La Red Social: Comunidades Virtuales
Hace ya casi tres décadas que la red de Internet global se hizo pública, creándose el World Wide Web, lo que comúnmente conocemos como www y que supuso una auténtica revolución, pues permitía a millones de usuarios de todo el mundo la posibilidad de comunicarse rápidamente sin la condición de la proximidad, es decir, sin compartir un idéntico e inmediato entorno geográfico. Esa circunstancia de estar conectados, en un principio, tan solo era factible a través de correos electrónicos o de programas de chat online. Este gran avance cambió radicalmente la noción de lo cercano y lo lejano, desdibujando la línea que separa ambas definiciones y contribuyendo a ejemplificar el sentido de ese concepto de globalización que tanto se ha escuchado desde finales del siglo XX. Este término hace referencia a las complejas interconexiones entre culturas, instituciones e individuos a escala mundial y que han configurado un nuevo tipo de relaciones espaciotemporales. Y es que en esta reciente Sociedad de la Información, la globalización es su principal consecuencia, siendo esta a su vez un efecto del desarrollo de las nuevas tecnologías. Teniendo en cuenta toda esta relación y conexión entre los conceptos recién mencionado, no es de extrañar que en pleno auge de esas nuevas tecnologías de la información y la comunicación surjan, en los últimos años de la década de los noventa, las primeras redes sociales como resultado de la necesidad de creación de nuevas comunidades distintas de las tradicionales y ausentes de proximidad, lo que hoy en día se denomina más comúnmente comunidades virtuales.
Las redes sociales son consideradas verdaderas comunidades porque en ellas se comparten los mismos códigos, edades, intereses, aficiones, gustos, etc., pero el hecho de ser virtuales les aporta de igual manera la característica de ser flexibles, pues entrar o salir de ellas apenas requiere esfuerzo ni escasas condiciones y cualquiera con un dispositivo electrónico puede acceder a ellas. Si bien es cierto que desde su creación hace algo más de veinte años se han ido transformado exponencialmente de manera proporcional y al mismo ritmo que el desarrollo de las nuevas tecnologías y redes móviles, el propósito por el que fueron creadas no ha variado con el paso de los años: sigue siendo acercar a las personas entre sí y estas a la información global. En ese sentido estricto, las redes sociales siempre han existido, pues a lo largo de la historia las personas generalmente han buscado conocer gente nueva a través de sus amistades, la única diferencia con la realidad social actual es que antes la manera de relacionarse y abrir círculos de amistad era a través de bailes de salón, fiestas y ferias locales, mientras que ahora es a través de una pantalla desde la comodidad de tu casa.
Tomando en consideración todo lo anterior, es evidente que las redes sociales no han dejado indiferente a nadie, pues han producido enormes cambios en nuestra forma de vivir, de relacionarnos y de entender el mundo. Voy a analizar estas transformaciones a través de tres cuestiones fundamentales: ¿En qué sentido modifican las redes sociales las formas de relación con respecto a la sociedad anterior a estas? ¿Cómo determina la interacción en las redes la autoestima y la identidad de los usuarios? ¿Cómo afecta la información que circula por las redes a la profesión periodística y los medios de información teniendo en cuenta la importancia de la credibilidad?
Con relación a la primera pregunta, es importante establecer primero los términos que mejor definen a la sociedad anterior a la existencia de las redes sociales. Tras la Sociedad Industrial, se sucede un período intermedio que sirve de desarrollo de la Sociedad de la Información. Ese período de incubación de cerca de veinticinco años de duración supuso el tiempo necesario para que a partir de los años setenta se empezara a aplicar el conocimiento en la cadena productiva, transformando así todo método de producción relativo a la Sociedad Industrial. Ahora bien, en esa Sociedad Industrial organizada alrededor de la energía y de su utilización para producir bienes, y cuya base productiva residís en la cadena de montaje en serie y una abundante mano de obra, aparecieron nuevos grupos sociales debido, en parte, por las migraciones masivas y éxodos del campo a la ciudad para trabajar en las nuevas fábricas industriales. Las relaciones sociales de la época distan mucho de ser complejas, pues no fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX que aparecieron los grandes inventos tecnológicos, como el teléfono o la radio. Por lo tanto, las personas estaban sujetas a relaciones de proximidad, intercambiando información unas en presencia de otras y, como mucho, leyendo periódicos o enviando correspondencias mediante el correo postal. Es indudable que las redes sociales han supuesto un enorme avance en el efecto socializador de las relaciones interpersonales. Hoy en día, con tan sólo un toque en nuestros smartphones somos capaces de tener todo tipo de información a nuestro alcance en cuestión de milésimas de segundo, al igual que podemos comunicarnos con personas alejadas por miles de kilómetros y vernos reflejados mutuamente en nuestras pantallas como si estuviéramos en la misma habitación. Desde luego que si la población de la Sociedad Industrial pudiera experimentar lo que es la vida con las redes sociales, pensaría que semejantes ventajas son cosa de magia.
