El Auto de Fe de los Católicos y la Fe de los Judios

Cuando llegaron al poder en 1474, los Reyes Católicos querían llegar a la unidad religiosa católica en la península ibérica, donde la presencia de la población judía remontaba a la época romana y donde constituya una poderosa minoridad. Una ola de antisemitismo en el fin del siglo XIV había provocado numerosas conversiones forzadas y muchos de esos ‘nuevos cristianos’ seguían practicando el judaísmo. Al fin de luchar contra esa herejía, los Reyes Católicos pidieron al papa establecer una Inquisición que estuviera bajo el control de ellos mismo. Lo que el papa Sixto IV acepto con la bula papal de 1478 que precisaba que los reyes iban a nombrar a los inquisidores. Desde este momento, el Consejo de la Inquisición empezó a perseguir a los judaizantes, judíos conversos que seguían practicando la ley de Moisés. Para entender cuál era la situación de los judíos en España durante la Inquisición, vamos a interesarnos en una primera parte a las condiciones que motivaron la creación de la Inquisición, antes de ver cómo funcionaba, por analizar en ultimo cuales fueron las consecuencias por el pueblo judío.

Desde la época romana, los judíos de España habían logrado convivir con los pueblos sucesivos que ocuparon la península conservando una cierta autonomía religiosa, cultural y judicial. Incluso durante la Reconquista, los reyes apoyaron a los judíos para que ocupasen los territorios recién recuperados. Pero en el siglo XIV, los judíos empezaron a sufrir violencias que culminaron con los pogromos de 1391. En consecuencia, unos decidieron convertirse al catolicismo. Se volvieron ‘nuevos cristianos’, lo que les permitió escapar a la muerte e integrarse a los cristianos, accediendo a puestos que les estaban prohibidos como judíos. Muy rápidamente, tuvieron cargos importantes en la sociedad cristiana, como por ejemplo Pablo de Santa María, judeoconverso que logró ser obispo de Cartagena y Burgos. Si los ejemplos de éxitos no faltan, es seguro también que unos conversos quedaron tan pobres como antes de su conversión. Los judeoconversos seguían viviendo en las juderías, barrios judíos donde tenían sinagogas, cementerios, carnicerías tradicionales, con los judíos que no habían querido convertirse. Por lo tanto, seguían practicando por la mayoría su religión original. Hay que decir que no habían sido educados a la fe católica como lo hizo observar San Vicente Ferrer (Furor et Rabies: violencia, conflicto y marginación en la Edad Moderna, José Ignacio Fortea Pérez, Juan Eloy Gelabert González, Editorial Universidad de Cantabria, 2013):

Siempre es que la Iglesia católica no podía tolerar lo que consideraba como herejía, concepto que vamos a definir ahora y por eso sostuvo a los Reyes Católicos en la creación de la Inquisición española. En el Diccionario de la Real Academia Española, el hereje es una ‘persona que niega alguno de los dogmas establecidos en una religión’ y la herejía: ‘en relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia’. A esta definición contemporánea podemos agregar el Código de Derecho Canónico, Canon 751, Libro III: ‘se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.’ O sea que la herejía no les concernía directamente a los judíos sino a los que se habían bautizados y que seguían judaizando. A la herejía se opone el concepto de ortodoxia que había sido claramente definido por Alfonso X en Las Partidas. Según el, el verdadero cristiano es el que tiene la fe católica y cree en un Dios único y todopoderoso, en la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y en Jesucristo como Mesías. Durante el medioevo, la Inquisición medieval y la Inquisición pontifical se encargaron de luchar contra la herejía de los cataros, por ejemplo, pero era de la única responsabilidad de la Iglesia católica. Al contrario, la Inquisición moderna era un tribunal eclesiástico bajo el control del Estado que fue creado inicialmente para luchar contra la herejía de los conversos judaizantes.

La lucha contra la herejía no fue el único motivo por el cual los Reyes Católicos decidieron la creación de la Inquisición moderna, ya que les daba una oportunidad de control político y social sobre todos los cristianos de sus reinos, más allá de los fueros y privilegios existentes. La voluntad de unidad religiosa se inscribe en una voluntad de unión política del país. Hay que entender que en esa época España no era un país unido sino una confederación de pequeños reinos dentro de los cuales la corona de Aragón y la corona de Castilla tenían un papel importante. Después del casamiento en 1469, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón firmaron la Concordia de Segovia, un tratado que demarcaba el poder de cada uno sobre su propio reino pero que fijaba la unificación de las coronas de Castilla y Aragón. Los Reyes Católicos querían una España unida bajo la misma fe católica, y la Inquisición les ayudó a mantener el control social y político del país, pero existen otras hipótesis de las motivaciones que tuvieron por la creación de una Inquisición estatal: eliminar a la poderosa minoría judeoconversa que iba adquiriendo cada vez más importancia o financiar económicamente la lucha contra la herejía, ya que los herejes condenados sufrían el destierro y la confiscación de todos sus bienes.

