Historia del Primer Colegio de Quito
El primer colegio de Quito fue regentado por Juan Griego, uno de los fundadores de la ciudad. Desde 1540 funcionaba junto a la catedral en donde enseñaba a mestizos gramática española y doctrina cristiana. De esta manera se anticipó a la creación de los colegios religiosos.
Debemos señalar que apenas fundada la ciudad de Quito, comenzó a recibir el concurso de órdenes religiosas regulares, las que, a más de la evangelización de los nativos, cumplieron un rol protagónico en la institucionalización educativa.
Hasta la muerte de Felipe II (1598) partieron hacia la América española un total de 2200 franciscanos, 1670 dominicos, 470 agustinos, 300 mercedarios y 350 jesuitas. De estos, muchos vinieron para cumplir actividades de educación tanto entre los indígenas cuanto de españoles y sus descendientes. En este empeño, las congregaciones religiosas tuvieron que modificar sus normas internas para adaptarse a las condiciones que les imponía el medio, ya que, por su propia naturaleza, eran diferentes a las practicadas en sus conventos europeos.
Los franciscanos serán pioneros en la enseñanza de primeras letras y manualidades a los niños indígenas, para lo cual crearon casa de estudios a la que llamaron San Juan Evangelista fundado en 1551, luego llamado San Andrés (1568). En él se formaban indígenas para dedicarse al magisterio y mestizos, para el sacerdocio. Además, aquí fueron doctrinados, mestizos e hijos de españoles que por diversas causas quedaron huérfanos. Fueron instruidos en “el arte de la gramática, canto llano y de órgano y a leer y escribir y las operaciones de nuestra santa fe.” Más tarde, los superiores franciscanos interpusieron ante las autoridades del Cabildo la petición de mayor ayuda en razón de que “los gastos han subido notablemente y requiere de mayor apoyo de US para satisfacer las grandes necesidades que padecemos” Las autoridades acogieron este pedido con la que los religiosos elevaron la condición del humilde centro a la calidad de colegio con el nombre de San Andrés, en honor al virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Sus fundadores fueron los frailes Jodoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas.
Con el paso de los años, creció desmesuradamente el número de estudiantes y los franciscanos quedaron imposibilitados de seguir regentándolo. En 1581, la Real Audiencia entregó esta responsabilidad a los agustinos, quienes, al asumirlo lo bautizaron con el nombre de San Nicolás de Tolentino. Por primera vez se aceptaban estudiantes externos y se adopta el cobro de ciertas tarifas. A partir de entonces, su educación quedó enfocada a la formación de coristas y novicios para lo cual desarrollaron una cátedra de lengua. A los mestizos y criollos pobres se les impartía doctrina cristiana, lengua de castilla, gramática, lectura y escritura. También artes y oficios. Dentro del convento funcionaron los talleres de música y canto, de platería, pintura y encarnado, talla y escultura, incluso de barberos y sangradores. De esta forma, los agustinos atendieron a los pobres de la ciudad.
Por su parte, los dominicos desde 1559, inauguraron formalmente el colegio de San Pedro Mártir que luego se llamaría de Colegio Real de San Fernando. En 1581 establecieron una cátedra de lengua quichua para quienes deseaban optar por doctrinas de los indios. Se enseñaba Lógica y Metafísica dentro de la cátedra de Filosofía, Cosmología (estudio del mundo), Psicología (el hombre) y Teología natural (Dios). Como se puede suponer, los alumnos eran de otro nivel cultural y social.
Uno de los más prominentes religiosos de ese entonces, fue el padre Pedro Bedón , quien estuvo al frente de la institución. También se destacaron los religiosos Hilario Pacheco, como quichuista, y Diego Lobato de Sosa que impartió Artes, Lógica y Filosofía. Ante la necesidad de atender la creciente demanda de los jóvenes quiteños, que deseaban seguir sus estudios superiores, Bedón escribe al Rey en 1598, pidiéndole autorización para abrir una universidad en la ciudad de Quito.
Por su parte, los padres jesuitas abrieron clases de Gramática Latina, así como el primer curso de Filosofía que se inició en 1589. Primer profesor fue el padre Frías Herrán, muy conocido en Quito por sus esfuerzos para calmar los ánimos en la revolución de las alcabalas de 1592-1593. Es muy probable que en esta primera etapa, el colegio se haya llamado San Ignacio tal y como consta en la carátula del Libro de Oro que reposa en el archivo histórico de la Universidad Central, o como lo menciona Herrera “a costa de grandes esfuerzos, fundaron casa propia, que la denominaron al principio San Gerónimo y después San Ignacio, El Capitán Juan de Clavería les suministró fondos y recursos y lo apreciaban por esto como fundador del Colegio” .
A finales del siglo XVI, ante la creciente necesidad de evangelización, los obispos se vieron obligados a formar una nueva clerecía, toda vez que los sacerdotes diocesanos, particularmente, desconocían la lengua quichua, así como “tenían escasos conocimientos de latín, idioma oficial de la Iglesia, lo que impedía que lean incluso las Sagradas Escrituras, causa por la que se vieron obligados a establecer cátedras que permitan tan necesarios conocimientos, los cuales, si bien es cierto, eran impartidos en el seminario de Lima, pero la enorme distancia y la incapacidad para afrontar cuantiosos gastos de movilización y subsistencia de los candidatos al sacerdocio, hacía casi imposible que éstos se trasladaran a la Ciudad de los Reyes para su educación” .
Por otro lado, los pocos sacerdotes españoles que había en Quito se ocupaban de tareas administrativas o religiosas, ocupando las funciones de canónigos y prebendados, por lo cual era imposible dedicarlos al oficio de profesores de los futuros ministros del altar.
En este sentido, el segundo obispo Pedro de la Peña y luego, el cuarto, Luis López de Solís, se empeñaron en fundar un Seminario, bajo la nominación de Colegio Real y Seminario de San Luis, que terminarían entregándolo a los jesuitas en 1595. Institución que reemplazaría las acciones del primigenio colegio y, pese a que debió estar direccionado por los obispos, quedó en manos de los superiores de la Compañía de Jesús.
De esta forma, a finales del siglo XVI, en la ciudad ya funcionaban tres colegios, cuya estructura y beneficio era incipiente, respondiendo más bien a intereses tanto personales de los superiores religiosos de las órdenes religiosas que ansiaban fundar universidades para alcanzar el privilegio de conceder títulos y controlar así la formación de las élites eclesiásticas y administrativas de la Real Audiencia de Quito.