Sambio Social y Progreso Humano

La vigorosidad de la vida social entraña siempre interacción y movimiento. Dar cuenta de ésta implica hablar de cambio. Manifestar que algo cambia conlleva un cúmulo de disimilitudes en las particularidades de cualquier fenómeno social. Aproximarse a las consecuencias de los cambios ocasionados por los sujetos sociales de un fenómeno social conlleva a enfatizar: Visualizar el cambio social como proceso de diferencias en el tiempo de una identidad persistente, nos requiere realizar un enlace entre los componentes “diferencias”, “en el tiempo” e “identidad”, todos esenciales, ya que la sola exclusión de alguno, lleva a equivocarse y entender el cambio como modos simples de interacción y movimiento, algo muy lejos de lo que sucede en lo social. El primer componente, nos remite a la observación de la diferencia o diferencias que es el principio de toda conciencia de cambio. El segundo, el cambio es inherente a la dimensión temporal, para que constituya el mismo tiene que ser sucesivos en el tiempo. Por último, las diferencias temporales se dan en una identidad persistente, ya que si algún objeto, entidad o ser perduran a través de todas las diferencias siguientes, es posible manifestar que se ha ocasionado un cambio. (Nisbet, 1988)

Para comprender el cambio social, tenemos que partir de una variabilidad de miradas, donde contemplemos los movimientos que dan cuenta del curso de lo acontecido en lo social, el quehacer de los sujetos sociales, abordando las condiciones estructurales heredadas de los antecesores, y sus efectos acumulados tanto en lo productivo como lo reproductivo.

Exponer algunos los aportes históricos sobre el tema del cambio, lleva a considerar al primero que menciona dicha idea, Heráclito de Éfeso, el “devenir” (Siglos VI y V A.C.).

Los autores griegos, presocráticos, clásicos y helenísticos, encauzan sus reflexiones sobre la existencia de una ley o razón universal que ordena el universo y en conclusión la vida de los seres humanos, o la inexistencia de la misma y sólo es en definitiva el azar, sin orden ninguno. Séneca (1997) “afirma que todas las cosas se rigen por una ley infalible y eterna; en todas nuestras actuaciones hay un orden que ya está dado”. Lucrecio (1998) manifiesta que “lo que las personas son, es producto de su actuación en la historia, sin intervención de los dioses ni fuerza alguna exterior”. De las dos prevalece la primera.

Una nueva instancia de visualización de cambio aparece con el cristianismo, la nueva religión monoteísta propagándose a través del Imperio Romano. El surgimiento de un cambio cultural que porta consigo nuevas creencias, valores y normas que se imponen en el imperio. De la realidad de una ley que ordena y rige la historia, a la creencia de Dios y su disposición divina que dirige la historia y organiza la sociedad humana, está todo determinado por él, sólo hay que seguir sus propósitos. La divinidad construye una historia asistida por quienes ostentan el poder y les atañe continuar sin alteraciones, una historia estática e inmóvil. Las transformaciones que tuvieron su origen en ésta época y las que sobrevienen darán paso al surgimiento de la modernidad.

Las causas y consecuencias de múltiples sucesos gestan modificaciones, probablemente resultado de continuidades, pero también del cometido de los hombres. Así en los siglos XVI y XVII, Bacon en sus obras se muestra incrédulo con lo proveniente del pasado y reflexiona sobre la idea de cambio como atendible. Para este autor es primordial el conocimiento racional y a través de éste, alcanzar el cambio que se exterioriza en la dominación y el control de la naturaleza y su práctica para una sociedad mejor. En este mismo período se localiza Descartes, quien también impugna el pasado expresando que, el individuo observando las reglas del método se acerca a la verdad.

Por otro lado, con el surgimiento del Renacimiento y el Humanismo reaparece el individuo, que en la Edad Media fue descartado como sujeto histórico. En ésta época se lo va a entender al sujeto como agente de cambio y hacedor de su historia, una historia humana. Ahora la disputa es entre una construcción divina o humana de la historia.

Cuando la idea de cambio, fortalecida y argumentada por los filósofos ilustrados y cuenta con la aceptación de la burguesía; la nueva clase en ascenso; se encuentran, la práctica del cambio es asumida por ésta última. De la anterior idea del término de cambio a la nueva interpretación, el “progreso”, éste al servicio de la clase burguesa y de un nuevo sistema de producción dinámico, creativo, ascendente y expandiéndose por Europa. Progreso, que para la Ilustración fue la prosperidad de la Razón, comienza a utilizarse en los discursos teóricos. Turgot en su obra “Discursos sobre el progreso humano”, Condorcet en “Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano”. De la mano de este nuevo significado, se definirá a la modernidad y a la sociedad hasta nuestros días.

La victoria de la Revolución Francesa, reflejada en la toma de la Bastilla (14 julio de 1789) y las palabras de Bailly dan por acabado el Antiguo Régimen y señala quiénes disponen de la práctica de cambio, lideran la historia y son agentes de cambio. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1791), una muestra del cambio en provecho de algunos, la clase burguesa y el género masculino, una nueva época que custodia dos distinciones: los derechos individuales y la propiedad privada, Un nuevo orden social, una ruptura con la sociedad tradicional anterior y la llegada de la modernidad.

La modernidad definida sociológicamente por diversos procesos: expansión del conocimiento científico, la industrialización, la urbanización, democratización. Estos poco a poco se van universalizando como valores máximos de la sociedad europea y norteamericana a lo largo del siglo XIX y con ello el discurso del cambio y las ideas modernas, esencialmente dos: la libertad y la igualdad.

El progreso, para Saint Simon es ley natural, es tácito en la naturaleza e historia humana, la sociedad positiva es el final de la historia, al que tendrán que llegar todas las sociedades. Para Comte, el orden acompaña al progreso. Como plantea Marcuse, (1972), la preocupación de Comte es que el progreso es orden, orden social, evolución armoniosa conducida por leyes naturales, permanentes, no revolución. Una historia lineal, continua que va avanzando por etapas; ley de los Tres Estadios; y todas las sociedades tienen que pasar por ellas.

Durante el siglo XIX el paradigma dominante es el evolucionismo, no sólo en las ciencias naturales (Darwin y Wallace), sino también en las ciencias sociales. Éste suponía continuidad (Leibniz), complejidad (Spencer) y determinismo (Comte). La evolución del capitalismo, la producción y el consumo, colaboran para que el progreso se vaya centrado en lo económico, en lo material.

Esta idea de cambio, en las ciencias sociales, desarrolla una evolución en el tiempo de las sociedades. Esto supone, tomando a Spencer, primero que el cambio en las sociedades es natural, necesario e imposible de evadir (Nisbet, 1980); segundo, es percibido como direccional y unilineal, de formas primitivas a formas desarrolladas, de estados simples a complejos, de lo homogéneo a lo heterogéneo (Sztompka, 1993); tercero, la sociedad, como totalidad, un sistema integrado de componentes y subsistemas, empleando la analogía orgánica; y por último, el cambio paulatino, ininterrumpido, intenso y acumulativo. 

08 December 2022
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