Ahora que hemos visto porque los Reyes Católicos decidieron crear la Inquisición en España, vamos a interesarnos a su funcionamiento.

La Inquisición fue creada en 1478, pero solamente en 1480 comenzó a funcionar cuando los Reyes Católicos nombraron a los dos primeros inquisidores fray Miguel de Morillo y fray Juan de San Martín en Sevilla, ciudad reputada por tener muchos judaizantes. Allí se celebró el primer auto de fe en 1481, al salir del cual seis detenidos acusados de judaizar fueron quemados vivos. Volveremos luego al auto de fe en la parte sobre los castigos. Los primeros años fueron muy violentos y el papa Sixto IV intentó limitar los poderes de la organización. Pero los Reyes Católicos, muy determinados, mediante negociaciones y con el apoyo del cardenal Rodrigo Borgia (quien iba a ser el papa Alejandro VI desde 1492) obtuvieron la creación del Consejo de la Inquisición y el nombramiento de un inquisidor general. Después surgieron tribunales por otras ciudades de Castilla y en 1484, Fernando consiguió establecer que el inquisidor general de Castilla sea también el de Aragón, Valencia y Cataluña. La Inquisición española tomaba la forma de una institución compleja, independiente económicamente que contaba, además del todopoderoso Inquisidor general y del Consejo de la Suprema, con tribunales de distrito diseminados por todos los reinos de Castilla y Aragón, incluso Sicilia, Cerdeña y las Indias. Son la encarnación del Santo Oficio y de su supremacía. En cada uno de esos tribunales tenemos dos o tres inquisidores, un procurador fiscal, un secretario, dos notarios, un alguacil, un nuncio y un alcaide. Esos funcionarios reciben un salario de la organización y son asistidos por benévolos que son los consultores, los calificadores, los familiares y los comisarios, especialistas de las cuestiones teológicas.

En los primeros años, los inquisidores no prestaron mucha atención a la herejía en general sino especialmente a los judeoconversos. Se castigaba toda práctica de la ley de Moisés como comer carne degollada, rezar oraciones judías, celebrar la Pascua comiendo pan sin levadura, y obviamente circuncidar a sus hijos bautizados o ponerles nombres hebreos. Al contrario de un tribunal judicial, en la mayoría de los casos no existían evidencias de la culpabilidad de los acusados y la denuncia era suficiente según ellos para legitimar la pena de muerte. En Toledo, la primera medida que adoptó la Inquisición fue ‘citar a los rabinos de la provincia y hacerles jurar que lanzarían anatemas en sus sinagogas contra los fieles que no denunciaran a los judaizantes secretos’ (Otra mirada sobre la Inquisición, Julio Porres Martín-Cleto [en ligne] URL: realacademiatoledo.es/up-content/uploads/2014/ 02files_anales_0033_D4.pdf) lo que hicieron los judíos envidiosos del éxito social de los conversos. Hasta 1550, se favorecía la autodenuncia con un plazo de treinta a cuarenta días durante los cuales se aplicaban reducciones de pena. Después de 1550, la amenaza de excomunión a los no denunciaban se encargó de alentar las delaciones. La denuncia era secreta y solo los inquisidores conocían los nombres de los denunciantes, puesto que ellos averiguaban la veracidad de las acusaciones. Un diputado de las cortes de Cádiz sostiene ‘Este sigilo es un beneficio para todos y una salvaguardia general.’ (El secreto en la Inquisición española, Eduardo Galván Rodríguez – Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) Aunque era seguramente una garantía de la seguridad de los denunciadores y de los inquisidores, el secreto también acentuaba el todopoder de la organización y podía favorecer las falsas denuncias.

