La Ruta Polar de La Seda': Beneficios y Riesgos del Calentamiento Global para El Capitalismo
“Ésta es la primera época que ha prestado mucha atención al futuro, lo cual no deja de ser irónico, ya que tal vez no tengamos ninguno.” Arthur C. Clarke (escritor inglés)
“Actualmente estamos muy lejos de cumplir los objetivos del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 o 2 grados centígrados.” Antonio Guterres (Secretario General de la ONU)
‘Si quieres ser rico, primero tienes que construir el camino’ Proverbio chino
Estas palabras son testigo de la importancia que a lo largo de las últimas dos décadas ha cobrado dentro de las agendas de las sociedades el calentamiento global, término definido por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) como un “cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables” (IDEAM, 2017).
Tomando esto como punto de partida, este trabajo busca probar que los Estados siguen planteando políticas fuertemente estructuradas a partir de la lógica del capitalismo global, comenzando incluso a esgrimir planes para explotar y lucrar con las consecuencias que este fenómeno ha traído consigo. Así, se toma el caso de China que, al igual que otras potencias, ha argumentado que el aumento de la temperatura del planeta es benéfico para la sociedad debido al abaratamiento del proceso productivo, reflejándose ello en su propuesta de constituir al Ártico en un nuevo espacio de tráfico marítimo bajo el proyecto conocido como la Ruta Polar de la Seda.
Paralelamente, reconsiderando que Enrique Leff (2018), propone en su escrito “Pensar La Complejidad Ambiental” que los grandes problemas ambientales a los que hoy se enfrenta la humanidad tienen origen en la forma en como se ha conceptualizado a la realidad en el sistema de pensamiento occidental, se puede argumentar que la nación asiática retoma el conocimiento estratégico capitalista depredador, que es la personificación de las formas de cientifización que han llevado a la degradación ambiental.
A su vez, considerando las aportaciones realizadas por Rolando Cordera en torno a la relación entre la degradación ambiental y la precarización del nivel de vida de las sociedades, se abordará la problemática de la comunidad esquimal que, ante el retroceso de los glaciares, se ha visto obligada a abandonar sus hogares y desplazarse hacia el norte, no recibiendo ayuda por parte de algunos de los Estados que reclaman soberanía sobre la región, e incluso siendo aún más perjudicada por los objetivos que tales países han venido esgrimiendo en esta zona geográfica desde principios del siglo XXI.
Asimismo, tomando como referencia el texto de Jesús Alberto Andrade “Globalización, ideología y cultura digital”, se planteará la cuestión sobre cómo los procesos de este fenómeno se establecen en torno a aspectos de dichos ámbitos, considerando que hace miles de años la antigua Ruta de la Seda unió no sólo comercialmente a Oriente y Occidente, sino que lo hizo de una manera cultural.
La Tierra ha sido el hogar de los seres vivos por millones de años, pues hasta ahora sus condiciones singulares han sido las únicas que han permitido su desarrollo. Sin embargo, a lo largo de la historia las circunstancias no siempre han sido favorables a sus habitantes, ya que “en tan sólo 4.5 millones de años de existencia, la vida ha estado a punto de desaparecer en cinco ocasiones por distintos tipos de cataclismos” (Romero, 2018).
Fue hasta después de la quinta extinción masiva, que los mamíferos proliferaron en el mundo, siendo este acontecimiento el preámbulo del dominio de una especie que hace tan sólo cien mil años hizo su aparición: los seres humanos]. Cognitivamente superiores, los homo sapiens sapiens lograrían sortear con éxito los distintos obstáculos aparecidos en su carrera evolutiva, inventando y creando distintas herramientas. Paradójicamente han sido estos instrumentos los que con el transcurso del tiempo han servido para originar la jerarquización de su especie, destruir el ambiente en el que vive y acelerar la llegada de su fin.
Aunque ha existido desde mediados del siglo pasado un debate sobre si el calentamiento global es un acto producto de las acciones humanas o un proceso natural en el que éstas sólo han servido de catalizador, el último reporte del Programa Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) concluyó que existen pruebas para determinar en un 95% de certeza que éste es responsabilidad del hombre. En corcondancia con tal informe, las emisiones de carbono expedidas en la anterior centuria han provocado el aumento de la temperatura en 0.85 0C a nivel global, vislumbrando el período comprendido entre 1980 y 2012, como el “más cálido de los últimos 800 años” (IPCC, 2013).
