Jerarquias Sociales y Concepciones Sobre que es Ser un Hombre

Introducción

El primer tema a abordar desde la perspectiva de los valores que pregona nuestra Orden Masónica, es el referente a las jerarquías sociales, entendida como la forma en que las distintas sociedades se han organizado en grupos o estratos a lo largo de la historia, y que ha tenido diversos criterios de categorización, como por ejemplo basada en cargos u ocupaciones, lo que ocurría en el antiguo Egipto (sacerdotes, soldados, escribas, comerciantes, campesinos y esclavos), o en las riquezas y el poder social o político, elementos que actualmente jerarquizan nuestra sociedad.

De igual forma, me referiré a uno de los problemas fundamentales de la filosofía, que fue, es y seguirá siendo fuente de inagotable reflexión, y me refiero al que podríamos denominar “el problema del hombre” y que consiste básicamente en establecer si el ser humano posee alguna propiedad exclusiva que lo distinga del resto de especies animales y si cumple alguna función especial en el mundo. Prevengo desde ya, que atendido las múltiples concepciones que se han dado a lo largo de la historia, solo haré un repaso de algunas de ellas, intentando evidenciar las variaciones y similitudes de estas a lo largo del tiempo.

Las jerarquías sociales y de fortunas

La palabra jerarquía proviene del griego «hieros» (jierós) que significa sagrado o divino, y «arkhei» (arggís) que significa orden o gobierno, por lo tanto, jerarquía quiere decir «orden sagrado», y por sagrado se entiende, según la Real Academia Española, aquello que es digno de veneración y respeto.

Luego, podríamos entender a la jerarquía social y de fortuna como el orden que se establece entre las distintas personas o clases según su poder económico y/o político. Cabe entonces preguntarnos si dicho orden mantiene su carácter de sagrado y, por ende, es digno de respeto y no debe ser alterado ni controvertido.

Una aproximación a dicha respuesta nos es revelada la noche de nuestra iniciación en el momento en que nos encontramos en la “sala de los pasos perdidos”, ese espacio que liga nuestro Templo, es decir, lo sagrado, con el mundo profano; en dicho lugar, el Q.•.H.•. Experto nos reitera la prevención del V.•.M.•. “Profano, nosotros no reconocemos jerarquías sociales ni de fortuna y quienes deseen ser iniciados en nuestras prácticas y doctrinas, deben ser hombres honrados, libres y de buenas costumbres y dispuestos a trabajar por el bien de la Humanidad. Creéis reunir estas condiciones”. A dicha prevención entregamos nuestra respuesta afirmativa, permitiéndosenos el ingreso al Templo; por tanto, para acceder a un lugar sagrado, dejamos de lado la consideración que podíamos tener respecto a las jerarquías sociales o de fortunas y, de igual forma, consentimos en que si gozamos de una posición favorable en dicha escala social, no se nos reconozca por ella, sino por nuestros valores y virtudes. Concuerda con lo anterior, la forma en que ingresamos al templo, con nuestras ropas desarregladas, con un dogal al cuello e inclinados, todas muestras de la humildad con la que nos presentamos ante el taller.

Volviendo a la jerarquización de la sociedad, que en la actualidad se basa en los ingresos, riquezas o poder económico o político que tienen las personas, cabe mencionar que innegablemente a ella se debe el origen del clasismo, entendido como el prejuicio y discriminación basados en la pertenencia o no a determinadas clases sociales, lo que devenga finalmente en segregación, es decir, los diferentes estratos se apartan, se abandonan, y no solo físicamente sino humanitariamente, pues la intolerancia, el pensar que todo vale si es para el beneficio propio y el materialismo actual, donde las personas atesoramos una efímera riqueza, nos aleja de los otros, deshumanizando a la humanidad.

Entonces QQ.•.HH.•. ¿cómo combatimos el clasismo, la segregación y esta deshumanización? Una respuesta creo encontrarla en la práctica y defensa de los valores que inspiran a nuestra orden: igualdad, tolerancia y fraternidad.

