Historia De Isabel II De España

Fernado VII tuvo dos hijas. Según la ley sálica, las mujeres no podían acceder al trono, por lo que el sucesor de la corona debía de ser el hermano del Rey, Carlos María de Isidro. Sin embargo, Fernando VII cambió la ley poco antes de morir (con la promulgación de la pragmática sanción) y nombró a su hija Isabel heredera al trono. A la muerte del rey, en 1833, María Cristina , esposa de Fernando VII, se encargó de la regencia hasta que Isabel II alcanzó la mayoría de edad. Sin embargo, los partidarios de Carlos Maria de Isidro se alzaron en armas contra la regente, quien se vio obligada a buscar apoyo en los liberales. Se inicia así, la primera guerra callista.

Los Carlistas defendían a la monarquía absolutista, el catolicismo conservador y el formalismo. Geográficamente, sus partidarios predominaban en la mitad norte y en especial en el País Vasco y Navarra. Los liberales, también denominados isabelinos o Cristinos, eran partidarios de los principios liberales. Los Carlistas, comandados por el general Zumalacárregui, consiguieron importantes victorias en el norte. El propio pretendiente callista, Carlos Mº Isidro, llegó a las puertas de Madrid en 1837. En 1839 el general carlista Maroto y el general isabelino Espartero firmaron el acuerdo de Vergara, con el que se terminaba la primera guerra Carlista. Espartero se comprometía a mantener los fueros vasconavarros, así como los empleos y los grados de los militares Carlistas. Por su parte, los Carlistas aceptaban a Isabel II como reina.

Los tres primeros años de la regencia de María Cristina sirvieron para que los liberales moderados fueran afianzándose en la política. El principal instrumento político fue una carta preconstitucional, el Estatuto Real, una especie de carta otorgada que no reconocía la soberanía nacional, ni las libertades políticas, ni la división de poderes.

En 1836, un grupo de sargentos entró por la fuerza en el Palacio San Ildefonso de la Granja, lugar en el que María Cristina pasaba sus vacaciones de verano. Los militares obligaron a la regente a firmar un decreto por el que se restituía la constitución de 1812 y se derogaba el Estatuto Real de 1834. Este hecho es conocido como el Motín de la Granja. Inmediatamente después se redactó una nueva constitución, la de 1837, con algunos cambios con respecto a la de 1812 que la hacían más moderada. Con esta nueva constitución de 1837 se pretendía contentar tanto a liberales progresistas como a liberales moderados. Por un lado, proclamaba la soberanía nacional y concedía derechos individuales; pero, por otro lado, mantenía un poder ejecutivo fuerte en manos del rey, que también tenía competencias legislativas y derecho a veto. La suspensión de las cortes; establecía unas cortes bicamerales, con un congreso elegido mediante sufragio censatario y un senado de designación real.

Por una ley de ayuntamientos (1840) que suprimía el derecho de los ciudadanos a elegir a sus alcaldes, quienes pasaban a ser nombrados por el gobierno directamente, hubo nuevas sublevaciones populares populares y María Cristina se vio obligada a renunciar a la regencia.

Cuando María Cristina renunció, en octubre de 1840, el general Espartero fue nombrado regente por las cortes. El general Espartano, reciente vencedor contra los Carlistas, gobernó hasta 1843 de manera dictatorial y sin someterse nunca al parlamento. Espartero se ganó el rechazo de todos: su política, radicalmente librecambista, ponía en peligro la incipiente industria catalana. Al movimiento catalán antiesparterista se unió la oposición de los vascos, que habían visto cómo, por su apoyo a los Carlistas, la Ley Paccionada de 1841 reordenaba los fueros Vasconavarros.

Algunos sectores progresistas, que habían apoyado inicialmente a Espartero se enfrentaron a él, pues no aceptaban sus formas autoritarias aunque se hiciesen en nombre del liberalismo. En 1843 se inició una revuelta militar encabezada por Narváez, que hizo caer al gobierno. Espartano huyó y se exilió en Londres.

