Antecedentes y Consecuencias de la Salida de Reino Unido de la Unión Europea

Pocos temas hay de mayor actualidad internacional que el interminable pulso entre los británicos y los miembros de la comunidad europea. Los continuos desacuerdos, que ya se extienden en un margen de dos años y medio, han proporcionado una nueva fecha para el futuro de ambos: el 31 de octubre. En teoría, ese es el límite para que ambas partes lleguen a unos acuerdos para la salida de los británicos de la Unión, pero todo apunta a que se encuentran lejos de llegar a un entendimiento.

Johnson contra el parlamento

Sin embargo, los problemas ya no son solo entre británicos y europeos. Boris Johnson –actual primer ministro del país anglosajón– sigue retando al parlamento inglés y amenaza con seguir contra viento y marea con su idea de salida con o sin acuerdo con Europa. El gobernante ha dejado claras sus intenciones desde el primer momento, demostrando que no le importa si se encuentra con la Cámara en su contra, como ya probó el pasado mes de septiembre cuando suspendió el parlamento. Los miembros de los Comunes han criticado este hecho y han afirmado que el país se encuentra ante su mayor crisis político-constitucional desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero el pasado miércoles fue la gota que colmó el vaso. Johnson envió una nueva propuesta de acuerdo a Bruselas, burlando el mandato parlamentario y negando flexibilidad ante el asunto, y parece que los europeos no la ven con buenos ojos. En el Reino Unido temen las consecuencias de la desestimación de la proposición del primer ministro y la oposición planea una moción de censura para apartar a Johnson de escena y promover un gobierno cuyo principal objetivo sea alcanzar una prórroga con la Unión Europea y evitar una debacle, aunque lo único que parece seguro por el momento es que los británicos se encaminan hacia unas nuevas elecciones generales.

Pero, ¿qué significaría esta situación para Europa? ¿Estamos ante la ruptura de una de las mayores potencias político-económicas del mundo?

El Reino Unido y su repulsa a Europa

El tema del Brexit trae de cabeza al Viejo Continente desde hace años. El Reino Unido entró en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) en 1973, pero nunca se ha sentido completamente integrado en ella. ¿Quién no recuerda a la “Dama de Hierro” entonar su archiconocido “I want my money back” (“quiero mi dinero de vuelta”) hace ya 40 años para reducir la aportación económica de su país a la institución europea? El país anglosajón siempre se ha mostrado reacio a seguir las normas comunes marcadas por Bruselas, prueba de ello son las desestimaciones de algunas de las políticas más relevantes de su historia, como participar en el espacio Schengen o en el proyecto del euro como moneda única. A los británicos siempre les ha gustado gobernar por su cuenta, sin depender de los otros 27 miembros, a muchos de los cuales mira por encima del hombro.

Todo esto, unido al más que conocido y evidente recelo del Reino Unido hacia lo extranjero, fue el cóctel perfecto para que los euroescépticos del país decidieran acabar de una vez por todas con su “vasallaje” hacia Bruselas. El 23 de enero de 2013, el entonces primer ministro y líder del Partido Conservador, David Cameron, prometió a sus votantes convocar un referéndum que decidiría el futuro del país en la institución europea si fuera reelegido en las elecciones de 2015. Dicho y hecho, en mayo de ese año su partido consiguió la mayoría absoluta y Cameron cumplió su palabra, convocando el famoso referéndum para el 23 de junio del 2016. El resultado es más que conocido, el “no” a Europa venció con un 51,9% de los votos, dejando a un país completamente dividido y una situación internacional catastrófica.

Ante el desconcertante éxito del referéndum, Cameron dimitió para que otra persona partidaria del Brexit asumiera su cargo. La elegida fue Theresa May, quién desde el primer momento optó por un Brexit duro (“Hard Brexit”), preferencia de los partidos que desde un primer momento se posicionaron a favor de la salida de Europa.

Dos vías para un mismo destino

A diferencia del Brexit blando, a May no le importan los costes de la salida a corto plazo porque cree que el país saldrá ganando con el tiempo al recuperar el control de su economía.

