Max Aub: La Representación De La Vida Y La Deformación De La Memoria

El estudio que abordaremos en las subsiguientes páginas de la presente tesis destaca la importancia de la producción y circulación de las representaciones de vida y la deformación de la memoria de lo acaecido en los campos de concentración. Esencialmente, si lo pretendido es la construcción de una memoria colectiva que aleccione y sea capaz de exponer las voces de los que ya no están, los no vivos de Primo Levi. Pero aquella memoria forjada entre púas y crímenes completa su valor testimonial y sus vacíos con la recombinación de la obra literaria: El laberinto mágico y los diarios de Max Aub (1903 – 1972). Una política de la memoria nos remite necesariamente a una política de la representación, a una memoria de la ficción; en consecuencia a una memoria del archivo que deviene del olvido, que confluye en una memoria literaria. Previo a toda recuperación memorística, es necesaria una construcción discursiva del acontecimiento del instante. 

Es a través de la representación de la vida, las voces del campo de exterminio, del desmoronamiento y la despersonalización de la subjetividad que se produce en los campos como el sujeto se construye en el discurso. A la enunciación del testimonio se le otorga una función terapéutica y a la puesta en escena de una experiencia individual se vincula una experiencia colectivo-individual de un otro observador, pero lo que la dota de legitimidad a la memoria de lo imborrable es la literatura. Aub pretende generar una reacción de “toma de conciencia y denuncia” tratando de que el lector se vea reflejado en la víctima y su prosopopeya. La víctima, sólo alcanza a representarse el aquí y el ahora, descontextualizando y deformando el afuera. Parece como si en el momento mismo en que el sujeto comienza a deslavazarse como efecto de la dinámica concentracionaria, el relato se cargase de subjetividad entonces novela, entonces Laberinto mágico. Agamben en su trilogía Homo Sacer, analiza el campo como el regulador de la desconexión de varios elementos: el régimen jurídico, el territorio y la nudavida despojada de su sentido político, sobre los que se asienta el mundo moderno. Es lo que él mismo denomina estado de excepción. El campo de concentración se abre en el momento en que el estado de excepción pasa a convertirse en regla y la política se transforma en biopolítica. Los campos producen la figura del vagabundo o de Julio Hoffman, (Campo francés), situado entre lo vivo y lo muerto, entre sujeto y objeto, obligándonos a replantear la ética tradicional y a revisar el conjunto testimonial. 

El testimonio vivencial como el testimonio en diferido son los responsables de la separación entre el superviviente, la prosopopeya, la posmemoria, quien lo narra y el lenguaje, testimoniar es dar cuenta del proceso radical de esa desubjetivación. Se construye de esta manera un nuevo sujeto tan potente como para negarse a sí mismo hasta llegar a la imposibilidad de utilizar el “yo” y su tecnología como artefacto cultural. A pesar de que corremos el riesgo de dividir la experiencia mostrando cada caso como único y vaciando la memoria social de su dimensión colectiva, es muy complicado dejar de testimoniar tras la vivencia de tal horror; para completar los intersticios mudos Max Aub lo hace con la novela y los diarios devenidos en literatura. Novela, poesía, diario y testimonio se ven así unidos en una misma lucha contra la realidad atroz y contra lo que se esperaría de un discurso político comprometido. Por la función oblicua de su testimonio, la literatura aubiana logra reunir al sobreviviente y al testigo y, devolviéndole la palabra a los que la han perdido, sugiere a su modo lo que el testimonio no logra decir, transformándose en testimonio del testimonio, en archivo del archivo y en la memoria del olvido. Ahí donde la prosa explica, el diario comprende y El laberinto mágico expande y propaga la memoria. Se ha tratado de exponer la idea de que el lenguaje simbólico del testimonio indirecto o en diferido resulta ser, si no la única, sí la mejor salida, del laberinto, que encuentra Max Aub para expresar su experiencia concentracionaria. 

La poesía en Diarios de Djelfa ahuyenta sus demonios particulares y le permite sobrellevar, si se nos permite usar este verbo, un medio completamente hostil para el ser humano. Incluso autores como Semprún que opta por el relato autobiográfico reconocen que la única posibilidad de transmitir parcialmente la sustancia cuasi molecular de la experiencia ontológica radica en la expresión artística. La presente tesis se ocupará de las figuras de campo, deformación de la memoria y representaciones de vida, ya que esos tópicos nos guían irremediablemente por la urdiembre de una red conceptual en extremo compleja a través del problema sociopolítico de los campos de concentración en el siglo XX y Max Aub, a través de su obra, El laberinto mágico y los diarios, es el hilo galvánico del dolor y el artífice de, mediante su literatura, volver a dotar al hombre de la memoria y la humanidad robada.

Mantenerse con vida en el espacio letal del que daremos cuenta en esta tesis, no resulta nada fácil y hace brotar del humano o de lo que queda de él, las pasiones más bajas. La suerte y la crueldad sin límites son el pasaporte para la supervivencia, “adaptarse o morir” reza el lema. El campo ha instituido una nueva forma de muerte, el contacto con la nada. Despoja al individuo de su identidad mediante una serie de mecanismos perfectamente delineados y que hasta provocan en el vilipendiado un sentimiento de culpa y vergüenza que roza lo siniestro. Además de la ruptura moral, el confinado asiste a la destrucción de su espacio y de su tiempo. Encerrado, presencia cómo borran su pasado y no dejan opción a su futuro. Se les deshumaniza y se les domina. Las condiciones extremas a las que se les somete, los trabajos forzados y la violencia que soportan sus débiles cuerpos propician la ruina del sujeto, la creación del vagabundo, personaje en Campo francés A pesar de que H. Arendt ve en los testimonios concentracionarios una responsabilidad adquirida para que semejante salvajada no vuelva a suceder, muchos pensadores como Agamben nos advierten de la actualidad del problema. La relación de excepción no es exclusiva de los regímenes donde el derecho se ha suspendido sino que es estructural a cualquier régimen político. 

Afortunadamente, no todo estaba perdido; algo en lo más recóndito del ser humano se mantiene con vida y hace del testimonio y de la memoria la base de la recuperación de la desvanecida humanidad e incluso la apertura de un mundo que ha sido flagelado por el ingreso al laberinto y dispuesto a reparar el daño es así que Max Aub nos educa que la única forma de contar lo innombrable es por medio de la literatura. La literatura juega un papel crucial en la transmisión de estos sucesos; al contrario de lo que pueda pensarse o elucubrarse, “estetizar” el horror no le resta ni un ápice de valor a lo narrado. Cada sujeto aborda sus vivencias de una manera particular lo que da lugar a testimonios como el de Primo Levi al que la narración de los hechos le permite librarse momentáneamente de la pesadilla a la vez que trata de dotar sus vivencias de objetividad para insuflarle un carácter de verosimilitud a lo narrado, El laberinto mágico, los diarios literaturizados, tienen tanta carga de verdad como el efecto de realidad de los hechos asentados en los anales de la historia.

17 August 2021
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