La Historia De La Mujer Y El Voto En España

En este artículo analizamos históricamente la situación social, económica y política de las mujeres en España. A lo largo de la historia, la mujer en España, ha sido excluida de lo público y apartada de los foros de discusión y como consecuencia se quedó relegada al núcleo familiar siendo su labor fundamental transmitir los valores morales tradicionales y educar a los hijos. Esta situación ha prevalecido en España hasta la democracia: a partir de entonces (1978), se han ido sucediendo una serie de cambios que transforman la situación de las mujeres a partir de su participación en la esfera pública (trabajo, política, arte, medios de comunicación) y a partir de un cambio en el modelo de relación familiar.

Comenzaremos este enfoque panorámico de la situación social, económica y política de las mujeres españolas, con un breve recorrido histórico que nos ayudará a entender cómo los distintos cambios ideológicos, siempre inmersos y determinados por una especificidad cultural característica, han confluido en una realidad social que podríamos calificar como positiva y esperanzadora alejándonos de todo discurso victimista, aun cuando es evidente que las mujeres deben luchar por la participación en la construcción de las normas hegemónicas de género y por los espacios propios de expresión y realización personal.

Resulta interesante hacer referencia a una de las obras moralistas que más ha influido en el imaginario femenino español desde el renacimiento hasta nuestros días, La perfecta casada (1583) de Fray Luis de León. Este autor es conocido como teólogo, moralista y escritor, pero destaca su imagen de humanista y de lo que se ha llamado el renacentismo moderado español, que conjugó la tradición cristiana con el pensamiento clásico griego. Este es un tratado que fundamentalmente aboga por una forma de división del trabajo, heredera de la visión esencialista aristotélica, en la cual se mitifica el lugar subordinado que la mujer debe ocupar con un afán de ocultar las verdaderas relaciones internas de dominación; ese modelo de virtudes de la mujer católica no sólo es determinado por su naturaleza, por la justificación que aporta el argumento de autoridad concedido sobre todo a Aristóteles en el Renacimiento, sino también por designio divino.

La mujer, además de ser excluida de cualquier foro público, apartada de los ámbitos de decisión política, de la administración de bienes, de los foros donde se crea y recibe cultura, es también desposeída del derecho al uso de la razón, motor de la modernidad. Como contrapartida, se convierte en el eje vertebrador del núcleo familiar, trasmisora de valores morales, administradora de la economía familiar, máximo exponente en la producción de servicios y en menor medida en la producción de bienes, educadora de los hijos, pero siempre bajo la tutela del esposo o del varón de la casa al cual debe entregarse y apoyar. Esta situación de sometimiento que reflejara Fray Luis de León, ha sido el modelo ideológico inamovible y mayoritario en España hasta el último tercio del siglo XX, equivalente al estereotipo anglosajón del ‘ángel del hogar’ de los años 50 que se basaba en el culto a la maternidad como máximo horizonte de realización personal para la mujer y en el ideario de la domesticidad.

Evolución de la condición femenina en España desde principios del siglo XIX hasta nuestros días

La historia de las mujeres va íntimamente ligada a la historia de los movimientos feministas por dos razones fundamentales; en primer lugar porque éstos han servido de motor de cambio social en pos de la igualdad de derechos entre hombre y mujeres, y en segundo lugar porque han dotado a las mujeres de los recursos teóricos y epistemológicos necesarios para visibilizar su propia historia y necesidades. La lucha feminista ha permitido que las mujeres progresivamente, formen parte del juego político, económico, académico, administrativo, cultural, etc., y además han despertado el interés por los estudios de género en todos los ámbitos científicos. Por todas estas razones, echemos una ojeada a los movimientos feministas que en España, durante la mayor parte del siglo pasado, han provocado los cambios necesarios para que la mujer española del siglo XXI disfrute y posea las herramientas suficientes para alcanzar la deseada paridad con los varones.

