La Condición De La Mujer En El Renacimiento Y Edad Media

En la época inicial, la condición de la mujer no sufre una gran variación desde la Edad Media. Mientras el hombre se coloca como centro del Universo dando lugar al humanismo, la mujer ocupa el mismo lugar de sumisión y obediencia.

La Iglesia utilizaba para la mujer dos imágenes, que pretendía instaurar como modelo en una sociedad cada vez más compleja que debía dirigirse con mano de hierro si se quería controlar; la primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso por su pecado original. La segunda es la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias, pero no es sino la impresión general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.

Desde el punto de vista social, podríamos hacer una triple diferenciación en cuanto a la posición de las mujeres: la mujer noble, la campesina y la monja. La primera de ellas era la única que podía gozar de grandes privilegios y la que, si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.

La figura de la mujer permaneció siendo visualizada inferior a la del hombre; y hasta el siglo XVIII, observada a través de una perspectiva aristotélica, es decir, subyugada por el hombre. Según las palabras de Aristóteles (s/f) “…el macho, comparado con la hembra, es el más principal, y ella inferior ; y él es el que rige, y ella, la que obedece…” A través de estas palabras, podemos apreciar a la mujer como una persona que debía ser sumisa y subordinada al hombre, ideales que se extendían en el Renacimiento en torno a la mujer, como una figura servil y fiel.

Existía un ideal de mujer, una figura a la que se aspiraba llegar a ser; el mismo, se basaba, como se mencionó con antelación, en la imagen de la Virgen María, mujer angelical, perfecta como ser humano, esposa y madre. Se pretendía tener a una mujer que imitase la pureza de la Virgen, dedicada al hombre y a las labores domésticas.

Un ejemplo de dicho ideal puede ser visto en “la Perfecta Casada” de Fray de León, publicado en Salamanca, en 1584. En este libro se plantea como debería ser la mujer ideal en torno a su familia, esposo y religión. Como menciona dicho autor, “Que es decir que ha de estudiar la mujer, no en empeñar a su marido y meterle en enojos y cuidados, sino en librarle de los y en serie perpetua causa de alegría y descanso” (De León, Luis, 1584). Como se puede ver en dicho extracto, era inherente al ser humano de esa época valorar a la mujer según su trabajo como madre y ama de casa, y donde la mujer debía complacer a su marido, despejarlo de sus penas, cuidarlo y servirle.

Por otro lado, la castidad de una mujer, o llámese virginidad, era motivo de honra para el marido como para el Estado, pues la mujer era “propiedad” de ambos. Diabólico por esencia, el género femenino no se reconocía como un otro; sino que, dependía del universo masculino para justificar su existencia La imagen femenina se veía condicionada por el discurso clerical, es decir, el discurso masculino de quienes detentaban el poder de la palabra, de la cultura y de la tradición.; esta imagen amparada y fomentada por ellos, permanecía respetada aún con el paso del tiempo y los sucesivos cambios. A continuación se muestra en palabras de diferentes religiosos los ideales mantenidos.

Según San Agustín (s IV d.C): “ Hay que dirigirse a las mujeres con severidad y hablar con ellas lo menos posible…No se puede confiar ni en la más virtuosa”

En palabras de Santo Tomás de Aquino (s. XIII d.C.): “…bajo el encanto de sus palabras se esconde el virus de la mayor lascivia. “ Dios creó a la mujer más imperfecta que el hombre por tanto debe esta obedecerle ya que el hombre pose más sensatez y razón”

San Jerónimo (s IV d.C.) planteaba: “…jamás os detengais con una mujer sola y sin testigo”

En contraposición con el ideal de mujer planteado con antelación, surgió otra figura importante que contradecía todo lo que se planteaba idílico en la mujer, pues era rebelde y liberal: la mujer cortesana. El oficio de estas mujeres era la prostitución, a medida asociada con ricos y aristócratas.

Estas mujeres lograron traspasar de a poco la barrera que las separaba de los hombres, y consiguieron educarse en las materias más importantes, pues, al no ser mujeres que siguiesen los cánones, ni “dignas” según la sociedad, y cómo no habrían de formar familia en corto plazo, debían hacerse valer y conseguir trabajo a través de otros medios. El trato que se les daba y la libertad de la que gozaban era profundamente mayores a la de aquellas que sus funciones exclusivas seguían siendo la procreación y la satisfacción del hombre.

