La Ética del Sermón de la Montaña: Evangelio de Mateo
La Ética del Sermón del Monte
Primeramente, es importante que desarrollemos un poco acerca del contexto en el que se encuentra este pasaje, para que podamos interpretar correctamente y luego aplicarlo de manera que esté de acuerdo con lo que el autor quiso comunicar cuando lo escribió. Jesús se encontraba en Galilea enseñando en las sinagogas, sanando enfermos; de manera que su fama se iba haciendo conocida por todos. Multitudes comenzaron a seguirle, y Jesús sube al monte y comienza a predicarle a sus discípulos, aunque obviamente la multitud que lo seguía lo estaba escuchando y siendo beneficiada de este sermón. La línea melódica o tema principal que corre por todos estos pasajes es cómo deben vivir los habitantes del reino de los cielos. El sermón del monte es un llamado de Jesús a que sus seguidores, presentes y futuros, deberían vivir de manera diferente a todos los demás. Es una descripción del carácter y las actitudes esperadas por el Señor de aquellos a quienes salvó.
Debemos destacar que Mateo escribió el Evangelio especialmente para los judíos. Los judíos tenían una idea falsa y materialista del reino. Creían que el Mesías era alguien que iba a llegar para emanciparlos políticamente, y que los liberaría del yugo romano. Sin embargo, este sermón muestra que el reino de Dios es sobre todo algo dentro de nosotros. Es algo que dirige y gobierna el corazón, la mente y la perspectiva. En otras palabras, no se nos dice: “vivan así y serán cristianos”, mas bien se nos dice: “como son cristianos, vivan así”. Esta es la manera que deben vivir los cristianos. Jesús estaba enfocado en enseñarles a sus discípulos que el “ser” es más importante que el “hacer”.
Bienaventurados los pobres en espíritu y los que lloran
Jesús empieza estas enseñanzas hablando de lo dichosos que son los pobres en Espíritu. Esta pobreza de la que habla aquí no tiene nada que ver con la pobreza material. A diferencia del mundo secular en donde las personas tienen una disposición altiva, engreída y autosuficiente, y no solo eso, sino que el mundo admira; Jesús enseña que los cristianos hacen lo contrario. Es darse cuenta de que no somos tan capaces como pensamos, y que no podemos hacer nada sin la ayuda de Dios. El creyente que es pobre en espíritu es el que reconoce la grandeza de Dios y a la misma vez, reconoce su propia bajeza.
La gran tragedia del mundo es que, aunque busca la felicidad, nunca serán capaz de hallarla. Sin embargo, el cristiano que ha nacido de nuevo es pobre en espíritu, llora por su condición de pecado y le pide al Señor que lo ayude a ser humilde y manso. A diferencia del mundo, no debe tener hambre ni sed de felicidad. En las Escrituras podemos ver que la felicidad nunca es algo que habría que buscarse directamente, sino que es algo que resulta como consecuencia de buscar hacer la voluntad de Dios.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
Si queremos ser verdaderamente felices y bienaventurados como lo dice el sermón del monte, debemos tener hambre y sed de justicia. No debemos colocar la felicidad en primer lugar. La tragedia es que no seguimos la enseñanza e instrucción de las Escrituras, sino que siempre buscamos y ansiamos esta experiencia de la felicidad. Sin embargo, la ética cristiana es, buscar la justicia, primeramente, y la felicidad vendrá después.
El hambre y la sed son de justicia. El creyente no debe tener hambre de riquezas, al contrario, prefiere ser pobre y justo, que ser rico mediante el mal. No tiene hambre de salud, aunque quisiera gozar de esa gran bendición, preferiría estar enfermo y tener justicia, que gozar de buena salud y ser injusto. El verdadero creyente no se propone, como su gran objetivo, las recompensas de la justicia. Estas son muy deseables: el respeto de los semejantes, la paz de la mente y la comunión con Dios, no son en ningún sentido cosas insignificantes; pero el creyente no las convierte en los objetivos principales de su deseo, pues sabe que le serán añadidas si busca primero la justicia misma. Jesús dice más adelante en este sermón en Mateo 6:33: “Pero buscad primero su reino y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”.
Bienaventurados los misericordiosos
En la ética del mundo constantemente podemos ver un espíritu de venganza. La compasión y la misericordia son valores perdidos o solo se otorgan si se obtiene algún beneficio a favor. Sin embargo, Cristo no enseña algo completamente diferente a esto.
