El Aborto Y Su Progreso Desde La Antigüedad Como Delito
La cuestión de la interrupción del embarazo existe desde la antigüedad, aunque no sería hasta el siglo III d.C, con el progresivo auge del cristianismo en Roma, que se le empezaría a considerar como un delito. Existían varios métodos para provocar el aborto, como la mezcla a base de aceite de oliva rancio, miel y resina de cedro o la introducción de una bola de lana empapada en vino, propuestas por Sorano de Éfeso (médico en la época de Adriano) o incluso la inserción de una araña envuelta en piel de ciervo. Aun cuando no se le consideraba como un crimen, se empleaban con más frecuencia otros métodos, por los múltiples riesgos que suponían el aborto para la madre (cortes, infertilidad secundaria, infecciones o incluso la muerte). Es así como las prácticas más frecuentes eran el infanticidio (dar muerte al recién nacido) o el simple abandono del neonato (también llamado «exposición», que tiene su ejemplo más conocido en los fundadores del Imperio Romano, Rómulo y Remo, abandonados en el bosque y dados de mamar por una loba).
En la Edad Media, estas dos últimas técnicas (el infanticidio y la exposición) seguirán estando ampliamente extendidas. En cuanto a los infanticidios, en muchos casos no se realizaban mediante actos directos (como estrangular al recién nacido, golpearlo o ahogarlo), sino por otros indirectos como dejarlos morir de hambre o permitir que ocurrieran accidentes. Esta práctica afectaba ante todo a las niñas y a aquellos con problemas médicos, a los que no se les consideraba con mucho valor en las sociedades militares y agrícolas. El infanticidio, aunque se sabe que aún se lleva a cabo en países como China, la India y en ciertas ocasiones en España, es rechazado y ha sido ilegalizado por la mayor parte de las sociedades, entre ellas la española. En cuanto a la exposición, se han encontrado leyes medievales que regulaban el abandono de niños, como es el caso del Liber ludiciorum (cuerpo de leyes visigodo) que condena el hecho y puede llegar a convertir a los padres en esclavos, o el Fuero Real de Alfonso X que aplica la retirada de la patria potestad. De la misma manera que en la Edad Media, el abandono de niños sigue siendo condenado en España con multas, penas de cárcel y la retirada de la patria potestad.
La Iglesia católica, que en el medievo ya ejercía un gran dominio sobre las gentes tanto en el plano social como en el político, intentará sin éxito frenar todo tipo de práctica que vaya en contra del feto, prohibirá el infanticidio e internará a niños abandonados en monasterios o conventos. En el libro sagrado de esta religión, la Biblia, no se cita ninguna práctica abortiva, ni se condena la práctica, por el simple hecho que el aborto no se considera como una opción para las mujeres. Varios pasajes en este texto dan a conocer la importancia de la vida para Dios y cuál es el inicio de esta. Uno de estos ejemplos, podemos leerlos en el libro de Jeremías con esta frase dicha por Dios: «Antes de haberte formado en el vientre ya te conocía, antes de que nacieses te había consagrado profeta». Es decir, aún sin haber nacido todavía, Dios ya valora la vida de Jeremías, pues para él desde el útero ya es un ser humano con una misión en el mundo. En el Evangelio de Lucas tenemos otro ejemplo, esta vez con Jesús, en el que se da a entender que su vida empieza desde el seno de María. En la actualidad, la postura de la Iglesia sigue apoyándose en la Biblia, y adoptando una postura en contra del aborto. Sin embargo, ciertos sectores de la Iglesia si aceptan la interrupción del embarazo en caso de malformación, sin dejar de insistir en el valor de la vida desde la concepción en el seno materno.
