El Jardín de Giverny con Nenúfares de Claude Monet
Existen aproximadamente 250 nenúfares pintados por Monet en los últimos años de su vida. Estos inmensos paneles representan un lago con agua. Son representaciones del Jardín de Giverny
Desde 1883 Monet se había establecido en una casa de Giverny junto con su segunda esposa y los hijos de ambos. Giverny era una zona tranquila de Normandía. Aquella casa contaba con una entrada de agua y espacio bastante amplio. Esto le permitió a Monet crear un lago artificial, construir un puente de estilo japonés y plantar vegetación exótica. Suspendidos en aquel espejo de agua estaban sus nenúfares, a los que capturó de acuerdo a las variaciones lumínicas y atmosféricas de cada día.
El jardín de Monet, un lugar absolutamente pensado y creado por él, siguiendo una escala de colores de los más fríos a los más cálidos, era una gran colección de luces. Sin embargo, había un elemento que hacía incompleto a este jardín para un hombre que siempre había vivido a orillas del Sena, el agua. Era capaz de ver la belleza debajo de la superficie, según decía su amigo Clemenceau, una visión prodigiosa.
Quería poner nenúfares sobre el agua y se encontró con la resistencia de los agricultores que pensaron en que esto contaminaría las aguas y afectaría a la agricultura. Pero él estaba firme en su propósito. Entonces en la década de 1890, empezó a trabajar en el estanque de los nenúfares, lo que le llevaría más de 10 años. Los nenúfares eran su musa: una flor que podía aunar agua y luz. Era el inicio de una historia de amor que le acompañó hasta la muerte.
Monet ya estaba consagrado pero siguió investigando las posibilidades pictóricas de las variaciones del color de un mismo tema, dependiendo de las horas del día o las estaciones del año.
Las obras de la serie Nenúfares no fueron bien valoradas por la crítica de la época. Se consideraron desordenadas y fruto de la visión borrosa de Monet, más que de una visión creativa propia de un artista.
Con el surgimiento del expresionismo abstracto resucitó el interés por los Nenúfares. Dos décadas después de la muerte de Monet, en 1926, su serie siguió siendo ignorada. Pero en la década de 1950, los conservadores de arte redescubrieron la obra de Monet en su estudio. En 1955, el Museo de Arte Moderno compró su primer Monet de esta serie, y rápidamente se convirtió en uno de los cuadros más famosos del museo.
Algunos de los cuadros se destruyeron en un incendio; en 1958, el MOMA sufrió un terrible incendio, dañando algunas obras que quedaron irrecuperables, entre ellas algunas de Monet. Otros cuadros fueron destruidos por el propio pintor; la ferviente pasión de Monet por los lienzos, a veces se convertía en violenta frustración. En 1908, Monet destruyó 15 de sus Nenúfares, justo antes de que fueran exhibidos en la galería Durand-Ruel en París. Al parecer, el artista estaba tan descontento con las pinturas que decidió destruirlas.
A menudo se piensa que las obras de Monet reflejan la felicidad pero lo cierto es que muchas de ellas reflejan plenamente su visión sobre la guerra. Irónicamente, el deterioro de su vista, que seguía empeorando, le permitió ver y expresar el mundo de «otra forma», borroso. Lo que se convertiría en una fortaleza, en un valor añadido para la obra del pintor.
Los sauces llorones se convirtieron en el nuevo símbolo de un anciano apesadumbrado por el dolor de la guerra. Cuanto más intensa se volvía la guerra más profunda era su forma de pintar. La violencia del mundo que le rodeaba se le hacía insoportable y su respuesta fue un acto de paz. Llamó a este proyecto La Grande Décoration, su testamento artístico, la culminación de la larga búsqueda de su vida.
Monet celebró el final de la Primera Guerra Mundial con nenúfares. Al día siguiente del Día del Armisticio, en 1918, Monet prometió a su patria un «monumento a la paz» en forma de enormes pinturas de nenúfares.