológicas, como la maduración del sistema nervioso y el neuroendocrino, lo que puede impactar y ser el origen de graves problemas de personalidad y de adaptación.

Debido a que los procesos cognitivos en la infancia son bastante limitados, es fundamental la protección de los adultos responsables del menor, porque en gran medida el significado de los sucesos y las reacciones infantiles, van a depender de los significados que sus cuidadores atribuyan al suceso y de sus reacciones. De la misma manera, las características de los acontecimientos vitales tales como duración, frecuencia, cantidad, intensidad y predictibilidad, así como su origen: naturales (inundaciones, terremotos, etc.) o humanos (terrorismo, maltrato, violación, etc.). Estas últimas, cobran gran relevancia como predictor de las reacciones al estrés, ya que el hecho de ser otra persona quien determine el daño y que esa persona con la que mantiene un vínculo afectivo significativo, agrava la reacción y la hace más compleja. 

Las reacciones ante situaciones vitales adversas y acontecimientos naturales catastróficos de una persona, deependerán de distintas características y de fuentes diferentes como: condiciones específicas del suceso, momento particular en el que se produce, ambiente cultural y social, fase evolutiva, etc.

Algunas formas y tipos de maltrato y abuso, pueden provocar en los menores alteraciones psicológicas que se explican a través del modelo de trastorno de estrés post traumático (TEPT), cuando los abusos son muy graves (maltrato físico/emocional extremo, abuso sexual), por intensos y cotidianos (por ser el/la abusador/a una persona muy cercana como madre, padre, otros familiares), pueden afectar de forma más severa, comprometiendo el desarrollo de la personalidad del menor, pues se configura en un ambiente del que no es posible escapar, y se establece como el mundo de referencia, sin otro tipo de significados. Finkelhor, considera qu el maltrato grave y continuo (y en su caso, sexual), ocasiona perdida de confianza hacia otras personas, sentimiento de indefensión y desamparo, sexualización traumática, al incorporar aspectos sexuales en las relaciones interpersonales de manera precoz, acompañado con dificultades para establecer relaciones íntimas normales y estigmatización personal, con sensación de vergüenza y culpa, aunado a la idea de haber sido responsable de los hechos.

En el año 2002 la Organización Mundial de la Saluddefinió la violencia sexual como: ‘todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independiente de la relación de esta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo’. Esto implica una relación de sometimiento entre agresor y víctima, en la cual esta última rechaza el acto sexual de forma explícita o implícita, por estar incapacitada o por falta de discernimiento. Los actos de violencia sexual involucran no solo a la víctima sino también al entorno familiar, social, ético y jurídico.

El abuso sexual infantil (ASI), al ser una condición que se da de forma reiterada en el tiempo, es decir, de forma crónica, constituye uno de los traumas psicológicos más intensos y de consecuencias devastadoras para la estructuración de la personalidad de quien lo sufrió, siendo considerado un problema complejo que requiere de la sensibilización de quien lo trata.

Si bien cualquier persona puede ser víctima de una agresión sexual, son las mujeres quienes padecen en mayor medida esta conducta violenta. De hecho, cerca de un 20% de la población femenina sufre alguna agresión sexual a lo largo de su vida.

Datos proporcionados por Martínez Moya, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, muestran que dentro del país se registran altos índices de abuso sexual infantil, en los cuales el 77% de las víctimas son niñas y el promedio de edad de los afectados es de 5 a 7 años, aunado a que en la mayoría de estos casos la víctima conocía al agresor, siendo éste, desde un familiar cercano como el padre biológico, hasta el hermano, el tío, el primo, el abuelo, el padrastro o un amigo cercano de la familia e incluso mujeres cercanas a la víctima. Por lo que, lo que aminora la posibilidad de pedir ayuda o de realizar cualquier denuncia, está relacionado con el vínculo de confianza, pues además continúan conviviendo con él hasta la vida adulta.

