Las Dimensiones De La Ética, Desde la Personal Hasta la Social
Puesto que la realidad humana cuenta con una irrenunciable dimensión social, es factible contemplar esa misma dimensión en la ética: en tanto que el fin y contenido de la ética personal es la acción que desempeña el individuo sobre sí mismo y sus relaciones para instaurar cierto orden en su entorno más inmediato, en concordancia con un conglomerado ordenado de valores, el fin de la ética social será el razonamiento crítico sobre las configuraciones sociales existentes, y la obra conjunta en pro de la remodelación de dichas configuraciones -o el reemplazo de las mismas por otras nuevas-, siempre desde la perspectiva de la cuestión ética fundamental, o sea, qué clase de persona pretendemos instruir, qué clase de sociedad pretendemos conformar.
Con otras palabras, la anteriormente citada “ética personal” se enfoca en la acción que realiza el sujeto y se caracteriza porque el individuo procede sobre sí mismo e interacciona intencionadamente con los demás, tratando de ejecutar ciertos valores que ha escogido. Por otro lado, la “ética social” se define por la desaparición de la unión inmediata entre cada alternativa o acto personales y sus efectos prácticos. Así, la preferencia de la persona por unos valores concretos no puede trasladarse sencillamente a un comportamiento operativo que los convierta en verdaderos, en realidades, ya que las consecuencias no solo dependen del acto que realice el individuo sino también de la interacción con los demás a través de construcciones sociales complejas.
Matizando aún más el antagonismo entre lo personal y lo social, es factible el valorar diferentes niveles de agrupación o asociación de personas: no es considerable de igual manera un grupo informal (conformado por amigos o conocidos) que una institución (por ejemplo, una universidad), una organización (cualquier empresa) o la sociedad misma, en general. Cualquiera de los ejemplos presenta responsabilidades compartidas -o incluso colectivas-, aunque siempre perdurarán las responsabilidades de los individuos de forma individual, que podrán cooperar a que el colectivo del que forman parte cumpla su función.
De esta forma se puede tratar, en lugar de dos, de tres dimensiones de la ética: la dimensión personal (presente constantemente, ya que siempre son personas, ya sea solas o en grupo), la dimensión organizacional (engloba aquellos estratos intermedios en los que el individuo se ocupa de las actividades se le otorgan en una institución) y la dimensión social (resultado de la forma de ser tanto actual como organizacional en las relaciones sociales y sus estructuras).
La ética más actual persigue el equilibro entre las anteriores dimensiones. Con objeto de encontrar cierta congruencia entre estas, podría resultar “útil sentar los siguientes principios” (Laraña, 2013):
- “La dimensión personal es la base irrenunciable de toda moral”, otorgándole veraz y completo sentido. No existe conducta moral si no hay persona que juzga, elige y obra en virtud de sus convicciones morales (compartidas con otros, pero personalmente aprehendidas).
- “Pero la autonomía de acción de la persona no es total.” Cualquier individuo humano está supeditado a su propia historia, su psicología, los colectivos sociales con los que se relaciona y la sociedad de la que forma parte. Supeditado, en este caso, no es equiparable a determinado, ya que siempre hay posibilidades de que tal individuo se aleje de esos condicionamientos lo suficiente como para conformar una distancia crítica en relación con la sociedad y sus instituciones.
- “La dependencia entre sujeto humano y estructuras sociales no es unidireccional, sino recíproca.” Si la persona precisa de las estructuras -aunque no sea completamente-, automáticamente estas resultan condicionadas, en cierta manera, por los individuos, y aún más si estos obran de forma conjunta. Así, también es conveniente hablar de ética al hacer referencia a la actividad colectiva de las personas sobre dichas configuraciones de la sociedad (independientemente de si la intención es transformarlas o preservarlas).