El Estudio De La Histeria: La Metáfora Paterna
¿De qué se trata en la metáfora paterna? Propiamente, es en lo que se ha constituido de una simbolización primordial entre el niño y la madre, poner al padre, en cuanto símbolo o significante, en lugar de la madre. Veremos qué quiere decir este en lugar de que constituye el punto central, el nervio motor, lo esencial del progreso constituido por el complejo de Edipo.
El padre, en este caso es real. Pero no olvidemos que solo es real en tanto que las instituciones que le confieren, su nombre de padre.
Lo importante, no es que la gente acepte perfectamente que una mujer no puede dar a luz salvo cuando ha realizado un coito, sino que sancione en un significante que aquel con quien ha practicado el coito es el padre.
La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico. Puede realizarse de acuerdo con las diversas formas culturales, pero en si no depende de la forma cultural, esta es una necesidad de la cadena significante.
El niño depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y de ninguna otra cosa. Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del niño, el de él, este ser es esencial. ¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente de la a petición de los cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la madre, sino de la a petición de su deseo.
Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del deseo de la madre.
La relación del niño con el falo se establece porque el falo es el objeto del deseo de la madre.
Está muy claro que el padre no puede castrar a la madre de algo que ella no tiene. Para que se establezca que no lo tiene, eso ya ha de estar proyectado en el plano simbólico como símbolo. Pero es, de todas formas, una privación, porque toda privación real requiere la simbolización. Es, pues, en el plano de la privación de la madre donde en un momento dado de la evolución del Edipo se plantea para el sujeto la cuestión de aceptar, de registrar, de simbolizar él mismo, de convertir en significante, esa privación de la que la madre es objeto, como se comprueba. Esta privación, el sujeto infantil la asume o no la asume, la acepta o la rechaza. Este punto es esencial. Se encontrarán con esto en todas las encrucijadas, cada vez que su experiencia los lleve hasta un punto determinado que ahora trataremos de definir como nodal en el Edipo.
Hay un momento anterior, cuando el padre entra en función como privador de la madre, es decir, que se perfila detrás de la relación de la madre con el objeto de su deseo como el que castra, por así llamarlo, porque lo que es castrado, en este caso, no es el sujeto, sino que es la madre.
Si el niño no franquea ese punto nodal, es decir, no acepta la privación del falo en la madre operada por el padre, mantiene por regla general una determinada forma de identificación con el objeto de la madre.
En este nivel, la cuestión que se plantea es – ser o no ser el falo. En el plano imaginario, para el sujeto se trata de ser o de no ser el falo. La fase que se ha de atravesar pone al sujeto en la posición de elegir.
Ustedes perciben perfectamente que se ha de franquear un paso considerable para comprender la diferencia entre esta alternativa y la que está en juego en otro momento y que también es de esperar encontrar, la de tener o no tener. Dicho de otra manera, tener o no tener el pene, no es lo mismo. En medio está, no lo olvidemos, el complejo de castración. Sabemos, sin embargo, que de él dependen estos dos hechos – por una parte, que el niño se convierta en un hombre, por otra parte, que la niña se convierta en una mujer. En ambos casos, la cuestión de tener o no tener se soluciona por medio del complejo de castración. Lo cual supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en que no lo tenía. Para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener, y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho de tener el falo.
Este es un paso que se ha de franquear y en el que ha de intervenir en algún momento, eficazmente, realmente, efectivamente, el padre.
El sujeto es quién acepta o no acepta, y en la medida en que no acepta, eso lo lleva, hombre o mujer, a ser el falo. Pero ahora, para el siguiente paso, es esencial hacer que el padre interfiera efectivamente, esto porque se le deja, en segundo plano, incluso hace pensar que hay que prescindir de él. A partir de ahora, cuando se trata de tenerlo o no tenerlo, nos vemos obligados a tenerlo en cuenta. En primer lugar, es preciso, insisto en ello, que esté, fuera del sujeto, constituido como símbolo. Pues si no lo está, nadie podrá intervenir realmente en cuanto revestido de ese símbolo. El cómo intervendrá efectivamente en la siguiente etapa, es en relación con el personaje real.