Análisis del Óleo "Baile en una Caseta de Feria"
La Escuela sevillana de pintura es muy relevante para la imaginería española, en cierta medida gracias a los numerosos maestros conocidos que ésta ha dado a conocer. Esta escuela aparece en la Baja Edad Media y ha ido evolucionando con altibajos hasta la actualidad, siendo en el Barroco (siglo XVII) su momento de mayor esplendor, con artistas como Francisco de Zurbarán, Alonso Cano, Diego Velázquez, Bartolomé Murillo y Juan de Valdés Leal por sólo citar a algunos de los maestros sevillanos más importantes.
En este análisis nos centraremos en un óleo sobre lienzo de Manuel Cabral y Aguado Bejarano (Sevilla, 1827 – ibídem, 1891) titulado Baile en una caseta de feria. El autor del susodicho lienzo es uno de los mejores representantes del costumbrismo andaluz de su época. En la obra que nos toca a analizar, el artista, que firma su obra en la esquina inferior derecha, dibuja el interior de una caseta de feria en una época (el Romanticismo) en la que se desarrolló mucho el estilo costumbrista, hasta convertirse en uno de los grandes hitos del estilo nacional.
Para estudiar Baile en una caseta de feria nos preguntaremos: ¿en qué medida el regionalismo de la obra de Manuel Cabral sirvió para mantener una memoria histórica y perpetrar una herencia cultural viva? Para ello, en un primer momento describiremos la obra para ver qué costumbres recrea y después la compararemos con otras obras donde aparezca esta tradición para comprobar si sigue vigente en la actualidad.
En primer lugar, describiremos pues la obra para resaltar los aspectos regionales. Baile en una caseta de feria es un óleo sobre lienzo de 50 centímetros de alto por 65 centímetros de ancho, pintado por Manuel Cabral Aguado Bejarano en 1852. En esta escena costumbrista que recrea una escena en la privacidad del interior de una caseta durante la feria de Abril en Sevilla, podemos observar a dos grupos de hombres (diferenciados por su indumentaria y actitud) que cantan o miran a una joven vestida de flamenca que se sitúa en el centro de la composición. Esta obra evoca una escena típica durante la Feria. De hecho, la Feria de Abril en Sevilla fue, en sus orígenes un evento para vender ganado, promovido a instancia del empresario bilbaíno José María Ybarra y del catalán Narciso Bonaplata en 1847. Gracias a obras como ésta, la Feria de Abril ha tenido gran repercusión iconográfica desde la literatura y la pintura decimonónica hasta las de la actualidad.
El cuadro de Manuel Cabral nos ofrece una escena diurna: a través de la puerta abierta de la caseta, vislumbramos un cielo azul bastante despejado y una muralla[footnoteRef:2]. Esta puerta abierta es una de las técnicas que utiliza el pintor para dar profundidad a su obra, pero también puede hacernos pensar en el motivo de la veduta utilizada en el Renacimiento italiano como transición entre una escena de interior y una escena exterior que se abre a un paisaje urbano. [2: El elemento arquitectónico que se atisba al fondo de la composición no es exactamente una “muralla”, sino la Puerta de San Fernando de la que hablaremos a continuación.]
Es una escena privada (puesto que sólo los socios tenían acceso a sus casetas) desde el interior de una caseta algo sombría. No obstante, podemos distinguir dos focos de luz el primero, más intenso, sería un foco fuera de campo, situado a la izquierda del observador. Podemos ver cómo la luz entra desde alguna ventana situada fuera del campo de visión que representa el pintor, da de lleno en el grupo flamenco, especialmente en la mujer. Este foco resalta sobre todo por la sombra que emana de la mujer, del guitarrista y del señor dormido sobre la mesa que se encuentra en la penumbra la derecha del espectador. Asimismo se puede observar más leve en las sombras de las ropas, especialmente en la chaqueta marrón y el pantalón verdoso del personaje que se encuentra sentado sobre la mesa. El segundo foco de luz sería la entrada de la caseta que se observa al fondo, en la mitad izquierda del cuadro. Desde ella podemos observar el paisaje despejado y situarnos geográficamente en Sevilla, pues podemos observar un elemento arquitectónico distintivo de la ciudad: la Puerta de San Fernando. En efecto, el casco antiguo de Sevilla estuvo cercado por murallas y puertas fortificadas que comenzaron a construirse en las épocas romana y almohade. Éstas se conservaron hasta el siglo XIX en que fueron parcialmente destruidas tras La Gloriosa, la revolución de 1868. De las hasta dieciocho puertas que existieron, actualmente sólo se conservan cuatro y la Puerta de San Fernando es una de las que se perdieron, pero gracias a este tipo de obras se puede atestiguar su existencia.
