La Gran Caza De Brujas en los Siglo XV -XVI
Introducción
Entre los siglos XV y XVI una caza de brujas fue instalada causando la muerte de miles de víctimas inocentes. La gran caza de brujas fue esencialmente una operación judicial. La totalidad del proceso de descubrimiento y eliminación de las brujas, desde la denuncia hasta el castigo, se producía bajo la mirada de los jueces. Pero, sabemos que en algunas ocasiones, la población se tomó la justicia por su mano, aunque no existe forma de determinar cuántas personas murieron de ésta forma ilegal. Probablemente los jueces no se sentían culpables de torturar a personas inocentes porque, o bien pensaban que Dios protegería a los inocentes, o bien no creían en la inocencia del acusado. La tortura quedaba compensada por la magnitud del delito y con la confesión se justificaba dicha tortura. Por otro lado, la tortura facilitó la divulgación del concepto acumulativo de brujería.
La Inquisición sólo mostró signos de vitalidad en España e Italia, donde retuvo la principal jurisdicción sobre brujería. En ambos países los índices de ejecuciones según los datos que poseemos actualmente se mantienen relativamente bajos en comparación con el resto de Europa. Los tribunales locales actuaron con cierto margen de independencia del control central, político y judicial. Era frecuente que las autoridades centrales iniciasen la caza de brujas y concedieran a los funcionarios locales la autoridad para tramitar casos de brujería. Pero la mayoría fueron dirigidas por funcionarios judiciales de secciones administrativas menores que el Estado o la Iglesia. Dichos jueces ejecutaron a más brujas cuando no eran supervisados por instancias superiores.
Desarrollo
La presencia de brujería en la novela
La dama de Urtubi expone el mundo de la brujería durante el siglo XVII en el País Vasco. Describe la actitud del pueblo ante la brujería, la superstición, el respeto y el miedo. Es importante la figura de las sorguiñas en las tierras vascas y navarras, brujas que se reúnen y celebran espeluznantes aquelarres. Paralelo a la historia de brujería hay una historia de amor protagonizada por Leonor, la dama de la casa de Urtubi, y Miguel Machain, que aunque es de otro mundo tiene mucho en común con ella. Baroja describe los procesos inquisitoriales de Pierre Lancre, terrorífico inquisidor en el País Vasco francés del XVII. Y también escenifica el aquelarre, con una vieja vestida de negro, iracunda y siniestra que subida sobre una piedra peroraba en vascuence contra la religión y la Iglesia, mientras la maestra de ceremonias empezaba a sentir los efectos de la mandrágora y el estramonio.
Las tradiciones vascas
La fama de la brujería vasca se debe sobre todo a dos cosas fundamentales. En primer lugar, al proceso de las brujas de Zugarramurdi del año 1610, y por otro lado a los escritos de Pierre de Lancre, juez de la tierra de Labourd que realizó una brutal represión simultanea y que además es autor de varias obras de supersticiones en las que critica las costumbres de la sociedad vasco-francesa de la época. Los números del proceso de Zugarramurdi resultan abrumadores. Trescientos inculpados, de los cuales fueron condenados más de cincuenta, siendo quemados en la hoguera once. Este proceso marcara un antes y un después respecto a la visión de la brujería. Fue objeto de críticas, empezando por la propia de uno de los tres inquisidores que llevo el caso y que siempre voto en contra de las condenas.
Habría que destacar que desde los primeros casos de brujería vasca, hasta que desaparece, hubo mucho más interés en su persecución por parte de las autoridades locales que de la propia Inquisición. Estas autoridades son las que fomentan el terror, lo que provoca que los pueblos vivan en tensión y se acusen unas familias a otras. Tanto era el interés local por el asunto que hubo ocasiones, en las que las autoridades civiles actuaron por su cuenta, haciendo caso omiso del dictamen de la Inquisición, que ya solía actuar con prudencia sobre todo el Norte y en las tierras forales. Un ejemplo de proceso de carácter municipal contra Brujería en el Norte de España, en el que podemos observar lo que acabamos de apuntar fue el proceso de Fuenterrabía de 1611.
En este caso los inocentes alcaldes fueron Sancho de Ubilla y Domingo de Abadía que tomaron declaración a Isabel García, una muchacha de apenas trece años que declaró que hacía un año, yendo a lavar, María de Illarra le había ofrecido dinero por acompañarla a comprar, cosa que la niña aceptó, pero en vez de presentarse por la tarde en su casa, lo hizo por la noche, arrancándola de su cama y poniendo en su lugar a otra muchacha para que su madre, que dormía junto a ella, no lo notara. Entonces la llevó hasta el monte Jeziquibel donde había una junta diabólica en la que el Demonio, entronizado con ojos encendidos, tres cuernos y rabo, la hizo renegar de la Virgen y de Cristo. Decía también, que éste hablaba en vascuence y en gascón, y que conoció carnalmente a mujeres, mozas y muchachos.
Lo más grave de esta acusación estaba en los nombres que dio la niña. Además de a María de Illarra de 69 años, acusó de ver allí a tres vecinas francesas de la localidad: Inesa de Gaxen de 45 años, María de Echegaray de 40 y María de Garro de 60. Contó Isabel también que sucedió de manera parecida en los días sucesivos y que incluso escuchó dar misa a Inesa de Gaxen con el Demonio.
Resulta llamativo que muchos de los detalles que cuenta la niña parecen inspirados en la relación de Logroño, sobre el proceso de Zugarramurdi, publicada aquel año. Para desgracia de María Echegaray, otra niña de la localidad, María Alzueta también de 13 años, hizo un testimonio parecido que la inculpaba también. Ante esto, las autoridades intervinieron.
