Fragmentación y Crisis de Valores en el Colegio Actual
Empezar este ensayo sobre la perdida de valores en la sociedad hace falta subrayando que el principio de toda educación es el ser humano y por consiguiente su finalidad debe ser el desarrollo personal y social de cada individuo. La educación implica además de los temas curriculares, fomentar el desarrollo de valores, de normas y creencias que susciten el respeto y la tolerancia entre las personas, en otras palabras, una educación que tienda al equilibrio y a la satisfacción de las necesidades humanas en su plenitud. En la educación, tanto el conocimiento como los valores son componentes indispensables para el desarrollo de cada niño y joven que forma parte activa de la sociedad. Por lo anterior, es imprescindible que todos los integrantes de la comunidad educativa y en fin de la sociedad en general busquen los mecanismos necesarios para promover el crecimiento personal de los niños y adolescentes y, por ende, sentar las bases para que ese bienestar personal repercuta positivamente en el bienestar colectivo.
Todo sistema educativo exitoso debe promover la calidad de una educación que garantice no solo el desarrollo de conocimientos, sino también la adquisición de valores que posibiliten la equidad y la igualdad de oportunidades para todos los estudiantes. Valores como el respeto, la responsabilidad, la honestidad, la tolerancia, la solidaridad, la autoestima, forman un gran conjunto de actitudes positivas que el sistema y, por supuesto, la sociedad debe originar en los niños y jóvenes.
Actualmente la sociedad enfrenta una fragmentación y una crisis de valores que se ve reflejada en los altos índices de violencia, suicidios y guerras. Por su parte, en las escuelas, cada vez más, llegan estudiantes violentos, sin normas, sin valores, sin pautas de crianza, producto de padres de familia ausentes, disfuncionales, irresponsables, que desautorizan, juzgan y desvalorizan la labor del docente. Este panorama desalentador es el principal problema que a nivel social enfrenta la educación colombiana, sin embargo, este no es el único, a esta crisis de valores, súmenle un sistema educativo obsoleto, descontextualizado, reproductor de desigualdades sociales, excluyente, discriminatorio y con bajos índices de calidad educativa. Del otro lado, se encuentran profesores estresados, frustrados, desactualizados, mal remunerados y desmotivados, cumpliendo con muchos roles en el aula: papá, mamá, psicólogo, policía, portero, aseador y, sin embargo, sintiéndose ajenos en el sistema educativo.
El causante de toda esta problemática quizás sea, que en pleno siglo XXI se continúa utilizando un modelo educativo creado en el siglo XVIII y que se originó durante el Despotismo Ilustrado. Durante este periodo se estableció el concepto de educación pública gratuita y obligatoria, este modelo de educación estuvo basado en la necesidad de “un pueblo obediente, dócil y que se pudiera preparar para la guerra”, como lo explica Rafael González Heck propietario del alternativo Colegio Rudolf Steiner de Chile en la película documental argentina La Educación Prohibida (2012). Este modelo de escuela estuvo regido por una economía industrial y se originó con el fin de garantizar la incorporación de trabajadores y obreros útiles para el sistema, lo preocupante es que en la actualidad este modelo no dista mucho del que se vive en la mayoría de las escuelas públicas de Latinoamérica. Para Ginés Del Castillo, fundador de la Escuela de la Nueva Cultura La Cecilia de Argentina, la escuela continúa siendo una herramienta para formar trabajadores dóciles al sistema y garantizar que este permanezca igual, conservando la estructura actual de la sociedad. En este orden de ideas, la escuela se puede comparar tristemente a las prisiones y fábricas donde lo verdaderamente importante es formar obreros obedientes, consumistas y eficaces. (La Educación prohibida, 2012).
Educar para el trabajo y no para la vida ha sido una constante en muchos sistemas educativos de Latinoamérica, y Colombia no es la excepción; Gómez (2017) expresa que “la educación en Colombia es un negocio que no tiene en cuenta las facultades de las personas y que busca uniformar pensamientos para seguir órdenes de empresarios de los grupos económicos de tradición”, así mismo manifiesta la necesidad de que el país implemente un sistema educativo pensado para las personas y no, como sucede hoy en día “personas diseñadas para responder exámenes estandarizados”. Lamentablemente, la educación perdió su rumbo y olvidó su finalidad: formar en sus estudiantes competencias esenciales para la vida de manera integral, en la que se potencie el desarrollo de sus habilidades cognitivas, emocionales, sociales y éticas.