Según si se negaban a confesar su culpa o si reconocían haber pecado, los acusados eran considerados como ‘convictos’ o ‘confitentes’. Los ‘pertinaces’ eran los que reincidían en la herejía. Excepto los muy pocos que recibieron la absolución y fueron declarados inocentes, los acusados considerados como culpables recibieron como sentencia la abjuración, la reconciliación o la relajación (pena de muerte). Confiscación de todos los bienes del acusado, penas económicas, penas de cárcel, sambenitos, penas de azotes, etc. eran parte del castigo. La condenación no solo tocaba el acusado sino también sus hijos y nietos que quedaban ‘inhábiles’ y no podían obtener beneficios ni oficios eclesiásticos o seglares, públicos o de honra ni traer plata, oro, armas tampoco.

‘Cuando se hayan terminado los procesos y se hayan establecido las sentencias, los inquisidores fijaran un día festivo para celebrar el auto de fe’ dictaba el Inquisidor general Fernando de Valdés en sus Instrucciones (1561). El auto de fe es una ceremonia durante la cual se proclamaban las sentencias y los reos tenían que arrepentirse. Se distinguen tres tipos de autos de fe: el autillo que se limitaba a la lectura de sentencias en la sala del Tribunal, el particular que tenía lugar en las iglesias y el general, celebración oficial en plaza pública que ha vuelto cada vez más grandiosa y espectacular hasta ser ‘una fiesta barroca’ en el siglo XVII como el auto de fe celebrado en Madrid en 1680. Eran muy costosos y por realizarlos se esperaba tener muchos condenados por motivos graves. Tomando la forma de una fiesta española clásica, litúrgica y civil a la vez, con un espacio codificado y un protocolo riguroso, el auto de fe era un momento privilegiado por el Estado y la Iglesia católica de asegurar su prepotencia por el miedo.

Hemos entendido porque fue creada la Inquisición moderna, lo complejo que era su organización y como castigaba a los condenados. En esta última parte nos toca examinar cuales fueron las consecuencias de la Inquisición sobre los judíos de España.

Los nuevos inquisidores quienes perseguían a los judaizantes en el siglo XV no tardaron en pensar que los judíos representaban una ‘tentación permanente por los conversos que solían reunirse con parientes o amigos y, de esta forma reanudaban con costumbres – y tal vez ritos – judíos.’ (‘La expulsión de los judíos’). En 1483, por luchar contra esta amenaza judía de perversión de los ‘nuevos cristianos’, decidieron la expulsión de los judíos de Sevilla, Cádiz y Córdoba, primicias de la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón de 1492 a pedido del Inquisidor general Tomás de Torquemada. Este protagonista de la Inquisición, el primer y más emblemático Inquisidor general merece una breve presentación: Torquemada procedía de una influyente familia de judíos establecida en Castilla que había decidido convertirse dos generaciones atrás. Se ordenó fraile dominico en el Convento de San Pablo en Valladolid, antes de ser nombrado prior del convento de Santa Cruz de Segovia, donde conoció a Isabel de Castilla que le designo como confesor personal por su ‘prudencia, rectitud y santidad’. En 1483, fue nombrado por los Reyes Católicos Inquisidor general de Castilla y Aragón, al fin de reformar la Inquisición española que no cumplía sus objetivos. Desde este momento dedicó su vida a luchar contra la herejía con un fanatismo religioso, incluso cuando se degradaba su salud y que se retiró al convento, siguió dictando las ordenes de la institución político-religiosa hasta su muerte en 1498. Desarrollo varios procedimientos inquisitoriales como la tortura y la denuncia anónima, e inauguro el mayor periodo de persecuciones contra los judeoconversos, lo que le vale representar el malo en el imaginario colectivo. Torquemada fue encargado de la redacción del decreto de expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón, presentó su proyecto el 20 marzo el cual sirvió de borrador al Decreto de la Alhambra firmado por los Reyes Católicos en Granada el 31 de marzo 1492. Habían quedado en la ciudad desde su toma el 2 de enero, considerada como el fin de la Reconquista. Este decreto, a la vez religioso y político precisaba que la presencia judía era un obstáculo a la integración de los conversos: ‘los judíos, los cuales se prueba que procuran siempre, por cuantas vías y maneras pueden, de subvertir y sustraer de nuestra santa fe católica a los fieles cristianos’. Les dieron un plazo de cuatro meses por exiliarse, pero, aunque no aparece explícitamente, también podían convertirse al catolicismo.

