La Prueba Del Bautismo En La Fe Cristiana

En los templos católicos se denomina pila de agua bendita a un reci-piente de piedra u otro material, más o menos grande, situado a la en-trada de los mismos, destinado a contener agua bendecida para la per-signación de los fieles.

Su origen es incierto, pero se remonta ya a los primeros tiempos del cristianismo, encontrándose numerosos vestigios de ello, aunque la cos-tumbre de situarla a la entrada del templo data del siglo XII, genera-lizándose a finales del XIV.

Este gesto tiene su origen en la práctica judía de realizar abluciones (la-vados rituales) antes de cualquier adoración formal. Por ello, en los atrios de los templos antiguos se colocaron fuentes de agua en las que sumergir las manos para purificarse antes de la entrada al recinto sagrado (hemos de estar limpios para adorar a Dios), que fueron susti-tuyéndose por pequeñas pilas.

Las hay muy grandes y elaboradas, generalmente de piedra o mármol, a veces montadas sobre grandes conchas marinas, exentas (en el atrio o incluso el exterior del templo) o empotradas en el muro y otras extraor-dinariamente sencillas, reducidas a una simple vasija colgada o empo-trada en la pared.

La doctrina que la Iglesia mantiene sobre “la Bendición del Agua gozó siempre de gran veneración y constituye uno de los signos que con fre-cuencia usa la Iglesia para bendecir a los fieles” según recoge el Ritual Romano de 1984, editado por mandato de Juan Pablo II, que continúa diciendo: “Con el Agua Bendita recordamos a Cristo, agua viva, así como el Sacramento del Bautismo, en el cual nacimos de nuevo, del Agua y del Espíritu Santo”. “Siempre, pues, que seamos rociados con esta Agua o que nos santigüemos con ella, al entrar en la iglesia o dentro de nues-tras casas, daremos gracias a Dios por su inexplicable don y pediremos su ayuda para vivir siempre de acuerdo con las exigencias del Bautismo, Sacramento de la fe, que un día recibimos”.

Se dice que los efectos del uso del agua bendita, con la preparación y predisposición adecuadas, son tres: atrae la gracia divina, purifica el alma y aleja al demonio . Al tiempo que se perdonan nuestros pecados veniales y penas temporales , obteniéndose otros efectos espirituales y santificantes.

El agua debe ser bendecida por un sacerdote, aunque en caso de extrema necesidad es posible realizarlo uno mismo pidiéndole a Dios, en

El uso de las velas está arraigado en lo más profundo de la tradición cris-tiana. La práctica de encender velas ante el Señor procede del Antiguo Testamento, en que Dios exigió a los israelitas mantener encendidos los candelabros en el Santo de los Santos (Ex. 40).

En el Nuevo Testamento la Luz representa a Cristo, por ello encender una vela o lámpara se ha asociado de una manera especial como un símbolo de Cristo .

Dentro del Año Litúrgico, durante la Vigilia Pascual, hay un acto espe-cialmente significativo y simbólico en torno a la luz: el encendido del Cirio Pascual. En efecto, el pueblo, congregado “en la oscuridad”, ve cómo nace el fuego nuevo, símbolo de Cristo, tras el que marcha la co-munidad al grito de “Lumen Christi” (luz de Cristo), repetido por tres veces.

También se señala el uso de las velas como un recordatorio de los pri-meros cristianos, que celebraban la misa en las catacumbas alumbrados por velas bajo la amenaza de la persecución.

Igualmente el encendido de velas parece dar un carácter más festivo y solemne a la Misa y otras celebraciones y aunque puedan parecer anti-cuadas o innecesarias, la Iglesia valora el impacto espiritual que la belle-za natural de las velas pueda tener en nuestras almas.

Es asimismo relevante el hecho de que se hayan hecho tradicionalmente de cera de abeja, al menos parcialmente, aunque no parece haber un fundamento teológico para ello. Es la luz y no la cera quien representa a Cristo .

Exceptuando las misas de la Vigilia Pascual y la Rorate Caeli de Adviento, en las celebraciones actuales de la misa, las velas no mantienen su anti-guo propósito práctico de iluminar, habiendo hoy día medios alternati-vos más eficientes. Sin embargo, la Instrucción General del Misal Roma-no dice: “Colóquense en forma apropiada los candeleros que se requie-ren para cada acción litúrgica, como manifestación de veneración o de celebración festiva, o sobre el altar o cerca de él”.

Según su finalidad suelen recibir un particular nombre: bautismal, cirio pascual, vela del tabernáculo, corona de adviento, de la Candelaria, y entre ellas merecen especial mención las velas votivas, encendidas por los fieles frente al altar o una imagen de Jesus, la Virgen o algún Santo.

Sin embargo hay un hecho incuestionable y es el enorme riesgo que la llama de una vela encendida, de cera o un sucedáneo, entraña en un templo ¡Cuantos han acabado siendo pasto de las llamas!. Por ello, a excepción de la luz del sagrario (debidamente protegida) no debería quedar ninguna encendida cuando se cierra la iglesia.

Esta misma razón y necesidad hace que las velas se vean paulatinamente sustituidas por luces alternativas y encontrarnos con lámparas en forma de vela alimentadas con electricidad, sin que sean excepción las ofrendas de los fieles y así en la mayoría de los templos se han ido sustituyendo los lampadarios votivos por otros eléctricos, que no producen humo (que se acaba adhiriendo a las paredes y mobiliario) ni olores, de bajo consumo, mínimo gasto e incluso programables. Al fin y al cabo se trata de encender una luz.

22 October 2021
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