Los resultados anteriores dan muestra de una relación presente entre la agudización del cambio climático con la llegada de una nueva forma de capitalismo: el neoliberalismo. Esta doctrina económica, “creada e impulsada por el pensador y estadístico estadounidense Milton Friedman junto a sus discípulos” (Vázquez, 2015, p.61), surge como respuesta a la incapacidad del sistema Bretton-Woods para solucionar los problemas de liquidez económica que comenzaban a originarse a finales de los setenta, desencadenando que al retomar las máximas del liberalismo clásico basadas en el mercado desregulado y la libertad, el Estado redujera paulatinamente su papel en la sociedad, dando paso a la priorización de la explotación sin mesura y a la acumulación de riqueza, que trajeron consigo el aumento de la desigualdad, el incremento de la pobreza y la aceleración de la degradación de la naturaleza.
Paralelamente a la imposición de este sistema en el mundo económico occidental, China comenzaría un viraje interno que conduciría a la transformación de las estructuras impuestas desde el triunfo de la Revolución socialista en 1949. Dicho cambio sería liderado por Deng Xiaoping, quien lo materializaría en una serie de reformas que darían lugar al surgimiento de una industria nacional competitiva en un lapso inmediato, y a un crecimiento sin precedentes de la economía a largo plazo, alcanzando un máximo “del 10.7 % (…) en el 2006“ (Rovetta, 2020). Sin embargo, la dependencia de los recursos fósiles, la negativa de las petroleras en mejorar las gasolinas y la reticencia de los corporativos a cumplir con la normativa que obliga a instalar dispositivos de filtrado, dejarían claro que en el sector “prima la productividad frente a la conservación del medio ambiente” (Asociación Geoinnova, 2014)
Dentro de este marco, el gigante asiático, mostraría al mundo en 2013 su proyecto Belt and Road Initiative (BRI), mejor conocida en español como la Nueva Ruta de la Seda, una iniciativa consistente “en el establecimiento de dos rutas combinadas, una de infraestructuras terrestres y otra marítima, que mejorarían las conexiones chinas tanto en el continente asiático como hacia el exterior, [dándole] más influencia económica y política a nivel mundial” (EOM 2020).
El nombre otorgado a este proyecto formaría parte también de una reivindicación histórica que hace necesario entender que la antigua Ruta de la Seda fue un conjunto de infraestructuras de transporte que conectó a Asia, y en particular a China, con el cercano Oriente y el mar Mediterráneo. Si bien esta red de rutas se conoce principalmente por ser el recorrido para comerciar diferentes productos, como la seda que en su tiempo fue, después del oro, el material más precioso de la nobleza romana, y que por mucho tiempo China logró tener el monopolio de dicho tejido; lo cierto es que también significó un puente de comunicación e intercambio cultural entre diferentes naciones, pasando por Asia, países de Oriente Medio,y arribando hasta Occidente, pues permitió el tránsito de religiones, idiomas y culturas.
A partir del siglo XV comenzó la decadencia del gran Imperio Chino, y con él, la Ruta de la Seda. Sin embargo, esta red ha constituido una importante pieza del patrimonio histórico y cultural que ha unido por siglos las tradiciones del Oriente y del Occidente (Olimplia Niglio, 2012). En la actualidad, además de procurar reconstruir esta vía, se busca expandirla a través de caminos nunca antes utilizados. Así, el aceleramiento del deshielo de los casquetes polares, ha conducido a la nación asiática a promover una extensión de tal estrategia que, bajo el nombre de Ruta Polar de la Seda, tendrá el fin de construir con apoyo del gobierno ruso una nueva vía de comercio en los mares circundantes del Ártico.
En el portal de la Oficina de Información del Consejo de Estado de la República Popular China -SCIO por sus siglas en inglés- se puede encontrar el documento traducido al inglés en el que el gobierno chino describe sus objetivos en el Polo Norte. Reconocen que el Ártico es una zona con un ecosistema único, así como rica en recursos naturales, pero de difícil acceso por la gruesa capa de hielo que recubre sus aguas la mayor parte del año. A pesar de esto, como ya se mencionó, el aumento de la temperatura en las últimas tres décadas ha ido disminuyendo dicha capa, sobre todo en el verano, por lo que los estudios científicos pronostican que para antes de mitad de siglo, este fenómeno tendrá lugar la mayor parte del año, dando origen a un nuevo mar navegable (SCIO, 2018).
