La Muerte Humana Desde El Punto De Vista Psicológico
Se dice que la muerte es la hermana gemela de la vida, no puede existir la una sin la otra; Durante siglos los seres humanos llevan consigo conscientemente el hecho de que algún día se debe morir.
El tema de la muerte hoy en día en nuestra cultura occidental pasa a ser parte de los temas tabúes, no se habla de ella y si se habla lo hacemos de tal manera que no se escuche, sobre todo si es algún ser querido el que se encuentra a pasos de esta tan temida muerte; pero no podemos hablar solo de muerte cuando consigo trae el duelo de por medio. Y es este duelo el que puede llegar a afectar a las personas que han sufrido una pérdida de una manera patológica y enfermiza de no aceptación a lo ocurrido.
El sentido de la muerte se encuentra plenamente relacionada con la vida misma, al comprender estas palabras nos podemos dar cuenta de que la vida no es más que un pequeño periodo de nuestra existencia.
La filosofía como también la antropología se ha planteado la relación que existe entre muerte e historia, Según Georg Simmel, José Ortega y Gasset Dicen que “Si el hombre no falleciera y hubiera un plazo indefinido para hacer las cosas, no solo no haría hoy lo que puede hacer mañana, sino postergaría indefinidamente aquello para lo cual tendría todo el tiempo del mundo”. Por otra parte, el filósofo Alemán Heidegger define al hombre (y a la mujer).
Como “El ser-relativamente-a-la-muerte” con esto nos señala que, sin recurrir a la teología, esta temporalidad del hombre y de la mujer con respecto a su vida se desarrolla siendo, o sea nos habla de que construimos historia, y es esta historia la que lleva consigo el sello de su mismo ser la existencia de la muerte
Para los seres humanos el sentido de la muerte se encuentra en la vida misma, en cuanto sabemos que vamos a morir, dirigimos nuestros esfuerzos hacia la vida intensamente vivida, el morir nos enseña a amar, querer, recordar.
A lo largo de la historia, la muerte ha estado presente de una u otra forma en el pensamiento del hombre, ya sea como acontecimiento (social, religioso, político, etc.) como registro en la memoria, como abstracción o como reflexión filosófica o científica. En la Antropología convergen estas diferentes formas de pensar la muerte, en conjunto con las diferentes ciencias del hombre. En este sentido, la muerte, por ser un fenómeno pluridimensional inherente al hombre, es estudiada desde la perspectiva antropológica. Es decir, todo fenómeno se estudia desde su unidad fundamental, y el hombre es esta unidad fundamental. Para poder comprender qué somos, tenemos que estudiar la muerte, y para poder entender la muerte, tenemos que estudiar al hombre. La muerte, entonces, se nos presenta como ‘objeto-sujeto’ de estudio, para que, de esta manera, podamos comprender todo el pathos por el cual la humanidad ha trazado su existencia.
La Antropología pretende ser la ciencia más ambiciosa por excelencia, quiere abarcar al hombre desde todos sus ángulos, no pueden ir más allá de nuestra vida, de nuestros sentidos, de nuestro lenguaje, de nuestro mundo, y sólo a través de esta combinación de elementos, podemos conformar cualquier sistema de pensamiento o representación. La muerte se presenta como ese límite del cual no podemos eludirnos. No podemos saber, conocer, ni mucho menos explicar, que hay después de la muerte.
Desde que el hombre se hizo consciente de este fenómeno, aparecieron los grandes mitos, las majestuosas leyendas que le dieron vida a la historia homínida. La muerte es, duplicación, imagen del otro. Los muertos, en las sociedades prehistóricas, poseen alimentos, armas, ropas, deseos, pensamientos, motivaciones; los muertos son dobles de los vivos y viceversa. La muerte es renacimiento, ciclo interminable, como en las religiones cristiana y budista, aunque cada una de ellas interprete la muerte-renacimiento de diferente manera, incluso de manera contradictoria.
Es evidente que no se sabe acerca de la muerte, sólo se sabe acerca de la actitud que se tiene ante ella. Sólo sabemos acerca de dolores, agonías, procesos, fases, etapas, no de la muerte en sí, sino del morirse; muerte absoluta, muerte repentina, muerte aparente, qué más da, no sabemos nada.
De esta manera, debemos ver a la muerte en su completa desnudez, descontaminada de nosotros, desenmascarada; tenemos que quitarle esa ‘personalidad’, o más bien, dejarla de concebir como persona.
La muerte desde el punto de vista psicológico
Los seres humanos son únicos. Experimentan diferentes situaciones y reaccionan a éstas de maneras distintas. Pero una parte inevitable de la vida de todos es la muerte. Las mejores personas pueden entender tal acontecimiento impostergable y mientras más sabiamente logren abordarlo antes de que llegue, su vida será más plena.
En la psicología se piensa que la muerte es un acontecimiento natural de la misma forma en que lo es el nacimiento y sin importar la edad, la posición económica, o las creencias, todo ser humano va a pasar por este hecho (Kubler-Ross, 2003).