Respondiendo a la segunda cuestión, creo importante destacar la ya mencionada flexibilidad de las comunidades virtuales que son las redes sociales, y añadir una consecuencia más de estas nuevas formas de interacción humana: la fragmentación de identidades. Y es que este mundo común y compartido que son las redes sociales se nubla de una oscura sombra cuando salen a relucir sus inseguridades y debilidades. Los usuarios utilizan cada vez más esta incorpórea comunidad para plasmar sus pensamientos, compartir opiniones, eludirse de los problemas de su entorno, buscar inspiración, mantenerse informados y conocer gente con los mismo gustos y afinidades. Pero el problema llega cuando lo que ven en las redes sociales pasa a ser su realidad, cuando se dejan influir por las modas y últimas tendencias, cuando surge la terrible idea de “no soy suficientemente bueno/guapo/inteligente/valiente, etc., y esa interacción en las redes afecta y determina su autoestima, su gusto y aceptación por ellos mismos, su seguridad en la vida. Es un grave problema que puede ser erradicado cuando se llega al razonamiento de que no todo lo que se ve en las redes sociales es real ni es lo socialmente aceptado. La felicidad no puede depender del número de seguidores de Instagram o de amigos en Facebook, ni de la cantidad de “me gustas” que ha recibido una foto o un vídeo. Aprender a quererse a uno mismo y aceptarse tal y como se es, es fundamental para sobrevivir en ese mundo de superficialidad.
La tercera pregunta es interesante a la par que relevante, puesto que atañe específicamente a mi futura profesión, la del periodista y comunicador. Como es comúnmente sabido, la principal validez e importancia de un medio de comunicación reside en su credibilidad, en que la gente confíe en que las noticias que va a leer sean ciertas y objetivas. Por eso, cuando esta se pierde, el medio queda desacreditado y pierde su principal audiencia, lo que se traduce en una semejante disminución de los beneficios. La mayoría de las veces esto es causado por las famosas fake news o noticias falsas que circulan por la red y que con el auge de las redes sociales han encontrado su zona de confort. Es muy común que lleguen a millones de personas rápidamente gracias a la velocidad de navegación de la información por la red y a la rapidez con la que la gente comparte las noticias con sus círculos cercanos y no tan cercanos.
Por último, me gustaría hacer hincapié en que pese a la satisfacción generalizada que producen las redes sociales y la sensación de avance y modernidad que ellas conllevan, hay muchas personas que no guardan una opinión positiva sobre la acción de estas redes sociales. Es evidente que al mismo que tiempo que generan tantas ventajas y facilitan las relaciones sociales y las vidas de la gente, producen también ligeros inconvenientes, como que hagan perder la libertad, pues todos los datos son pertenencia de las empresas que las controlan; que en vez de acercar a la gente a los demás, la aísle y le hagan sentir más infeliz; que destruyan la capacidad para empatizar; o que debiliten la verdad con burdas acusaciones. Estas consecuencias negativas están fuertemente ligadas al concepto de subjetivación, según el cual el acceso a las redes sociales es una forma de dominio a partir de una ingeniería de la persuasión basada precisamente en las nuevas tecnologías.
Es un tanto espeluznante darse cuenta del grado de adicción que crean las Redes Sociales y por lo tanto, la cantidad de gente que no es capaz de vivir sin ellas, como si de una droga se tratara. En mi caso, creo que puedo estar bastante orgullosa del trato que le doy a estas plataformas, pues no solo he reducido considerablemente el tiempo de uso con respecto a un par de años, sino que cuando las uso, la mayoría de las veces busco algún tipo de información voluntariamente o sigo a cuentas oficiales de los principales medios de comunicación y organizaciones internacionales, al igual que personas cuyo trabajo admiro y me sirven para aprender. Sin embargo, hace un par de años debo admitir que estaba bastante “enganchada” a una red social concreta: Instagram. Ahora que lo veo con perspectiva, me doy cuenta de la pérdida de tiempo y energía que supone estar todo el rato pendiente del contenido que sube la gente de tu alrededor y de lo que pueden llegar a pensar de ti a través de la información que compartes. Es muy duro estar expuesto cada día y cada hora a las opiniones de la gente.
Aunque por otra parte, analizando las cifras, me he dado cuenta de que la cantidad de perfiles dentro de cada red social, pese a ser números que rondan los cientos de millones, no llegan ni al 25% de la población mundial, siendo la red social con más cuentas creadas Facebook, con más de dos mil millones, frente a casi ocho mil millones de personas sobre la faz de la tierra. ¿Qué hay de esa diferencia de cerca de seis mil millones? Dejando a un lado la obviedad de las diferencias generacionales y el hecho de que probablemente los hombres y mujeres que superan cierta edad no tengan redes sociales, al igual que los menores de diez o doce años; todavía resta una cantidad desorbitada de personas que no tienen ningún perfil en ninguna red social. ¿Significa esto que no quieren ser catalogadas e investigadas y que sus datos circulen por todo Internet? ¿o que, por el contrario, viven en países cuyo desarrollo económico o condición política no les permitan siquiera el acceso a la red? Es difícil imaginarse una vida sin redes sociales y sin embargo, más de la mitad de la población mundial no las tienen, por lo que en realidad deberíamos preguntarnos si al fin y al cabo son tan indispensables como todos creen.
Actualmente, los excepcionales hechos que estamos viviendo nos han pillado a todos por sorpresa, nadie se esperaba que en pleno 2020 una pandemia global cambiara completamente el modo de vida de todo el planeta y la principalmente, las relaciones sociales. Ahora las redes sociales están más activas que nunca y la creación e intercambio de contenidos no cesa ni un instante. Estos tiempos son el ejemplo perfecto de la importancia de las redes sociales en nuestro día a día y de los efectos de la globalización; posiblemente después de esto, las relaciones interpersonales ya no serán las mismas y misma globalización tendrá que asumir varios cambios.