Estado y Ejército: Evolución desde El Comienzo de La Edad Moderna

“La guerra hace Estados” afirma Charles Tilly, sociólogo, politólogo e historiador estadounidense. “No sólo las guerras militares, sino también el bandolerismo, la piratería, la rivalidad entre bandas…”.

Charles Tilly enfatiza y profundiza en la interdependencia del Estado y la Guerra y la analogía de ambos procesos, porque él afirma que son los propios gobiernos de los Estados quienes crean las guerras, únicamente para buscar algún tipo de beneficio para la nación, calificando a estos gobiernos de chantajistas, ya que ellos mismos crean una necesidad de protección y luego cobran por ofrecer esa misma protección a los ciudadanos. Llaman a las personas que se quejan del precio de la protección ‘anarquistas’, ‘subversivos’ o ambos a la vez.

“El Estado posee el monopolio de la fuerza y la violencia” afirmaba Max Weber, pero la legitimidad que esto tiene, según Stinchcombe, depende bastante poco del principio abstracto o del asentimiento de los gobernados: ‘La persona sobre la que se ejerce el poder no suele ser tan importante como otros poseedores del poder’, ya que no legitimamos el poder del Estado sólo porque pueda utilizar la violencia ni tenga el control del ejército, sino porque lo vemos como un ente que posee el conocimiento necesario para que las cosas vayan bien.

En las guerras y el control de la violencia, en este caso militar, encontramos el origen de los Estados nacionales, aunque no sea este el motivo por el que empezaron. Es decir, las personas no preveían que de esa lucha, interés y acumulación de capital iban a crearse los estados nacionales, sino que estos surgieron de la necesidad improvisada de establecer el patrimonio e incluso sacar provecho de las personas en su territorio mediante los impuestos.

Para hablar de ejército y Estado tenemos que señalar lo que se considera como violencia legítima e ilegítima. Por ejemplo, referente a comienzos de la Edad Moderna, Fernand Braudel escribe ‘Detrás de la piratería en los mares actuaron ciudades y ciudades-estado’, ya que se refiere a que los gerentes de los Estados o los servicios reales muy a menudo contrataban bandidos para atacar a los enemigos y alentaban a sus tropas a tomar botín de los vencedores, abasteciéndose a través de la población civil, a base de saqueos, robos, tomando propiedades… Este método era tan eficaz, ya que los mercenarios cambiaban de jefe con facilidad, que pronto los dirigentes más ricos intentaron arrebatar el poder a los señores más grandes.

En los siglos XV y XVI la violencia organizada por los Estados no sólo afectaba al apartado militar, sino que también tenía su impacto en política, economía e incluso cultura. Además, en la Edad Moderna, según varios documentos, libros y expertos historiadores, la guerra empezó a tomar popularidad, (a pesar de que la profesión de soldado parecía estar subestimada), con lo que las órdenes de caballería, religiosa y secular empezaron a dar un culto o visión positiva a la guerra, lo que desembocó en que los reyes se interesasen más por el aspecto militar y explorasen su potencial, haciendo que los méritos militares fueran más visibles y galardonados, tomándolos en más alta estima que otros, siendo la corona uno de los principales beneficiados de la propaganda bélica, ya que esta parecía contentar a la opinión del pueblo.

Los Tudor (1485-1603), a comienzos de la Edad Moderna, consiguieron el monopolio de la violencia tanto en la esfera privada como en la pública, lo que, afirma el historiador Lawrence Stone, fue su mayor éxito ya que cambió la vida de todos los ingleses y además la propia naturaleza de la política, desmilitarizando a los grandes señores que podrían hacerles la competencia, aprovechando la llamada “crisis del feudalismo” con el apoyo de la burguesía, que se fortalecía con ese tipo de apoyo. Para afianzar su poder, fue establecido que el poder absoluto de los monarcas reposaba en su carácter como representantes de Dios en el mundo terrenal.

