Los Vikingos Y Sus Expediciones A La Península Ibérica
El periodo vikingo es como se denomina a la época histórica en la que se desarrolló la cultura vikinga, y que se extendió entre finales del siglo VIII y mediados del siglo XI. Su lugar de origen estuvo en Escandinavia. A partir de allí, llegaron a la mayor parte de Europa, y algunos lugares de Asia, África y América.
Las fuentes para el estudio de los ataques vikingos a la Península Ibérica son casi exclusivamente escritas y procedentes de fuentes indirectas. No hay restos arqueológicos encontrados excepto la llamada Cajita de San Isidoro, un artefacto de forma cilíndrica ornamentalmente rico y tallado en asta de ciervo, datado de finales del siglo X y que se conserva en el Museo de la Real Colegiata de San Isidoro de León. Se desconoce cómo llegó esta obra a esta ciudad. Pudo haber sido tomada por algún miembro de una expedición que atacase estas costas o, tal vez, fue una ofrenda a San Isidoro dejada por algún peregrino.
En el año 793 se produjo el primer ataque vikingo en territorio extranjero. Fue contra el Monasterio de Lindisfarne, situado en la isla del mismo nombre de la costa oriental de Inglaterra. Desde entonces las ofensivas vikingas fueron casi continuas. El primer ataque en la Europa Continental se produjo en el año 810 en la provincia de Frisia, situada en los Países Bajos. Más tarde, en el año 843, la ciudad francesa de Bayona había sido tomada, por lo que habían alcanzado las zonas más meridionales de la costa atlántica francesa y su próximo destino sería la Península Ibérica.
La primera expedición vikinga en la Península Ibérica llegó a las costas de Asturias en el año 844. Fueron divisados por primera vez cerca de Gijón. Luego se dirigieron a las costas gallegas y a continuación siguieron por la costa atlántica de norte a sur, hasta llegar a Sevilla por el río Guadalquivir. Desde aquí atacaron ciudades como Coria, Medina-Sidonia y Niebla. En todos los lugares causaron numerosos daños, tanto materiales como en vidas humanas. Pero al final fueron derrotados por el ejército musulmán antes de su llegada a Córdoba. Los vikingos sufrieron grandes pérdidas y no tuvieron más remedio que retirarse, aunque en su camino de vuelta siguieron realizando diversos saqueos. El nombre con el que eran conocidos en Al-Ándalus era «mayus».
La siguiente expedición vikinga llegó a las costas gallegas en el año 858 y cuyo destino era Santiago de Compostela. El trayecto fue a través de la Ría de Arosa, saqueando Iria y asediando Santiago de Compostela. Pero entonces fueron derrotados por el ejército cristiano en un duro combate en el que los vikingos sufrieron cuantiosas bajas y se vieron obligados a levantar el sitio e irse del lugar. Esta incursión vikinga tuvo como consecuencia el cambio de la sede del obispado a Santiago de Compostela, que en un futuro se convertirá en la ciudad por antonomasia de las peregrinaciones.
En los años siguientes se sucedieron los ataques a las costas de la Península, sobre todo en la zona norte. Aunque cada vez con menor crudeza y con más espacio en el tiempo. La amenaza de su presencia hizo que cristianos y musulmanes construyesen, a lo largo de sus costas, una serie de emplaces defensivos para defenderse de sus ataques provenientes de las costas. Entre los cristianos destacaron los castillos y por parte de los musulmanes las torres fortificadas.
La imagen tradicional que conservamos de los vikingos es la de una masa de guerreros crueles, piratas fieros que aparecían con sus barcos para atacar monasterios y ciudades, donde robaban todo lo que encontraran de valor, además de asesinatos y destrucción. Sin embargo, esta imagen no contiene toda la verdad y se debe sobre todo a que durante mucho tiempo solo se han informado sobre los aspectos más deplorables de su historia. Lo que no se cuenta, es que podían legar a ser tan refinados como sanguinarios, pues su peculiar arte presenta una complejidad digna de un pueblo como los vikingos. Además, apreciaban los objetos de lujo, como se puedo en sus expediciones de pillaje.