Estas mujeres estaban inmersas en un mundo intelectual elevado, a comparación de sus pares, pero además estaban sumidas en un mundo erótico, hedonista, donde las artes de la sexualidad no pasaban desapercibidas. Frecuentemente se les adjudicaba la figura de Eva, como mujer sensual, pecaminosa, que se revelaba contra las reglas a las cuales estaba sostenida, y que por ende, llevaba al pecado.

Siendo las cortesanas la excepción, la educación no era algo habitual para el común de las jóvenes europeas. Dentro de las familias nobles, las hijas recibían una educación conducida por los varones y se limitaba a los oficios del hogar y a la colaboración con el futuro marido en la administración de sus tierras, recibían clases de música y de lectura pero de modo acotado. Existían recomendaciones, exigencias y limitaciones respecto de lo que las mujeres podían leer, alejándolas de cualquier tipo de literatura que la llevase al pecado. Tomando lo mencionado, se puede apelar nuevamente al libro “La perfecta Casada”, de Fray de León, que recomienda la lectura de La Biblia principalmente, y textos de literatos como Cicerón, Séneca, entre otros de dicha naturaleza.

Era la mujer la que posteriormente sería encargada de transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas cultivaron saberes.

Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más complejo, especialmente en las zonas rurales. Las monjas eran las más afortunadas entre todas las mujeres si a la educación nos referimos, ya que podían llegar incluso a conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. Debieron enfrentarse a cuestionamientos, ya que se las consideraba sin rigor por el simple hecho de ser mujeres, así como con menor inteligencia y menos capacidades.

Las prescripciones o normas que debían seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros y tratados siempre escritos por hombres; y esta educación contemplada por los tratadistas, era vista como un medio para que cumplieran con sus obligaciones y se mantuvieran sumisas.

En el siglo XVI, el teólogo Gaspar de Astete decía que las mujeres no podían ganarse la vida escribiendo, entonces se preguntaba para qué darles algo que no les serviría para nada. Y, por el contrario remarcaba que las armas de la mujer debían ser el huso y la rueca. En similar línea de pensamiento, el humanista y filósofo Juan Luis Vives, defendía que las mujeres debían saber leer pero sólo debían leer determinadas obras. Además, en su convicción de pensamiento, este autor escribió Instrucción a la mujer cristiana (1523), donde explicitaba el comportamiento esperado de las mujeres.

Si bien se les instruía en lectura, fueron pocas las mujeres que se instruyeron en escritura, puesto que no se consideraba algo bien visto o correcto; Según Carmen Sanchidrián (2016) la escritura siempre implicaba un «riesgo» más. Si sólo sabemos leer, podemos «aprehender» las ideas de los demás, pero no podemos trasmitir las nuestras más que oralmente. Lo que implica la capacidad de escribir es, precisamente, el peligro de transmitir a los demás y a muchas personas a la vez, si se imprimen y a personas de muchas generaciones, las propias ideas. (En Historia y Memoria de la Educación; pp.10. 2016)

De todos modos y como puede verse en mayor o menor medida en todas las épocas, siempre ha habido figuras que se han rebelado contra lo establecido. Además de las ya mencionadas cortesanas, hubieron algunas mujeres destacadas, ya sea en el campo de las artes o de la literatura, que lograron hacer de sus talentos una profesión, viviendo de ello.

A partir de La ciudad de las Damas de Christine de Pisan publicada en 1405, donde se desprenden los valores intelectuales de las mujeres y sus capacidades para intervenir en cualquier asunto, se produjo una respuesta contundente a los escritos que denigraban al sexo femenino. Este texto se considera el inicio de un debate literario y sobre todo, social y político, pues preconizaba una nueva organización social, que dio lugar a una serie de textos escritos o a actitudes de las mujeres a través de los cuales se defendían sus capacidades y la necesidad de que fueran educadas e instruidas. Además, fueron puestos sobre la mesa temas como la supuesta inferioridad física de la mujer, la justificación de la violación, como aquellos que se ajustan más al contexto social en el que vivía, como el impedimento de participación política en la ciudad por parte de las mujeres, los matrimonios impuestos, entre otros.