De esta manera se consideraba que reyes y príncipes poseían un derecho divino de gobernar debido a que su autoridad provenía directamente de Dios. Así, con el apoyo de la Iglesia y la burguesía, las monarquías se consolidaron absolutas, teniendo el control del ejército y el Estado.

La “Reforma Protestante” tuvo mucho que ver en el desarrollo de los Estados modernos debido a que ‘fragmentó a Europa al quebrarse en varios pedazos la unidad de la Iglesia Católica, pero a la vez ayudó para que en ese territorio vaya tomando forma el Estado moderno’.

En Francia, esta situación llegó un poco más tarde, concretamente en 1620 con Luis XIII, que condenó los duelos, los transportes de armas letales y la tenencia de ejércitos privados en los señores, declarando el monopolio real de la fuerza. Para finales del siglo XVIII, los Estados habían evolucionado, marcando aún más sus fronteras, y sobre todo, rivalizando fuerzas militares profesionales con las de otras naciones. De ese modo, se puede decir que en la Edad Moderna surgió la primera forma de ejército profesional, permanente y nacional, mantenido con fondos estatales y dirigido por generales designados por el propio Estado, para llevar a cabo una expansión territorial y defender el territorio propio de ataques extranjeros. Asimismo, eran los encargados de asegurar el orden interno del territorio.

A comienzos del siglo XVI, el panorama en España es bastante diferente al de Francia o Gran Bretaña, ya que reina en España Carlos V, y suceden los conflictos internos de las Comunidades de Castilla y las Germanías de Aragón, por lo que estaba lejos de llegar a ser un país unido comúnmente, en todos los aspectos. Más tarde, se intenta instalar en España una reforma del ejército para tener una reserva común militar en el Estado llamada la Unión de Armas, por el Conde Duque de Olivares, aunque esta no triunfó debido a la negativa de varios territorios de ceder parte de sus fuerzas armadas. No obstante, en Francia tenemos el caso de una imposición de tributos a los Estados Generales, lo que hace que Luis XIV se convirtiera en un monarca que aumentó su riqueza y pudo disponer de un ejército permanente, que convirtió a Francia en una potencia europea. Se dice que Luis XIV fue un hábil diplomático que organizó en mejor ejército europeo del siglo XVII.

Sin embargo, aún quedaba pendiente un problema: el peligro de insubordinación del pueblo al no haber fuerzas gubernamentales en los pequeños ámbitos. Para atajar esto y que los gerentes de los Estados tuvieran el control total, se crearon las fuerzas policiales, de ámbito más local hacia los residentes, pero controladas por el Estado, y no por terceras fuerzas, animando incluso a la población local a unirse a las patrullas y colaborar con ellos.

Esta monopolización de la fuerza tuvo mucho que ver con la fusión de las ciudades-estados unas con otras o al ser absorbidas por otros Estados más grandes, ya que se perseguía una mayor y más amplia organización militar porque aumentaban los presupuestos reales, al tener un solo concepto y no varias zonas repartidas en manos de magnates y terceras fuerzas, aunque también debemos señalar que hasta el siglo XVIII en Europa, varios historiadores consideran que la mayor fuerza militar era la marítima, quedando relegada la terrestre a un segundo puesto, ya que las guerras navales eran cruciales para asentar la posición internacional de unos Estados frente a otros, no sólo por los conflicto bélicos sino también por el transporte marítimo, sumando que era mucho más barato transportar a aun ejército por mar que por tierra. En este aspecto destacan, por ejemplo, Venecia, Génova, Inglaterra y sus respectivos imperios.

Al iniciarse el siglo XIX, España sigue siendo un Imperio con proyección atlántica y ya casi sin proyección propia europea, muy vinculada a los intereses franceses como consecuencia de los pactos de familia borbónicos del siglo XVIII. Este siglo es calificado como el siglo de los pronunciamientos y los alzamientos militares (al menos en España), convirtiéndose así los militares en protagonistas de la vida política. De esas situaciones nace el ejército, y se empieza a consolidar definitivamente, convirtiéndose en un factor fundamental en la política, y mostrándose su importancia al ser el principal responsable de reprimir o sostener a otros grupos. En la formación del ejército español debemos señalar la importancia que tuvo la invasión napoleónica, ya que, para combatir a los franceses, fue el propio pueblo llano quién tomó las armas y designó a sus líderes y generales, fijándose en su voluntad para combatir al invasor.