Si bien la evolución del movimiento feminista se ha desarrollado en dos etapas fundamentalmente -la primera desde mediados del siglo XIX hasta mediados de los años 20 y 30 del siglo XX; la segunda desde los años sesenta hasta los ochenta, denominada la segunda ola del feminismo-, a la hora de hablar de feminismo español debemos considerar este mismo itinerario pero con una pequeño desfase cronológico sobre todo en lo que a la primera etapa se refiere. Las razones que explicarían este retraso son varias; Geraldine M. Scalon (1990) señala tres especialmente:

  • Un desarrollo industrial pobre que conlleva la inexistencia de una clase media relevante y progresista.
  • El modelo liberal que se impone tras el Antiguo Régimen se caracteriza por la debilidad del sistema representativo parlamentario.
  • El papel relevante que juega la Iglesia Católica. En la confesión protestante las mujeres participaban en los movimientos filantrópicos y sociales religiosos; esto les procuró experiencia administrativa y organizativa, además de reforzar caracteres psicológicos -enfrentarse a la hostilidad que acarrea su actuación pública y confianza en sí mismas- naciendo en ellas la necesidad de instrucción y del derecho al voto. En el caso español, la Iglesia se encargaba en exclusividad de la educación de las clases acomodadas, potenciando con la misma las diferencias entre los dos sexos y la adscripción de las mujeres al rol de esposa y madre.

 

Todo esto unido a las altas tasas de analfabetismo femenino y al escaso acceso al mercado laboral retrasa el desarrollo del movimiento feminista en España.

Tras la Primera Guerra Mundial, una serie de cambios demográficos y la penuria económica favorecen el acceso de la mujer de clase media al trabajo y a la vida académica creándose una base social receptiva; además, la virulencia del feminismo internacional cesa, suavizándose la imagen de la feminista temible y agresiva hacia la de una mujer responsable y cuerda. Gracias a estos progresos nace la conciencia entre las mujeres de que su situación social, legal y profesional, es muy precaria.

En España, a diferencia del resto de Europa y de EE UU, se desarrolla, en principio, un feminismo más social que político. Como hemos señalado anteriormente, el sistema liberal que se impone en España se sostiene sobre un sistema constitucional formal y una política basada en el caciquismo, la corrupción y el fraude electoral, que provoca la desconfianza ciudadana y el crecimiento de grupos anarquistas. Muchos grupos sociales, ante este panorama, se alejan de la participación política. Entre ellos, los grupos feministas dejan a un lado las reivindicaciones políticas por los derechos individuales. Como señala Mary Nash (1989), a este clima de desconfianza se une un discurso de género basado en la teoría de la diferenciación sexual y la complementariedad entre los sexos -postulado por el Dr Gregorio Marañón-, donde se mantiene que la mujer no es un ser inferior sino diferente del varón. Se postula una igualdad social desde la diferencia donde ambos sexos inmersos en sus cometidos se complementan. Esto acarrea una división sexual del trabajo, donde la mujer queda recluida en el hogar, y una construcción de la identidad cultural de la mujer a partir de la maternidad.

A pesar de todo, si bien fue difícil que las mujeres articularan un discurso igualitario, gracias a la teoría de la diferencia de género, se pudo articular una serie de demandas sociales y civiles para reivindicar -educación y trabajo remunerado principalmente-. Esto explicaría por qué figuras como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán centraran su activismo en el terreno de la educación femenina. No fue hasta la década de 1920 cuando gracias a la coyuntura política se potencia el activismo político feminista y un interés en repensar los conceptos de ciudadanía y democracia.

Hagamos un breve recorrido por la variedad de corrientes del feminismo histórico en España a principios del siglo XX. En 1909 la escritora catalana Dolors Monserdà adoptó el término ‘feminista’ en su libro Estudi Feminista donde rechaza las bases laicas del feminismo internacional y aboga por un reformismo católico y nacionalista de tintes conservadores. La causa nacionalista llevó a muchas burguesas catalanas como la mencionada Dolors Monserdà o Francesca Bonnemaison a subrayar la importancia de la mujer en la socialización de futuras generaciones en la cultura y tradición catalana, y reclamar un acceso a la formación académica suficientemente completo para desempeñar dicha socialización; no obstante, aceptaban que fuera el varón exclusivamente el encargado de gestionar el patrimonio y la vida política.