Pablo Imen durante su discurso de imposición del nombre Paulo Freire al Aula Magna de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Comahue expresa su preocupación por la manera como las instituciones educativas estatales se convirtieron en meras reproductoras de la desigualdad y la exclusión, y como la educación pública se convierte en mercancía “y se destruye la idea de educación como un derecho social”. (p. 79).
Entonces ¿qué ocurre con un sistema educativo al que no le preocupa el ser humano? ¿Qué lugar ocupan los valores en una sociedad deshumanizada? A continuación se responderá a dichas preguntas en este tema de crisis de valores ensayo argumentativo.
La Constitución Política de Colombia promulgada en 1991 en su artículo 67, establece la educación como un “derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura”, es decir, en primera medida el sistema educativo colombiano debe promover aquellos valores que los caracteriza como sociedad y los hace únicos y distintos al resto de las comunidades, para lograrlo es indispensable el reconocimiento pleno de las diferencias, de los condicionamientos sociales, históricos, geográficos y culturales, para que como sociedad aprendan a convertir esas diferencias en valores y que puedan ser retribuidos para el beneficio de todo el país. Sin embargo, este precepto está muy lejos de cumplirse si se tiene en cuenta que a los gobernantes y a las nuevas generaciones poco o nada les interesa conocer y respetar la diversidad cultural y pluriétnica que los conforma como nación y peor aún que son precisamente esos grupos étnicos los que tienen las más bajas posibilidades para acceder a una educación de calidad y mejorar sus condiciones socio-económicas.
Para el actual gobierno colombiano la equidad es el principio de la educación y por eso promete garantizar el acceso y la calidad de la educación en igualdad de condiciones en todos los niveles, sin importar el lugar de procedencia, grupo étnico o posición socio económica. Igualmente, reconociendo las diferencias individuales y eliminando las prácticas discriminatorias para construir una sociedad que promueva los valores desde la tolerancia, la justicia y el respeto; para ello se fortalecerá la educación inclusiva a través del pacto por la inclusión de todas las personas con discapacidad y equidad e inclusión social para grupos étnicos, con estrategias educativas pertinentes y contextualizadas que cumplan satisfactoriamente “las necesidades de los niños, niñas y adolescentes en condiciones de vulnerabilidad, en especial los de contextos rurales y de grupos proclives a la exclusión social”. (Plan Nacional de Desarrollo, 2018-2022, p 292).
Para Parra (2011), “la educación inclusiva constituye un enfoque educativo basado en la valoración de la diversidad, como elemento enriquecedor del proceso de enseñanza aprendizaje y, en consecuencia, favorecedor del desarrollo humano”. (p.143). En este orden de ideas, las instituciones educativas deben ser territorios donde se acepten los principios y valores de la inclusión, a la luz de la igualdad, la protección frente a la discriminación, el respeto por la diversidad humana y se les brinde una participación plena e igualitaria en la educación y como miembros de la comunidad.
Construir una escuela inclusiva en la que se promueva las relaciones de empatía en el aula y se abola la desigualdad y la discriminación es un gran reto para el sistema educativo. Escarbajal, Mirete, Maquilón, Izquierdo, López, Orcajada y Sánchez (2012), sostienen que “la escuela inclusiva es el marco para el desarrollo de un conjunto de valores y creencias democráticas porque no sólo respeta el hecho de las diferencias, sino que las valora como algo positivo” (p.140). Educar desde esta perspectiva permite formar ciudadanos libres y prepara a las personas para construir buenas relaciones humanas que les permita vivir en una sociedad de manera pacífica y armoniosa, aceptando y entendiendo las diferencias de los demás.
