El Choque De La Ciencia Y La Religión en la Humanidad
Introducción
Resulta natural pensar que la ciencia y la religión son antípodas de la humanidad que han estado en constante choque desde sus respectivos inicios y que esta dicotomía solo será rota cuando alguno de los dos se rinda o deje de existir, pero muchas veces se ignora lo que existe detrás. Es lógico imaginar que ambas formas de pensamiento promueven una manera específica de vislumbrar la vida y de dar respuesta a preguntas existenciales que nos han perseguido incansablemente desde que tenemos uso de la razón.
Sin embargo, esto no siempre se ha interpretado como que cada ser humano debe elegir cómo quiere explicar su realidad, sino que ha causado confrontaciones que se remontan a siglos atrás, y discutiré esto expresando mi más sincera opinión al respecto sin irrespetar ninguna ideología y siendo lo más objetivo posible. Si bien es cierto que la religión existe desde el momento en el que los seres humanos empezamos a preguntarnos el porqué de muchos fenómenos que parecían no tener explicación lógica, la ciencia no puede decir lo mismo.
Desarrollo
A pesar de que desde la antigüedad existen civilizaciones con sus propios métodos para hacer ciencia (como los hindúes, los egipcios, los babilónicos, los mayas, los aztecas, los romanos, los griegos, los incas, entre muchas otras) (Blanca), no es hasta hace unos pocos siglos que se estableció un sistema formal que nos ha permitido producir conocimiento racional, sistemático, verificable, exacto y falible a través de la investigación científica. Para ser más específico, la ciencia deja de ser una práctica que variaba dependiendo de la cultura a la que nos referíamos en el siglo XVII con el surgimiento de la Ilustración (Hodgson).
De acuerdo con Peter Hodgson, es aquí cuando, en Europa, se empiezan a sentar las bases de lo que sería la ciencia que utilizamos hoy en día, con un método determinado y con la universalidad que la caracteriza como tal. Sería complicado ubicar históricamente el surgimiento de un proceso tan polémico como el conflicto ciencia-religión debido a que la historia que tenemos registrada es equívoca y está muy alterada, pero puede localizarse aproximadamente en el siglo XVI. Es aquí cuando Nicolás Copérnico propuso su teoría heliocéntrica (Alfonseca).
Esta sostenía, entre otras cosas, que la Tierra no era el centro del universo como se pensaba, sino que es el Sol y que los planetas orbitan alrededor del mismo (Copérnico y Heliocentrismo). Conviene subrayar que un modelo planetario muy parecido ya había sido propuesto por Aristarco de Samos en el siglo III a. C. (Pardo), pero no causó el revuelo que tuvo que soportar Copérnico. La colisión se suele situar en este período histórico porque esta proposición copernicana rompió con lo que se tenía establecido hasta ese momento (teoría geocéntrica), lo cual encendió la llama del conflicto.
Sucede que, a pesar de que la Iglesia Católica fue la que tuvo una participación indiscutible en la negación y penalización de los modelos científicos surgidos, estos también contradecían los dogmas de todas las religiones que basaban sus doctrinas en la teoría geocéntrica, como el islam y el judaísmo. Tal fue el desprecio que provocó la teoría heliocéntrica que le terminó costando la vida a Copérnico, y aquí inicia oficialmente la disputa entre ambos “bandos”. Por otra parte, los astrónomos italianos Galileo Galilei y Giordano Bruno continuaron la obra que había iniciado Copérnico, pero, para el desfortunio de la ciencia, sufrieron la misma suerte.
Observando esta situación puedo inferir que todo empezó porque la Iglesia Católica notó que sus intereses se veían amenazados ante el desarrollo científico que, para el bien de la humanidad, se estaba alcanzando. Para ser directo, pienso que nada de esto habría ocurrido si tan solo la naturaleza humana no se hubiera puesto de por medio, porque el dilema no radica en la ideología que pueda defender un determinado grupo, sino en el deseo ferviente que llevamos dentro todos los seres humanos de tener el pensamiento predominante y de lucrarnos a partir de la ingenuidad de las masas.
