Democracia En El Mundo Y Su Constante Evolución
Introducción.
El Sistema Internacional está cambiando. La lógica bajo la cual se organizó el mundo en los últimos años está virando hacia un nuevo enfoque. El papel protagonista de países asiáticos como China y Japón en la economía global evidencian un cambio en la hegemonía (no militar) de los Estados Unidos. Esto trae a discusión sobre la efectividad de las democracias en que vivimos, muchas de ellas inspiradas en el proyecto estadounidense de un free world.
La apertura de las fronteras económicas y el cierre de las humanitarias responden al desarrollo de una creciente xenofobia y miedo “al otro”. Fenómenos como el Brexit ponen en evidencia a sociedades movilizadas en contra de otras, haciendo un mundo cada vez más dividido y desigual. Los Estados, especialmente los sudamericanos, parecen no haber logrado adaptarse aún a la descentralización administrativa que supone la globalización.
Esto pone en jaque al sistema democrático en el que vivimos y nos lleva a preguntarnos: ¿los gobiernos están cumpliendo la función de solucionar los problemas de la gente o no? Mucha gente, y cada vez más, diría que no. Los gobernantes han puesto el foco erróneamente en el último tiempo, olvidándose de la vocación real de los gobiernos. Hoy los gobiernos latinoamericanos pueden identificar en su interior un gran problema: la corrupción.
Desarrollo.
Este fenómeno ha puesto en evidencia, en el último tiempo, a muchos gobiernos que se suponían “del pueblo”, los ha sacudido en todas sus estructuras y con ello también a los edificios democráticos que ocupan. Se ha puesto en duda la palabra política, incluso todo lo que ella representa, porque los gobiernos no han sabido (o no han querido) responder adecuadamente a las demandas de los habitantes. Lo reflejan cifras como las consultadas por el Proyecto Latinoamericano de Opinión Pública, donde vemos que, en la mayoría de los países, la gente piensa que casi la totalidad de sus políticos son corruptos. Como señala el periodista Jorge Galindo en El País:
Quizás el dato más alarmante de todos sea que la preocupación por la corrupción y el mal gobierno va de la mano de la desconfianza institucional. Partidos, parlamentos, gobiernos locales e incluso el proceso electoral, base de cualquier democracia, se ven afectados: en países donde hay más preocupados por la corrupción, también hay menos base de confianza en todos ellos.
La respuesta a esto, probablemente la más sencilla, ha sido poner en duda a la democracia como forma de gobierno. “Que se vayan todos” es una frase que podemos reconocer, como en otros tiempos ha sido reconocida “Viva el Rey, muerte al mal gobierno”. La clave principal está en esta última referencia. El problema principal que afecta a la gobernanza es la puesta en duda de la democracia, creer en que la solución es derribar todas las instituciones democráticas y fundar una especie de “nuevo orden”.
Las brechas ideológicas hacen que algunos grupos se familiaricen con el fenómeno de la corrupción como único medio para subsistir, mientras que otros padecen sus resultados. El Estado se vuelve menos presente, porque la falta de recursos o la mala distribución de los mismos hace que cada vez los gobiernos se centralicen aún más y no puedan dar respuestas efectivas a los problemas diarios de los habitantes.
La falta de empoderamiento de los ciudadanos hace que estos no reconozcan la herramienta principal que puede destrabar ese “mecanismo” de corrupción que opera en nuestros países: la participación ciudadana. Es necesario, entonces, vaciar cada uno de los espacios plagados del germen de la corrupción, pero no para dejarlos vacíos, sino para llenarlos esta vez de gente honesta e idónea que gobierne.
La falta de compromiso ciudadano, especialmente de muchos jóvenes, decepcionados o desinteresados por la política, necesita revertirse de inmediato. Cada vez son más las ONG que comienzan a fomentar la participación joven en los espacios de la política, y aunque desde adentro la resistencia suele sentirse, las convicciones y los sueños empujan mucho más fuerte.