Es contundente la postura de los investigadores en en el tema del ASI, pues en la mayoría de los casos estudiados, las agresiones sexuales infantiles constituyen una experiencia traumática con repercusiones negativas en el estado psicológico de quienes las padecen. La gravedade impacto del abuso sexual infantil, junto a las múltiples manifestaciones sintomáticas y patológicas producidas, dan cuenta que prácticamente la sintomatología está asociada a una historia de abuso sexual o violación. Investigaciones muestran que al menos un 80% de las víctimas de agresiones sexuales infanto-adolescentes sufren consecuencias psicológicas negativas y presentan efectos que pueden repercutir en la vida adulta de no recibir un tratamiento adecuado y oportuno.

La gravedad del problema radica en las múltiples secuelas que desarrollan las víctimas de ASI, las cuales pueden ser muy diversas y su aparición muy incierta, haciendo imposible establecer un síndrome o conjunto de síntomas específicos para estas víctimas. Además, son pocos casos donde el ASI se da de forma aislada, es decir, generalmente se puede encontrar en comorbilidad con otros tipos de maltrato, como puede ser el psicológico, el emocional o el físico. Sin embargo, por sí solo, se considera un tipo más de maltrato durante la infancia. Es importante diferenciarlo de la violencia sexual, pues el abuso sexual infantil se considera una conducta reiterada en el tiempo, sostenida, repetitiva, persistente e inapropiada, que daña o reduce sustancialmente tanto el potencial creativo como el desarrollo de facultades y procesos mentales del niño (inteligencia, memoria, reconocimiento, percepción, atención, imaginación y moral). Estamos hablando de un atrapamiento psicológico, en el cual el menor va quedando preso de las demandas abusador y donde le es imposible entender lo sucedido o manejar su medio ambiente, por la confusión y el temor que la situación le produce. La repercusión del impacto se observa en su conducta, en su malestar emocional y psicológico, así como en su vida social y en ocasiones en su cuerpo. Es así como, el menor que ha sido víctima de ASI, suele sufrir consecuencias muy negativas para su funcionamiento psicológico, particularmente cuando el agresor es un miembro de la familia y cuando se ha cometido una violación. Aunque se ha observado una cierta correlación entre el abuso sexual sufrido durante la infancia y la aparición de alteraciones emocionales y/o de comportamientos sexuales inadaptados en la vida adulta, las consecuencias a largo plazo son más inciertas y de difícil detección.

Existen casos donde el impacto psicológico del abuso sexual a largo plazo puede ser pequeño (a menos de que se trate de un abuso sexual grave con penetración), sin embargo, si la víctima sufre otras adversidades adicionales, como el abandono emocional, el maltrato físico, el divorcio de los padres, una patología familiar grave, etc. se pueden agravar las consecuencias derivadas del hecho.

Portillo, sostiene que el impacto psicológico del abuso sexual dependerá de la frecuencia, de la duración, de la gravedad del abuso, de la relación con el agresor, de la fase del desarrollo psicológico de la víctima cuando tuvo lugar el suceso, de los recursos personales de afrontamiento y de los factores amortiguadores con los que cuente la víctima, tales como las relaciones familiares cohesionadas, la red de apoyo social o la autoestima positiva. Estos factores amortiguadores ayudarán a la víctima en la reducción del impacto psicológico. Por lo tanto, la reacción frente a la experiencia de victimización y las características de la misma, no es igual en todas las personas, por lo que Echeburúa & Corral, sostienen que las consecuencias del abuso sexual dependen de:

La etapa evolutiva: Antes se pensaba que si ocurría en el preescolar el recuerdo era menor que si ocurría en la etapa escolar o puberal, pero se ha comprobado que no es así, a menor edad es más profundo el daño en la construcción del sí mismo.

La relación con el abusador: Siempre es más dañino cuando el abusador es conocido, porque se produce un conflicto de lealtades, mientras que, si el agresor es desconocido, el niño se puede visualizar claramente como víctima.

La frecuencia con que ocurra: es más grave cuando ocurre frecuentemente.

El tipo de develamiento: Corresponde a cuando se descubre el abuso, resulta más protector cuando el niño está y se siente apoyado en el proceso de develar el secreto. Esta etapa no siempre ocurre.

