Buscando A Proust Por El Camino De Swann
Ayer, quizás en un intento fútil por recuperar el tiempo perdido, sentí una incierta experiencia de dêja-vu, de la que todavía no estoy plenamente convencido, pero de la que me pregunto, vanidad de vanidades, si se trató realmente de un sueño o fui víctima propiciatoria en el holocausto de una inesperada disfunción de la vigilia, enfermedad de los poetas, según tengo entendido, afín a ese singular estado, al que algunos navegantes de la melancolía se refieren como ensoñación.
Creo, si mal no recuerdo, que mis intenciones eran las de conocer a Swann; hacerme el encontradizo con él, intentar ganarme su confianza con las armas de la seducción, y una vez en mi terreno, sonsacarle sin violencia el secreto de su camino. Pero, no obstante, para conocer a Swann –pensé- tenía que encontrar antes a esa celestina literaria que fue Marcel Proust.
Paseando, pues, por los aledaños del Estanque del Buen Retiro -donde ese excelso gruñón de don Pío Baroja situaba sus alegres noches y la, por entonces recién estrenada y por lo tanto novedosa Casa de Fieras atraía el entusiasmo de infantes y mayores- observaba ensimismado los rostros de todos aquellos con cuantos me cruzaba, pensando en cuál de aquéllas máscaras se ocultaría el espíritu de aquél afortunado hijo de la Musa, al que algún osado crítico moderno clasificó no sólo de ‘asmático y aficionado a los salones de la nobleza’, sino también, de ‘discretamente homosexual y maniático de la literatura’.
Pensaba, en mi discreto deambular, y muy a mi pesar, que el mundo no está hecho para esos otros guiños del amor; guiños no exentos de inocencia, en algún caso, que sin embargo, por ruda que parezca su mención, son el talón de Aquiles de esa flecha troyana –metafóricamente hablando- cuya punta contiene la ponzoña del peor de los venenos, que no son otros que el machismo mal entendido y la incomprensión. ‘Vivan las hogueras’, -me dije, constrito, pensando que España seguía siendo ese ‘non plus ultra’ de país que se aferra con desesperación a su bizantina piromanía y donde, si no hay toro jubilo que lidiar, existen armarios cuya puerta es mejor volver a cerrar, en el nombre de ese terrorífico ‘Coco’, que es la decencia mal comprendida.
Durante mi paseo, paradójicamente desconocidos senderos de conocida nostalgia, observé unas nubes, por cuyo color intuí que el cielo, celosamente fiel a sus propias leyes primigenias, no tardaría en pintar colores del Greco, que ensombrecerían la tierra con los estandartes del caos. Y aquéllas nubes, mensajeras de dioses olvidados en los océanos arquetípicos del inconsciente, semejaban, comparativamente hablando, un asteroide que pretendiera hacer con las carpas del pacífico estanque, lo que aquél otro, hace milenios, hiciera con los dinosaurios.
Al final, pensando en Proust, y pensando que la Memoria, después de todo, no es, sino un tupido laberinto donde reside el Minotauro del recuerdo, comprendí que el camino de Swann, es la historia del camino de cualquiera de nosotros, dentro o fuera de esa selectiva observación de pena y gloria, conocida como la buena sociedad, se esté o no liberado de sus cadenas, opresiones y vanidades. Una historia –ajenos ya a ésta complementaria circunstancia- de esas, cotidianas, pero desesperadamente intensas, donde el Amor, el Gran Burlador de todos los tiempos, quiere pero no puede. Que viene y que va, como el hermano gemelo de cualquier viento del espíritu. Y del que, no obstante, también se puede decir que se otorga a sí mismo, en ocasiones el beneplácito de detenerse donde le da la gana el tiempo suficiente, con seductora determinación, como para conseguir el milagro de que una persona se sienta lo suficientemente afortunada para pensar, que al fin al cabo, ese padre tirano que es el viejo Cronos, le ha otorgado el beneplácito de una tregua, para congraciarle con un destello de aquello que los místicos definen como Eternidad.
Notas, Referencias y Bibliografía:
- José María Valverde, en su prólogo a la edición de la novela de Proust, ‘Por el camino de Swann’, de RBA Editores, S.A., Barcelona, 1995.