Antes del siglo XX, sin embargo, era bastante probable que cualquier Estado que no hubiera hecho un esfuerzo considerable en la guerra o mostrase su potencial bélico desapareciera, engullido por otros. Ya que la vigilancia y las fuerzas militares derivaban de la creación del estado, como he dicho antes. Según avanzaba el siglo, las dos guerras mundiales mostraron como, dentro del hecho de que un estado mira por su propio beneficio, como se podían prestar u otorgar medios de guerra a otros, para enriquecerse, bajando de esa forma el nivel de defensa internacional que un estado poseía, pero beneficiándose de otras formas.

Es durante el siglo XX que se muestra de forma más visible la relación estado-ejército y su evolución, ya que las fuerzas beligerantes son “propiedad” de los gobiernos y luchar en las guerras para defender su nación, en el sentido de que se tiene una visión más patriótica, y ya el ejército está asegurado al estado y a su jefe, no a la recompensa económica, como ocurría en el siglo XVI.

Las coaliciones internacionales y las guerras del siglo XX en Europa intensifican las relaciones internacionales y la competencia entre estados por la hegemonía de los territorios que se disputan, surgiendo de cada guerra menos estados nacionales de los que habían entrado en ellas, ya que los vencedores solían llevarse territorios o disolver estados para como recompensa o castigo para los perdedores. Es decir, la guerra se convirtió en otra forma de hacer relaciones internaciones, para defender o mejorar la posición global que tenía un estado-nación frente a otros.

El gran cambio llega con La Gran Guerra, que es considerada por varios historiadores como una lucha entre dos edades distintas, una, que permanecía anclada en una época más antigua y conservadora y otra, que apostaba por las tácticas, la movilización y la estrategia de planos. Esta guerra no fue una lucha rápida y desorganizada, sino que fue una guerra de posiciones (o guerra de trincheras) y estrategia, mucho más lenta que nada que se hubiera visto antes, cuyos elementos más recordados son las trincheras y los submarinos de combate. Sus consecuencias fueron devastadoras para el mundo, tanto en aspectos militares, como económicos o psicológicos. Y sin embargo, pocos años después, llegaría otra segunda guerra, a causa directa de, según varios historiadores, el Tratado de Versalles y las condiciones post-guerra en las que quedó Alemania.

Ahora, hablando de forma global, el ejército también tuvo gran importancia en la descolonización de los territorios conquistados, o incluso en las guerras por la independencia de estos. Los estados surgidos a través de la descolonización o por reasignación de territorios, no han obtenido sus fuerzas militares a través de la lucha interna entre gobernantes y señores menores o la protección selectiva, sino que la han conseguido de otra forma, ya fuera por ejemplo, en la Guerra de Independencia Americana, las trece colonias no contaban con una nación provista de un ejército, pero aun así vencieron a la armada inglesa. También, en la Revolución Francesa, no fue un conflicto internacional entre dos naciones, sino una guerra protagonizada por el pueblo, incluida la burguesía y la monarquía, símbolo del Antiguo Régimen.

Como consideración final, Estado y ejército han evolucionado conjuntamente desde la Edad Moderna hasta la actualidad, de una manera más o menos interrelacionada dependiendo de las circunstancias propias de cada época, siendo indudable su “simbiosis histórica”, siendo el desarrollo del ejército una de las causas que permiten existir y consolidarse al Estado moderno en los siglos XV y XVI, ya que el aspecto militar justificaba el Estado debido a la monopolización de la violencia. Si bien históricamente el ejército ha sido usado con ese fin y forma de consolidar el estado, creo que actualmente no es tan relevante en países ya consolidados, por ejemplo: Costa Rica no cuenta con ejército propio tras la abolición de este después de su Guerra Civil en 1948 y El Vaticano apenas tiene 100 soldados únicamente para vigilancia interna, siendo considerado el ejército más pequeño del mundo. Entonces, si hay Estados que actualmente no poseen el monopolio de la violencia… ¿podemos afirmar, por ejemplo, que Costa Rica no es un Estado? Varios expertos afirman que esta suposición es completamente errónea, ya que Costa Rica sí cuenta con fuerzas militares limitadas, aunque sólo ha tenido que recurrir a ellas dos veces desde la abolición del ejército.

