Análisis de La Novela Española 'Tristana' y Su Protagonista

Tristana es el personaje central de la obra Tristana, novela escrita por Benito Pérez Galdós en 1892. En este trabajo pretendemos defender la idea de que Tristana vivió toda su vida diferentes manifestaciones de una constante: la esclavitud. Entendemos esclavitud como la absoluta falta de independencia real, material, la imposibilidad de desarrollarse plenamente como individuo por la circunstancia. Tristana fue muñeca, prisionera y burguesa. Formas, todas ellas, que imposibilitan la constitución del individuo pleno en una mujer en España, a finales del S.XIX, en la situación de la protagonista.

Antes de entrar en materia, es necesario hacer varias consideraciones sobre la concepción novelística de Galdós y sobre la España de finales del S.XIX, ambas cosas, como veremos, íntimamente relacionadas y fundamentales para entender las líneas que siguen en este texto.

La novela española, tras dos siglos de una producción mediocre, se encontraba a finales del S.XIX en una situación decadente. Galdós sería el encargado de, en esta época, devolver a la novela española su rasgo más genuino: el realismo. Al escritor le interesa plasmar en el papel todo lo concerniente a la sociedad española de su tiempo. Una sociedad que está compuesta por individuos diferentes, con vidas diferentes, pero que tienen en común una tradición histórica-social que los moldea y condiciona. Galdós se encarga de hacer una «exploración y análisis de la sociedad de la Restauración en cuanto producto de circunstancias históricas específicas y aprehensibles» (Puértolas, Aguinaga y Zabala 2000: 98).

Tristana, como personaje galdosiano, es tratada también en relación al mundo en el que vive. Un mundo que, como se verá a través de los personajes con los que interactúa, tiene unos planes para la joven que están en constante oposición a sus deseos. Tristana, que aspira a ser independiente, vive en la España de la última década del S.XIX, que se encuentra bajo la ya asentada Restauración. Dicho modelo encontraba su fundamento en la alternancia burguesa –y masculina– en el poder. El equilibrio social y moral de la Restauración necesitaba a la mujer tradicional: católica, sumisa y en casa. Es muy difícil la independencia liberal posible para la mujer porque tiene otro rol dentro del entramado social, que es el de ejercer de núcleo familiar. Este es el marco en el que tenía que desarrollarse la protagonista.

Una vez pincelados los rasgos principales de la sociedad en la que le toca vivir a Tristana, vamos a entrar de lleno en el propio personaje. La novela comienza describiendo a Lope, que es presentado como un don Juan ya mayor, con cada vez menos dinero y con unos ideales más caballerescos que burgueses. Cuando se le describe, ya se cuenta que vivía con dos mujeres en su casa: su criada Saturna y la joven Tristana. No es hasta el capítulo III cuando descubrimos el origen y la familia de la niña, de la que se nos dice que estuvo al cargo de su madre, la señora Reluz, hasta su muerte, momento en el que queda encargada al amigo de la familia don Lope. De su infancia no sabemos demasiado, solo que la madre apenas podía encargarse de ella al final de su vida, porque «aquel cerebro no funcionaba como Dios manda, y, en suma, que a la pobre Josefina Solís le faltaban casi todas las clavijas que regulan el pensar discreto y el obrar acertado» (Galdós, cap.III). Se dice que, antes de perder la cabeza, la madre era una mujer de grandes inquietudes literarias, de las cuales surge el nombre de Tristana.

A los dos meses de convivencia, don Lope se acuesta con la joven, arrebatándole para siempre lo que nunca recuperaría. El narrador (cap.III) lo expresa genialmente con las siguientes palabras: «a los dos meses de llevársela aumentó con ella la lista ya larguísima de sus batallas ganadas a la inocencia». Tristana es, por entonces, una niña que acaba de perder a sus padres, que vive en casa de un hombre galán que la corteja y protege, que no ha salido apenas de casa y, en definitiva, que no tiene capacidad de discernir lo que le conviene de lo que no. Era, como dice el narrador en más de una ocasión, una «muñeca» en manos de un tirano en cuestiones de amor. Ante tal inocencia y desprotección, la mujer cae rendida ante Lope y vive, algunos meses, feliz en tan brutal situación.