Volviendo a la obra que nos concierne, nos llama la atención la especial delicadeza con que Manuel Cabral pinta a los personajes. Éstos se encuentran en una disposición horizontal, en un semicírculo que rodea a la única mujer de la escena. Esta mujer viste el atuendo típico de Sevilla, el traje de flamenca. Es un vestido, que aunque ha evolucionado con el paso del tiempo, sigue estando vigente. Si antaño era la ropa habitual de las campesinas y las gitanas sevillanas, en la actualidad su uso se reduce al ámbito feriante. El personaje femenino de la obra de Manuel Cabral lleva un vestido azul, con volantes o faralaes acabados en negro. La buena técnica de la representación del volumen se puede observar en los pliegues de las ropas de los personajes, pero se aprecia especialmente en la falda de la mujer. Completan su vestimenta unos pendientes, un collar, una pulsera, una peineta y un mantón blanco de manila, con bordados florales.
Como bien hemos dicho anteriormente, los personajes masculinos se dividen en dos grupos, entre los cuales se observa una gran dicotomía, no tanto vestimentaria como respecto a su actitud: “flamencos” y “señoritos”. La mujer está acompañada por personajes masculinos que cantan y tocan las palmas, incluso uno de ellos toca una guitarra. Estos tipos masculinos visten camisa blanca, chaqueta corta de diversos colores, fajín y pantalones oscuros. Sus trajes se complementan con unos sombreros negros, redondos y abombados o con un pañuelo rojo en el caso del personaje que se encuentra a la izquierda. Estos personajes pueden ser, junto con la gitana analizada anteriormente, un grupo de cantaores y bailaores de flamenco que divierte al otro grupo masculino, formado por cuatro “señoritos” vestidos con chaqueta larga y oscura, pero sobre todo distinguidos por sus sombreros de copa y su actitud lúdica.
Del rostro peculiar de estos personajes que Manuel Cabral se ha preocupado de distinguir (no son rostros homogéneos, estandarizados), llama la atención su expresión estoica, pero es usual en las pinturas de la época.
En esta primera parte hemos descrito pues la obra, resaltando sus aspectos más regionales, más característicos de la Feria de Abril típica sevillana: la caseta, los cantes y bailes flamencos, los trajes y complementos típicos… Ésta es pues la característica por la cual el estilo pictórico de Manuel Cabral Bejarano en su obra Baile en una caseta de feria se enmarca dentro del costumbrismo andaluz. Tras haber descrito la obra, pasamos pues al análisis comparativo de la misma, con respecto a otras obras que muestren esta tradición para comprobar si su herencia sigue vigente en la actualidad.
En esta segunda parte, podemos comenzar tratando sobre la importancia de esta obra y de otras de la misma temática para su consolidación en la imaginería española tanto desde el punto de vista nacional como desde la mirada exterior. Los artistas decimonónicos románticos, ya fueran pintores como es el caso del autor que nos concierne o literatos como por ejemplo Gustavo Adolfo Bécquer, recrearon esta imagen como ya lo hicieran sus antecesores. De hecho, el padre de Manuel Cabral, Antonio Cabral Bejarano es una figura muy importante para esta imagen del panorama de la pintura romántica sevillana. En su taller estudiaron muchos pintores como sus propios hijos [footnoteRef:3]o los hermanos Bécquer[footnoteRef:4]. [3: Los hijos de Antonio Cabral Bejarano son Manuel y Francisco Cabral y Aguado Bejarano.] [4: Gustavo Adolfo Bécquer y Valeriano Domínguez Bécquer fueron dos artistas románticos españoles, hijos del pintor José Domínguez Bécquer. Aunque Gustavo Adolfo Bécquer es más conocido por su obra poética, también era dotado para la pintura.]
Hay muchas obras que relatan esta escena típica de feria. Sin ir más lejos, el propio Manuel Cabral pintó En la feria de Sevilla. Aunque no nos pararemos a analizarla en profundidad, podemos decir que este otro lienzo representa la misma escena festiva, pero en el exterior. En un primer plano aparecen los caballistas, montados en corceles andaluces ataviados para la feria, en un segundo plano podemos ver a la derecha una gitana (lo podemos suponer por su color de piel) friendo buñuelos y unas casetas en las que podrían estar nuestros personajes de Baile en una caseta de feria. En el fondo, observamos la catedral de Sevilla con la Giralda y la puerta de San Fernando.
