Performatividad De Género: Beauvoir Y Butler
Introducción.
Comenzando por el concepto de alteridad podemos decir que es el concepto que describe la situación de la mujer con respecto del hombre, en tanto que esta es la otra; se encuentra en un mundo que le es ajeno en el que son los hombres quienes crean la cultura y poseen el poder. Este concepto de alteridad explica la relación unilateral, no recíproca entre la construcción de hombre y de mujer, donde la mujer es la otra y el hombre es el mismo. En este sentido y partiendo de la filosofía hegeliana encontramos una analogía entre amo y esclavo y hombre y mujer.
En esta relación el amo sólo puede serlo cuando es reconocido por el esclavo. Mientras que el amo se reconoce como conciencia libre, el esclavo contempla a éste como un ideal, como si él no tuviera conciencia. (PADINA). La mujer sólo se reconoce en el hombre, en sus intereses; es una conciencia dependiente. De lo contario será “poco femenina”. El hombre, al igual que el amo, es el que hace “cosas” y el que por lo tanto le concede su estatus a la mujer.
Desarrollo.
Entendemos entonces que para que las relaciones entre hombres y mujeres dejen de suponer la subordinación femenina ambos sujetos deben reconocerse como independientes, por tanto, la alteridad es la categoría que describe esta situación en tanto que el hombre se reafirma como sujeto y niega la subjetividad de la mujer cosificándola.
Esto se encuentra muy relacionado con los conceptos de trascendencia e inmanencia. Mientras que el hombre trasciende, es decir, supera límites y rompe fronteras, la mujer se encuentra marcada por la inmanencia, por la esencia, no trasciende, no tiene un proyecto de vida. Se encuentra en el mismo lugar, está estancada, oprimida, subordinada.
Como sabemos, «aquel llegar a ser» de la mujer, que ponía de manifiesto que la biología no era un destino, dio lugar a la comprensión de que del sexo femenino al «ser mujer» había una gran distancia, y que esta distancia era la de la praxis humana: si, de acuerdo con Beauvoir, hemos de conceder que en la naturaleza podríamos llegar a encontrar algo así como «hembras», es indudable que en cualquier caso «ser mujeres» se plantea a partir de su mirada como un fenómeno propio de la humanidad, entendida la humanidad como una realidad histórica.
Para Beauvoir el cuerpo, la biología, no permite construir una jerarquía entre los sexos, no explica por qué la mujer es lo otro. Las mujeres solo logran cobrar consciencia de sí mismas a través de la consideración de los varones, es decir, las consideraciones de las mujeres acerca de su cuerpo provienen de invenciones masculinas. Entonces las mujeres han de significar sus cuerpos de formas diferentes a las que marcan los hombres y por tanto resignificar los cuerpos capturados por el patriarcado.
Esto, entonces, califica al cuerpo como un problema. En El segundo sexo vemos cómo coexisten dos discursos; el primero propone la idea de que el cuerpo ha sido socialmente construido; por otro lado, defiende la existencia de un cuerpo que marca una última esencia femenina oprimida por el orden social que inferioriza las características naturales de ese cuerpo, principalmente gestar, que constituye su alienación. (Moi, 2008). Esto nos llevaría a concluir que para Beauvoir existe un cuerpo antes de la construcción social, que la marca desde el momento de su nacimiento en base a sus características biológicas. Las mujeres encuentran en su cuerpo un límite.
En palabras de la autora los varones son un ser infinitamente privilegiado: su existencia genital no contraría su vida personal, que se desarrolla de manera continua, sin crisis, y, generalmente, sin accidentes. Los hombres trascienden a su cuerpo, pueden formar la masculinidad que se encuentra en un devenir constante, mientras que las mujeres permanecen en los límites de su corporeidad. ¿Cuál es entonces el horizonte estratégico de las mujeres para Beauvoir? Recuperar el cuerpo, poder trascender, desplegar su devenir, ser sujetos conscientes, emancipados.
Teoría feminista de Judith Butler
La teoría de Butler también tiene conceptos propios que pasaremos a explicar a continuación como performatividad del género o deconstrucción. La autora trata la dicotomía sexo-género en términos distintos a lo expuesto por Beauvoir, quien se enmarca dentro de la segunda ola del feminismo, mientras que Butler lo hace dentro de la tercera ola. Esta autora, como se irá viendo más adelante está muy influenciada por Foucault.
Para Butler tanto el género como el sexo son culturalmente construidos e históricamente situados. Las categorías binarias que nos definen en la sociedad y dentro de las cuales nos enmarcamos, véase “hombre”, “mujer”, “heterosexual”, “homosexual”, etc., no son naturales, sino que se entienden como la repetición de actos performativos. Un acto performativo podríamos traducirlo al castellano como “escenográfico”, es decir, relacionado con gestos, actuaciones, y otras características que proyectamos al expresarnos. Butler explica que desarrolla este concepto debido a que creció viendo como su madre, una mujer judía, iba transformándose en una mujer americana, basándose en mujeres como Joan Crawford y reproduciendo sus roles y actitudes.
