Desobediencia Civil En La Edad Moderna: Los Morisco De Villarubia De Los Ojos
El 9 de abril de 1609, Felipe III decretaba la expulsión de los moriscos de todos sus reinos hispánicos; medida que se hizo pública el 22 de septiembre. Pese a lo que pueda parecer por el nombre, los moriscos eran cristianos, «cristianos nuevos», como los judíos conversos, descendientes de los mudéjares que se habían convertido un siglo antes, a principios del XVI. Es decir, se trataba de familias que llevaban cinco o seis generaciones bautizando a sus hijos.
Entre 1609 y 1614, fueron expulsados de la península Ibérica unas 300.000 personas, el 4% de la población (el equivalente a echar ahora de España a unos dos millones de habitantes); aunque, en zonas de Valencia y Alicante, significó la pérdida de un tercio de la población. Una catástrofe demográfica de dimensiones gigantescas que, además de su aspecto social y humano, terrible, tuvo consecuencias desastrosas para el campo español, especialmente para las zonas de huerta del Levante. Se arruinaron comarcas enteras, y durante décadas, los reinos de Aragón y Valencia se convirtieron en un peso muerto para el conjunto de España. La expulsión fue una calamidad para la economía local y la vida del resto de la población en una época de hambre, guerras y carestía generalizada.
Las principales razones esgrimidas para justificar la expulsión fueron de índole religiosa. Se presentó a los moriscos como una minoría ajena que nunca había hecho esfuerzos para integrarse, que seguía practicando su antigua religión y que estaba preparada para unirse a los turcos y los piratas berberiscos del norte de África en una posible invasión. Unos súbditos poco fiables que formaban una verdadera quinta columna en el corazón de la Monarquía hispánica.
En realidad, la expulsión evidenciaba la incapacidad de absorber socialmente a esta minoría y el fracaso a la hora de evangelizarlos. Pero fue algo que se dio en zonas muy concretas, como el reino de Valencia, donde los moriscos seguían formando un grupo social apartado. En el resto de la Península, después de la fuerte presión ejercida por la Inquisición en la primera mitad del siglo XVI, y la dispersión de los moriscos granadinos tras la rebelión de las Alpujarras (1568-1571), la mayor parte de las comunidades habían perdido el uso de la lengua árabe, y los conocimientos de la religión de sus ancestros era muy pobre. Como mucho, conservaban algunas costumbres y tradiciones. En gran parte de Castilla ni siquiera eso.
Pero los Austrias llevaban demasiado tiempo buscando un país homogéneo en torno la religión, algo que les había empujado a costosas guerras de religión en el corazón de Europa y había provocado persecuciones y revueltas dentro de sus fronteras. La paz con las potencias protestantes a principios del XVII restaba credibilidad a Felipe III, así que se necesitaba un golpe de efecto para que la Monarquía hispánica se volviese a ver como la gran defensora del catolicismo.
“La expulsión de los moriscos, por Joaquín Roda (1894). Museu de Belles Arts de Castelló”.
Como se puede ver, fue una medida impuesta desde lo alto, pero que no era demandada ni fue respaldada, en muchas ocasiones, por el pueblo llano. Incluso hubo casos en el que el edicto de expulsión se encontró con fenómenos de resistencia pasiva, una especie de desobediencia civil. Es lo que sucedió en Villarrubia de los Ojos, población situada al pie de las estribaciones surorientales de los Montes de Toledo, lindante con la Mancha.
En Villarrubia no se podría hablar de una minoría, ya que los moriscos conformaban casi el 50% de la población de la localidad. Había multitud de matrimonios mixtos. Desde la conversión forzosa de 1502, en que todos los musulmanes (mudéjares) fueron obligados a bautizarse, los moriscos de la Mancha se habían asimilado paulatinamente al resto de la población hasta el punto de que ya no había diferencias entre unos y otros. En el caso de Villarrubia, está documentado que incluso llegaron a ocupar cargos administrativos o judiciales importantes. Había un clima de tolerancia y aceptación plena. Y contaban con el beneplácito y protección de la nobleza, pues constituían una mano de obra barata y sumisa.
En mayo de 1611, Felipe III encarga al conde de Salazar la expulsión de los moriscos de Castilla la Vieja y la Nueva, el Reino de Toledo, la Mancha y Extremadura. En Villarrubia de los Ojos fue algo bastante inesperado y, desde luego, indeseado. Nadie esperaba que las medidas de expulsión llevadas a cabo en Valencia y Andalucía pudiera repercutir en esa zona de la Mancha, donde los moriscos estaban totalmente integrados. Desde el Conde de Salinas, a cuyo señoría pertenecía Villarrubia, hasta el labrador más pobre, pasando por los propios oficiales, todos creían que la medida no afectaría a sus conciudadanos.
Y se rebelaron. Comenzó una lucha contra los bandos de expulsión, una lucha que dirigía en secreto el propio conde de Salinas. Llegó a haber hasta tres intentos de expulsión, en 1611, 1612 y 1613, ya que, cuando las autoridades expulsaban a los moriscos, éstos volvían desde Francia o desde el norte de África, y el pueblo les acogía. La última vez acudió en persona el propio conde de Salazar, que ya no se fiaba ni de sus propios servidores. Pero los moriscos siguieron regresando, y sus vecinos les ayudaban. A menudo los escondían en sus casas o los instalaban en la sierra y les llevaban víveres. Fueron especialmente destacadas las actuaciones del gobernador Gabriel Zurita, el contador Antonio Laso y el mayordomo Bartolomé de la Vega.
Cuando la expulsión finalizó oficialmente en 1614, la mayoría de los moriscos de Villarrubia se encontraban el pueblo. Los que estaban escondidos y expulsados también fueron regresando y ocuparon de nuevo sus propiedades y oficios. Incluso llegaron a recuperar las casas y terrenos confiscados apelando a los tribunales a lo largo de la década siguiente, ya que muchos de ellos eran abogados y licenciados.
Poco a poco, con el paso del tiempo, volvió la normalidad para los moriscos de Villarrubia, salvo por algún proceso aislado llevado a cabo por la Inquisición. A principios del siglo XVIII, ya ni se recordaba distinción alguna; todos eran, simplemente, villarrubieros. Habían resistido y vencido a la intolerancia.
Fuentes:
- ALONSO GARCÍA, D.: Breve historia de los Austrias, Ediciones Nawtilus, Madrid, 2007
- DADSON, T.: Los moriscos de Villarubia de los Ojos (siglos xv-xviii). Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, Iberoamericana-Vervuret, Madrid, 2007
- Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius). Este artículo también lo publiqué en Steemit.