Proclamada mayor de edad a los 13 años, Isabel II audio el trono de España (1843) y encargó la formación del gobierno al partido moderado, liderado por Narváez. El partido moderado gobernó durante 10 años (la década Moderada) con mano dura. Derogó la constitución de 1837 y redactó otra nueva en 1845, en la que se otorgaban más poderes a la corona y se recortaban los del parlamento. De igual manera, se mantenía el sufragio censitario.

En 1844 se creó la Guardia Civil, cuerpo policial de carácter militar destinado a mantener el orden en las zonas rurales. Los políticos moderados intentaron un acercamiento a la iglesia, enemistada con el régimen liberal desde la desamortización de 1836. En este sentido, en 1851 se firmó un concordato o convenio de colaboración con el vaticano por el que la iglesia recuperaba muchos de sus privilegios y era autorizada para intervenir en la enseñanza.

El bienio progresista se inició en 1854 con un pronunciamiento militar, conocido como “La Vicalvarada”. Su instigador fue el general Leopoldo de O`Donnell, líder del Partido Unión Liberal. El movimiento no pretendía destronar a la Reina Isabel II, sino forzarla a admitir las reformas democráticas interrumpidas en 1844, según se afirma en el Manifiesto de Manzanares que redactó liberal Antonio Cánovas. Después de la Vicalvarada, Isabel II pidió al general progresista Espartero que formara Gobierno. Una medida importante de esta época fue la aplicación de una segunda desamortización (1855), según el plan de Pascual Madoz. Del año 1855 es también la Ley de Ferrocarriles, que planificó la red ferroviaria que tanta importancia tuvo en el desarrollo del capitalismo español.

El bienio progresista acabó por la reacción de los liberales moderados y las presiones de la corona y de los sectores eclesiásticos. Vuelven ahora a gobernar los moderados: se sucedieron los gobiernos de los generales Narváez y O´Donnell. En ese periodo cabe destacar la paralización de la desamortización de 1855, el reconocimiento a la iglesia de muchas de sus prerrogativas y privilegios tradicionales, la dura represión contra las revueltas campesinas llevada a cabo por la guardia civil y, por último, el establecimiento de prácticas electorales que tuvieron como resultado la corrupción del sistema político. La oposición a esta política moderada, se tradujo en sucesos como la trágica represión sangrienta de estudiantes en la Noche de San Daniel; o la sublevación del cuartel de San Gil, contra Isabel II.

También se inició una política exterior a imitación de las grandes operaciones coloniales de las potencias europeas. En este sentido, se enviaron tropas a Conchinchina que hoy forma parte de Vietnam, para defender a los misioneros españoles, y algunas expediciones al norte de África.

Frente a la política conservadora de los moderados, aumentan los anhelos por unos derechos civiles más amplios. Entre las capas ilustradas se implantaba el partido demócrata y aparecía el republicanismo, al tiempo que se creaban las primeras organizaciones obreras.

Un grupo de políticos demócratas y progresistas, algunos en el exilio, firmaron un pacto en la ciudad belga de Ostende (1866) que incluía un acuerdo para destronar a Isabel II. En 1868, dos años después de este pacto, la armada española atracada en Cádiz y dirigida por el almirante Topete se sublevó contra la monarquía de Isabel II. Lo que inicialmente era un pronunciamiento militar más se convirtió en un movimiento revolucionario, en el que los sectores populares ocuparon las plazas de sus localidades al grito de “Mueran los Borbones”. En pocos días triunfó la revolución, que sus protagonistas calificaron con el nombre de “La Gloriosa”.

En conclusión, el reinado de Isabel II vio los primeros pasos de la revolución liberal en España. Esta etapa se caracterizó por la pugna entre liberales progresistas y moderados, que se alternaron en el poder. Estos cambios de gobierno se originaban tras golpes de Estado y eran generales los que accedían al poder, por lo que se conoce esta época como “Régimen de los generales”.     

27 April 2022
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