Resumen de la Película “No conoces a Jack”
Dos conceptos que sin lugar a duda han planteado gran polémica y debate entre la comunidad tanto académica, política, jurídica como civil, es el tema de la vida y la muerte en todas sus variantes. Uno de los temas más debatidos en torno a estas cuestiones es la aceptación o no de la eutanasia o buena muerte, a partir de las diferentes concepciones que se han creado en la historia del significado de la vida humana. La discusión acerca del tema se ha popularizado, debido a que actualmente se defiende la autonomía del paciente en lo referente a tomar decisiones sobre sus tratamientos médicos, sobre todo cuando padecen una enfermedad terminal.
Sin duda alguna la eutanasia es un tema que encierra profundas discusiones, principalmente en la comunidad política y jurídica mundial, así como también respecto a la posición ética que se adopta con relación a esta práctica. Mundialmente existen diferentes posiciones sobre esta materia, sin embargo, parece ser que las discusiones tienden hacia la despenalización de la eutanasia o suicidio medicamente asistido, gracias a la autonomía de cada paciente de tomar sus propias decisiones en relación con su tratamiento médico.
Para continuar con esta idea, se tendrá como base la película “No conoces a Jack”, cinta que relata la historia de Jack Kevorkian, un médico jubilado de 61 años de edad que lucha por legalizar la eutanasia. Ver el sufrimiento de su madre enferma lo inspira a estudiar sobre tanatología, disciplina que se encarga sobre los conocimientos médicos relativos a la muerte construyendo la máquina Mercitron, la cual podrá ayudar a las personas a realizar el suicidio asistido administrando una serie de sustancias que harían de la muerte algo breve y sin dolor, pues él no puede administrar los químicos directamente porque sería ilegal, sería visto como un asesinato. Así pues, quisiera abordar este filme desde una visión expositiva, principalmente abordando la pregunta ¿Cuáles son los límites de la eutanasia? A la vez que la posición tomada por algunos en la película como médico que dignifica la muerte de sus pacientes.
Me parece correcto hacer plausible la legitimidad de la eutanasia en ciertos casos de enfermedad física o mental en los que puede decirse que “la vida en serio”, que merece ser vivida, ha terminado. La decisión de poner fin voluntariamente a la propia vida en estos casos los intereses críticos del sujeto. Se trata de intereses que conciernen a la vida del individuo tomada como un todo y en virtud de los cuales el individuo está interesado no sólo en vivir de una cierta manera, sino también en morir de un modo acorde con su proyecto personal de vida. Tales intereses críticos tienen cierta prioridad por sobre los intereses de experiencia, como el final de una obra con el resto de la trama, como lo ve Dworkin.
La actitud conservadora de rechazo de la eutanasia constituye una crítica al atentado contra la santidad de la vida humana, aludiendo al valor intrínseco de la santidad e inviolabilidad de la vida humana en general. No obstante, parece ser que se trata más bien de una genuina discusión de principios, en la que se expresan concepciones radicalmente diferentes y, en lo esencial, inconciliables, acerca del tratamiento que una sociedad democrática y respetuosa de la vida y de los derechos individuales que han de concederle a toda forma de vida humana.
En efecto, alguien carente de convicciones religiosas, y que no suscriba ni siquiera la idea moral de que la vida es un bien indispensable y no mera propiedad individual, podrá considerar el suicidio como algo lamentable y penoso, pero no necesariamente suscribirá la idea de que constituye un crimen que debe ser prohibido. Podrá argumentar en contra que cada uno es dueño de hacer lo que desee con su vida.
Sin embargo, considero que no es lo mismo ayudar a morir o matarse con la ayuda de otro, que negarse a utilizar los medios que permitirían impedir temporal y artificialmente la expiración natural de la vida. Así pues, no estoy de acuerdo con la idea de preferir la muerte por el miedo a la historia natural de la enfermedad. Como en el caso de la Sra. Janet Atkins que padecía de Alzheimer, pero aún no se veía muy afectada por la enfermedad, sin embargo, ella decide morir antes que empezar a perder por completo la memoria y su funcionalidad. En este caso yo creo que fue una acción muy precipitada ya que la Sra. Atkins pudo durar un poco más de tiempo en un estado de conciencia considerable disfrutando de su familia y un buen estilo de vida.
A lo largo de la película, se observa como constantemente se reflexiona acerca de la autonomía del individuo y la justicia detrás del acto asistido de la eutanasia por parte del Dr. Jack, pues cada pensamiento gira entorno a estas consideraciones.
La autonomía es el principio que considera el grado de intencionalidad de los actos, la comprensión de ellos y la ausencia de coerciones o limitaciones de las personas en tanto agentes morales capaces de decidir de manera informada.
Este principio se explaya en toda la película cuando cada paciente de cada caso era víctima de su sufrimiento, dolor y agonía de su condición médica, además de un sistema político y médico que les negó la posibilidad de decidir sobre una base sólida el hecho de terminar con una vida indigna. Todos los que el protagonista asiste (a excepción del caso previamente expuesto) están muy conscientes de su decisión y desde el punto de vista ético no cabe la menor duda cuando se es empático que no se puede vivir bajo esas condiciones y que si las personas son psicológicamente capaces deberían las leyes en todo el mundo poder entregar la oportunidad de morir dignamente.