Avanzado el renacimiento, la mujer empieza lentamente a dejar de ser un objeto pasivo, para convertirse en participante en la cultura. Aunque escueta y muy poco visible en los estudios históricos, la aportación de la mujer a la cultura europea fue tangible y alentadora para todas las mujeres que les siguieron en el tiempo. Lo más importante, pues, es el punto de partida, el inicio de una contribución cultural que irá en aumento y será ya imparable. Desde el Renacimiento hasta nuestros días, la aportación de la mujer en la cultura europea resulta hoy indiscutible.

Si bien la formación en arte y literatura era imprescindible en una dama de corte, la formación en la ejecución de las artes plásticas – es decir- aprender a pintar o a esculpir, no era bien visto en la época. En menor grado la literatura, el ejercicio de la cual resultaba más “inofensivo” para la inmaculada mujer renacentista. Progresivamente al debilitamiento de las condiciones que impedían el acceso de las mujeres a la cultura, aumentó el número de mujeres que escribían poesía y se interesaban por la ciencia, la política y la música, fundamentalmente entre la clase noble.

El siglo XVIII pone de manifiesto la importancia de la educación y la necesidad de ampliarla. Para ello, tendrá gran importancia la publicación de la Enciclopedia. Esta obra trataba de recoger todos los conocimientos y transmitirlos a todos aquellos que supiesen leer.

Otra obra de gran importancia será El Emilio de Rousseau; en ella se plantea una imagen de la mujer compañera ideal de Emilio, la cual debe saber coser, cocinar, tocar el clavicordio, pero no por su habilidad para tocarlo sino porque sus manos eran bellas sobre el teclado.

Pese a la revolución científica que supuso el Renacimiento, para la mujer no la hubo. La ciencia, sobre la mujer, reafirmaba lo que la tradición y la doctrina de la iglesia decían sobre ella. Las conclusiones de la ciencia continuaron sosteniendo la superioridad del varón y la subordinación de la mujer; la misma resultará un tema de controversia, puesto que será atacada por unos y defendida por otros.

Representación de la mujer en el arte pictórico del Renacimiento- Observación de imágenes como fuentes históricas.

En el arte del Renacimiento, el hogar va a convertirse en el espacio por excelencia donde la mujer será representada, en contraposición a la ciudad relacionada con lo masculino. Las actividades del hombre se desarrollan fuera del espacio doméstico, o bien en el campo o bien en la ciudad, ya sea de tipo intelectual o artesanal, el hombre cada día saldrá de la unidad familiar que representa «la casa» para enfrentarse al mundo y participar de él.

Mientras tanto, la mujer permanecerá en el hogar, administrandolo, activando su motor y cuidando, de puertas para adentro, de la familia. Es por esto que, la mujer será representada en el arte, muy frecuentemente realizando labores domésticas de distinta índole, en relación al cuidado y la educación de los hijos, a su educación personal o a tareas puramente de organización de la casa.

Uno de los cuadros interiores más famosos de la historia del arte que tienen el hogar como escenario de fondo es El matrimonio Arnolfini (1434) de Van Eyck.

Si realizamos un análisis de dicha imagen como fuente histórica, centrándonos en las figuras humanas de dicho cuadro, cabe mencionar las palabras de María Millán (2016) La postura que adopta el esposo es de superioridad frente a la mujer, bendiciendola con la mano derecha, mientras que con la izquierda sujeta autoritariamente a la esposa. La mujer es representada en una postura sumisa, con la cabeza inclinada hacia abajo, y con la mano libre apoyada en su abultado vientre, símbolo de maternidad.

Las Naranjas situadas en la mesa bajo la ventana, simbolizan ese elevado estatus económico, o en su observación religiosa, este fruto conocido en el norte como ‘manzanas de Adán’, es símbolo de la lujuria y el pecado del cual es promotora la mujer, y que se santificaba a través del matrimonio.

