El Conformismo, Una Plaga Que Invade A La Juventud
La adolescencia y la juventud han sido definidas tradicionalmente como edades de tránsito entre la niñez y la adultez. En la actualidad existe consenso en considerarlas momentos claves en el proceso de socialización del individuo, pues en el transcurso de estos períodos, el sujeto se prepara para cumplir determinados roles sociales propios de la vida adulta, en la actividad profesional-laboral, en sus relaciones con la familia, la pareja y los amigos.
La juventud se caracteriza por ser una etapa de afianzamiento de las principales adquisiciones logradas en períodos anteriores y, en especial, en la adolescencia, consolidación que se produce en consonancia con la tarea principal que debe enfrentar el joven: la de auto determinarse en las diferentes esferas de su vida, dentro de sus sistemas de actividad y comunicación.
La nueva posición “objetiva” que ocupa el joven dentro de la realidad social, condiciona la necesidad de determinar su futuro lugar en la misma. Es de suponer que todo el desarrollo psicológico precedente le permite delinear un sentido de la vida, como conjunto de objetivos mediatos que el joven se traza, los cuales se vinculan a las diferentes esferas de significación para la personalidad y requieren de la elaboración de 2 estrategias, encaminadas a emprender acciones en el presente que contribuyan al logro de metas futuras.
En un contexto socio histórico en el que se desarrolla la personalidad de los jóvenes en la actualidad, el signo distintivo del siglo XX fue el cambio y el nuevo milenio exhibe como fatal herencia la existencia de un mundo unipolar, neoliberal y globalizado, cada vez más incapaz de detener la proliferación de enfermedades altamente letales, el deterioro vertiginoso del medio ambiente, el terrorismo y las guerras. Un mundo, en el que la especie humana corre peligro de extinción y donde acudimos al florecimiento de una ética postmoderna, portadora de concepciones que legitiman el hedonismo, el individualismo y la desmovilización, como únicas actitudes posibles frente a semejante caos.
El progreso tecnológico no ha significado necesariamente progreso social, sino más bien ha conducido al deterioro de los valores de igualdad, libertad y fraternidad, pacientemente creados por la humanidad. La crisis económica, social y política que vive el mundo hoy, afecta de distintas formas el pensamiento, así como la concepción teórica y práctica de la cultura en general, y como parte incuestionable de ella, a todas las ciencias.
Ahora bien parece obligado que cualquier reflexión sobre jóvenes y política comience haciendo mención a la habitual y reiterada visión negativa de la relación que los jóvenes mantienen, por lo menos en las tres o cuatro últimas décadas, con la política, entendida en términos generales. La imagen del joven pasivo y desinteresado de todo lo que ocurre en el ámbito político ha adquirido tal fuerza en el discurso social que se ha convertido en una de las señas de identidad de la juventud contemporánea. Esta percepción, que a veces parece casi unánime entre la opinión pública, también tiene su correlato en la investigación académica, en la que predominan los análisis sobre la desafección y el desinterés político juvenil o sobre la baja predisposición a participar en la vida política de las sociedades democráticas, utilizando los canales e instrumentos institucionales diseñados a tal efecto. Sin embargo, si antes de aceptar como evidentes las conclusiones a las que suelen llegarse, nos preguntamos por los presupuestos que las sostienen y el tipo de análisis que se realizan, algunas de estas ideas pueden empezar a ser puestas en duda.
La sociología de la juventud, sobre todo tras la popularización de las perspectivas posestructuralistas, ha insistido en los últimos años en la pluralización de los caminos que llevan a los jóvenes a la vida adulta y en la diversidad interna que caracteriza a la condición juvenil en la sociedad actual. Sin embargo, ambas características no están presentes en la gran mayoría de explicaciones que se construyen para comprender la vida política de los jóvenes, sus discursos, intereses, comportamientos, etc. Se ponga donde se ponga el énfasis, el argumento de fondo suele ser común.
