Los Idolos del Hombre y la Mujer Contemporánea
En el siglo XXI la cultura ha experimentado cambios drásticos en un corto período de tiempo. En menos de dos décadas, hemos visto como las practicas cotidianas tanto de hombres como mujeres se han adaptado a los cambios en la sociedad causados por factores como la tecnología, la urbanización y el secularismo. Otros eran los tiempos en el que los valores, auspiciados en gran parte por la religión, eran una base fundamental de la vida en sociedad. Estos valores, han sido reemplazados por una serie de “ídolos”, que han alejado al hombre de una vida mas apegada a las buenas costumbres. Los tres ídolos mas importantes son el dinero, los vicios, y la fama. La religión cristiana ha, desde su institución, considerado la idolatría un pecado; propone que el único dios verdadero es el suyo, y que cualquier otra entidad que busquen los humanos para sustituir la reverencia que le debemos, presenta un problema. Podemos extrapolar esta noción de “ídolo” a cualquier entidad, persona, objeto o cosa intangible, al que le demos importancia mayor de la que se consideraría saludable. Al final del camino, en dependencia de los “ídolos” de cada quien, acabamos por modificar y adaptar nuestro comportamiento, adscribiéndole importancia a ciertas cosas y, por ende, cambiando nuestras prioridades y valores.
En primer lugar, el hombre moderno idolatra, prácticamente, ante todo, el dinero. Construimos nuestras vidas en gran medida, y salvo excepciones puntuales, alrededor de aquello que nos pueda mantener saciados financieramente. Priorizamos todas aquellas decisiones que involucren lucro, muchas veces ignorando las consecuencias reales que esto pueda implicar para las personas que nos rodean y el mundo en general. Indudablemente, son muchos los empresarios y dueños de compañía que han reemplazado su compás moral con una cuenta bancaria, ignorando los daños causados al medio ambiente y a aquellos trabajadores que contratan por salarios ínfimos, con tal de mantener márgenes altos y seguir haciéndose más y más ricos. Es sumamente cómodo, e incluso cobarde, apagar nuestros instintos que nos indican que algo no está bien ni es ético, cuando será lucrativo para nosotros. Lo vemos a diario en el ámbito profesional, y debemos cuidarnos de caer víctimas a la idolatría del dinero y las riquezas.
Relacionado también a este, el hombre y la mujer moderna idolatran a las cosas en general: ropa, aparatos electrónicos, joyería, zapatos, etc. Lo que sea que brinde la apariencia de estatus se vuelve una necesidad, distorsionando nuestra perspectiva del mundo y nuestras relaciones interpersonales. Sacrificamos verdaderas prioridades, como nuestras casas, familias, educación, con tal de dar la apariencia de riqueza, sin darnos cuenta de que tantas cosas importan mucho más, y que aquellas personas que realmente deberían importarnos no se fijan ni por asomo en estas cosas.
El poder es otro ídolo del hombre moderno. Desde el punto de vista de la ética profesional, presenta un peligro particular, ya que el accionar en nuestras carreras con miras en obtener poder, lleva a sacrificar los intereses de los demás en búsqueda de control y la monopolización de los recursos relacionados con el campo de trabajo en el cual se desempeñe cada quien; para un abogado, presenta la oportunidad del tráfico de influencias, una fuerza corrompedora como pocas otras.
Hoy día, la modernidad y la proliferación de la tecnología han dado fuerza a otro ídolo: la fama. Nos hemos vuelto obsesionados con la notoriedad, muchas veces no merecida, creando ansiedad en nosotros mismos por ser conocidos, fuere por el motivo que fuera. Lo vemos en fenómenos como los videos virales en que los adolescentes hacen cosas que ponen sus propias vidas en peligro, todo en nombre de obtener la mayor cantidad de “likes” o “reposts” en las redes sociales, para sentirse relevantes por algunos minutos. Vemos a los llamados “vloggers” de YouTube haciendo cosas atroces en nombre de atraer una audiencia significativa, como el caso de Logan Paul, quien entró a un bosque japonés reconocido por la cantidad de suicidios que en el ocurren y grabó el cuerpo de una víctima de esta depresión; fue sancionado por la plataforma, temporalmente, pero para su base de fanáticos esto no hizo ninguna diferencia: lo siguen con la misma pasión que antes, cosa que se pudo evidenciar en la forma en que fueron a su defensa ante los críticos de este video. Se distorsiona, entonces, en persecución de la fama, lo que es ético y lo que no, tomando siempre prioridad aquello que nos vaya a dar más notoriedad.
De la mano con este hecho, está que el hombre y la mujer moderna idolatran a otras personas, muchas veces sin mérito, en la forma de celebridades del mundo del entretenimiento y del deporte. En el mundo del entretenimiento, las redes sociales han permitido que hoy día muchas personas se hagan famosas en base a poco más que su apariencia física: este es el caso de los “influenciadores”, personas que suben fotografías a las redes sociales y cooperan con marcas para vender sus productos al crear una imagen de la vida color de rosa; también están las estrellas de los “reality shows”, personas que supuestamente viven sus vidas normales seguidos por cámaras que capturan cada segundo. El mejor ejemplo que tenemos de estos últimos es la familia Kardashian, que tiene más de 10 años creciendo su imperio en base a su serie de televisión. Son personas famosas, que idolatramos, y no por su talento necesariamente, como serían algunas actrices y actores (aunque hay que admitir que el fanatismo alrededor de estas personas se ha salido sumamente de la mano), o escritores, u otros artistas o personas con logros impresionantes.
Quizás en un nivel menor a los personajes del mundo del entretenimiento vemos el fanatismo por los deportistas, que si bien ciertamente son personas con capacidades más allá de lo normal, acrecentamos a niveles de considerarlos infalibles: son incontables los ejemplos de jugadores de deporte profesionales acusados, por ejemplo, de violencia sexual, muchas veces con una cantidad inmensa de evidencia, y sin embargo el instinto siempre es hacia proteger a nuestros ídolos, porque más allá de que los consideramos infalibles, existe un entendimiento no hablado de que realmente, qué importa que hayan atacado a una mujer, o que hayan conducido borrachos y herido a una persona; es el secreto sucio de esta cultura que entendemos que nuestros ídolos del deporte, deberían ser considerados bajo métricas diferentes, frente a otro estándar, al ser personas con talentos fuera de lo común. Doblamos, e ignoramos, nuestros principios éticos como cultura, cuando se trata de este tipo de personas, en gran medida porque buscamos proteger nuestra propia imagen de nuestros ídolos.
Ya no mantenemos los mismos ídolos que siglos y milenios atrás; no se trata más de estatuillas de bronce y de madera, representando deidades sagradas a las cuales hacemos reverencia. Pero esto no implica que el hombre moderno no haga reverencia a nada. A parte de estos que he citado anteriormente, cada quien tendrá sus propios ídolos. Debemos mantenernos siempre atentos y conscientes de esta realidad, para evitar moldear nuestros preceptos éticos a aquello que aparente conveniente al beneficio de estos ídolos, sea nuestra carrera, la prosperidad económica, la búsqueda del poder, o bien personas que hemos identificado como más importantes.