El último Bosque. Historia De Ficción

Introducción

La pequeña niña acechaba escondida bajo las altas espigas de las gramíneas de una pequeña pradera que bordeaba al último bosque del planeta. Silenciosamente vigilaba los movimientos sutiles, pero mecánicos de un ser que era lo más cercano a una madre para ella. El cuerpo del androide era similar al de ella, tenía brazos y piernas, dos ojos similares pero más artificiales, capaces de ver un espectro mayor al que ella podía alcanzar. Podían ver tanto en la noche más oscura como en la máxima claridad de un día muy soleado. Pero en este momento se encontraban ejecutando una tarea en particular, momento oportuno que la niña no desperdiciaría.

Sigilosa, se fue acercando cautelosamente, sin ser notada por el androide. Mordió su labio inferior para contener una pequeña risa nerviosa, que luchaba por revelar su presencia. Tomó impulso en el momento oportuno, saltando como un felino para atrapar a su presa. Pero, sus esfuerzos por sorprenderla fueron en vano. Su cuerpecito cayó directamente en los brazos de Gaia-3155, cuyos sensores de aproximación la habían detectado mucho tiempo antes.

Rio fuertemente al sentir las pequeñas cosquillas que propinaban los dedos del androide sobre su pancita. Le encantaba ser mecida en los brazos de la IA; cerró sus ojos y se aferró a esta.

¡Nunca puedo sorprenderte!, reprochó la pequeña Alba.

Algún día lo harás, estoy segura, sonrió devuelta. Ella estaba acostumbrada a escuchar su voz metálica.

¿Por qué no puedo ser como tú? Eres más rápida que los antílopes, más fuerte que los rinocerontes. Nunca te cansas y siempre lo sabes todo

Eso no es cierto, en este momento no se en lo que estás pensando, Gaia-3155 jugueteó con su naricita suavemente y depositó a la niña cuidadosamente en el suelo.

¿Qué haces?, preguntó con curiosidad Alba.

Estoy por trasladar esta camada de cachorros hacia una zona más segura, la integridad de esta madriguera los pone en peligro, ¿Quieres ayudar?

Desarrollo

Gaia tomó un par de zorreznos en cada brazo, mientras Alba luchaba por mantener el suyo en sus brazos, éste no paraba de lamer la cara de la niña. La risa de la pequeña deleitaba al androide. Ambas se dirigieron hacia otro lugar a 50 metros de distancia. Alba estaba acostumbrada a caminar por toda el área desde su nacimiento, desde que fue adoptada por el androide.

Luego de asegurarse de que la madre conociera el cambio de madriguera, Gaia se encargó de llevar a Alba a tomar un baño en el riachuelo. La niña se quitó su traje, éste había sido confeccionado por Gaia y era lo suficientemente fresco para el verano. Mientras ella chapoteaba en el río, el androide buscó unas raíces con las que confeccionaría una crema jabonosa para que lavara todo su cuerpecito. Una vez aseada, salió muerta de frío del río, el androide convirtió su brazo en un cañón y emitió una calurosa ráfaga de aire para ayudarla a secarse.

Ya comenzaba a caer la noche cuando volvieron al aposento que había construido como hogar para criar a Alba.

Acostada en su cama de paja, Alba gustaba sentir el cuerpo sintético del androide a su lado. Este emitía una vibración y un calor que regulaba para simular la temperatura de 36 grados de los humanos.

¿Puedes contarme, otra vez, la historia de cómo nos conocimos?

Claro que sí, normalmente habría dicho afirmativo, pero su contacto con este ser diminuto le había hecho cambiar su naturaleza mecánica, haciéndola más humana.

Había una vez un androide que trabajaba todo el tiempo sembrando semillas y fertilizando la tierra. Su tarea consistía en devolver la vida a un mundo moribundo. Día y noche recogía los desperdicios y mágicamente los convertía en parte del mismo planeta. Pasó mucho tiempo para que naciera la primera plantita. Contento con su labor, continuó hasta poblar toda un área con muchos árboles para que los animalitos tuvieran donde vivir. Convirtiendo al planeta en un paraíso lleno de vida silvestre como solía ser anteriormente. Aparecieron, entonces, los primeros trinos y gorjeos de los pajaritos

Gaia imitó los sonidos de las avecillas.

Luego llegaron los monitos, el androide imitó los chillidos de los primates.

Alba rió.

Las ovejas, ¡Beeee!, baló

Los jabalíes, emitió un ronquido en forma de gruñido.

Alba río de nuevo y muchos otros animalitos llenaron el bosque con sus rugidos, aullidos, chillidos, gruñidos, graznidos y chirridos

Pero ese androide se sentía solo. Aun cuando los animales comprendieron que no era una amenaza para ellos y comenzaron a pasear a su alrededor sin temerle. El androide quería alguien con quien jugar. Fue entonces cuando pidió a la primera estrella de la noche que le concediera el deseo de tener una amiga

La niña escuchaba atenta, luchando para mantener sus parpados abiertos.

Al día siguiente, para sorpresa del androide, una pequeña criatura había llegado a su paraíso terrenal. Era muy diminuta, pero le dio el mejor regalo que podía recibir, su risa. Sus carcajadas atiborraron de alegría y calor, al frío centro de comandos del androide. Fue entonces cuando se dio cuenta que ahora tenía a una amiga y un corazón para amarla

Una pequeña risita se escapó de los labios de la pequeña antes de quedar completamente dormida.

Gaia arropó a la pequeña y se levantó cuidadosamente de la cama para evitar despertarla.