La reacción del entorno: Tiene un mejor pronóstico un niño que es validado o que su testimonio es creído, en comparación a uno que es catalogado de mentiroso o donde la madre está en complicidad con el abusador. Es justamente a la reacción del entorno a lo que más teme la víctima, por tal motivo, las consecuencias de revelar el abuso y la intensidad de los síntomas experimentados, depende de la reacción del mismo, el cual desempeña un papel fundamental, especialmente de la madre, y, sobre todo, que ésta no asuma una actitud ambivalente, de evitación o complicidad, ya que su postura es un elemento clave para que la víctima mantenga o recupere su nivel de adaptación. En este proceso, algo que es muy importante, es el saberse creídos, que lo que dicen será tomado en cuenta. Sin embargo, en ocasiones la respuesta de los padres ante la revelación del abuso puede ser más intensa que la del propio niño, es decir, puede afectar a los padres de tal manera, que se muestran incapaces de proteger al niño adecuadamente y en los casos más graves pueden llegar incluso a culparlo de lo sucedido. Aunado a todo esto, es importante también considerar las consecuencias legales, familiares y sociales que conlleva la revelación del abuso. Tal es el caso donde la madre se percata del abuso sexual a su hijo protagonizado por su propia pareja. Los sentimientos de vergüenza y culpa, de cólera y pena, de miedo y ansiedad, pueden afectar a los padres de tal manera que se muestran incapaces de proteger al niño adecuadamente y, en los casos más graves, pueden llegar incluso a culparlo de lo sucedido.

En ocasiones la víctima no desarrolla problemas aparentes durante la infancia, pero pueden aparecer como problemas nuevos en la vida adulta y no considerar la relación.

Abuso sexual infantil y psicopatología asociada

Las consecuencias a largo plazo en las víctimas de ASI varían de unos casos a otros, pero se observa que sí existe una estrecha relación entre este fenómeno y la aparición de alteraciones emocionales en la juventud y en la vida adulta. Sin embargo, en el caso de la victimización crónica del abuso sexual en particular, los síntomas más frecuentemente encontrados en las víctimas son los referidos a la ‘conducta sexualizada’, considerada como el síntoma más característico del abuso sexual infantil, además lo relacionado con las alteraciones en la esfera sexual, ya sean disfunciones sexuales o menor capacidad de disfrute. 

Muchos autores no consideran que la categoría diagnóstica de TEPT, es suficiente para describir las reacciones nucleares experimentadas por víctimas de abuso o violación sistemática, es decir, no alcanza para definir las consecuencias de los traumas ocurridos de forma reiterada e intensa, y/o perpetrados por personas con las cuales la víctima mantenía un vínculo afectivo.

El abuso doméstico, familiar o sexual, se da durante largos periodos de tiempo, en los cuales, los menores quedan atrapados y condicionados por un gran número y variedad de circunstancias estresantes. En el ASI debido a que la víctima es psicológica y físicamente inmadura, su desarrollo queda seriamente comprometido por el abuso repetido y la respuesta inadecuada por parte de algunos miembros de la familia o de otros cuidadores; por ejemplo, cuando la madre niega o acepta la relación incestuosa del padre o del padrastro con su hija. En este caso, la menor se encuentra inmersa en un ambiente en el cual, el trauma ocurre repetida y acumulativamente y es a lo que se denomina “trauma complejo”. En estos casos el trauma psicológico grave, determinaría un diagnóstico de reacción postraumática compleja, y se desarrolla cuando las condiciones vitales desbordan las posibilidades de entender y asimilar cognitiva y emocionalmente la experiencia, alterando la percepción de sí mismo, de la afectividad y del mundo 

En otras palabras, al referimos a trauma complejo, estamos hablando del trastorno que llega a sufrir una persona debido a la acumulación de traumatización crónica. Este trastorno que puede generarse cuando una persona se mantiene en contextos traumatizantes durante un largo tiempo, cronificándose el daño y la sintomatología; o también, cuando una persona sufre, en diversos momentos vitales, experiencias traumáticas que devienen en trauma complejo por acumulación del daño, como corresponde a la traumatización por abuso sexual en la infancia.  

22 October 2021
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