La venda que tapaba los ojos de Tristana cae a los ocho meses de convivencia y comienza a sentir un profundo asco por Lope. Además, el cambio de actitud para con este va acompañado de un cambio en la forma de ser y entender el mundo que la rodea. Pasa rápidamente (cap.V) del ensimismamiento, de la alienación a la que había estado sometida en los capítulos anteriores, cuando Lope se acuesta con ella, a una reacción que, si bien es idealista (no es concreta, no tiene unos objetivos claros, no se plantea una forma determinada de escapar de su posición), la permite pensar de forma madura acerca de su condición. Es la primera evolución de Tristana (cap.5): deja de ser una muñeca para ser una prisionera. La joven no tiene otro lugar al que ir. No tiene dinero, ni familia, ni capacidad de trabajo alguna –dentro de los oficios posibles para una mujer. La casa de don Lope se convierte, al mismo tiempo, en un hospicio y en una prisión.

Son los primeros meses de la convivencia, pero ella ya ha recogido algunos de los pensamientos de su “captor” y los ha puesto a su servicio. Le reconoce razón en ciertas ideas pese al odio que le profesa. En concreto, hereda la visión que Lope tenía del matrimonio, y así se lo hace saber a Saturna (cap.V): «¿No te parece a ti que lo que dice del matrimonio es la pura razón? […] te reirás cuando te diga que no quisiera casarme nunca, que me gustaría vivir siempre libre». Pero, obviamente, Lope no es una mujer. El enlace es el proceso ideal para todos los sectores de la sociedad, hombres y mujeres, ricos y pobres, en un estado católico de finales del S.XIX. Lo cual no quiere decir que las mujeres solteras fuesen tratadas de la misma forma que los hombres solteros. En palabras de Gonzálvez y Sevilla:

El celibato es una monstruosidad en el orden natural; las que pertenecen solteras no eran bien vistas por vecinos y amigos, pues no habían podido ver cumplido el sueño de toda mujer. El matrimonio es el destino natural de la mujer, según las normas de la sociedad. (Gonzálvez y Sevilla 2008: 56)

Tristana se reconoce prisionera y tiene la reacción evidente: quiere ser libre. Ella cree que la libertad llegará a través del conocimiento, que cristalizaría en un oficio que la hiciese independiente. Por lo tanto, como señala Emilio Miró (1970: 510) ese «afán de libertad es en Tristana afán de saber». El contraste con la criada en estas conversaciones es muy clarificador, pues muestra a dos mujeres con visiones antagónicas. El realismo de Saturna frente al idealismo de la niña. La experiencia frente a la juventud. Deducimos de los diálogos que Saturna no es que no entienda a Tristana, es que sabe que lo que ella quiere no puede ser, porque comprende lo que los planes que la sociedad burguesa de la Restauración tiene para las mujeres: «Libertad, tiene razón la señorita, libertad, aunque esta palabra no suena bien en boca de mujeres» (Galdós, cap. V)

En medio de esta evolución, Tristana conoce a Horacio (cap. VII). El proceso de enamoramiento es tan rápido que en las primeras cartas ya se escriben como dos jóvenes profundamente enamorados. Los siguientes capítulos siguen dando cuenta de los paseos de los jóvenes, sus cartas, sus desvaríos amorosos. La correspondencia entre ambos está plagada de amor platónico, ardor, pasión. No diremos mucho más de las primeras cartas entre los jóvenes, pues son, en realidad, una excusa para que la protagonista siga desarrollando su visión de la vida, que es lo realmente interesante. Entre tanto, la joven no ha cambiado su situación. Sigue viviendo en casa de Lope, sigue siendo esclava.

En los diálogos entre los enamorados en el estudio de Horacio, Tristana continúa hablando de lo que espera de la vida. Pretende ser artista, vivir de su trabajo intelectual y del amor por Horacio, sin establecer lazos matrimoniales ni vivir juntos. A estas fantasías de su amada, el joven no parece estar del todo convencido –no lo está, como analizaremos más adelante–, pero el amor que siente hace que no contradiga a su compañera.

Tristana considera el arte como una forma de independencia. Una independencia que no es solo económica –el dinero parece es consecuencia más que un objetivo, aun siendo parte fundamental para sus planes– sino más bien una que le permitiría constituirse como un individuo pleno. Su plan de futuro es, evidentemente, casi imposible. Una joven pobre no vivía de su propio arte, en su propia casa, sin marido. Aun así, «amor, trabajo, independencia constituyen el lema de Tristana» (Miró 1970: 515). Es evidente la tensión fundamental de la obra. El brutal choque entre ficción y realidad. Entre deseo y sistema.