Ahora bien, a nivel Colombia, el Gobierno Nacional a través de su Plan Nacional de Desarrollo busca consolidar un sistema educativo cuyo propósito fundamental es “garantizar las condiciones para que las personas alcancen su desarrollo integral y contribuyan al desarrollo del país en términos de equidad, legalidad y emprendimiento” (p. 285). Así mismo el Plan Nacional Decenal de Educación (2017), como desafío estratégico plantea que es necesario asegurar a través del fortalecimiento de la formación ciudadana una convivencia sana y respetuosa en todas las escuelas de Colombia para que estas se conviertan en territorios de paz, sobre una base de equidad, inclusión, respeto a la ética y equidad de género. Sin embargo, se debe reconocer que lamentablemente Colombia es uno de los países más desiguales del mundo y el tercer país más desigual de América Latina según el más reciente informe del Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (Rimisp). Así como están las cosas es muy difícil lograr una sociedad respetuosa, justa y equitativa si se deja solo en manos de la escuela esa importante responsabilidad y se desconoce que es precisamente la inequidad que ha vivido el país por décadas la que no ha permito que Colombia avance en la consecución de la paz.
Si bien, el sistema educativo colombiano ha asumido una gran responsabilidad respecto a la promoción de los valores, especialmente aquellos que tienen que ver con la equidad, el respeto y la inclusión, es imperante tener presente el componente familiar, pues es una realidad que la familia ya no está asumiendo su rol formador y socializador primario, sino que por al contrario nos encontramos con familias disfuncionales que poco o nada aportan a la construcción de valores para la convivencia, la reconciliación y la paz.
Desde los primeros años de vida los padres se convierten en el modelo a seguir de sus hijos, los niños por su parte aprenden gradualmente por imitación el comportamiento favorable o desfavorable de sus progenitores. Por su parte la OHCHR (Office of the High Commissioner for Human Rights) afirma que son los padres quienes, como primeros responsables de la educación de los niños “promueven su desarrollo con base en los valores culturales propios. De esta manera forman hombres y mujeres capaces de construir sociedades sanas que progresan de manera continua y sostenible”.
Diariamente los docentes se deben enfrentar a la carencia de valores con que los estudiantes llegan a las aulas y se ven en la necesidad de asumir la obligación que evaden los padres de familia; brindar a los estudiantes las herramientas en habilidades, conocimientos y valores que les permita transformar sus vidas desde una educación que tienda al equilibrio de sus emociones para formar ciudadanos más felices, tolerantes y respetuosos. En este orden de ideas entra en juego lo que en educación se conoce como currículo oculto y el cual hace referencia a “los conocimientos, destrezas, valores, actitudes y normas que se adquieren en los procesos de enseñanza-aprendizaje” y en todas las interacciones que se dan de manera espontánea en la escuela sin que lleguen a explicitarse en el plan de estudios como metas educativas. (Torres, 1998, p 198). Es así, que la escuela no debe limitarse a desarrollar un currículo escolar donde los contenidos sean solo conceptuales y procedimentales, es importante que también enfatice en un currículo actitudinal que tenga en cuenta el desarrollo de las competencias para pensar, sentir y actuar, que enseñe a los estudiantes a establecer relaciones interpersonales para convivir de manera pacífica. En definitiva, las instituciones educativas en general, y cada maestro de manera particular, influye de manera inconsciente en sus alumnos, por lo tanto, es necesario que se desarrolle una pedagogía de los valores en el que se reconozcan y se respete la dignidad del ser humano en todas sus dimensiones.
En conclusión, la familia como el primer y más importante agente socializador tiene la enorme responsabilidad de formar en los niños las pautas básicas necesarias que le ayudaran a convivir en sociedad: normas, conductas, valores, creencias, lenguaje, entre otros, pero también, son los responsables en gran medida de infundir los prejuicios, temores, fobias, manías y estereotipos con los que los niños miraran al mundo. Las relaciones interpersonales del niño, surgen en su núcleo familiar y las primeras vivencias que allí experimente van a influir positiva o negativamente en las formas de conducta que adquiera y su adaptación consigo mismo y con el mundo que le rodea.
Asimismo, es hora de que la escuela entienda que los componentes afectivos, emocionales, éticos, morales, cívicos y sociales tienen tanta relevancia como los cognitivos y que estos son los únicos que pueden garantizar la formación de ciudadanos respetuosos, justos, tolerantes y gestores de paz. Finalmente, me permito citar las palabras de Pablo Lipnizky “todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra”.