Es importante vivir el duelo, ya que la negación o el estancamiento pueden tener efectos considerables en el doliente. Cuando se vive el duelo aceptando el proceso, puede decirse que es la forma ideal de recuperarse de éste, ya que su función es precisamente restituir o sanar y aunque cada persona vive su sufrimiento de diferente forma, el aceptar el dolor será siempre el mejor camino.
Para la psicología toda pérdida genera un crecimiento personal, tendríamos buenas razones para no borrar el dolor y el duelo de un plumazo (Bucay, 2003).
La Filosofía se ha planteado desde siempre el hecho de la muerte como un problema. Prácticamente no hay pensador o pensadora que no haya reflexionado sobre la realidad de nuestra finitud y contingencia, en otras palabras, el hecho de nuestro evidente carácter mortal. A tal extremo podemos llegar con esta constatación, que habría que señalar que casi nadie se plantea como núcleo de su filosofar el hecho de la natalidad, 2 nuestro carácter de seres que han nacido, de seres que llegan a un mundo que les preexiste, y en el cual, como iniciados e iniciadores, han de realizarse a partir de la libertad que los signa, y que es precisamente la capacidad de comenzar con sus acciones, eventos y sucesos, trayendo así al mundo lo inesperado e impredecible.
Por otro lado, la muerte puede ser entendida de dos maneras. Ante todo, de un modo ambiguo, luego, de una manera restringida. Ampliamente entendida, la muerte es la designación de todo fenómeno en el que se produce una cesación. En sentido restringido, en cambio, la muerte es considerada exclusivamente como la muerte humana. Lo habitual ha sido atenerse a este último significado, a veces por una razón puramente terminológica y a veces porque se ha considerado que sólo en la muerte humana adquiere plena significación el hecho de morir. Esto es especialmente evidente en las direcciones más «existencialistas» del pensamiento filosófico, no sólo las actuales, sino también las pasadas. En cierto modo, podría decirse que el significado de la muerte ha oscilado entre dos concepciones extremas: una que concibe el morir por analogía con la desintegración de lo inorgánico y aplica esta desintegración a la muerte del hombre, y otra, en cambio, que concibe inclusive toda cesación por analogía con la muerte humana.
Una historia de las ideas acerca de la muerte supone, en nuestra opinión, un detallado análisis de las diversas concepciones del mundo y no sólo de las filosofías habidas en el curso del pensamiento humano. Además, supone un análisis de los problemas relativos al sentido de la vida y a la concepción de la inmortalidad, ya sea bajo la forma de su afirmación, o bien bajo el aspecto de su negación. En todos los casos, en efecto, resulta de ello una determinada idea de la muerte. Nos limitaremos aquí a señalar que una dilucidación suficientemente amplia del problema de la muerte supone un examen de todas las formas posibles de cesación aun en el caso de que, en último término, se considere como cesación en sentido auténtico solamente la muerte humana. Hemos realizado en otro lugar este examen (cfr. El sentido de la muerte, 1947, especialmente cap. I). De él resulta, por lo pronto, que hay una distinta idea del fenómeno de la cesación de acuerdo con ciertas últimas concepciones acerca de la naturaleza de la realidad.
El atomismo materialista, el atomismo espiritualista, el estructuralismo materialista y el estructuralismo espiritualista defienden, en efecto, una diferente idea de la muerte. Ahora bien, ninguna de estas concepciones entiende la muerte en un sentido suficientemente amplio, justamente porque, a nuestro entender, la muerte se dice de muchas maneras (desde la cesación hasta la muerte humana), de tal modo que puede haber inclusive una forma de muerte específica para cada región de la realidad. La analogía mortis que con tal motivo se pone de relieve puede explicar por qué para citar casos extremos la concepción atomista materialista es capaz de entender el fenómeno de la cesación en lo inorgánico, pero no el proceso de la muerte humana, mientras que la concepción estructuralista espiritualista entiende bien el proceso de la muerte humana, pero no el fenómeno de la cesación en lo inorgánico
Ha sido común estudiar filosóficamente el problema de la muerte como problema de la muerte humana. En la actualidad abundan los estudios biológicos, psicológicos, sociológicos, médicos, legales, etc., sobre la muerte, con atención a casos concretos, a los modos como en distintas comunidades y en diferentes clases sociales se hace frente al hecho de que los seres humanos mueren. Estos estudios son importantes, porque ponen de manifiesto que la muerte humana es un fenómeno social, a la vez que un fenómeno natural. Por eso se tienen en cuenta no solamente los moribundos y los fallecidos, sino también los sobrevivientes.
La investigación propia a que antes nos referimos no deja de lado los citados estudios, pero atiende a la noción de muerte (o de cesación) como noción general filosófica y no solamente como un fenómeno humano. En lo que toca al último se han contrapuesto dos tesis extremas: según una de ellas, la muerte es simple cesación; según la otra, la muerte es la propia muerte irreductible e intransferible. Estimamos, por nuestro lado, que la llamada mera cesación y la muerte propiamente humana funcionan a modo de conceptos-límites. De la muerte humana se puede decir que es más propia que otras formas de cesación, pero, a menos de cortar por completo la persona humana de sus raíces naturales, debe admitirse que tal propiedad no es nunca completa.