En este orden de ideas, las autoridades chinas han demostrado que son conscientes que este suceso llevará a modificaciones en el medio ambiente (SCIO, 2018). Sin embargo, esto no parece ser razón suficiente para disuadir al gobierno de apoyar la explotación comercial de la región, o apoyar de manera efectiva el combate contra el cambio climático. Todo lo contrario, la ontología de explotación occidental encontró camino en esta empresa, ya qué tal Estado también declaró que sin la capa de hielo, se incrementan las oportunidades en el Ártico (SCIO, 2018)
Buscando remarcar las “ventajas” surgidas por las repercusiones del cambio climático en la región, afirman que las actividades comerciales que surjan tendrán efectos positivos en el transporte internacional de bienes, en el comercio internacional, así como en el abastecimiento de recursos energéticos, suponiendo lo anterior también grandes beneficios económicos y sociales para los pueblos indígenas allí asentados. (SCIO, 2018)
La desestabilización en la biosfera que podría traer la disminución y eventual desaparición del hielo Ártico tampoco ha disuadido al país asiático de la persecución de sus objetivos, limitándose a comentar que aquello es una responsabilidad internacional. Aunado a ello, se ha utilizado el Acuerdo de París para alegar que tiene presente su Contribución Nacional Prevista, si bien un estudio hecho por la Fundación Ecológica Universal [FEU-US] (2019) ha revelado que China no está cumpliendo con sus promesas, y aparentemente no tiene ninguna intención por hacerlo. Ligando el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) al uso de combustibles fósiles y por tanto a las emisiones de gases de efecto invernadero, China se ha convertido en el principal emisor mundial, aumentando 80% de 2015 a 2018.
Ahora bien y de acuerdo con el texto de Jesús Alberto Andrade, con la llegada de los procesos de globalización en donde la información pasó a ser la forma en que se manifiesta la cultura, y en la que la comunicación está relacionada con el desarrollo tecnológico, pues dicha información se transmite de forma digital; se ha generado una especie de cultura digital que se nutre bajo las ideas del capitalismo mundial y neoliberalismo, creando así una globalización cultural que reduce la diversidad a favor de una uniformidad que impone la cultura hegemónica, con el propósito de sostener una cultura homogénea que sea aceptada globalmente.
Por lo anterior, para muchos el hecho de que China quiera ampliar su zona de influencia con la Nueva Ruta de la Seda representa una amenaza y proyecto para dominar el mundo. Sin embargo, para otros significa el plan Marshall del siglo XXI, ya que ayudará al desarrollo de varias regiones. Y así, siguiendo el texto de “El Arte de la guerra”, de Sun Zi, en el que se dice que la mejor victoria es vencer sin combatir, la cultura estratégica china reconoce la idea de que la fuerza material no es la clave del poder, pero tampoco irrelevante, sino la moral y la inteligencia. Es por eso que la base de la civilización china es la construcción de una espiritualmente superior a todas las demás, no por nada se hacen llaman zhong guo (zhong, centro; y guo, país en chino).
Así,cuando en 2013 el presidente Xi Jinping presentó esta idea, la propuesta sólo incluía a algunos países vecinos y se limitaba principalmente a temas de construcción de infraestructuras. Sin embargo, se ha ido expandiendo tanto geográfica como sectorialmente, pues actualmente se han adherido más de cien países y abarca más temas (comerciales, financieros, de seguridad y culturales). Concluyendo así, que la estrategia de China es ampliar su presencia e influencia internacional para facilitar que otros países adopten principalmente sus modelos tecnológicos, como lo es la telefonía 5G.
Más allá de los ámbitos antes mencionados, el proyecto chino tiene también una repercusión social local inmediata, que afecta de manera directa a los esquimales. Desconociendo aún de manera precisa su origen, las teorías más aceptadas sostienen que estas comunidades llegaron al Círculo ártico tras una migración desde Siberia hace más de cuatro mil años, siendo esto respaldado por el denominado «complejo de Denbigh Flint» donde “se han encontrado últimamente rastros y objetos que indican que los [primeros rastros] de esa cultura se remontan al año 3500 antes de Cristo” (Stevenson, 1975, p.13). Dominando la región durante siglos, dada la incapacidad de las demás civilizaciones para navegar grandes distancias o sortear los bloques de hielo de la zona, desde la llegada de los vikingos en el 900 d.C. y posteriormente de las potencias europeas en el siglo XIX, los pueblos nativos del polo vieron reducidas su población y cambiadas sus costumbres, hasta optar por establecer aldeas permanentes a principios del siglo XX.