Frente a los partidarios del Brexit duro, los del blando defienden la permanencia en el mercado único, que garantiza la libertad de movimiento dentro de la UE de personas, bienes, servicios y capitales. El Brexit blando también apuesta por seguir formando parte de la unión aduanera, lo que implica que no se paguen derechos aduaneros sobre mercancías trasladadas entre países de la Unión y que se aplique un arancel común para las importadas desde su exterior. El Brexit duro implicaría que el Reino Unido lo abandonara. Con un Brexit blando el país anglosajón no podría optar a acuerdos comerciales propios con terceros países. Por el contario, los partidarios del Brexit duro defienden la libertad de Londres para negociar ese tipo de tratados que creen que fortalecerían su economía.

Ante las presiones de los euroescépticos dentro de la potencia inglesa y de la Unión Europea en el exterior, el gobierno británico ha presentado un plan de consenso que mezcla aspectos del Brexit duro y blando. Este habla de una zona de libre comercio de bienes y de una zona aduanera combinada. Los británicos controlarían sus aranceles y su política comercial, el parlamento podría decidir sobre la incorporación de normativas europeas a su legislación y se pondría fin a la libertad de movimiento de las personas, pero se crearía un nuevo marco para la movilidad de solicitantes de empleo y estudiantes. Sin embargo, el documento no ha agradado a ninguna de las dos partes.

Caída de May y llegada de Johnson a Downing Street

En marzo de 2017 May envió una carta al presidente del Consejo Europeo –Donald Tusk– comenzando así el proceso de separación que debía culminar con la salida del país anglosajón de la Unión dos años después. En la primera fase de la negociación el Reino Unido aceptó pagar los gastos derivados de la inminente salida y alcanzar un pacto sobre la frontera con Irlanda, lo que provocó que el Partido Conservador perdiera la mayoría en el parlamento inglés.

El pasado 7 de junio May anunció su dimisión y Boris Johnson tomó el relevo. Las intenciones del actual primer ministro han demostrado ser mucho más drásticas que las de su predecesora y no dudó en suspender el parlamento el pasado mes de septiembre. Esto provocó el enfado de la Cámara y el Supremo lo declaró ilegal.

El 19 de octubre es la fecha límite que el parlamento ingles llegue a un acuerdo y todo parece indicar que Johnson tendrá que pedir a Europa una nueva prórroga del artículo 50 del Tratado de Lisboa, pero el presidente se muestra reacio a ello.

¿El fin de Unión Europea?

Las consecuencias de la inminente salida del Reino Unido podrían ser devastadoras para la Unión. Casi 5 mil millones de euros anuales se quedarían en el país anglosajón, obligando a la Europa de los Veintisiete a aumentar sus pagos a la institución para cubrir así esta suma. Además, se rompería el equilibrio de fuerzas, ya que los británicos ejercen de contrapeso entre Alemania y Francia.

Otro de los grandes problemas que supondría sería la pérdida de la visión transatlántica de Europa, ya que el Reino Unido integra intereses derivados de la Commonwealth. Representa y transmite posiciones de países tan relevantes como Canadá, Australia, India o Nueva Zelanda que, con el Brexit, dejarían de tener peso y ser tenidas en cuenta.

Para más inri, traería consigo un debilitamiento del mercado único europeo y su peso en la economía mundial provocando un descenso de la participación de la Unión en el comercio internacional.

Asimismo, una ruptura sin pacto afectaría a los derechos ciudadanos y sería muy dañina para Irlanda. Y, probablemente la más preocupante de todas, es que la salida del Reino Unido provocaría un efecto dominó, acentuando las tendencias independentistas de otros estados miembros que acaben con la institución.

Es más que evidente que Europa está desbordada con los problemas de inmigración, el Brexit y la crisis tanto social como económica y Bruselas parece no dar a basto. Si siguen con esta línea el futuro de la Unión está más que claro, por ello, la solución para todos sus problemas sería una reforma. La sexagenaria institución lleva años pidiendo a gritos una actualización y esta podría ser su única salvación. Pero parece que los países miembros no consiguen –o no quieren– ponerse de acuerdo.  

08 December 2022
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