El androide sabía que la verdad era un poco más diferente de como la contaba.

Dos mil años atrás, la Tierra era un planeta muy hermoso y rico, repleto de vida animal y vegetal en toda su extensión. Pero luego apareció una especie que decidió ser la especie dominante, e hizo uso de todos los recursos que el planeta regalaba generosamente. Sin embargo, no contentos con esto comenzaron a crear máquinas para adaptar su entorno a su placer, contaminando el aire, las aguas y la tierra; extinguiendo a su paso a muchas otras especies, haciendo mucho daño al planeta. 

Muchos seres de esta especie eran muy codiciosos; la avaricia, el egoísmo llenaron sus corazones, creando una sociedad apática que hizo caso omiso del daño que causaba sobre los demás seres de su propia especie y los de otras especies que reinaban en el planeta. Deseaban el poder para dominar sobre todos los demás, fue entonces cuando decidieron luchar unos contra otros para alcanzar ese objetivo. Decidieron construir armas poderosas para someter a sus congéneres. Finalmente comenzó una gran guerra entre todos. El conflicto se salió de sus manos, erradicando toda existencia sobre el planeta. Miles de bombas descendieron desde el cielo destruyendo todo a su paso.

Hubo un grupo de ellos, adelantándose a los acontecimientos, que decidió crear una serie de seres automatizados, con inteligencia propia, programados para reparar el daño ocasionado. Otro grupo, previendo lo peor, había guardado suficientes semillas para repoblar nuevamente el planeta.

El planeta había sufrido mucho, una nube radiactiva cubrió los cielos, haciéndoles difícil el respirar. Todos perecieron en la espera de encontrar el lugar propicio para renovar la vida. Pasaron muchos años antes de que encontráramos el área que cumpliera con las condiciones necesarias sostener la existencia. Fue entonces cuando nací yo. Mi objetivo principal era sembrar las semillas y proteger el medio ambiente. Con el tiempo su especie se extinguió (o así creíamos), pero nuestra misión no terminó hasta que este bosque pudiera sobrevivir por sí mismo.

Un día como cualquier otro, se encontraba degradando un montón de chatarra (máquinas que un tiempo atrás fueron vehículos de transporte) con ayuda de nano máquinas. Los diminutos robots, pulverizaban el material para degradarlo a su mínima expresión y de esta manera devolverlo al planeta.

De pronto, sus sensores de aproximación se activaron y llamaron su atención. Al otro lado del río se encontraba una especie que desconocía. Inmediatamente se dirigió hacia ellos. Extendió su brazo izquierdo e hizo un rápido escaneo sobre los organismos. Su base de datos de especies se activó y comenzó a realizar una búsqueda. Una alerta roja inundó su pantalla. Eran seres humanos. La especie más peligrosa del planeta. La causante de la destrucción del mundo.

Su sistema de defensa se activó y brazo derecho se ahuecó formando un cañón que comenzó a iluminarse y calentarse al mismo tiempo. El llanto del cachorro humano detuvo al androide. Realmente no supo si fue un glitch en el sistema, pero de alguna manera logró sobrepasar las rutinas de destrucción de la amenaza inminente que tenía al frente y finalmente desistió su orden de exterminio y su brazo volvió a la normalidad.

El humano adulto era hembra y se encontraba extremadamente agotado, sus signos vitales estaban muy débiles productos de la inanición. Su rostro demacrado indicaba que llevaba días sin comer, el pequeño cachorro extendió sus pequeños brazos hacia el androide, lágrimas cubrían su pequeña carita y una boca carente de dientes seguí chillando

Sálvala, por favor, te lo suplico, fueron las últimas palabras emitidas por el adulto. El androide tomó en brazos al bebé y la arrulló hasta dormirla. Aprovechó entonces para enterrar el cuerpo del adulto, así los otros autómatas no la encontrarían. Alba fue el nombre que designó a la pequeña niña. De su origen latino, significaba amanecer. El sol apenas salía cuando la conoció por primera vez.

Con el tiempo Alba crecía rápidamente, se acostumbró a comer únicamente vegetales: raíces, bulbos, legumbres y frutas conformaban su dieta diaria. Algunas veces Gaia sorprendía a Alba con panales ricos en miel. Sin embargo, como una madre, Gaia velaba por suministrar los nutrientes necesarios para mantener un correcto desarrollo del cuerpo de Alba.

Conclusión

Al igual que Gaia, Alba acostumbraba a examinar los linderos del bosque, para vigilar si algún animalito se encontraba en problemas. Siempre cargaba en su oreja un comunicador que le permitía llamar al androide en cualquier momento, en caso de tener algún problema. Para Alba, todo el bosque era su hogar y lo conocía como a su propia mano. Sin embargo, un día se encontró con una especie que su mente había olvidado muchos años atrás.

Alba se encontraba estupefacta al ver a otro ser humano. No sabía si era por verlo por primera vez o por verlo matar un animal. Sabía que los depredadores se alimentaban de presas pequeñas. Pero ella nunca tuvo necesidad de matar al ser vivo para sobrevivir.

Era un chico, un poco menor que ella. Vestía pieles de animales sobre una ropa decolorada y desgastada por el tiempo y las condiciones de un ambiente hostil. La vestimenta cubría tanto sus piernas como sus brazos. Llevaba una bolsa en un costado y una lanza improvisada hecha de algún material metálico, con la que había dado muerte al pequeño conejo. Tenía el cabello largo, recogido en forma de cola detrás de su cabeza. Sus ojos eran verdes, reflejaban una sonrisa por haber conseguido lo que deseaba.

 

22 October 2021
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