Así, la Masonería, basada en la Igualdad de los hombres, nos enseña que estos no deben ser estimados más que en razón del valor efectivo que tienen, considerando sus cualidades intelectuales y morales; ya en nuestro catecismo del grado se nos dice que un masón “es un hombre nacido libre y de buenas costumbres, igualmente amigo del rico que del pobre, si son virtuosos”. De tal manera, toda distinción basada en creencias, razas, nacionalidades, fortunas, cargos o posiciones sociales debe ser borrada del seno de las reuniones masónicas, en primer lugar, para luego irradiar a la sociedad toda.

Luego, en base a la tolerancia y la fraternidad, nuestra augusta Orden nos instruye que debemos aspirar a la fraternidad universal, considerando a toda la humanidad como hermanos y hermanas, siendo las diferencias señaladas meras casualidades y vanas apariencias. En consecuencia, un masón es un humanista que considera a todas las personas como miembros de un todo, de una humanidad que necesita a cada uno de sus miembros, pues cada ser posee su lugar y, al igual que nuestra cadena universal, cada pieza es vital para que la ésta cumpla su cometido. No hay ningún eslabón más importante que otro, se pierde a uno de ellos y la cadena ya no será perfecta.

Finalmente, cabe expresar que este aprecio por la humanidad es perfectamente compatible con la correcta valoración que se haga del individualismo, porque cada uno de nosotros es único, poseemos ideas y un potencial propios, pero si nos alejamos de la sociedad, si nos aislamos cual ermitaño, caeremos en el error, pues lo que sabemos, nuestra luz, se pierde, ya que el hombre solitario está condenado al olvido ¿cómo queremos mejorar la sociedad si no compartimos con el resto lo mejor de nosotros?

Las diversas concepciones sobre el hombre.

El interés por definir lo humano no es reciente, y el deseo de definir la naturaleza humana responde a una motivación profundamente personal: el deseo de auto-conocerse. Este deseo es el motor de cualquier reflexión acerca de la naturaleza humana.

Pero, ¿cuándo comienza esta reflexión? como sabemos, el pensamiento filosófico occidental surgió en Grecia en el siglo VI a.C., con Tales de Mileto, pues hasta ese momento, todo se explicaba por medio de mitos. Sin perjuicio de ello, los primeros filósofos no se preocuparon del hombre, sino hasta Sócrates, quien consideraba que el hombre es su alma, dado que ésta es lo que lo distingue de cualquier otra cosa. El alma es la razón, responsable tanto de nuestra actividad pensante como moral, por ende, alma y razón tienen la capacidad de autodominio, y gracias a ello el ser humano puede ser libre, dominando su parte animal. De tal manera, el pensamiento griego basado en Sócrates, pone el acento en la racionalidad, siendo ésta la que le permite conocer y comprender no solo lo que le rodea, sino su propia naturaleza humana y sus relaciones con los demás.

Posteriormente, en el periodo helenístico, surgió un nuevo tipo de individuo; así, si antes el hombre era considerado como un ser social, formando parte de la polis, ahora era visto como un individuo. De esta manera se descubre la individualidad humana.

Luego, con el Cristianismo aparece una nueva visión del ser humano, que se basa en tres ideas fundamentales: 1.) Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, es decir, el hombre existe por la bondad divina. 2.) El alma humana es inmortal; y 3.) Al final de los tiempos, el hombre resucitará en cuerpo y alma. Otra novedad que aporta el cristianismo frente al pensamiento griego se refiere a la moralidad, pues la moral del ser humano ya no depende de la razón, sino de las leyes de Dios, pero esto no impide que la razón juegue un importante papel, pues el ser humano es libre de elegir entre el bien y el mal, de aceptar o no la palabra de Dios y sus leyes, siendo de esa forma el único responsable de su salvación o condena.

Ya en los siglos XV y XVI surge un nuevo tipo de mentalidad, que conlleva una apertura de la visión del mundo y del ser humano. La reflexión filosófica que se desarrolla durante el Renacimiento va a estar marcada por el humanismo, el antropocentrismo y el naturalismo. Sólo por razones de tiempo, me detendré únicamente en el humanismo, que frente al dogma religioso, trajo consigo una defensa de la libertad de pensamiento y expresión, volviendo a los sistemas filosóficos griegos, recuperando la reflexión exclusivamente racional sobre el hombre, la ética, la política o la historia.