Los motivos que impulsaron a los vikingos a llevar a cabo sus expediciones fueron muy distintos. Se pudieron conjugar, dependiendo del momento, circunstancias como la pobreza, el aumento de la población, la falta de tierras, la necesidad de dar salida a sus productos, el suministrar a los mercados escandinavos las manufacturas que no podían ser producidas en los países nórdicos por la falta de materia prima, la inestabilidad política, la presión de los reyezuelos locales, el afán de conquistar y poseer tierras, la creación de establecimientos de apoyo a lo largo de las rutas comerciales, el deseo de adquirir riqueza y posición social de un modo rápido, y por último, la curiosidad de descubrir nuevas tierras y navegar por otros mares. El carácter de las expediciones vikingas no tuvo en su conjunto ninguna razón interna que tuviera suficiente fuerza para, por sí sola, haber puesto en marcha el fenómeno de la expansión vikinga.
Los vikingos eran maestros en técnicas militares basadas en ataques por sorpresa, que les permitió enfrentarse con éxito a fuerzas teóricamente más potentes. Para ello, aparte de poseer grandes cualidades guerreras y un espíritu audaz, precisaban de dotes organizativas y una rígida disciplina, cualidades que los vikingos poseían en un grado sumo. En contra de lo que en principio podría parecer, los contingentes vikingos no estaban compuestos por indisciplinadas bandas salvajes que atacaban y destruían todo lo que encontraban a su paso. Por el contrario, poseían una compleja organización, que además contaba probablemente con una amplia red de informadores debido a que solían conocer bastante las defensas de las ciudades que atacaban y los días en los que se celebraban mercados u otros eventos en donde el botín a conquistar sería más cuantioso.
Allí donde llegaban los vikingos, sobre todo Francia, las Islas Británicas o Irlanda, parecían invencibles, pero en la España medieval, tanto la cristiana como la musulmana, chocaron con la oposición absoluta y tenaz de los pueblos peninsulares, que no cejaron en su empeño hasta lograr su derrota y expulsión. Aquí los ataques vikingos no alcanzaron nunca la misma fuerza desestabilizadora que tuvieron en el resto de los lugares europeos. Lo intentasen o no, lo cierto es que no pudieron tener bases permanentes en suelo peninsular. Sus asentamientos estratégicos en la Península Ibérica no se convirtieron nunca en bases estables. Debido a las presiones de las fuerzas locales, se vieron una y otra vez obligados a abandonarlos. Los reinos cristianos del norte y los musulmanes de Al-Andalus no eran menos belicosos que los vikingos, y estaban enzarzados a su vez en frecuentes luchas entre sí. Aunque bien es cierto que en contadas ocasiones hubo una leal colaboración entre ellos para luchar contra su adversario común.
Existió un número indeterminado aunque seguramente no muy numeroso de vikingos, la mayoría inicialmente prisioneros, que se quedó en la Península Ibérica. Ya fuese en territorio cristiano o musulmán, terminarían por asentarse, integrarse y aceptando la religión correspondiente para al cabo de unas pocas generaciones quedar diluidos entre la masa de la población peninsular. Como curiosidad, en la provincia de León, casi en el límite con la de Zamora, hay una pequeña aldea llamada “Lordemanos”, cuyo nombre proviene de una de las dos formas con que se denominaba a los vikingos que llegaban a las costas peninsulares, “Nordomani” y “Lordomanni”; este debió ser un lugar que en el pasado estuvo habitado por normandos y descendientes de ellos. Del paso de los vikingos por la Península Ibérica queda poco más que el recuerdo, pero ellos también forman parte del numeroso grupo de pueblos que constituyen la historia de España. Seguro que muchos españoles de la actualidad tienen una parte de sus genes con orígenes vikingos.
Hay una idea generalizada de que los vikingos utilizaban cascos con cuernos, pero posiblemente no era cierto. En el siglo XVIII eran representados en las pinturas con cascos alados, aunque algunos hallazgos arqueológicos de cascos y cuernos en el año 1875 formaron la leyenda que a partir de entonces popularizó esta imagen. En realidad, habría sido muy arriesgado portar en batalla un casco que podría salir disparado de un golpe y clavarse en cualquiera. Hoy día se cree que enterraban a sus muertos con cascos y cuernos, siendo utilizados estos para beber en el Más Allá.