También se aprecia el mismo tipo de detalles en La Feria de Sevilla de Joaquín Domínguez Bécquer, otro gran exponente del costumbrismo dentro de la Escuela sevillana de pintura. Todos y cada uno de los detalles dibujados en estas obras ayudan a conformar el imaginario en torno a la feria: los tipos andaluces, como caballistas, gitanas y cantaores se convierten en protagonistas de los cuadros. Esta iconografía representará la Feria de Abril, con motivos que siguen recogiendo los carteles recientes para anunciar las fiestas de la primavera en la capital hispalense.
La Semana Santa, La Feria de Abril y las romerías son algunos temas que emplearon los artistas románticos para representar los aspectos más pintorescos de Sevilla. Por ejemplo, su feria siguió su evolución, hasta llegar a ser en la actualidad una fiesta representativa de España. De hecho, sigue celebrándose en la actualidad por toda Andalucía, ya que es una festividad que combina la vistosidad del decorado de su portada, sus casetas y sus trajes, con la tradición y el júbilo de sus asistentes.
De la misma manera que Manuel Cabral pintó esta obra costumbrista donde se describe perfectamente la vestimenta, las costumbres y otras características de la Feria de Abril de la Sevilla más castiza, Gustavo Adolfo Bécquer publicó también una serie de artículos recogidos en 1869 bajo el nombre de La Feria de Sevilla, en los cuales recrimina a esta tradición el haberse vuelto más ostentosa y perder su originalidad, mantenida en otras poblaciones. En su serie de artículos, Bécquer se dirige a los “verdaderos conocedores de las costumbres andaluzas en toda su pureza […] que buscan con entusiasmo las escenas y tipos y recogen con afán los cantares y giros pintorescos del lenguaje que revelan la genialidad propia de un pueblo tan digno de estudio[…]”, llamándolos a buscar estas especifidades en las ferias de poblaciones más pequeñas, donde aún se conservan. Efectivamente, podemos ver cómo, tanto en las obras pictóricas enunciadas a lo largo de este análisis como en la descrita por Bécquer[footnoteRef:5], se consolida la imagen del caballista en su potro andaluz, la de los flamencos vestidos con “la chaquetea jerezana, el marsellé y los botines” y la de la mujer flamenca vestida con una peineta o “la graciosa mantilla de tiras, el vestido de faralares y el zapatito con galgas[footnoteRef:6]”. [5: En el primer artículo/capítulo de La Feria de Sevilla (1869), Bécquer critica que no se respeten las características típicas de esta fiesta, que yo he sacado del contexto inicial para enumerar sus peculiaridades.] [6: Entrecomillado extraído de La Feria de Sevilla (1869), Gustavo Adolfo Bécquer.]
De hecho, la Feria de Abril de Sevilla atraía, con su diversión, su jaleo, su luz y colorido, a gran afluencia de visitantes sevillanos, extranjeros nacionales y también foráneos de las principales naciones europeas. Todos y cada uno de los detalles descritos en las obras anteriormente mencionadas ayudan pues, a conformar el imaginario en torno a la feria y lo más importante, difundir esta idea y hacerla perdurar en el tiempo. Estos artistas decimonónicos asumirán en la primera mitad del siglo XIX la herencia del Romanticismo y configurarán una imagen de Sevilla “exótica” que se sigue utilizando hoy en día, como en el caso de los carteles de feria o los recuerdos de las tiendas de souvenirs.
Para concluir, podemos decir que Baile en una caseta de feria es un cuadro de costumbres que completa pues, la imaginería española acrecentada y perdurada por otros autores[footnoteRef:7] nacionales o internacionales. Manuel Cabral pinta estas escenas festivas de la vida sevillana en las que deja bien patente su maestría en la observación pintoresca de los diferentes Podemos decir que son temas predilectos en la época, con una propuesta documental de personajes y motivos, apuntalan la imagen de la ciudad hispalense en el exterior y gracias a la cual esta imagen sigue viva hoy en día. [7: Georges Bizet escribió su ópera Carmen en 1875 y ayudó así a mantener el mito internacional de la cigarrera sevillana que sigue vivo en nuestra imaginería popular.]
En obras como Baile en una caseta de feria, Manuel Cabral pinta estas escenas festivas de la vida sevillana, que consolidan su notable habilidad en la observación de los diferentes tipos “feriantes”, descritos con minuciosidad, que logra cautivar la atención del espectador de la época. Este autor esencial de la pintura costumbrista sevillana se acercó al tema dejando una visión pintoresca de dicho acontecimiento. Gracias a estos autores, se consigue perdurar una imagen típica sevillana como la Feria de Abril, parte del patrimonio inmaterial de la cultura hispánica que sigue vigente en el imaginario universal hoy en día.