Es difícil el debate al establecer los límites de autonomía en cuanto a la muerte pues siempre se ha priorizado el mantener la vida. El Dr. Muerte (como se le apodo al protagonista) también ve truncada su autonomía al ver cuartada su posibilidad real de ejercer la medicina en cuanto a la disciplina de la tanatología, el suicidio asistido y la eutanasia activa y poder realizar intervenciones respetuosas, dignas en torno al proceso de morir, pues hay toda una sociedad estructurada con leyes construida con pilares solidos que apoyan solo la vida, pero paradójicamente, están de acuerdo con terminarla de una de las formas más inhumanas y apáticas posible: dejando morir de hambre a los pacientes terminales.
Con lo anterior dicho, también creo que este componente de autonomía puede ser aplicado al doctor que eventualmente practicaría el acto de la eutanasia, pues convicciones morales o en casos de debilidad emocional o psicológica podrían permitirle al doctor objetar conciencia y no terminar con la vida de un paciente. En otros casos, teniendo mayores estudios médicos y psicológicos del paciente, también se puede negar a practicar la eutanasia coartando este principio de autonomía, pues se puede tratar de un severo cuadro de depresión que requiere otros tratamientos.
Podría decirse legalmente que se cometió daño cuando se practicó la eutanasia activa en Tom y se ayudó a suicidar a tantos. Por otro lado, la sociedad está produciendo daño al no poder entregar una calidad de vida a este miembro que padece de una condición médica irreversible, ¿el dejar que alguien sufra de dolor acaso no es dañar también?
Desde el punto de vista de la justicia, Jack lucha durante toda la trama y expone abiertamente en cada dialogo en que se refiere a cómo debería ser la muerte asistida, se expone en cada defensa del abogado cuando se dice que es legal dejar morir de hambre, pero no suicidarse bajo las condiciones médicas de cada caso relatado en la película. ¿Qué es lo justo entonces?, donde está la justicia distributiva equilibrada basada en el sentido y fin de cooperación social.
Tal vez se podría hablar de compasión, entendida esta como percibir el sufrimiento ajeno. El Dr. Jack expresa su compasión cuando es capaz de entender a cada persona y percibir su sufrimiento pues ya lo ha vivido. Además, siempre se encuentra activo al respecto, ya sea asistiéndolos en el proceso de morir o luchando por cada uno ante la ley. No obstante, me parece paradójico que cuando asiste a un paciente sin los suministros suficientes de gas y además tratando de ahorrar, pareciera que ya no estaba siendo tan compasivo sino más bien estaba pensando en el mismo tratando de cumplir sus objetivos a toda costa.
Tal vez el doctor tenía el conocimiento técnico necesario, pero por el lado de las competencias humanas no sé si tendría todo lo necesario pues por lo ya dicho, si bien su causa es comprensible en muchos casos, se puede cuestionar su profesionalidad. Es cierto que a veces la circunstancias jugaron en contra, a pesar de ello ¿era realmente necesario realizar el procedimiento si no se tenían todos los insumos necesarios? ¿era necesario hacer público en televisión el video que mostraba la eutanasia activa de Tom?, se puede argumentar que faltó a su ética profesional exponiendo la muerte de Tom, faltó a lo humano cuando coloco esa caja plástica en la cabeza de ese paciente y adicionalmente le provocó dolor al quemarlo con el gas, mostro mucho de su falta de competencia comunicacional para ser vocero y así lograr paso a paso lo que lo deseaba justo para todos.
Para concluir el proceso de morir con dignidad es un tema en el cual falta mucho que resolver. Aún se observa como la muerte cada día sigue siendo indigna, en prácticas médicas se observa como el contacto con profesionales de la salud y con familiares se ignora el tema por una cuestión de miedo a la finitud de la vida.
Me atrevo a decir que estoy a favor de la eutanasia en los casos que realmente, pues cuando los recursos se agotan la profesión médica se ve frustrada pues ya no se puede cuidar y ayudar a cabalidad por mas compasión que posean los profesionales.
El tema de la eutanasia es muy delicado ya que se encuentra arraigado en diversos principios éticos y morales. Al ser toda una controversia, cada uno de nosotros tiene una opinión diferente y muy respetable.
El principal argumento a favor de la despenalización y de la legalización de la eutanasia se basa en la autodeterminación de los ciudadanos libres. En una sociedad moderna en la que existe diversidad de pareceres sobre cuestiones morales, las leyes no deberían impedir a los habitantes de un determinado país el decidir cuándo consideran que su vida carece ya de sentido y, por tanto, la posibilidad de elegir el momento de ponerle fin. No se trata de imponer nada a nadie, sino de permitir que cada uno pueda escoger según su conciencia; y por tanto, que aquellos que llegados a un estado precario de salud (o incluso por otras razones) quieran acabar con sus vidas, tengan el derecho de hacerlo.