El salmista David en el Salmos 37:21 dijo: “El impío toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da”. Se sabe si uno es misericordioso o no por los sentimientos que uno alberga hacia esa persona que me hizo mal o está mal. Sabemos que somos misericordiosos si nuestro arrepentimiento fue genuino. Porque arrepentimiento significa, entre otras cosas, que me doy cuenta de que delante de Dios no tengo ningún derecho, y que sólo su gracia y misericordia me otorgaron el perdón. Si sé que todo se lo debo a la misericordia y la gracia de Dios; si sé que soy cristiano sólo por la gracia gratuita de Dios, no debería haber orgullo en mí. No debería haber espíritu de venganza, no deberíamos insistir en nuestros derechos. Por lo tanto, al ver a otros que están en pecado o que pecan contra mí, en vez de tomar represalias, debería sentir gran compasión por ellos e ir a hacer algo por su bien; por todos aquellos que están en necesidad.
Ser como Cristo debe ser el deseo más grande del creyente. Si contemplamos la cruz y vemos al Señor Jesucristo, veremos que Él nunca pecó; nunca la hizo daño a nadie, sino que vino a predicar la verdad, y a buscar y salvar al perdido. Aún en medio de la agonía de la cruz le ruega al Padre por los que lo estaban causando dolor y le pide que los perdone, porque no saben lo que estaban haciendo. A diferencia de lo que vemos en la sociedad, y de las constantes injusticias que se cometen en contra nuestra, los cristianos debemos mostrar constantemente misericordia. “Bienaventurados los que tienen misericordia, porque para ellos habrá misericordia”; no es que damos misericordia para que sean misericordiosos con nosotros. Al contrario, somos misericordiosos porque ya Dios fue misericordioso con nosotros.
Dios o las Riquezas
El amor y afán por las riquezas es una señal de esclavitud. Quien quiere o tiene riquezas piensa que las domina, pero la verdad del caso es que las riquezas son las que tienen dominio de él o ella. La avaricia convierte al hombre en esclavo y lo aparta del servicio de Dios. John Stott dijo: “Algunas personas no están de acuerdo con este dicho de Jesús. Rehúsan enfrentarse con tal elección franca y severa, y no ven la necesidad de ella. Blandamente nos aseguran que es perfectamente posible servir simultáneamente a dos señores, porque ellos se las arreglan muy satisfactoriamente para hacerlo. Existen varios arreglos y ajustes posibles que les atraen. O sirven a Dios los domingos y a Mamón entre semana, o a Dios con sus labios y a Mamón con sus corazones, o a Dios en apariencia y a Mamón en realidad, o a Dios con la mitad de su ser y a Mamón con la otra mitad”.
Es por eso por lo que es importante que entendamos que Dios no comparte su gloria con nadie. Él exige tener el señorío absoluto de nuestras vidas. No quiere una parte de nuestro corazón sino nuestro corazón completo; no una parte de nuestra vida sino nuestra vida por completo. En el sermón del monte Jesús no dice que no se puede servir a Dios o a Satanás, sino a las riquezas. Él sabe que un creyente no adorará a Satanás abiertamente pero sí al materialismo. Entregarnos y servir al materialismo produce que nuestra adoración termine siendo al rey de este mundo, Satanás.
Seamos sal
La forma de ser sal es siendo la diferencia, influenciando a nuestro mundo pecaminoso. El cristiano es una clase distinta, única, notable de persona. Habla distinto, actúa distinto, responde distinto. No se pasa gritándole al mundo que es diferente, sino que modela cada una de las bienaventuranzas del sermón del monte. Por lo que Dios hizo a través de Cristo, el creyente es pobre en espíritu, llora al ver su pecado, es humilde, tiene hambre y sed de justicia, es misericordioso, es limpio de corazón, procura la paz y está dispuesto a ser perseguido sin responder con violencia. Da testimonio a su alrededor, no se contamina ni participa de lo que otros participan, pero provoca incomodidad en los que pecan con sólo hacer acto de presencia.
Es de esa manera que actúa como sal, controlando la tendencia a la putrefacción y descomposición a su alrededor. El apóstol Pedro lo dice así en 1 Pedro 2:9: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
El mundo que nos rodea está en descomposición total. Podemos notarlo mirando en la conidición de las personas a nuestro alrededor. Lo notamos en las tasas de separaciones, divorcios, el aumento de personas atadas a conductas adictivas. Ellos están buscando llenar un vacío, un apetitito que sólo puede ser satisfecho por Cristo. Es por eso que, si los creyentes no les compartimos el amor de Cristo, no los confrontamos con las malas noticias para darles las buenas noticias del Evangelio, no servimos para nada. Si no somos parte de la solución somos parte del problema. Si los cristianos se ajustan social y culturalmente a los no cristianos y se contaminan con las impurezas del mundo, pierden su influencia. La influencia de los cristianos en y sobre la sociedad depende de que sean distintos, no idénticos.