La joven se atreve, en estos capítulos (VIII-XVI) a enfrentarse a su carcelero. Pero don Lope –o don Lepe, como era llamado en tono burlesco por Saturna y ella– cada vez la necesita más, y no la puede dejar ir.

Los capítulos que van del XVI al XX suponen un cambio importantísimo en la narración. Como dice Zoila Clark (2006) «Tristana sólo tiene voz en la novela de los capítulos dieciséis al veinte, luego ella regresa a ser narrada y creada por la voz masculina». Tristana no expone su pensamiento a través de diálogos, no los cuenta el narrador. Es ella, en primera persona, la que habla largamente sobre lo que espera de la vida. Lo hace a través de cartas, supuestamente, a Horacio. Pero, en realidad, el destinatario no es el joven, sino más bien una especie de símbolo ideal al que amar que ha creado. Ni siquiera aparece el nombre del joven. Solo hay apodos, tú, artista, creador, etc. De ahí la sensación etérea de las cartas. Fijémonos en frases como «no, niño, eres un gran artista, y tienes en la mollera la divina luz; tú darás que hacer a la fama y asombrarás al mundo con tu genio maravilloso» (cap. XIX),

La joven escapa de la prisión por primera vez en su vida. Aunque sea a través de la imaginación. Lope desaparece, solo se le menciona para decir que está enfermo, que está cambiando, que le ha contratado una profesora de inglés. Sueña, en las cartas, con ser independiente y libre a través del arte: «Quiero ser algo en el mundo, cultivar un arte, vivir de mí misma» (cap. XVII). Es cierto que esto ya lo ha dicho antes, pero no con la misma firmeza, y en pequeños diálogos. Rechaza a los hombres explícitamente. Siente que puede vivir sola:

Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiere ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio (cap. XVII) (el subrayado es nuestro)

El problema es que la protagonista olvida que las cartas llegan a un hombre real. Un hombre que, si bien es liberal, no está fuera del sistema patriarcal burgués de la Restauración. Horacio, por más que al principio incentivase la creación de su amada, no quiere en el fondo que Tristana sea libre. Desea que deje a Lope, que deje la prisión que es su casa, pero para hacerla burguesa. Quiere convertirla en su “ángel del hogar”, otra forma de esclavitud, de anulación individual. Pretende que cambie de propietario, y así se lo hace saber claramente:

Dime que te gustará esta paz obscura y deliciosa; que amarás esta paz campestre; que aquí te curarás de las locas efervescencias que turban tu alma, y que anhelas ser una feliz y robusta villana, ricachona en medio de la sencillez y la abundancia… (cap. XVII) (el subrayado es nuestro)

La enamorada no se da cuenta, o no lo parece, de lo que pretende Horacio. Está tan envuelta en su propia fantasía que no acepta lo que le dice su amado. Le está diciendo, sin rodeos, que debe curarse de la enfermedad del saber y la libertad. Sería brutal para la joven captar que la única persona a la que ha amado en su vida, que la ha hecho soñar con la felicidad, quiere que renuncie al motor de su vida, al único sueño que ha tenido nunca.

Por las cartas queda claro que Tristana es una mujer muy pasional cuando algo le interesa, pero el interés se nos presenta como desmedido, casi irracional, lo que provoca en el lector la sensación de que la literatura, la música, los idiomas, no son para Tristana más que un placer pasajero, como el de un niño con un juguete nuevo del que se aburre tras tres días de juego interminable. Quizá ese exceso de ímpetu y el rápido abandono limiten sus posibilidades de ser artista, y por lo tanto, de cumplir sus objetivos.

Los monólogos de Tristana terminan cuando le diagnostican el tumor en la pierna (cap. XXII). En ese momento, se termina cualquier manifestación de libertad ideal. La realidad cae a plomo sobre ella. Pierde la voz narrativa por el resto de la novela, a excepción de una pequeña carta a Horacio. En ella, Lope añade: «Triste es mi victoria, pero cierta». Él sabe ya, anticipa, que ella nunca volverá a ser lo que fue.

No vamos a entrar a valorar todas las interpretaciones que se han hecho del acto de la amputación, pues son varias, y algunas muy diferentes entre sí, y saldrían del objetivo de este trabajo. No hay duda de que es un factor decisivo en la anulación definitiva de la joven y de que representa su castración. Sackett (1976: 76) lo expresa con las siguientes palabras: «Her amputation which is simbolically a kind of castration, constitutes the definitive clipping of the wings of fantasy. Galdós tells us».