En la edad moderna, Descartes es el iniciador de una corriente de pensamiento filosófico que se conoce como racionalismo. Para ello, utiliza la duda como método: dudar de todas las verdades establecidas dogmáticamente hasta ahora, hasta encontrar una verdad de la cual sea imposible dudar. El resultado fue su ya célebre “pienso luego existo” (pienso, por lo tanto soy). De esta manera, la conciencia, la razón humana, volvía a convertirse en el signo más emblemático del ser humano, ahora ya independiente de la fe.

La crisis general de los siglos XVII y XVIII favoreció un cambio de mentalidad, que condujo a importantes reflexiones en los ámbitos de la ética y de la política. Así, surgen planteamientos relativos a ¿cómo sería la vida en un “estado natural” sin gobierno? Para Hobbes, es esencial que exista un gobierno que nos respalde e impida que caigamos en una guerra de todos contra todos. Hobbes llega a esta conclusión porque, para él, el ser humano, en busca de su felicidad individual, tiene una gran sed de poder, en resumen, expresa que “el hombre es un lobo para el hombre”. Por su parte, Locke expresa que los hombres en estado de naturaleza son libres e iguales, aunque no necesariamente buenos. No obstante, la naturaleza posee una ley moral que puede ser descubierta por la razón. Por otro lado, Rousseau nos da una imagen muy distinta de la naturaleza humana a la dada por Hobbes. Si bien reconoce que el principal interés del hombre sigue residiendo en su autoconservación, alude a la repugnancia innata que le da a un hombre ver sufrir a un semejante, pues en los hombres existen sentimientos naturales como la piedad y la compasión.

Posteriormente, aparece Immanuel Kant, que representa una de las cumbres del pensamiento moderno, cree que en el individuo existen dos dimensiones opuestas: el ser natural y el ser racional, siendo la segunda de estas dimensiones la que domina sobre la primera. El ser humano para Kant tiene un estatus muy especial, y es que los hombres somos seres racionales debiendo ser considerados como fines y no meros medios. Asimismo, la libertad en Kant viene determinada por la razón, por tanto, actuar libremente es actuar de acuerdo a la razón. Teniendo esto en cuenta, Kant expresa su conocido imperativo categórico (esto significa que se expresa un mandato absoluto, sin excepciones): «obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como un medio».

Para finalizar, vale detenerse en la propuesta filosófica de Nietzsche, quien sostenía que las creencias en Dios, la moral y la metafísica tienen su origen en el propio hombre, en el hombre débil y sufriente que no puede superar por sí mismo su dolor y busca consuelo en el más allá. Por eso habla de la muerte de Dios y propone un nuevo tipo de hombre: el superhombre, que es el hombre fuerte, el hombre dominador, el hombre ególatra que se enfrenta con Dios. El Superhombre es el hombre «que ha muerto» para vivir intensamente el único mundo existente; el mundo de las sensaciones.

Conclusiones

Respecto a las jerarquías sociales y de fortuna, deseo rescatar el principio de la igualdad. En masonería todos nos encontramos en igualdad de condiciones, no reconociendo jerarquías sociales ni de fortuna, sino únicamente iguales derechos y oportunidades, tanto al humilde como al poderoso, y rindiendo culto a la verdad y a la virtud nos confundimos hermanos de todas las etnias, de todas las razas, de todos los credos y de todas las posiciones sociales, en un solo fin que no es otro que alcanzar la anhelada fraternidad universal.

Finalmente, en cuanto a las diversas concepciones del hombre, inevitable es que me pregunte ¿quién tiene razón? ¿Hobbes o Rousseau? ¿o es que ninguno tiene la verdad? es decir, no somos ni malos ni buenos por naturaleza, sino que somos dualidad, de forma similar al dios romano Jano, quien tenía dos caras. Es posible que la respuesta más acertada sea esta última, pues tenemos algo de dios y también algo de animal, tenemos luz y oscuridad; ya lo decía Heráclito «solamente lo rebelde, lo opuesto, es útil; que la más bella armonía no sale sino de los contrastes y de las diferencias; y que todo en el universo ha nacido de la discordia», palabras que se refuerzan con el mosaico, con las dos columnas, con la luna y el sol, con la piedra cúbica y la bruta, todos elementos que decoran nuestro Templo y que nos recuerdan la dualidad existente en el Cosmos… y en el Microcosmos.   

07 July 2022
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