La Historia De Mi Desdichada Vida: Un Niño De 1573

Siendo yo Martín Santos, nacido en Alcalá de Henares en el 1573, un niño de 13 años que gozaba con un plato de comida por día que mis padres me servían, estoy ahora en la calle, huérfano, con mi gran amigo Alfonso Pérez cometiendo lo que los señores llaman “hurto” para saciar mi apetito. Últimamente hemos mejorado bastante, ya sabemos donde guardan los duques los maravedís en tanto que compran las golosas longanizas en el mercado. La gente nos trata con desprecio y solo con mucha suerte conseguimos algo de limosna. En un intento de conseguir unas manzanas para Alfonso y para mí, el señor llegó y desatentadamente, me agarró de la garganta enojado y sacudiéndome, me gritaba y maldecía al mismo tiempo. Al presente, pensé que tenía que mejorar mi astucia o si no, no podría sobrevivir por mi mismo.

Afortunadamente, un señor me cogió del suelo y me ofreció su casa para dormir y comer a cambio de ayudarle en su trabajo. Este fue mi primer amo, el alfarero, con el me recuperé poco a poco ,aunque mis manos sufrían cada día las veintitrés jarras que hacía diariamente. Alfonso también encontró un amo, agricultor creo, y desde entonces no volví a saber nada de él. Mi rutina diaria consistía en: despertar a las siete y tomar un vaso de agua fresca con alguna que otra rebanada de pan, ponerme otra ropa para trabajar, aunque solo tenía tres camisetas, dos pantalones y un par de zapatillas, y empezar a hacer jarras hasta las una, cuando parábamos para almorzar, normalmente mi amo hacía un trueque con algún agricultor para conseguir algo de comida, pero los domingos, si había habido suerte durante la semana, preparaba un guiso de verduras delicioso. A las 4 volvía al trabajo, y cuando mi amo se iba de casa, aprovechaba para coger algo de fruta. Pasaron meses y aunque estaba mejor que en la calle, mis manos necesitaban recuperarse de todas las rajas e hinchazones que las rodeaban, además, mi amo se dio cuenta de que faltaba fruta y pan cuando llegaba a casa, así que el maldito me echó de su casa. Otra vez en la calle pero esta vez sin compañía, ¡Lacerado de mí! ¡Qué haré ahora!

Encontré un sitio techado donde pasé las siguientes noches, hasta que una vecina se quejó y tuve que irme. Me alimentaba a base de bollos de pan y alguna que otra fruta ruinosa,hasta que decidí ir a buscar otro amo, aunque mis manos no se había recuperado del todo. Tardé dos días en encontrar al que se convertiría en mi nuevo dueño, y el mas corto de todos, dormíamos juntos en una habitación pequeña que de día era su taller, y con el fue como aprendí a quitar piezas valiosas de artilugios lujosos que me servirían para comprar comida para toda la semana. Pero tan pronto como lo intenté con un collar de una duquesa, el amo me pateó y me dejó en la calle tirado en mitad del día, y como he nombrado antes en una semana volví a estar sin un techo donde dormir.

Esta fue la etapa mas dura de mi vida, mis habilidades robando habían mejorado pero me habían quitado mis zapatillas y mis demás pertenencias durante una noche de mayo y solo quedaba yo y mi astucia para sobrevivir a la miseria y hambruna que corrían por esos tiempos. Además, como tenía tanto tiempo libre, solo me dedicaba a pensar en mis padres, en Alfonso, en mi primer amo y sus guisos de los Domingos… Durante esta época trabajé para distintos amos, tanto con alfareros a corto plazo, como de vendedor ambulante de verduras, abalorios echos a mano, cuidando a mayores de edad y a niños… Pero nada de esto me daba para vivir mas de dos semanas.

Transcurrieron 6 meses hasta que finalmente, un señor viejo y antipático a primera vista, me ofreció hospitalidad a cambio de trabajar para él en su huerto y rebaño, ya que le costaba mucho trabajo agacharse y no sentir ningún dolor, y como es de esperar acepté orgulloso y prometiéndome comportarme para no acabar en la calle otra vez. Se llamaba Héctor, y sin lugar a dudas, fue la persona que mas me enseñó, no a como robar, pero si a aprender a vivir feliz con lo poco que tuviese. Que puedo decir de él, me aportó una cama, una mesa donde comer, unas zapatillas nuevas por mi primer cumpleaños desde que era huérfano, en conclusión, me trató como si fuera su hijo, y fue tan buena nuestra relación, que pasé con él el tiempo que tardó en fallecer, cinco maravillosos años. Me considero un chico duro, pero no pude aguantar el llanto y la pena que me recorría el cuerpo en su funeral. Decidí hablar delante de sus vecinos y amigos cercanos, les conté como me trataba, los trabajos manuales que me enseñó a hacer, sus experiencias y enamoramientos que había tenido a lo largo de su vida, y sobre todo como me enseñó a ser el hombre que soy hoy gracias a él. Una semana más tarde, me comunicaron que Héctor me había dejado la casa para mí, así que trabajé duro para salir adelante yo solo y honrarle en su memoria.