La aparición de los primeros efectos climáticos en las últimas décadas de la pasada centuria cambiarían la situación anteriormente descrita, pues el deshielo del Ártico desencadenado por el incremento de la temperatura ha “producido la subida del nivel del mar, llegando a inundar pueblos costeros, una mayor erosión de estas zonas, y la desintegración de grandes placas de hielo, que permitirán el paso de buques y barcos de gran tamaño” (Moreno, 2017), tal como lo refleja la iniciativa de la Ruta de la Seda Polar. Así, dañado irreversiblemente el suelo sobre el que solían asentarse estos grupos, han debido desplazarse hacia el norte para encontrar zonas más gélidas y estables.
Paralelamente, conforme el océano Ártico ha adquirido una coloración más azul, volviéndose sumamente accesible, explotable y atractivo para actividades lucrativas, se ha incrementado el desarrollo de una naciente logística del transporte marítimo mundial que comienza a tener la capacidad de funcionar de manera segura y efectiva en las futuras rutas comerciales a través de las aguas polares. De esta manera, se ha acelerado la transformación de los ecosistemas de la tundra que, ante un clima más cálido, se han visto obligados a reconfigurar la composición de su fauna. Este último hecho, relacionado con periodos de fuertes lluvias o deshielo, ha aumentado“la presencia de bacterias (como la E. coli) en el agua, (…) [provocando una expansión de] los casos de diarrea y vómitos” (Redacción National Geographic, 2012).
Al mismo tiempo, la destrucción de su entorno, favorecida por los intereses económicos de los distintos países, ha llevado a los Estados a ofrecer a los esquimales una política de reubicación, lo que inevitablemente conlleva la destrucción de las culturas nativas del Ártico, pues las mismas “se [han basado] en su relación con la tierra, el entorno y los animales. Una total adaptación a un futuro industrial equivaldría a una asimilación que las poblaciones indígenas de todo el mundo tratan de evitar.” (ONU, s/f) De este modo, queda claro que lejos de promover una “base jurídica y política para la construcción de un nuevo curso de desarrollo capaz de conjugar un crecimiento económico con transformaciones sociales y ambientales de calado diverso” (Cordera, 2017, p.11), los Estados intentan suprimir las reivindicaciones de los esquimales.
En el mismo orden, es importante mencionar que en la situación que combaten los esquimales, algunos científicos han visto las soluciones que los Estados deben adoptar si no son capaces de satisfacer los objetivos de la agenda de 2030 a tiempo, pues de acuerdo con James Ford, experto en adaptación indígena al cambio climático, “estas sociedades [nativas] son como una bola de cristal que (…) permite saber lo que pasará cuando estos cambios empiecen a materializarse en el sur en las próximas décadas” (Redacción National Geographic, 2012). Consecuentemente, un modelo que privilegie la igualdad, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental, tal como lo ideó Cordera (2017), puede ser edificado a partir de estos aprendizajes.
A pesar de los diversos esfuerzos hechos a nivel internacional para modificar la forma en que se interactúa con el medio ambiente, como las diversas cumbres y conferencias sobre cambio climático celebradas desde 1992 en el sistema de Naciones Unidas, todavía prevalece el desinterés de varios países para atender dicha problemática. Incluso, ahora se ha redirigido la ontología de consumo para dar vuelta a las repercusiones que esta misma ha provocado a su favor.
No obstante, aún cuando los intereses de las grandes potencias no favorezcan una resolución, el resto de las naciones puede aprender y sumarse a la resistencia que mantienen los primeros pueblos afectados por el calentamiento global: los esquimales. Por lo que, para poder resolver esta crisis, es necesario deconstruir y reconstruir, de manera conjunta, entre la mayor parte de Estados del mundo, la ontologia y epistemologia referente a lo natural, con el fin de que se le vea como algo más que un bien de consumo, o en palabras de Enrique Leff:
“Para parar la dominación de la naturaleza que produjo la economización del mundo e implantó la ley globalizadora y totalizadora del mercado que ha sustentando la construcción de un mundo insustentable” (Leff, 2018)
Así queda claro que la idea actual del gigante asiático por revivir aquel momento de hace más de dos mil años, con esta nueva “Ruta Polar de la Seda”, pone en jaque la idea de un entendimiento menos depredador del entorno. En su pretensión de ampliar su zona de influencia y forjar una conexión más estrecha con América del Norte, Asia Oriental y Europa Occidental para terminar de construir su camino para posicionarse como líder mundial, China parece estar dispuesta a quedarse sin mundo al que dirigir.