Existe sin duda, una opinión muy controvertida sobre los Estados, sobre todo actualmente, con el caso de Israel y Palestina. ¿Puede existir un Estado que “agrupe” a todas las personas de una misma religión y la utilice como bandera? ¿Por qué Palestina no es considerada un Estado por todos los miembros de la Asamblea General? ¿Forma Jerusalén parte de algún estado? Estas preguntas forman parte de un tema tan amplio y vinculado con el Estado y los ejércitos que son, sin duda, cuestiones muy importantes en la actualidad, pero como ya he dicho, es un tema muy amplio que debe ser mirado con profundidad y detenimiento. El comienzo empezó a principios del siglo XX, cuando el movimiento sionista cobraba fuerza debido al antisemitismo en Europa, fue entonces cuando hubo una masiva inmigración judía. Tras la Segunda Guerra Mundial el plan inicial fue repartir ese territorio entre judíos y palestinos, pero después el territorio de estos últimos quedó reducido a la mitad. ¿Cuál es la verdad en todo este asunto? Si bien nunca podemos estar seguros de todo ello, la historia parece indicar que la creación de un “Estado judío” es bastante dudosa, ya que discriminaría a todas las personas de distinta religión o a aquellas de la misma que no se encontrasen en el territorio, además parece querer expandir cada vez más su territorio, quitando tierras a Palestina. Pero sin duda, reconocer Jerusalén como capital de Israel (cosa que no ha hecho ninguna potencia, salvo E.E.U.U.) sería negar el derecho religioso y su neutralidad a las otras dos “religiones del libro”, considerándolo únicamente como ciudad judía.

Mientras, en el resto del mundo la sociedad opina, en tiempos de paz o de crisis, que el dinero invertido en el ejército militar no es tan necesario y no se deberían realizar tantos gastos en ello. También influye en este pensamiento el desconocimiento sobre las Fuerzas Armadas y sus funciones que hay en la actualidad. Actualmente, los ejércitos militares suelen ser utilizados como una especie de “competición” entre países potencia, como E.E.U.U., Rusia o China. El primero de estos toma partido en varios conflictos armados a lo largo del mundo, realizando actuaciones militares en aquellos países que puede considerar una amenaza para su propia nación. A mi juicio, la evolución de la sociedad y su mentalidad es claramente visible: hemos pasado de una sociedad que ensalzaba la guerra, sus valores y el “espíritu caballeresco” (viendo como héroes a personas que luchaban en las guerras y teniendo ese “sentimiento romántico” por ellas) a una que actualmente y de forma más o menos generalizada la condena, llegando incluso a límites como los de Costa Rica, aboliendo su ejército, ya que, como sociedad, esperamos no tener que sufrir guerras tan destructivas como las anteriores, aprendiendo de la experiencia. Pero, sin embargo, hay guerras actuales en el mundo (como la guerra de Yemen, Somalia, etc.) que a los occidentales o gente “del primer mundo” no parecen importarnos, ya sea porque las calificamos como “tercermundistas” o preferimos ignorarlas antes que enfrentarnos a la realidad.

Bibliografía consultada

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  2. Arlotti, Raúl. 2020. La Formación Del Estado Moderno. Ebook. 1st ed.
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  5. Maravall, José Antonio. Ejército Y Estado En El Renacimiento. Ebook.
  6. David Olmos Gilarranz, profesor de Historia en el I.E.S. Andrés Laguna (Segovia), entrevista por Irene Charneco de Frutos, 23 de mayo de 2020, breve entrevista telefónica.
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01 August 2022
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