Y es aquí donde los jóvenes empezamos a ver también nuestras debilidades internas, las enormes brechas ideológicas que separan a la sociedad y a nosotros como parte de la misma. Los grupos sociales comienzan a cargarse cada vez más de contenido político y las brechas siguen expandiéndose. Incluso en las universidades, donde muchos profesores imponen una carga ideológica muy fuerte, siguen yendo en contra de la solución.
Muchos jóvenes hoy no sabemos a dónde ir. Y esta puede ser una de las principales razones que provocan el desgano y desprecio hacia la política. Nos comprometemos con causas puntuales, pero nunca encaramos un proyecto mucho más grande, un proyecto que tenga como horizonte reformar todo aquello que está mal. Y ahí es donde tiene que estar puesto el ojo.
Sin duda hoy, generalizar la corrupción en la política es algo deshonesto. Son muchas las personas que ocupan puestos de jerarquía que tienen intenciones de mejorar día a día el esquema del Estado. Así vemos, por ejemplo, en Argentina, que en los últimos años mejoró en el índice de corrupción que publica todos los años la ONG Transparencia Internacional gracias a una serie de medidas concretas en torno a la investigación de los funcionarios públicos y leyes como la Ley del Arrepentido que tiene como objetivo ofrecer garantías a aquellas personas que acusen con pruebas en causas de corrupción donde forman parte.
Sin dudas el primer paso para volver a asegurar una gobernanza efectiva tendrá que ser el comenzar una limpieza inteligente en el Estado. Los jóvenes tenemos que ocupar cada vez lugares de mayor decisión, y comenzar a distribuir nuevamente los recursos creativamente para llegar a la gente. Debemos ser la generación que vuelva a caminar las calles de nuestros países y empaparnos de los problemas de la gente, sumándole la creatividad que nos caracteriza, para idear soluciones que podamos aplicar en el corto plazo, pero que podamos mantener en el largo.
Y no hay forma de que este cambio sea de la noche a la mañana, porque depende del compromiso de cada vez más gente. Podemos visualizarlo como un camino, con un horizonte claro, pero un camino al fin, que deberá ser recorrido y agotado para llegar al objetivo final. Hoy la sociedad reconoce que los jóvenes debemos ser escuchados, y esos espacios tenemos que aprovecharlos para dejar de lado diferencias y discusiones y proponer un camino que asegure progreso para todos.
Hoy en el mundo hay más de 1.800 millones de personas entre los 18 y 24 años. Nunca había habido tanta gente joven en el mundo. Es el momento de comenzar a educar en la verdadera democracia, en sus valores y objetivos, y también en sus falencias. Es momento de trazar aquellas soluciones que creemos convenientes y discutirlas para asegurarnos de que nadie quede afuera. Tenemos la responsabilidad de comenzar a fomentar la participación, porque la única forma de involucrar gente es haciéndola partícipe de los procesos democráticos que la sociedad lleva a cabo.
Conclusiones.
Los jóvenes estamos conectados, todo el tiempo. Las redes sociales nos ayudan a comunicarnos entre nosotros constantemente. Tenemos la capacidad de establecer comunicaciones en 280 caracteres, contar que nos pasa y qué necesitamos. Nos preocupamos y abrazamos causas que creemos justas, y ponemos toda nuestra vitalidad para llevarlas a cabo. Hemos introducido a los nuevos géneros de música y arte en la política y en la sociedad, y nos expresamos constantemente a través de ellos.
Es momento entonces, de que tomemos conciencia de que el mundo y nuestras sociedades nos necesitan. Necesitan de nuestra participación para poder encabezar un cambio en la forma de organización. Tenemos que ser quienes limpiemos la política y sus instituciones y las llenemos nuevamente de espacios de diálogo donde la sociedad entera se vea representada. La respuesta entonces, será involucrar a las generaciones venideras. La respuesta no está en poner en duda la democracia, sino en fortalecerla. Y especialmente en entender que hace tiempo que los jóvenes dejamos de ser el futuro, y pasamos a ser el presente.