El Deseo de Aprender y Función del Pedagogo
Han pasado casi 15 años desde el día que tomé la decisión de cursar estudios en el Instituto de Profesores Artigas. Si hoy tuviera que argumentar por qué elegí ser docente, probablemente expondría muy buenas razones que la reflexión y el análisis posterior me brindan para justificar algo que en principio respondía a factores que el curso del tiempo se ha encargado de modificar en mi memoria.
Sí, estoy seguro de una cosa: desde que comencé mi práctica docente, la disciplina que imparto se transformó en un fascinante instrumento que me permite analizar la realidad y en consecuencia, constituye un saber del cual nadie tendría que permanecer ajeno.
El lector me creerá ingenuo, pero hasta el momento de enfrentarme a un grupo de muchachos en un aula, no tomé verdadera conciencia de que en realidad mi aventura intelectual no necesariamente resultaba a priori de interés para ellos. Sin embargo, debo admitir que luego de mucho tiempo de desazón, entendí que era más que razonable. Una decisión personal me llevó a incorporar a mi vida el estudio de una disciplina determinada y era yo quien estaba convencido de su vital importancia, no mis estudiantes.
Entonces comprendí que en realidad mi principal tarea era pasar del querer al querer juntos o, para expresarlo con las palabras de Philippe Meirieu, generar en los alumnos el deseo de aprender.
Esta última, condición sine qua non para que se produzcan verdaderos aprendizajes. Por lo tanto, mi obligación consistía en reflexionar sobre cómo generar condiciones favorables que estimulasen el deseo de aprender.
Recuerdo los consejos de la Profesora de Didáctica, Carmen Appratto. Nos sugería insistentemente no presentarnos ante nuestros alumnos como portavoces de un saber ya constituido y cerrado. Contrariamente, ser capaces de crear un “enigma” movilizador a partir del estudio de una ciencia en permanente reconstrucción que inevitablemente supera la etapa de las certezas y debe enfrentar las incertidumbres y complejidades inherentes al conocimiento científico.
No podemos brindarles todas las respuestas, pero si enseñarles a formularse preguntas a partir de obstáculos de interés facilitadores del conocimiento y del aprendizaje. Sin dudas en esa dirección se abre una infinidad de posibilidades y grandes desafíos. Por ejemplo, la clase constituye una excelente oportunidad para ofrecer a los adolescentes la alternativa de conocer realidades distintas de las que le son fácilmente reconocibles. Esa necesidad educativa básica actual debe articularse estableciendo siempre “puntos de apoyo” – indispensables para el desarrollo de un individuo – entre los contenidos académicos y la realidad de los estudiantes, sin caer en el absurdo “coqueteo” con la cultura juvenil, sino alcanzando un equilibrio metaestable entre los tres componentes del triángulo pedagógico: el alumno, el docente y el saber enseñado.
Siempre el aprendizaje nos pone en una compleja situación que nunca es mera circulación de información: la “transmisión” de conocimientos sólo es posible cuando un proyecto de enseñanza se encuentra con un proyecto de aprendizaje. En esa relación dialéctica, el rol docente debe ser el de un verdadero pedagogo y su función, irremplazablemente la de un profesional de la educación.
La reflexión didáctica constituye nuestra herramienta principal. Nos permite tomar conciencia de las limitaciones y de los aciertos que tienen las propuestas de enseñanza que adoptamos y cómo estas impactan en nuestros alumnos en el marco de los nuevos retos que la educación enfrenta. Es preciso pensar la didáctica – utilizando la expresión de Ángel Díaz Barriga
– para conciliar la perspectiva histórica de la disciplina con las necesidades de nuestra época, caracterizada por una nueva racionalidad donde, entre otras cosas, la cultura ya no fomenta el afán de aprender.
Desde sus inicios con Comenio a Hargreaves, Perrenoud o Charlot, explorar lo que la Didáctica aún nos puede decir sobre la relación con el saber y las experiencias de aprendizaje.
En lo que a mí respecta, aunque en ocasiones suele acecharme el temor propio de los grandes desafíos, mantengo intacta la vocación por un oficio que me enorgullece: el de ser docente.
Bibliografía:
- Bauman, Zygmunt (2007). Los retos de la educación en la modernidad líquida, Gedisa, Buenos Aires.
- Charlot, Bernard (2006). La relación con el saber. Elementos para una teoría. Trilce, Montevideo.
- Díaz Barriga, Ángel (2009). Pensar la didáctica, Amorrortu, Buenos Aires.
- Meirieu, Philippe (2001). La opción de educar. Ética y pedagogía, Octaedro. Barcelona.
- Meirieu, Philippe (2002). Aprender, si. Pero ¿cómo?, Octaedro, Barcelona.