La orientación de los personajes, junto con otros aspectos, ofrece una interesante lectura secundaria; con respecto a la orientación, el hombre y la mujer son representados en una misma habitación, no obstante la situación del hombre junto a la ventana lo emplaza en una posición que invita a relacionarse con el mundo exterior de esa casa. En el caso de la mujer, la situación es bien distinta; ya que su orientación señala hacia el interior, mostrándose plegada al hogar.

También en temática similar pintará Velázquez muchos cuadros, en este trabajo se mencionará un ejemplo, y será Vieja friendo huevos (1618) en el cuál, según Manuel Pérez Lozano (s/f)“…no hay más que una escena de género, la actividad culinaria de una casa corriente. (…) estamos ante un retrato hecho en su entorno familiar, nada más viendo a Doña María en sus tareas corrientes.”

La mujer, levanta la mirada con expresión perdida en el infinito refleja una reflexión visual sobre los sentidos del tacto y de la vista como instrumentos de conocimiento de la realidad; es decir, la vieja, casi a ciegas, tantea con la cuchara entre las manos puesto que dicho ambiente le es cotidiano y por ende la vista no le es necesaria. El joven hombre representado, en cambio, mira la variedad de los objetos representados, con gesto ajeno a dicho entorno y labores

Según Mata y Luque (s/f) en esta misma línea se enmarcan las obras de Vermeer. El caso de este pintor es muy singular puesto que por lo general las figuras representadas son casi en su totalidad mujeres y prácticamente todas comparten un espacio común: la casa. Las obras de Vermeer sirven también para analizar la actividad femenina dentro de la casa. En algunas de sus obras, como La lechera (1659), Mujer con jarro de agua (1664), o La Encajera (1669) , muestra a la mujer desempeñando labores del hogar como coser o cocinar, y la estancia de la casa se muestra desprovista de decoración con la intención de resaltar la labor doméstica.

En La Lechera (1659) Vermeer nos presenta a una mujer en una habitación bajo la ventana, concentrada en su quehacer y distante de lo que le rodea; a la vista, permanece ajena al espectador, su mirada baja simboliza la humildad y su cabeza agachada nos muestra la aceptación y normalización de su destino.

En Mujer con jarro de agua (1664) En este cuadro vemos a una mujer, de apariencia burguesa, tomando una jarra con bandeja de plata, también podemos observar una alfombra de colores y un conjunto de objetos como vecinos, detrás, se destaca la presencia de un mapa cartográfico. La suma de lo mencionado deja en claro la condición burguesa y su deseo de ostentar, detalle que se observa remarcado con la presencia de una ventana semi abierta para mostrar al exterior las posesiones. Sin embargo, la mujer aparece distante de ese mundo exterior pues se la observa con la vista plegada al interior de dicha ventana y por ende, del hogar y no hacia el exterior del mismo.

En La Encajera (1669) Se representa a una joven inclinada sobre el almohadón del encaje de bolillos, con un cojín de costura y diversos hilos, a la izquierda, sobre una mesa. La mujer está concentrada en su labor, el encaje, considerado una actividad femenina desde época medieval, tomando como fuente bibliográfica los proverbios de Salomón en los que se describía el modelo de mujer virtuosa, episodio bíblico citado en todos los libros referidos al matrimonio de la época.

Mata y Luque (s/f) mencionan que, no obstante, Vermeer también realiza múltiples obras relacionadas con actividades intelectuales especialmente vinculadas a la música al mostrar mujeres tocando el laúd, la guitarra o la espineta, como en los casos de mujer con laúd (1664) y Mujer sentada tocando la espineta (1675). En estas obras se emplean cuadros y mapas cartográficos para decorar la estancia, reforzando el contenido intelectual de la escena. Dejando en claro la diferencia entre un sector social y otro entre las diferentes mujeres mostradas; así mismo en las primeras, la penumbra es mayor, disminuyendo el tamaño de la ventana y dando una imagen de un espacio de apertura más acotado, menos intelectual, más centrado en el hogar.

Finalmente, cabe mencionar que aquí fueron seleccionadas algunas obras y mencionadas a grandes rasgos, pero, son múltiples las pinturas renacentistas con temáticas que relacionan a la mujer en el ambiente doméstico, sumisa y supeditada a cumplir su rol social de madre y esposa, y que dan al hombre mayor libertad y poder. 

17 July 2021
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