Puesto así el argumento parece bastante razonable.
Sin embargo, el admitir un “derecho a morir” en un determinado momento, y de un cierto modo, significa exigir al Estado, y a otros miembros de la comunidad, el “deber” de secundar esos deseos, pues cuando se habla de eutanasia o suicidio asistido, se está implicando junto al interesado a otras personas; en este caso, generalmente, del ámbito médico. Se da por tanto un salto lógico y jurídico de notable importancia. Si bien es cierto que —en el ámbito de la ética pública— el individuo tiene libertad para hacer lo que quiera con su vida, siempre que no vaya contra el bien común de la sociedad (lo que abre la cuestión de cómo valorar el suicidio con respecto a ese bien común), no tiene derecho a que otro ciudadano acabe con su propia vida, a que otro ciudadano cometa un homicidio, aunque sea a petición del interesado.
Además, el hecho jurídico de admitir algunos casos de homicidio abriría una brecha en el principio de inviolabilidad del sujeto inocente, que tan fatigosamente se ha conseguido en las sociedades modernas.
Junto a la autodeterminación se suele mencionar la piedad como argumento a favor de la eutanasia. Pero también en este caso se trata de un razonamiento problemático.
La piedad y la compasión llevan a cuidar, a consolar, alentar al que sufre (“cum-passio” padecer con el otro, según la etimología del término compasión), pero no puede justificar el acabar con la vida del que sufre. En no pocos escritos de bioética, se presentan situaciones en las que se explica que para el paciente sería mejor estar muerto (“better off death” es la expresión que se ha consolidado en la literatura inglesa). Sin embargo, desde un punto de vista filosófico, que es el que deberían adoptar los escritos de bioética, se trata de un argumento falaz, pues no es posible justificar tal afirmación: ¿quién puede asegurar a través de un razonamiento filosófico que la muerte es preferible a un cierto tipo de vida? Por otro lado, la “muerte dulce” no existe: toda muerte es traumática. Se puede adelantar, se puede intentar camuflar, pero no se puede eliminar su fuerte connotación antropológica.
El principal argumento en contra de la despenalización (o legalización) de la eutanasia es el criterio ya mencionado de la inviolabilidad de la vida humana. Una sociedad no debería permitir que sea posible que una categoría de personas pueda decidir sobre la vida o la muerte de otras, por muchas condiciones que se prevean para evitar abusos. Se podría decir que los médicos (y los pacientes) realizan todos los días decisiones de vida y de muerte, pero es muy distinto decidir cuándo dejar de luchar contra la enfermedad, a elegir una acción para acabar con la vida de otra persona, por muy enferma que esté.
Son también muchos los autores que utilizan el argumento de la “pendiente resbaladiza”, que sostiene que si se aprueba legalmente la eutanasia para algunos casos extremos, no se podrán evitar, en más o menos tiempo, otros casos que están fuera de los previstos por la ley. La experiencia de la ley holandesa, que vio una primera reglamentación en 1993, y fue finalmente aprobada en 2002 (Ley de verificación de la terminación de la vida a petición y suicidio asistido) es un buen ejemplo del argumento. La primera reglamentación preveía la aplicación de la eutanasia solamente a aquellos pacientes que la pidieran voluntariamente (de forma consistente y repetida), se encontraran en una situación terminal y sufrieran dolores que se considerasen insufribles.
En pocos años se ha podido observar cómo las tres condiciones se han sobreseído: se pasó de petición repetida de pacientes competentes no deprimidos, a la aceptación de pacientes psíquicos, de otros que no podían manifestar su voluntad, o incluso de aquellos que la habían rechazado; y lo mismo sucedió con la condición terminal de la enfermedad y con los dolores insufribles. No se trata de dibujar panoramas apocalípticos, como se presentan en ocasiones, sobre todo para banalizar el argumento y quitarle fuerza. Se trata simplemente de asumir lo que ha supuesto abrir la puerta a la eutanasia en un ordenamiento jurídico concreto.
Otra razón en contra de la despenalización de la eutanasia es lo que podríamos denominar “argumento antisolidario”. Junto al enrarecimiento de la relación médico-paciente, la posibilidad social de la eutanasia carga al paciente crónico, no sólo terminal, con un peso que en ocasiones es demasiado grande. La posibilidad de pedir la eutanasia, y de dejar de ser una carga para la familia y para la comunidad en general, es origen de un sufrimiento para el paciente que la sociedad debería evitarle. Quizá se encuentren algunos pocos casos de personas que, aun recibiendo unos cuidados paliativos adecuados, sigan queriendo acabar con sus vidas. Pero si se permite la eutanasia a esas pocas personas, serán muchas otras las que quedarán desprotegidas, y las que tendrán que justificar por qué quieren seguir siendo un peso para los demás. El enfermo grave lo último que necesita es una carga de este tipo.
El momento de la muerte es un momento único y definitivo. La familia, el ámbito sanitario, la sociedad en general, debería facilitar que ese momento tenga lugar del modo más sereno posible, pero sin olvidar que se trata siempre de algo que escapa a su dominio, algo misterioso y fascinante.