A pesar de la postura de la religión católica sobre el aborto, los riesgos para la madre y los intentos de la legislación medieval para eliminar esta práctica, hay mujeres que aún arriesgaban sus vidas para deshacerse del feto. Existían brebajes, polvos y pastillas para provocar el aborto, incluso hechizos, aunque todos ellos eran difíciles de conseguir. Los escritos médicos de la época no suelen hablar de las sustancias abortivas, aunque el autor del texto botánico Floridus Macer (siglo XIV) si que afirma que las plantas emenagogos son abortivas. Dioscórides (médico y farmacólogo de la Antigua Grecia, cuya obra se convirtió en el principal manual de farmacia en la Edad Media y el Renacimiento) nombra varias de ellas: el «enebro», las «flores de col», ambas podían tomarse como supositorios vaginales, o la «ruda» que facilita la menstruación y en dosis mayores provoca el aborto. Esta se trata de una planta muy peligrosa para la madre, por las grandes hemorragias que le ocasiona. Sin embargo, una de las más conocidas ya citada por Plinio y aún hoy en día utilizada en el Magreb, es la «sabina». Provoca una inflamación gastrointestinal, gastrourinaria y paráisis del sistema nervioso central, con convulsiones y puede ocasionar la muerte. A veces, la madre moría sin que se haya podido expulsar el feto. Otra planta ya utilizada en la Edad Media y aún en nuestros días, es el «azafrán» en grandes cantidades, pero al igual que las anteriores debe ser tomada con precaución. Sorano de Éfeso menciona otras: la «cabañeja», la «granada», el «alhelí amarillo», la «pimienta» en grandes cantidades y la «rúcula». Todas estas han sido puestas a prueba, menos la rúcula, y se ha demostrado su efectividad.
Aparte del uso de plantas, también se podía provocar el aborto por otros métodos más próximos a los empleados hoy en día por los médicos. Con agujas o instrumentos cortantes se intentaba extraer al feto, aunque estoy conllevaba bastantes riesgos, ya que la madre podía desangrarse o quedarse estéril. Una de las técnicas abortivas que utilizaba estos intrumentos, empleada en la Edad Media y aún en nuestros días (como en EE. UU.), era lo que se llamó la «Crudelitas Necesarias»: se trataba de desmembrar al feto para sacarlo, lo que a día de hoy sería una aborto de emergencia en la última fase del embarazo.
En otras ocasiones, se recurría a las sangrías, ya desaparecidas en la actualidad. Aunque los médicos de la época conocían la peligrosidad de esta para el feto y la madre, ciertas mujeres mentían sobre su estado, afirmando no estar embarazadas y pedía que les hicieran una sangría en el tobillo (método común para provocar la menstruación). A veces, esto funcionaba, y en otras acababa con la muerte de la madre por desangramiento. Otro método más rudimentario, y que aún en nuestros días es una de las causas de los abortos involuntarios, es hacer justo lo contrario de lo que se recomienda a las embarazadas. Consistía en hacer esfuerzos, ejercicios violentos o dar paseos enérgicos. Otras prácticas que podían provocar el aborto eran los masajes fuertes en el vientre y el pubis.
Todas estas prácticas estaban sometidas a la teoría de la hominización tardía o de la llegada del alma tomada de los griegos (en particular de Aristóteles) que dominaba en la Edad Media: se pensaba que el alma llegaba al feto en el primer trimestre de embarazo, por lo que a partir de ese momento se consideraba vida humana y antes de ello aún se podía abortar al haber una ausencia de esta alma. Tomás de Aquino seguía esta corriente, también llamada «la teoría de la animación», que consideraba al embrión como ser humano desde el momento en el que la madre percibe sus movimientos. Incluso en la Edad Moderna, Carlos I estableció pautas para mitigar los castigos por aborto en relación con esta teoría. Si comparamos esta teoría con el presente, nos damos cuenta de que en España el aborto no está penalizado y es posible en las primeras 14 semanas de gestación o en las 22 primeras si el feto tiene problemas de salud, lo que corresponde al periodo de tiempo de tres meses que Aristóteles creía y al movimiento del feto que no suele producirse hasta después de las primeras 18 semanas.
Aunque el aborto era una práctica rechazada por la Iglesia cristiana, existen bastantes testimonios literarios de la época que dan cuenta de que aun así se llevaban a cabo. Un primer ejemplo, lo encontramos en la obra literaria Tirant lo Blanc de Joanot Martorrell (poner extracto de la obra), en el que se explicita como una mujer toma hierbas para abortar. En A.H.N. (Archivo Historico Nacional) Órdenes militares (1533) se narra como Catalina Rodríguez miente a su médico para poder abortar mediante una sangría (poner extracto de la obra). Otro ejemplo es Espill de Jaume Roig, donde tenemos a una mujer que recurre a fuerzas sobrenaturales (es decir, hechizos) para deshacerse de dos fetos (poner extracto de la obra). Incluso Gonzalo de Berceo en Signos que aparecerán antes del Juicio Final hace referencia a los abortados y que no han podido acceder a la salvación de sus almas. Más concretamente, puede leerse: «Quantos nunca nacieron / e fueron engendrados / quantas almas ovieron / fueron vivificados sí los comieron aves / si fueron ablentados todos en aquel día / allí serán juntados»