Una mañana de verano salí a comprar pan y verduras para hacer un guiso e invitar a los vecinos, cuando algo extraordinario ocurrió. Mientras pagaba me crucé con Alfonso, no lo podía creer, el no me reconocía pues mi aspecto había mejorado pero el suyo no tanto, así que lo invité a almorzar. Me contó que después de su primer amo, había tenido algunos más, pero que ya llevaba dos años y medio en la calle y nadie quería contratarlo porque le habían condenado por hurto, además como no tenía dinero su aspecto era de vagabundo, aunque tenía apenas diecinueve años, y por tanto tenía el pelo largo, barba, estaba en los huesos, y olía mal. Le ofrecí mi casa para quedarse y aunque no nos veíamos desde hace mucho, seguía siendo mi mejor y único amigo.

El almuerzo fue como la seda, todos disfrutamos y recordamos algunos momentos que vivimos con Héctor para que Alfonso conociera su historia. Un mes después uno de los vecinos cayó enfermo y Alfonso se ofreció a ayudarle y aunque al principio lo despreciaban, después le dejaron en paz viendo el buen chico que era. Por así decirlo, fue otro de sus amos, ya que ante toda la ayuda que el vecino recibió tanto con el ganado como con el propio señor, le empezó a pagar para que cuidase de su granja mientras el no estaba. Estuve muy orgulloso por él, ambos habíamos conseguido rehacer nuestras vidas, y aunque no eramos duques ni condes,tampoco lo queríamos ser, pero lo que si queríamos es demostrar que la hambruna y la miseria que se dejaba pasar por alto lo único que causaba era mas daño a la sociedad. Intentamos protestar pero no sirvió de nada, así que seguimos con nuestra vida, cada uno con la suya.

Yo conocí a una chica, Catalina, la hija de una campesina que vivía cerca de mi, y tras varios años de novios, nos casamos e hicimos un banquete con los amigos más cercanos. Vivíamos juntos e íbamos a tener un hijo, jamás pensé que me esperaría un futuro así, simple pero bonito, viviendo de una granja y un huerto que me dejó mi último amo, y por primera vez desde que era un niño, era feliz. A Alfonso le esperaba un vida parecida, pero en el pueblo de al lado, donde se mudó con su esposa y sus dos niñas, pero antes de irse ambos juramos que haríamos lo posible para que a ninguno de nuestros hijos sufriera lo que nosotros tuvimos que pasar durante tanto tiempo.

La vida transcurrió y mi romance con Catalina se iba rompiendo hasta el punto en el que descubrí que me había sido infiel con un vejo amigo suyo; pero como ambos llevábamos las cuentas de la granja , lo dejé pasar. Pero contra más la dejaba, mas me era infiel, la gente hablaba mucho,nuestro niño estaba creciendo y yo no quería que sufriera, así que tras hablar decidimos ir cada uno por nuestro camino, fue muy difícil para mi, estaba echo pedazos, pero era la mejor manera de seguir adelante. Sin embargo, Catalina se fue una semana con su amante a vivir, y yo caí en depresión, estaba enfermo y no podía cuidar de nuestro hijo, así que decidí contratar a un chico para cuidarnos, tal y como hice yo cuando era joven.

Tan pronto cuando me quise dar cuenta ya me estaba haciendo mayor, mi hijo quedaba con sus amigos y su novia, Catalina ya no vivía con nosotros, hacía mucho tiempo que no veía a Alfonso y a su familia y me estaba volviendo un señor deprimido, cansado de la sociedad y su clasificación según tu nivel económico y social, de ver a gente moribunda por las calles y condes paseando en carroza al lado de ellos como si nada.

Ver a mi hijo crecer es lo único que me motiva cada día, pero aún así en un mundo como este no creo que sea capaz de llegar a ser feliz nunca. La vida es injusta y la gente muy ignorante, pero yo he podido superar los obstáculos y cambiar, así que lo seguiré intentando para poder llegar a tener un vida justa.

22 October 2021
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