En adición a las causas mencionadas en el tema expuesto anteriormente, la ciencia y la religión tienden a sufrir fuertes choques por la esencia que tiene cada una (sus ideologías). Como bien es sabido, la ciencia busca estudiar la realidad aplicando un método rígido que se considera como válido dentro del ámbito científico y, de este modo, da respuesta a preguntas que no podrían ser contestadas acertadamente ni con la intuición ni con la fe. No obstante, la religión explica estas cuestiones utilizando la fe como fuente principal de la verdad.
Se atribuye cualquier fenómeno desconocido a la existencia de un ente omnipotente que nos usa como marionetas para cumplir su obra divina. Ahora bien, la situación no se encuentra aquí, porque lo más convencional es que diferentes grupos de humanos piensen de forma distinta respecto a un mismo tópico. Sin embargo, la mixtura se vuelve peligrosa cuando le añadimos el factor humano. Se ha visto repetidas veces en la historia que tenemos documentada que las incompatibilidades ideológicas siempre han desembocado en disputas, así sean armadas o pacíficas.
Es por esto que, a lo largo de la historia, científicos y religiosos se han envuelto en enfrentamientos que podrían haberse evitado de haberse utilizado el diálogo pacífico. A pesar de las diferencias, lo ideal sería que se respeten las distintas formas que existen de entender la realidad y todos los sucesos que ocurren inevitablemente, pero no todo es color de rosas. Lamentablemente, para la humanidad, dentro de los grupos religiosos existen numerosos individuos que se toman muy en serio sus creencias, y hacen lo que sea por imponer sus credos.
Algunos de los casos más populares de este radicalismo religioso son: las cruzadas, donde la Iglesia Católica sostuvo conflictos armados contra los musulmanes para “recuperar la Tierra Santa” (Cruzadas); la Santa Inquisición, período en el que los “herejes” eran ejecutados por diferir del pensamiento de la Iglesia Católica (JJD); y los ataques terroristas protagonizados por musulmanes radicales que afirman que todos los que no comparten el islamismo son “infieles” y deben ser ajusticiados en el nombre de Alá (Herrera).
Habiendo analizado la ideología que sigue cada parte, es momento de profundizar en el objetivo de cada una. Como ya mencioné, la religión persigue lo que le beneficia a toda costa, sin importar que al hacerlo tenga la razón o no. En contraste, la ciencia se interesa por el saber que puede beneficiar la condición humana y, además, ampliar nuestros horizontes de la sapiencia para ofrecernos un desarrollo óptimo como especie, y así poder trascender con el paso de los siglos. Entonces, si esto es así, sería acertado afirmar que el biólogo Richard Dawkins siempre ha tenido la razón al establecer lo siguiente:
“¿Será que la religión es una enfermedad infecciosa de la razón?” (Ciencia y religión) Si existe un sistema organizado que nos permite entender la razón por la que la Tierra orbita alrededor del Sol basándose en datos objetivos que han pasado por un vasto de proceso de observación y de experimentación, ¿por qué seguir creyendo en una doctrina que, en lugar de aportarnos conocimiento para seguir avanzando como especie, nos dice que este efecto se debe a la acción divina de una entidad omnipresente, omnisapiente y perfecta que jamás hemos visto?
Conclusión
Para concluir, quizás se deba al hecho de que resulta muy sencillo para las masas humanas atribuir cualquier rareza que les resulte difícil infligir a la existencia de un ser que sobrepasa con creces nuestro limitado entendimiento, y a su vez dejar de lado el trabajo de miles de científicos que dedicaron sus vidas al avance científico. Fruto de este acotado pensamiento, se da el aprovechamiento de las religiones tanto a nivel lucrativo como de poder. Quisiera citar una frase de Richard Dawkins que, en mi opinión, es lo más certero que se puede comentar acerca de la religión: “Estoy en contra de la religión porque nos enseña a estar satisfechos con el no entendimiento del mundo.” (Ignacio)