En el caso de las nacionalistas vascas llegaron a organizarse bajo la asociación Emakume Abertzale Batza, pero desarrollaron planteamientos que no se pueden considerar concretamente como feministas.

A escala nacional, en octubre de 1918 se crea la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) presidida por María Espinosa de los Monteros, la cual pretendió reivindicar los presupuestos clásicos del patriotismo español frente a las demandas nacionalistas periféricas.

A partir de 1920 a las demandas sociales se unen demandas políticas. De este modo desde la ANME y con Benita Asas Manterola a la cabeza, se pide la revisión de las leyes que relegaban a la mujer al ámbito familiar y se exige su promoción en la vida política, aunque restringiéndose a aquellos cargos públicos -políticos y sindicales- que se encargasen de los intereses propios del sexo femenino. En general, hay una traslación desde reivindicaciones sociales y cívicas hacia la reivindicación directa del sufragio femenino. Destacadas activistas feministas serán Carmen de Burgos, Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent o María Martínez Sierra. Destacar a Clara Campoamor, abogada y diputada del partido Radical y que en 1931 como presidenta de la organización sufragista, la Unión Republicana Femenina, defendió el sufragio femenino en el debate de las Cortes Constituyentes de la República.

Las reformas que se consiguieron, fueron causadas por imperativos políticos de orden general más que por una presión concretamente feminista; por ejemplo, en la dictadura de Primo de Rivera se concedieron unos derechos limitados para aprovechar el conservadurismo mayoritario de la mujer y asegurarse la gratitud de la misma. Igualmente en la Constitución de la II República se incluye la igualdad de derechos civiles y políticos porque formaba parte del modelo democrático con el que se esperaba modernizar el país.

Con la concesión del voto se produjo la debilitación del movimiento feminista; por un lado, algunas de las activistas más prolíficas se incorporaron a partidos políticos pensando que desde esa plataforma podrían alcanzar más beneficios para la causa femenina. Además se desató una lucha enfervorizada por parte de los partidos de izquierdas y derechas por conseguir el apoyo de la mujer, creándose asociaciones femeninas que carecían de ideología feminista y subordinadas a los intereses del partido, y que se limitan a trabajos culturales, asistencia social y captación del voto.

Frente a este ostracismo político, algunas mujeres creyeron útil crear un partido político como medida transitoria, hasta que los hombres reconsideraran la situación de las mujeres en sus partidos políticos; incluso en 1936, algunos miembros de la Agrupación Unión Republicana Femenina, fundada por Clara Campoamor en 1931, pidieron un puesto para las elección en el Frente Popular que les fue denegado. Otra medida fue apostar por la neutralidad política, creando en enero de 1934 la Asociación Política Femenina Independiente bajo el liderazgo de Julia Peguero, neutralidad inviable por otro lado.

En resumen, el primer feminismo español desapareció victima de las luchas entre izquierdas y derechas y la imposición del Régimen franquista tras la Guerra Civil Española.

A pesar de todo, durante el periodo franquista hubo algunas mujeres que se atrevieron a teorizar desde la perspectiva feminista; así tenemos a Maria Campo Alange que en 1948 se atrevió a publicar La secreta guerra de los sexos y algunas asociaciones religiosas -Mujeres de AC, Congregaciones Marianas Universitarias y universitarias de las Instituciones Teresianas- que constituyeron la asociación Amistad Universitaria, donde se fijaron las bases de un feminismo cristiano progresista. La idea principal es que algunas mujeres inmersas en los grupos de oposición democrática al régimen y desde la clandestinidad, tomaron conciencia de su problemática específica y comenzaron a reunirse para enunciar objetivos frecuentes y organizar estratagemas de acción.

