Hacia Una Teología Del Pluralismo Religioso
Introducción
Jacques Dupuis, teólogo católico belga, en un momento de su obra Hacia una la teología cristiana del pluralismo religioso, publicada en Nueva York, en 1997, afirma que las tradiciones religiosas de la humanidad se derivan de la experiencia religiosa de las personas o los grupos que las han fundado. Sus libros sagrados contienen la memoria de experiencias religiosas concretas con la Verdad. Sus prácticas, a su vez, son el resultado de la codificación de esas experiencias.
Así parece impracticable y teológicamente no realista sostener que, aun cuando los miembros de las diversas tradiciones religiosas pueden obtener la salvación, su religión no desempeña ningún papel en el proceso. Jacques Dupuis inicia la exposición de los argumentos de su obra sobre la teología cristiana del pluralismo religioso con un apunte bien determinado. Junto a la teología de la Liberación, esta materia se ha convertido en un elemento de interés primario dentro de las comunidades occidentales de la Iglesia en atención al encuentro de culturas y religiones como hecho “cada vez más concreto en las naciones del mundo desarrollado.”
Desarrollo.
Se trata ahora, desde la fe en Jesucristo, y por tanto como planteamiento fundamentalmente cristiano, desplegado en la perspectiva teológica que había dejado expresada en obras anteriores, de analizar y de asimilar, al mismo tiempo, en su diferencia, las experiencias de las tradiciones religiosas vivas, asignándoles un papel y un significado positivo en el desarrollo del plan de Dios para la humanidad en la historia de la salvación.
La metodología que ensaya en esta obra obedece al procedimiento doble, según explica, a la vez deductivo en el que la propia fe no es puesta entre paréntesis e inductivo que conlleva un encuentro con el otro creyente que tenga lugar en la medida de lo posible, en la realidad específica de su experiencia religiosa concreta, y a la praxis del diálogo, como se esfuerza por explicar en la tercera parte de su introducción, con la esperanza de llegar al encuentro entre el dato cristiano, que procede de la Palabra y de la Tradición de la Iglesia, y la realidad tal y como se le presenta al teólogo o intérprete, fundamento necesario para una correcta teología de las religiones.
¿Hasta qué punto es posible, como exige el diálogo se pregunta, habida cuenta que la fe supone la adhesión de toda la persona, entrar en la experiencia religiosa de otro y hacerla propia? Dando un paso más sobre el texto Jesucristo al encuentro de las religiones, aquí pretende trazar aquel camino que lleva precisamente a la teología del pluralismo religioso, iniciada diacrónicamente en los primeros encuentros de los seguidores de Jesucristo con las demás tradiciones no cristianas, que se encarga de exponer y desarrollar ampliamente.
Los desafíos del diálogo
Jacques Dupuis ha mostrado que las condiciones de posibilidad del diálogo inter religioso han ocupado un lugar importante en el debate sobre la teología de las religiones. Para hacer viable este diálogo, Knitter defendió el paso del paradigma cristo céntrico al teocéntricoso. A pesar de los cambios que afirma haber introducido en su posición en los últimos años. Knitter continúa creyendo que una cristología «constitutiva» e «inclusivista» no deja espacio a un diálogo genuino.
Así pues, el problema cristológico se encuentra en el centro de la teología del diálogo, al igual que se encuentra en el centro de la teología de las religiones. EL diálogo se observa solo puede ser sincero si tiene lugar en un plano de igualdad entre los interlocutores. Entonces, la Iglesia y los cristianos ¿pueden profesar sinceramente la voluntad de entrar en diálogo con los demás, si no están preparados para revocar sus tradicionales afirmaciones sobre Jesús como Salvador «constitutivo» de la humanidad? Esta cuestión implica el problema de la identidad religiosa en general y de la identidad cristiana en particular, junto al de la apertura a los otros que requiere el diálogo. Pero hay que distinguir varios aspectos.