La gran mayoría de los jóvenes parece relacionarse con el mundo de la política de una forma uniforme, distante y desconfiada, encerrados en una maraña de factores estructurales e institucionales que escapan de su capacidad de decisión. De la metáfora, tan utilizada actualmente para referirse a la juventud de este inicio del siglo XXI, del joven que navega en un mar de incertidumbre, negociando su propio camino entre oportunidades y riesgos, pasamos en el terreno de lo político a la imagen de un joven que asume pasivamente un universo político de significaciones negativas y pesimistas. De este escenario solamente se escaparía una pequeña minoría, expuesta a unos procesos de socialización muy específicos.
Nos encontramos, por consiguiente, con un claro predominio de las argumentaciones genéricas, en las que el factor principal de diferenciación interna del colectivo juvenil es la edad, bien entendida en términos evolutivos como etapa del ciclo vital, o como criterio generacional. En ambos casos, la heterogeneidad social, cultural, ideológica de los jóvenes y de sus procesos de incorporación al espacio público juega un papel secundario como factor explicativo de las posiciones políticas de las nuevas generaciones, las cuales tienden a ser valoradas desde posiciones más morales que sociopolíticas. En esta misma línea de análisis también hay que subrayar la habitual ausencia de una perspectiva intergeneracional que permita entender los rasgos de la vida política juvenil en relación a lo que piensan y hacen los ciudadanos del resto de generaciones. Los jóvenes parecerían, en este sentido, estar aislados del contexto social y político en el que se construyen las relaciones entre las diferentes generaciones.
Las nuevas condiciones en que los jóvenes viven sus vidas y sus procesos de transición han permitido establecer una distinción clave entre independencia (entendida en términos de situación material) y autonomía (entendida en términos de competencia y capacidad). Se trata de dos procesos diferentes que en los momentos actuales siguen lógicas también diferentes. El paso de la dependencia a la independencia económica que en momentos anteriores constituía el paso previo para la conquista de la autonomía individual, en la sociedad actual no supone un requisito para el desarrollo de un sujeto autónomo, capaz de tomar decisiones y de realizar las elecciones más convenientes para su futuro. Por el contrario, en el entorno incierto en el que se mueven hoy los jóvenes proliferan las situaciones de semi-independencia, en otros casos la independencia económica es algo transitorio y reversible debido a las continuas entradas y salidas del mercado de trabajo y, por último, también nos encontramos con bastantes jóvenes que, aun siendo dependientes económicamente de su familia de origen, han ido conquistando importantes niveles de autonomía y libertad individual en terrenos significativos de su vida como las relaciones afectivas, las pautas de consumo, los estilos de vida o los comportamientos colectivos, etc.
Es por ello que incentivar a esta generación a compartir sus ideas, puede ser una rica fuente de proyectos que nos lleven a la construcción de un mundo mejor; los jóvenes líderes tienen toda la energía y vitalidad para que sus propuestas trasciendan fronteras.
Cuando un joven es empoderado y apoyado, es capaz de motivar a muchos más para que lo sigan y así logra llevar a la realidad cambios pertinentes y de gran impacto; un nativo digital tiene la capacidad de que su voz sea oída a través de las redes sociales, y encuentra en la conectividad una herramienta valiosa para llevar sus ideas a otro nivel.
Alrededor del mundo, tenemos grandes ejemplos de cómo un buen líder puede sumar al bienestar de todos; ejemplos que reflejan que lo que hace la diferencia es no esperar a que otros lo hagan: líderes que en África caminan horas para llevar a poblaciones aisladas computadores, y preparar a profesores y niños en el desarrollo de habilidades informáticas; jóvenes que saben que a diario mueren niños por no poder acceder a productos básicos, y deciden ayudar con pasión a solucionar esta problemática, llevando alimentos y medicinas para mejorar la salud de estas comunidades. Los ejemplos son infinitos, y nos llevan a sentir que hay esperanza.
Necesitamos de esos jóvenes que, con sus ganas de vivir, sueños, pasiones e ilusiones, construyan un mejor país. Jóvenes que impulsen la creación de nuevas empresas, que le permitan el acceso al trabajo digno a muchas personas, mejorando su calidad de vida y dignidad; jóvenes que con voluntad de servicio hagan política honestamente; jóvenes interesados en proteger el medio ambiente; jóvenes que integren a aquellos que fueron afectados por la guerra, o que hicieron parte de ella, para que nunca más miren hacia atrás, sino que vean en el futuro del país una fuente de innumerables oportunidades.