En principio, las cuatro acusadas se negaron en rotundo a confesarse culpables. Pero tras los interrogatorios y el aumento del acoso de la gente, apareciendo más y más testimonios, sólo Inesa se mantendría en su negativa. Ella ya había sido acusada anteriormente en Francia. El resto confesaron todas ser brujas y cada una de ellas contó una historia, a cada cual más insólita, sobre cuántas barbaridades habían cometido.
El proceso fue enviado a Salazar y Frías, uno de los inquisidores que había llevado el caso de Zugarramurdi, intentó desmerecer el asunto y mandó liberar y devolver los bienes requisados a las acusadas. Si bien las acusadas terminaron siendo desterradas.
Lo grave del caso no es la sentencia, que comparada con otras resulta casi insignificante, sino que lo reseñable es cómo el testimonio de unas niñas podía provocar el encarcelamiento de varias mujeres sólo achacándoles cuanto la tradición popular atribuye a brujas y hechiceras, a pesar de incluso la oposición del propio inquisidor.
La brujería en la actualidad
Las brujas no son cosa del pasado, tampoco viven en lugares remotos o escondidos. En realidad, estamos más rodeados de ellas que nunca. Las mujeres con poderes místicos, con remedios sanadores procedentes directamente de la naturaleza o que simplemente nos ayudan a afrontar amenazas y problemas, ya no son repudiadas por nuestra sociedad.
Nadie las persigue ni las castiga en la hoguera, aunque unas se escondan más que otras. Lo que es seguro es que las brujas siguen existiendo: forman un grupo amplio y formado por mujeres muy distintas. Por un lado están las curanderas que rinden culto secreto al dinero en efectivo. Suelen atender en antros privados, lejos de las miradas curiosas.
También existen las pitonisas televisivas que cazan espectadores cuyos problemas no les dejan dormir. Las pitonisas son capaces de arreglar tu vida con un resumen de los horóscopos del día, o echándote las cartas desde la pantalla mientas tú pagas un dineral por cada segundo de llamada. Sin embargo, hay otras brujas. Las verdaderas herederas de aquellas mujeres libres, que generaban su propio conocimiento y remedios para afrontar los embistes de la vida. Katarzyna Majak es fotógrafa y originaria del país más católico del mundo: Polonia. Majak quiso explorar las vidas de aquellas mujeres que se definen también como brujas, druidas o sanadoras alternativas.
De modo que las brujas modernas no son seres extraños, y no deberíamos temerlas, al menos no a todas. Muchas vuelven a ser simples sanadoras que se alejan de la doctrina general: psicólogas, herboristas, budistas, gurús de los masajes, el yoga y el thai-chi. Con el Cristianismo, las mujeres perdieron sus redes femeninas y cultas matriarcales, el acceso a la sabiduría pagana y a las fuentes de poder, a su sexualidad, al arte y al contacto con la naturaleza. Parece que muchas lucharon por mantenerlo, y hoy sus descendientes ocupan el pequeño lugar que siempre merecieron.
Valoración personal
La palabra bruja en nuestro uso cotidiano tiene en este y otros países una connotación negativa, es decir, generalmente se usa para insultar u ofender. El término posee un estigma cultural negativo y despectivo que etiqueta a estas mujeres como seres malignos y perversos. A las brujas se les relacionó históricamente con la maldad, la oscuridad, el diablo, los gatos negros, verrugas, escobas, sombreros, calderos, etcétera. Se les acusó de situaciones tan absurdas como de provocar tempestades que estropeaban las cosechas, hacer estéril al ganado, causar enfermedades a otras personas o ser capaces de volar en lomos de bestias salvajes; de hacer pactos con el diablo, matar niñas y niños para hacer pócimas con ellos, comer carne humana, profanar cadáveres, beber sangre, envenenar, realizar maleficios y más.
Por lo anterior, en la Edad Media miles de mujeres fueron perseguidas, torturadas, violadas, quemadas en hogueras y ahorcadas. Todo enmarcado en un contexto religioso. Para asesinar a estas mujeres no era necesario presentar pruebas, solamente con hacer el señalamiento verbal bastaba y no existía opción de defensa.
María Mies califica estos hechos como el feminicidio institucionalizado más grande de la historia. Existieron personas como el jesuita Friedrich Von Spee y el humanista Pedro de Valencia, que decían que los aquelarres (lugares de reunión de las brujas), sólo eran fiestas en busca del placer, negando así toda intervención del diablo en ellas. Fueron mujeres sabias, empoderadas, libres, que usando las plantas sanaban y ayudaban a otras mujeres a parir o a interrumpir un embarazo. Eran además, mujeres paganas que ejercían su sexualidad plenamente sin fines reproductivos, y se reunían con otras mujeres para charlar, bailar sin pudor y divertirse en una especie de comunidad femenina.
El problema fue que para el sistema religioso y misógino los comportamientos de estas mujeres salían de los parámetros de aceptación, de modo que las juzgaron como inmorales, malas y herejes sólo por actuar, pensar y vivir con una mente demasiado abierta para la época, que las hizo sentirse y mostrarse más libres de lo que sus contemporáneos estaban preparados para aceptar.
Conclusión
En conclusión, las brujas lucharon por los derechos de las mujeres (aún hasta la muerte), revelándose ante la opresión y negándose a la sumisión de lo que hoy llamamos patriarcado, siendo así las primeras feministas de la historia. Y si por poseer estas características se les denominó brujas, cuántas mujeres más no lo somos.