A los judíos quienes decidieron exiliarse, se les permitió vender sus bienes y llevarse su fortuna en letras de cambio (era prohibido por un judío llevar bienes materiales como oro, plata o caballo, y dinero). La despedida fue dolorosa, puesto que las circunstancias les obligaron a malvender sus bienes a unos oportunistas pocos escrupulosos quienes los extorsionaron sus propiedades por una miseria (lo que contradice la hipótesis según la cual los Reyes Católicos decidieron la expulsión de los judíos por apoderarse de sus fortunas). Unos se llevaron las llaves de sus casas esperando un regreso, llaves que fueron conservadas como reliquias por sus familias durante generaciones. Se les conoce como sefardíes y hablan el ladino, la lengua judeoespañola. Tras la expulsión, muchos judíos permanecieron en los países vecinos. Mediante pagos exorbitantes, cruzaron la frontera de Portugal donde se quedaron o se fueron por el norte de África. En 1494, los Reyes Católicos afirmaron su posición prohibiendo la entrada de judíos en España, alejando más todavía la posibilidad de revocación de esta drástica medida. En la Berbería, los judíos estaban maltratados y Portugal los expulsó en 1496. Por ende, los exiliados se fueron hacia el imperio otomano o hacia el norte de Europa (Flandes, Inglaterra, Francia…) donde formaron colonias sefardíes prosperas económicamente y culturalmente. Después de elegir el exilio, unas familias se arrepintieron y decidieron convertirse y volver a España o quedarse en Portugal, donde la Inquisición solamente fue creada en 1536 e incrementó sus actividades en el fin del siglo XVI. Sin embargo, en este momento en Castilla, las persecuciones hacia los judeoconversos no eran tan importantes como antes y muchos conversos portugueses se instalaron en Madrid u otras ciudades que gozaban de auge económico importante. Los conversos lusos fueron perseguidos hasta el fin del siglo XVII como, por ejemplo, en el auto de fe de Granada en 1672 donde setenta y nueves judaizantes de origen portugués fueron juzgados y seis relajados (condenados a muerte en la hoguera).

Desde el 10 agosto 1492, los judíos encontrados en Castilla o Aragón eran condenados a muerte y todos sus bienes confiscados. Solo quedaron los judíos que se habían convertidos al catolicismo, conocidos como ‘conversos’ o ‘marranos’, palabra denigrante que quería decir puerco. Esto significa que estaban todos bajo el control de la Inquisición y que no podían practicar la ley de Moisés. Las denuncias, rumores y calumnias se multiplicaron, y hasta algunos conversos sinceros, que querían comprobar su buena fe, empezaron a perseguir los judaizantes. Hemos visto que la conversión daba la oportunidad de acceder a cargos importantes del estado o de la Iglesia, como gobernadores, cardenales, obispos, diplomáticos y banqueros, pero hubo intento de apartarles de los cargos oficiales pidiendo ‘la limpieza de sangre’. A finales del siglo XVI, varias instituciones como la Inquisición, los órdenes militares, los colegios y las universidades estaban prohibidas a los conversos. La idea de sangre limpia no era religiosa sino racial y permitió reproducir la antigua prepotencia de los ‘cristianos viejos’ sobre los ‘cristianos nuevos’. A pesar de que casi toda la nobleza de la época tenía parientes judíos como lo demostró el cardenal Francisco Mendoza y Bobadilla, arzobispo de Burgos en el Tizón de la nobleza, siguieron apareciendo obras en contra de los cristianos nuevos y sus descendientes. Las persecuciones disminuyeron después de 1600 pero los criptojudíos morían todavía en las cárceles o sobre la hoguera de la Inquisición. Tampoco se puede decir que los cristianos nuevos conocieron la igualdad con los cristianos viejos. A pesar de todo, una amplia minoría descendiente de conversos logró integrarse a la burguesía y aprovechar de la importancia que tomaba frente a la aristocracia en los siglos XVI y XVII.

En conclusión, la Inquisición eliminó totalmente la población judía de la península, unos decidieron exiliarse, los otros de abandonar la fe judaica por convertirse al catolicismo y quedarse en España. No se sabe las cifras con exactitud, pero la Inquisición seguramente mató a miles de conversos acusados de judaizar y encarceló otros miles. Luego de haber centrado su atención sobre los judaizantes, la Inquisición empezó a combatir toda forma de herejía mayor (judaísmo, protestantismo y mahometismo) y también menor (delitos de palabra, crímenes relacionados con la sexualidad, pensamiento heterodoxo…). Ese intento de imponer la ortodoxia más estricta en España trajo como consecuencia un retraso científico y técnico con respecto al resto de Europa. Los judíos masacrados, las torturas, la práctica de los autos de fe, y hasta el mismo personaje mítico de Torquemada formaron parte integrante de la leyenda negra.

05 January 2023
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