La Guerra de Troya: EL Duelo Final
La crueldad de Agamenón y la furia de Aquiles
En el campamento que los griegos montaron alrededor de Troya, se presenta el sacerdote de Apolo, Crises, para exigir al comandante de la tropa, Agamenón, la liberación de su hija Criseida. El más valiente de los griegos, Aquiles, interviene entonces con vehemencia para lograr la liberación de la prisionera y despierta así la ira de Agamenón. Finalmente, el comandante libera a Criseida, pero como compensación exige que le entreguen a Briseida, una joven esclava de Aquiles de la que Agamenón se ha enamorado. La diosa del mar le promete intervenir por él ante el padre de los dioses, Zeus. Tetis se arroja a los pies de Zeus y lo adula mientras pide ayuda para su hijo.
El engañoso triunfo de los troyanos
Al principio, las partes tratan de resolver el conflicto con un duelo entre los dos hombres que se disputan a Helena. Cuando Menelao gana el duelo, interviene la diosa Afrodita, quien envuelve a Paris en una espesa niebla y lo transporta directamente desde el lugar de la disputa a la habitación de Helena en la fortaleza troyana. Luego de la inexplicable desaparición de Paris del campo de batalla, Menelao es declarado triunfador. El griego queda herido, los troyanos vuelven a aparecer como culpables y la guerra continúa.
«Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles de Pléyade, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves». El más valiente y fuerte de los guerreros troyanos es Héctor, hermano de Paris, y cuya repentina muerte está predestinada por los dioses. Antes de partir a la batalla se despide de su hijo y de su esposa, Andrómaca, quien se encierra en su casa y, presagiando el funesto futuro, entona un canto triste por su esposo que pronto morirá. Al mismo tiempo, sabe que su destino está determinado por Zeus y que ella logrará la vida eterna a través de las canciones que escribirán las generaciones venideras sobre su mítica figura.
Los dioses de la guerra y la guerra de los dioses
Mientras no satisfagan a Aquiles por la ofensa sufrida, la suerte seguirá estando del lado de los troyanos. El segundo día de lucha, Héctor llega hasta la fosa del campamento griego y planea incendiar los barcos enemigos. Ahora, Agamenón reconoce su error y envía a tres mensajeros cargados con suntuosos obsequios para Aquiles, entre quienes se encuentra Odiseo, que presiona a Aquiles para reintegrarse a la lucha. Pero, en un impetuoso discurso, Aquiles rechaza el pedido y hasta amenaza con abandonar por completo el campo de batalla.
Pero Héctor arroja una piedra contra las puertas del campamento griego y tira abajo el muro mientras los griegos huyen hacia los barcos. Cuando Zeus, que observa el tumulto, se descuida por un momento, su hermano, Poseidón, aprovecha la oportunidad y se apresura a ayudar a los griegos de la mano de Hera, esposa de Zeus y la más acérrima enemiga de los troyanos entre los dioses. Por un momento, parece que la suerte de los griegos ha cambiado, pues bajo el mando de Poseidón logran atacar al enemigo y herir a Héctor. Zeus permite que Apolo cure a Héctor, con lo que los troyanos vuelven a atacar los barcos.
La muerte de Patroclo
Cuando se incendia el primer barco, Patroclo pide ayuda a su amigo Aquiles. Él héroe le permite usar su armadura para la batalla, pero también le advierte que solo debe alejar a los troyanos de los barcos, sin perseguirlos después. Sin embargo, Patroclo hace oídos sordos a la advertencia, avanza hasta los muros de Troya y por poco conquista la ciudad. Cuando Aquiles se entera de la suerte de su amigo, esparce cenizas en su cabeza, se revuelca en el polvo y se arranca el cabello.
Aquiles se queja por la pérdida de su amigo y quiere vengar su muerte. Mientras tanto, se ha desatado una fuerte riña por el cadáver de Patroclo. Tres veces logra Héctor tomar el cadáver por los pies y tres veces logran los griegos recuperarlo. Pero el héroe troyano hierve como un toro y pone todo de sí para recuperar el cuerpo del muerto.
La diosa Hera le aconseja presentarse frente a los muros del campamento, pues eso bastará para sumir a los troyanos en un miedo profundo. Le coloca la égida, la coraza divina de piel de cabra capaz de infundir miedo, y Aquiles aparece bramando fuertemente frente a la muralla de defensa. La diosa Hera también responde con un grito. Los troyanos tiemblan de terror y se reúnen.
Aquiles vuelve a bramar. Finalmente, los griegos logran poner a resguardo el cadáver de Patroclo. Lo transportan llorando y Aquiles también llora la muerte de su amigo.
El regreso de Aquiles
El asesinato de Patroclo a manos de Héctor hace que Aquiles cambie de opinión. Para regresar a la guerra, Aquiles necesita nuevas armas que se las proporciona Hefesto, el feo y tullido dios herrero. A pedido de una Tetis cubierta de lágrimas, el dios vuelca plata, oro y cobre al fuego, toma su martillo, yunque y pinza y construye un gigantesco escudo cubierto de maravillosos relieves. Luego fabrica la armadura y las armas.
En un intento por reconciliarse con su mejor guerrero, Agamenón lo cubre de obsequios y le devuelve a su amada esclava Briseida. «Aquí estaba la diosa, profiriendo gritos poderosos y terroríficos / al ejército aqueo y equipó los pechos de los hombres con fuerza para enfrentar la lucha y pelear». Las tropas avanzan, Aquiles se pone su nueva armadura. Aquiles acepta con orgullo esta profecía y marcha ansioso a la batalla, que pronto se convierte en una gigantesca lucha cósmica, pues Zeus ha autorizado a los dioses a participar de los sucesos, y la interacción de hombres y dioses sacude incluso al Olimpo. Se necesita de un gigantesco fuego desatado por el dios Hefesto para hacer retroceder las aguas y salvar a Aquiles.
El duelo final
Finalmente llega el duelo entre los dos héroes, Aquiles y Héctor. El dios Apolo ayuda al troyano evitando que el enemigo de Héctor pueda acercársele. Pero, cuando Zeus sostiene la balanza del destino y ésta se inclina hacia Héctor, Apolo debe retirarse. Ahora es Aquiles quien recibe la ayuda de Atenea.
La diosa de la sabiduría se acerca al héroe troyano disfrazada de Deifobo, hermano de Héctor, y le ofrece luchar a su lado contra los griegos. Héctor ha caído en la trampa de la diosa. Sabe que morirá, pero también lo llena de orgullo la idea de morir como un héroe y de saber que su muerte será recodada. Finalmente, el troyano muere atravesado por la lanza de Aquiles.
Antes de morir, Héctor pide que entreguen el cuerpo a sus padres. Pero Aquiles le responde que antes de hacerlo él mismo devorará su carne y aunque le dieran su peso en oro jamás entregaría el cuerpo del caído. Príamo, padre de Héctor y rey de Troya, se retuerce de horror ante este espectáculo.
Furia incontrolable
La desmesura de los actos de Aquiles enfurece a los dioses. Por orden de Zeus, Tetis pide a su hijo cegado por la ira que deje de profanar el cadáver de Héctor y lo entregue para darle un entierro digno. Bajo la protección del mensajero Hermes, Príamo ingresa a la tienda del furioso Aquiles. La primera en ver el carro fúnebre y dar aviso a los troyanos de la muerte de su gran héroe y protector es Casandra, la vidente.
La esposa de Héctor, Andrómaca, entona varias veces un largo canto fúnebre, en el que anuncia la caída de Troya. Héctor es honrado durante varios días por los troyanos.