El fundamento teológico del diálogo inter religioso
Para establecer el fundamento de las “relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas”, y especialmente del diálogo inter religioso, la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II afirmaba que todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra y tienen también el mismo fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz.
De este modo, el diálogo se establece sobre un fundamento doble: la comunidad, que tiene su origen en Dios a través de la creación; y su destino en él a través de la salvación en Jesucristo. No se dice nada respecto a la presencia y la acción del Espíritu de Dios operante en todos los seres humanos y en todas las tradiciones religiosas.
Un estudio de los documentos del Vaticano II muestra que el Concilio redescubrió solo de manera progresiva la acción del Espíritu y que los frutos de tal redescubrimiento se encuentran principalmente en la constitución conciliar Gaudium et Spes. La convicción de que el Espíritu de Dios está universalmente presente y activo en la vida religiosa de “los otros” y en las tradiciones religiosas a las que pertenecen, al igual que está presente en medio de la de los cristianos y en la Iglesia, es también un redescubrimiento posconciliar, de acuerdo con Jacques Dupuis.
Desde este punto de vista, la importancia de tal visión para establecer el fundamento teológico del diálogo inter religioso, no puede pasar desapercibida. Esto constituye el tercer elemento fundamental. Pero tal visión se ha impuesto con lentitud. No hay ningún indicio de ella en el magisterio de Pablo VI. Para demostrarlo, basta con mostrar que en la exhortación apostólica, que resume el trabajo del sínodo de los obispos sobre la evangelización del mundo moderno, el Espíritu aparece solo por el hecho de que estimula a la Iglesia y la hace idónea para cumplir su misión evangelizadora (número 75), la cual consiste primaria y principalmente en el anuncio del evangelio.
Adhesión y Apertura
En el primer lugar, con el pretexto de la honradez del diálogo no hay que poner ni siquiera temporalmente entre paréntesis la propia fe (es decir, no hay que realizar una), operando como se ha sugerido redescubrir eventualmente la verdad de esa fe a través del mismo diálogo. Por el contrario, la honradez y la sinceridad de diálogo requieren específicamente que los interlocutores, lo establezcan y se comprometan a mantenerlo en la integridad de su fe. Toda duda metódica y toda reserva mental están aquí fuera de lugar.
Si no fuese así, no se podría hablar del diálogo inter religioso o entre las fes. Después de todo, en la base de una vida religiosa auténtica hay una fe que le confiere su carácter específico e identidad peculiar. Esta fe religiosa no es más negociable en el diálogo inter religioso que en la propia vida personar. No se trata de una mercancía que se pueda repartir o intercambiar; se trata de un don recibido de Dios, del que no se puede disponer a la ligera. Por la misma razón, así como la sinceridad del diálogo no autoriza a poner entre paréntesis la propia fe, ni siquiera provisionalmente, así también su integridad prohibida cualquier compromiso o reducción.
Conclusiones.
El diálogo auténtico no admite tales recursos. No admite ni el «sincretismo» que, en la búsqueda de un terreno común, trata de superar la oposición y la contradicción entre las fes de tradiciones religiosas diferentes a través de alguna reducción del contenido de fe; ni el eclecticismo que, en la búsqueda de un denominador común entre las varias tradiciones, escoge elementos dispersos y los combina en una amalgama informe e incoherente. Para ser verdadero, el diálogo no puede buscar la facilidad, que, en cualquier caso, es ilusoria.
Más bien, sin querer esconder las contradicciones existentes entre la fe religiosas, debe reconocerlas donde existen, y afrontarlas con paciencia y de manera responsable. Esconder las diferencias y las posibles contradicciones sería un fraude ¡de hecho, terminaría en realidad privando al diálogo de su objeto!. Después de todo, el diálogo busca la comprensión en la diferencia, en una estima sincera por convicciones diferentes de las propias. De esta forma conduce a cada interlocutor a preguntarse por las implicaciones de las convicciones personales del otro para la propia fe .