En los años 70 se produce un resurgimiento gracias a la identificación teórica de nuevos elementos que propulsarían el discurso feminista; algunos de estos componentes fueron la identificación del patriarcado como causa de la opresión femenina, las aportaciones del marxismo, la reinterpretación del mismo incluyendo el concepto de género y la conciencia de que la lucha feminista surge de una experiencia de opresión compartida por todas las mujeres independientemente de la clase social, raza o postura política a la que se adscriban.

En España se suceden una serie de cambios que irán preparando el terreno para la eclosión feminista en los años 70. Se produce una expansión económica gracias al compromiso del régimen franquista con el avance capitalista; hay un acceso de la mujer al ámbito laboral por una caída en los índices de natalidad; el auge del turismo, la emigración y la expansión educativa y cultural; y finalmente, la llegada a

Todos estos factores se sintetizan en el año 1975; éste es señalado por la ONU como Año Internacional de la Mujer y se celebra un Congreso de Organizaciones Gubernamentales de la Mujer en México. La organización de los eventos que se llevaron a cabo durante ese año y la representación que se llevó al Congreso recayó en las manos de la Sección Femenina1, lo que fomentó que muchas mujeres se unieran para dar réplica a las posturas oficiales. Se formó en Madrid una Plataforma de Organizaciones de Mujeres, la cual organizó las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer -celebradas en diciembre de 1975-, donde se expuso un programa de denuncias y reivindicaciones, entre las que destacan la despenalización del adulterio femenino, la legalización del divorcio y de los anticonceptivos, la equiparación laboral y salarial, etc. También se vislumbraron varias tendencias ideológicas, dependiendo de dónde se situara la causa de la opresión femenina: para las feministas radicales la causa era el sistema patriarcal y para las feministas socialistas el causante era el sistema capitalista.

En 1976 se organiza en Barcelona las Primeres Jornades Catalanes de la Dona y en 1979 se celebra en Granada las II Jornadas Estatales de la mujer; en ambos eventos se producirá un desgaste progresivo que desembocará en una ruptura, ante la imposibilidad de que las diferencias ideológicas de los distintos feminismos se superaran. Las razones de estas desavenencias las podemos encontrar en la peculiar situación en la que España estaba inmersa en ese momento; la transición democrática provocó un contexto de doble militancia para las mujeres -feminista y política- y el consiguiente dilema en cuanto a cómo debía ser la relación con los partidos políticos.

En líneas generales, primaba la lucha general política, puesto que la consecución democrática era requisito imprescindible para ulteriores desarrollos del movimiento feminista. Un ejemplo de dilema se presentó con el referéndum sobre la Constitución (ratificada el 31 de octubre de 1978); aquí las feministas tuvieron que optar entre consolidar la democracia ratificando la Constitución o negarse a hacerlo, debido a la inexistencia de referencias a las exigencias por ellas mantenidas -control de natalidad o aborto entre otras-.

Como vimos en la primera ola del feminismo, el desinterés mostrado por los miembros varones de los partidos hacia la problemática femenina y la discriminación que sufrían las mujeres en sus propios partidos, hizo que surgiera la necesidad de organizarse de forma autónoma. En esta línea se crearon el Colectivo Feminista de Madrid, auspiciado por la abogada Cristina Alberdi, y el partido que

La España de Franco tendrá como objetivo la difusión de valores y pautas de comportamiento que restringen a las mujeres al ámbito de la familia y el hogar, pudiendo en algunas situaciones desarrollar labores asistenciales fuera del ámbito doméstico. Esta ideología fue mantenida y perpetuada a través de la Sección Femenina, la facción que fue creada por José Antonio Primo de Rivera dentro de la asociación de Falange Española de las JONS en junio de 1934, como colectivo social, para incluir a las mujeres en el nacionalsindicalismo.

22 October 2021
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