La Europa Internacional Del Siglo XIX

La lucha ideológica entre el nacionalismo y el liberalismo fue la mayor propulsora de cambio en Europa del siglo XIX. Europa quedó dividida entre estas dos ideologías. El liberalismo político y el nacionalismo reaccionan contra los principios absolutistas de la Restauración. Por un lado, la burguesía, grupo social en expansión, no está dispuesta a renunciar al poder político. Por otro, la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico despertaron la conciencia nacionalista de algunos estados europeos que tampoco están dispuestos a acatar la artificialidad de las fronteras políticas impuestas por el Congreso de Viena. Así, el liberalismo político y el nacionalismo se exacerban a partir de este Congreso, y unas veces unidos y otras separados, abrirán una etapa revolucionaria en Europa a partir de 1820 que se enfrentará a los principios de la Restauración.

El siglo XVIII había culminado con el acontecimiento que, historiográficamente, marca el tránsito entre la Edad Moderna y la Contemporánea: la Revolución Francesa. De la convulsa revolución en Francia emergió la figura de Napoleón Bonaparte. Este militar corso combinó genio militar y habilidad política durante toda su carrera. Fue escalando en la jerarquía del régimen revolucionario hasta proclamarse emperador de los franceses. Sus ejércitos sometieron a media Europa y propagaron las ideas revolucionarias por todo el continente. Finalmente, Napoleón fue derrotado en Waterloo en 1815, pero el Antiguo Régimen viviría ya en una crisis continua e iría desapareciendo paulatinamente.

Los principales cambios demográficos fueron la colonización de África y formación como estado de Italia y Alemania. Esto se debe a que ante el aumento de la productividad, la industria comenzó a requerir una creciente cantidad de materias primas. Europa estaba seca de recursos naturales tras siglos de explotación y las grandes potencias pusieron sus ojos en África. Partiendo de los antiguos puestos comerciales establecidos a lo largo de la costa africana, los europeos comenzaron una carrera desenfrenada hacia el interior del continente.

El mapa de Europa central a comienzos del siglo XIX era muy distinto al actual. Una miríada de pequeños estados se extendía por el territorio que hoy llamamos Italia y Alemania. Basándose en los ideales románticos del nacionalismo y en la fuerza de sus ejércitos, líderes carismáticos como Otto von Bismarck o Giuseppe Garibaldi acometieron la unificación de ambos territorios. Los dos procesos, con sus diferencias, conllevaron guerras e importantes tensiones en todo el territorio. Finalmente, Italia y Alemania se consolidaron como dos de las grandes potencias llamadas a tener un papel protagonista en el siglo XX en Europa.

Tras el cambio de mentalidad de la sociedad, ya que ahora era más liberal, se formentó la introducción de nuevos elementos que contribuyeran a un avance industrial. Ya que se necesitaban más recursos como el carbón, se generaba más energía, y se buscaba aumentar la productividad, la mentalidad de la población se abrió a la economía y a buscar nuevas vías más eficientes.

A ello contribuyó de igual forma la política expansionista de determinados países que hizo que el capitalismo se expandiera por el mundo. Adam Smith, con su “Riqueza de las naciones” fue el pionero de este librecambismo, bajo la noción de que esa autonomía influiría en el progreso de una nación pero además influyó el país en el que se originó. Para que estas ideas se expandieran por toda Europa, fue vital el surgimiento de la Revolución Francesa, pero también lo fue la victoria de los ingleses en la Batalla de Trafalgar. En ella Gran Bretaña se hacía con el dominio del mar en el Mediterráneo. Esto provocó que se abrieran vías de comercio global y las ideas librecambistas se expandieron. ( Barja, Lorena)

A medida que iba avanzando la sociedad, el uso de las nuevas tecnologías fue floreciendo. Innovaciones como la luz eléctrica, el gas y el transporte público se implantaron en la sociedad y se presentaron al mundo. El avance supuso un cambio entre las ciudades alumbradas por petróleo y carros de caballos a viajar en máquinas de vapor y el alumbrado eléctrico.Esto provoca una sociedad ilusionada y expectante ante tales nuevos descubrimientos. La actitud positiva de la población solo hizo que se siguiera expandiendo por sí sola.

Sin embargo, la Revolución Industrial no fue del todo idílica, cosa que se reflejaba en la explotación laboral. Lo más destacado fueron las jornadas de quince horas y el nacimiento de lo que Karl Marx definió como “alineamiento de los trabajadores”. Marx interpretaba el concepto de alienación como la relación de explotación propia del sistema capitalista en la cual el trabajador no es considerado como persona en sí, sino en función de su valor económico, como mano de obra para la multiplicación del capital, es decir, el trabajador no representa sino determinada cantidad de dinero. ( Barja, Lorena)

Finalmente, el auge de la revolución industrial estuvo basado en la economía y la cultura, ya que si la sociedad no hubiera sabido adaptarse y no hubiera aceptado los nuevos emprendimientos, tales avances no hubieran sido posibles. La inauguración de nuevas rutas marítimas y terrestres benefició la expansión de aquellos estados que se lucraban del nuevo progreso. Esto instigó una necesidad de expansión, la cual llevó al imperialismo.

El imperialismo fue consecuencia del caìtalismo industrial y se fundamenta en la exploración y conquista de insólitos territorios, el control de terreno donde poder instaurar un mercado, y la búsqueda de mano de obra asequible.

El motivo más evidente que impulso tal movimiento fue la búsqueda de nuevos territorios donde invertir el exceso de capitales acumulados. Éstos encontraron una productiva salida en forma de créditos otorgados a las minorías indígenas colaboradoras con la metrópoli, pero fundamentalmente en la financiación de infraestructuras tales como ferrocarriles, puertos o grandes obras de ingeniería (canal de Suez, Canal de Panamá, etc.). También destacó la utilización de una mano de obra no cualificada pero barata y dócil (en ocasiones esclava), que redujo los costes de extracción de las materias primas y contribuyó al éxito de la agricultura de plantación. 

Las consecuencias económicas del imperialismo fueron favorables ya que promovieron el uso de nuevas formas de comercio. Con la explotación de los nuevos territorios y el establecimiento de ciudades, comercios y empresas, hizo necesario la inversión en infraestructuras. Las materias primas fundamentales para el buen funcionamiento de la industria hacía necesario el establecimiento de líneas de ferrocarriles, puertos, vías, puentes, etc. Ahora eran las colonias las que se encargaban de alimentar a las metrópolis que sufrían el desabastecimiento tanto de productos agrícolas como de materias primas, tan necesarias para los productos manufacturados que después se vendían a las colonias.

17 February 2022
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