Margaret Thatcher: El Futuro Europeo
El 20 de septiembre de 1988, en la ciudad belga de Brujas, la entonces Primer Ministro del Reino Unido, Margaret Thatcher, exclamó un discurso que a tan solo quince años de la adhesión del país a la entonces Comunidad Europea ponía en tela de juicio la efectividad misma de la organización supranacional.
La líder británica expresó: “No hemos levantado las fronteras del estado británico exitosamente unicamente para verlos re impuesto a un nivel continental con un super-estado europeo ejerciendo la dominancia desde Bruselas”. En otras palabras, la mandataria expresó que a su parecer, se abrieron las fronteras al resto de Europa para que desde fuera del país se haga en mayor o menor medida lo que hacía Londres por su cuenta antes de 1973. Incluso si el discurso de Thatcher abogaba por una comunidad más fortalecida, el trasfondo euroescéptico de sus palabras fortalecería en la isla la idea de abandonar la Unión, instalada en mayor o menor medida desde la adhesión misma del Reino Unido.
Avanzamos treinta años y nos encontramos en la misma crisis de legitimidad de la Unión que la dama de hierro dejaba entrever: la Unión Europea no estaba cumpliendo un rol más allá del mismo que podría estar cumpliendo un Estado por sí solo. El análisis costo-beneficio de Thatcher que seguía vigente en la cabeza de los euroescépticos era simple: estamos abriendo el país a la inmigración a cambio de los beneficios que otorgaría el Estado por fuera de la UE.
Desde aquel discurso de 1988 hasta el crack del 2008 Europa se vió en una etapa de relativa prosperidad económica y estabilidad política a lo largo y ancho de la Unión que sin embargo no lograron revertir la visión escéptica de muchos británicos. Por el contrario, la crisis económica que se desató en múltiples países de Europa tras la ha permitido que las ideas reflejadas en las palabras de Thatcher se han expandido a los ciudadanos de otros Estados miembros como Hungria, Grecia o Polonia, donde el descontento para con la Unión se va generalizando en la población.
Polonia es uno de caso que más reivindica los dichos de Thatcher en el 88. El pueblo polaco ha sido sometido a distintas denominaciones a lo largo de los últimos siglos: la Rusia zarista, el régimen nazi y en última instancia la Unión Soviética. Los polacos, quienes tras deshacerse de su régimen comunista, recibieron con brazos abiertos la idea de la Europa unida, hoy se han alejado de dichos ideales y ven a Bruselas como antes vieron a Berlín y a Moscú. Como resultado, los partidos que encarnan los valores del movimiento “Solidaridad”, aquella agrupación que luchó contra el régimen socialista por una democracia, están siendo derrotados una y otra vez en los comicios frente a una nueva derecha reaccionaria anti-UE.
Como podemos ver, se ha generado una crisis de legitimidad en la Unión como resultado del descontento cada vez más generalizado. Un sistema creado con la libertad individual tanto social como económica hoy es visto por muchos de sus ciudadanos como todo lo contrario.
Sin embargo, las complicaciones que está generando el proceso de salida del Reino Unido de la Unión será lo que asegure que nadie quiera irse, al menos en el futuro cercano. El brexit se está resolviendo de una manera tan complicada que sería ingenuo para cualquier otro miembro intentar repetir dicha historia con su propio referéndum de salida.
¿Cuál es el futuro para la organización supranacional cuando se combina el descontento en creces con la imposibilidad de abandonar la misma? La reforma de sus instituciones. La reestructuración de la Unión Europea debe dar un paso para adelante en la integración, o bien uno para atrás. La situación actual de integración entre los miembros representa un punto medio entre una real integración supraestatal y un mercado común.
Uno de los principales problemas que tiene la estructuración actual es que se implementa una política monetaria común, la implementación del euro y un banco compún único para Europa, sin una política fiscal común. El resultado de esta desigualdad de políticas es el ejemplo de Grecia, donde la irresponsabilidad fiscal combinada con las libertades monetarias y de préstamos otorgadas por la UE llevaron la economía del país mediterráneo a las ruinas. Esta desconexión entre una política monetaria unificada y diversas políticas sobre el gasto estatal lleva al fracaso aquellas economías que despilfarren sus reservas, una vez más, como es el caso de Grecia.
No obstante, una unificación económica de semejante tamaño requeriría una equivalente unificación política, lo que a mi parecer se traduce en un gobierno continental. Muchas veces se acusa al Consejo Europeo de ser poco democrático, puesto que sus representantes no son electos por los votantes sí no por los gobiernos miembros de la Unión. Si este Consejo se convirtiera en el hipotético poder ejecutivo en la Unión, creo necesario la democratización de la elección de sus miembros. Después de todo, serían los nuevos gobernantes de Europa. Siempre es barajada también la idea de un ejército europeo, más si consideramos las diversas amenazas que existen para la soberanía de europa: una amenaza real y tangible, el terrorismo, y una más bien hipotética, Rusia. Aunque es cierto como destacó Nigel Farage, que un ejército europeo es más una realidad no admitida que otra cosa si tenemos en cuenta las diversas fuerzas de seguridad ya existentes bajo la órbita del control supranacional.
La otra idea de reforma, probablemente aún más complicada que aumentar el nivel de integración, podría ser reducirlo. Desarmar el Banco Central Europeo, quitar de circulación el Euro pero mantener el Área de Schengen, permitiendo el libre comercio y circulación de personas, bienes y capitales. Lógicamente, la ausencia de una moneda común dificultaría las transacciones internacionales, pero la realidad es que prácticamente un tercio de los miembros de la UE no han implementado el Euro, por lo que el aumento de las complicaciones comerciales sería relativo.
Sea cual sea el camino que tomen los europeos de cara a su futuro como continente unido, hay un concepto fundamental que no puede escaparse de la discusión en ningún momento si es su deseo que la Unión Europea persista: el consenso. El diálogo y el acuerdo son aspectos esenciales que deberán caracterizar el debate acerca de cómo continuar la Unión. Hoy en día podríamos decir que los Estados se dividen entre unos pocos rule-makers y una gran mayoría rule-takers, en donde será necesario revertir esta polaridad si se desea el apoyo de los pequeños países rebeldes que hoy se muestran más disconformes que nunca con el resultado del experimento europeo.
El nuevo presidente electo de Ucrania, Volodymyr Zelensky, declaró que está entre sus objetivos integrar su país a la Unión Europea para 2024. La realidad es que la situación que atraviesa Europa requiere una previa reforma de las instituciones de la Unión antes que ocurra una posible adhesión de nuevos miembros, lo que se acentúa aún más cuando consideramos el desafío que representaría defender la soberanía europea en Ucrania frente a la amenaza que Rusia representa para la estabilidad y soberanía de Kiev desde mediados del 2014.
Soluciones hay muchas, las mías pueden no estar acertadas, pero los europeos solo solucionarán su crisis de legitimidad con el mismo valor fundamental que los llevó a mediados del Siglo XX a dejar de lado sus diferencias en pos del bien común: el consenso.