Tras la operación de Tristana, la novela se precipita con rapidez a su final. Ella está anulada completamente, “sin las alas de la fantasía”, condenada a cadena perpetua, en cuerpo y alma. Horacio se casa con otra, y «como quien se arroja a un piélago tranquilo, zambullose la señorita en el maremágnum musical» (cap. XXVII). Se refugia en la música y en Dios para aliviar su angustia. Ni siquiera vive para un hombre, vive para Dios. Es la expresión máxima de la pérdida de individualidad. No tiene voz en absoluto, solo participan Lope y el narrador.

Y llega la última evolución de Tristana al final. Se casa con Lope –que también traiciona sus ideales– para que este pudiese recibir dinero familiar. Ella estaba completamente anulada: «no sentía el acto, lo aceptaba, como un hecho impuesto por el mundo exterior, como el empadronamiento, como la contribución, como las reglas de la policía» (cap. XXIX). En cierta manera, la boda de Tristana es el suicidio –en vida– de Bovary o Karenina.

Se hacen burgueses y viven como tales. Ambos tienen la vida que nunca quisieron, pero Lope ha ganado. La joven, en cambio, ha aceptado el rol que la burguesía deparaba a las mujeres como ella: cuidar de la casa, hacer pasteles, cocinar para su esposo, alegrarse cuando Lope se alegrase y compadecerlo cuando sufriese. Ya no es prisionera porque Lope no es su carcelero, es su marido, ahora cumple con la convención social. Antes podía ser vista como una pobre huérfana a ojos de los demás, ahora ya no. No es prisionera porque no hay otra vida posible ya, no hay voluntad de cambiar de estado.

Para colmo, y aquí brota toda la ironía galdosiana, se aburguesan por conveniencia social y encima son burgueses mediocres. Tristana se convierte en un “ángel del hogar” coja y excesivamente devota. Lope es un señor mayor con poco dinero prestado. Como señala Bordons (1993): «Las inclinaciones del redimido don Lope que se califican de burguesas se concretan en el cuidado de sus seis gallinas y un gallo, mientras ‘la señora’ pasa la mayor parte del tiempo en la iglesia».

La novela se cierra con la siguiente frase: « ¿Eran felices uno y otro?… Tal vez». Ha sido, también, objeto de debate por parte de la crítica. “Clarín” consideraba que era lo mejor de la novela, al captar todo el realismo de la sociedad con un final tan poco idealista. Pardo Bazán (1892: 85,86) consideraba que, precisamente por eso, el final se aleja de la vertiente feminista –en tanto que proceso emancipador– que prometía la novela en el primer tercio. Ese final abre la posibilidad a que alguien que ha visto cortados todos sus sueños, esclava, como hemos demostrado, desde niña, pueda ser feliz aun siendo consciente de su propia condición.

Cree el lector que va a presenciar un drama trascendental; que va a asistir al proceso liberador y redentor de un alma […] No es así. […] Tristana se entrega a la pasión con un ímpetu que yo no negaré que sea cosa muy natural, pero que no tiene nada que ver con la novela iniciada en las primeras páginas del libro (el subrayado es nuestro).

Analizar en profundidad todas las interpretaciones de la obra se escapa a nuestro propósito en este trabajo. Se ha tratado de trazar una analogía entre Tristana y el liberalismo español de la I República; se ha defendido como obra cuyo objetivo era únicamente feminista; se ha intentado probar que era todo lo contrario, una defensa de la mujer sumisa burguesa, etc. Todas ellas se han estudiado con minuciosidad y darían para varios trabajos.

Sí es de nuestro interés mencionar nuestro particular punto de vista en lo que a la posible felicidad de la protagonista se refiere. ¿Puede ser el esclavo feliz aun siendo consciente de su estado, sabiendo que hay un mundo de posibilidades fuera? Creemos que no, a menos que rebajemos la felicidad a una mera ausencia de sufrimiento por indiferencia vital. Quizá, Tristana consiguiese aliviar el dolor que tanto le habían causado sus aspiraciones de libertad y los sueños de amor. Probablemente, con el paso de los años, consiguiese la estabilidad que nunca había tenido, y de la que disfrutaban las demás mujeres instaladas en la burguesía. Pero la felicidad nos parece demasiado lejos de Tristana, quien, como hemos probado, fue muñeca, prisionera y burguesa, y siempre esclava.

10 October 2022
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