Nuestra autora hace duras críticas a Beauvoir porque si bien introdujo el concepto de “género”, consideró el sexo como una cuestión corporal, material y binaria a través de la cual el género se desarrollaría o que serviría al género para justificarse de alguna forma en algo “natural” e “inmutable” a través de la historia. Para Butler y como dice el título de uno de los artículos en los que basaremos esta monografía: “¿Por qué le llaman sexo cuando quieren decir género?”, el sexo y el género, a pesar de que otros feminismos lo han diferenciado, son lo mismo, puesto que ambos son el resultado de una construcción.
El cuerpo en su materialidad sufrirá las consecuencias de no asumir las reglas de la heterosexualidad imperante. No existe el “sexo natural” organizado en base a dos posiciones biológicas contrapuestas (justificación del binarismo de género) y complementarias (justificación de la heterosexualidad hegemónica), sino que es un dispositivo mediante el cual el género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual y binaria.
Podemos ver cómo otro de los argumentos que se esboza para comprender esta cuestión es la existencia de numerosas personas que poseen características biológicas corporales que no se corresponden con sus genitales, o que poseen ambos genitales físicamente, ya sea de forma interior o exterior, o ambas. Es decir, no existe un binarismo obligatorio biológicamente hablando. Además, el sexo también es una construcción histórica en tanto que el sexo podría haberse leído de forma distinta y haberse establecido uno, dos o tres sexos distintos. (BUSCAR REFERENCIA).
Butler expande la categoría de género para arrebatar al sexo de un sustancialismo inmutable y arrastrarlo hacia un nuevo territorio, donde es posible la resignificación paródica. Entonces, “Si se refuta el carácter invariable del sexo, quizás esta construcción denominada ‘sexo’ esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, quizás siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como tal.
Ni el sexo es natural ni el género es sustancial. La consideración del sexo como no construido o natural es el efecto del género, entendido en términos normativos. El género no es entonces la interpretación cultural que se hace de la diferencia sexual, sino la repetición obligatoria de normas que en un contexto histórico y cultural específico determinan lo que se entiende por masculino y femenino.
Cada persona debe reiterar constante e ininterrumpidamente la norma de género que le corresponde y, de este modo, asumir una identidad que garantiza la linealidad causal entre el sexo biológico, el género y la sexualidad —siempre heterosexual— que han sido asignados. El objetivo consiste en deshacer el sexo para instalar la proliferación de nuevas formas posibles, incluso morfologías corporales que escapen a las restricciones del binario.
Para esta autora, la categoría sexo es política y funda la sociedad en tanto heterosexual. Butler propone poner en cuestión el género y la diferencia sexual, acabar pues con la identidad ‘mujer’ y también con la identidad “hombre”, lo que permitiría reabrir el espectro a innumerables construcciones de la identidad alejándose del planteamiento dualista. Esto lo llama “deconstrucción” y también pasa por la apertura del espectro sexual, en tanto que Butler habla de le heternonorma impuesta. Nuevamente sin caer en la delimitación discursiva y performativa de identidades dualistas, sino múltiples e indeterminadas.
Es imperativo deconstruir todas las categorías binarias de la lógica de la dominación y deconstruir el heterocentrismo, que es el discurso normativo hegemónico que modela los cuerpos y prescribe implícitamente el deber ser erótico-sexual de el / la sujeto / a. El fin último no es fortalecer o solidificar ningún tipo de identidad, sino deconstruir las dicotomías citadas con el fin de desestabilizar todas las identidades fijas, para así propiciar la emergencia de diferencias múltiples, no binarias.
Por tanto, apunta a desmantelar tanto la concepción de sujeto / a universalista que sustenta la política liberal actual, como los procesos de esencialización, naturalización e identificación de las teorías de la política de la diferencia con relación al sector LGTBIQ. Así, para esta teoría, la orientación sexual, la identidad sexual y la expresión de género, son el resultado de una construcción-producción social, histórica y cultural. La naturaleza única es la cultura y todo lo natural constituye una naturalización de la construcción cultural.
El sexo y el género son actuaciones, actos performativos que son modalidades del discurso autoritario hegemónico. Es este discurso heterocentrado el creador de realidades socioculturales, de identidades sexuales y de género. El sexo y el género son construcciones del cuerpo y de la subjetividad fruto de una repetición ritualizada de actos que acaban naturalizándose. Para Butler, tanto la sexualidad canónica, hegemónica, como la transgresora, ‘ininteligible’, se construyen mediante la performatividad, es decir, por medio de la repetición ritualizada (iteración) de actos de habla y de todo un repertorio de gestos corporales que obedecen a un estilo relacionado con uno de los dos géneros culturales.
Esta repetición ritualizada no es opcional, sino que se basa en un discurso regulativo. Cuando se produce el resultado esperado, tenemos un género y una sexualidad culturalmente considerados congruentes con el sexo del sujeto. La visión deconstructiva de Butler tiene la pretensión de acabar con el dualismo de los géneros y de los sexos que no son más que oposiciones ideológicas encaminadas a establecer y mantener la opresión de uno sobre otro.
Ya no estamos en los terrenos de la búsqueda de aceptación social, la tolerancia y su consabida respuesta convocando a la privatización y la discreción; o haciendo un llamado a la concesión de derechos al mal llamado ‘grupo’ oa la mal llamada ‘comunidad’ LGTBIQ, sino en los terrenos de la construcción simbólica en términos de la construcción de la democracia radical, que permita sacar a la luz los numerosos estratos que operan en el discurso hegemónico; y en la desnaturalización y deconstrucción de las diferencias sexuales y de género.
Conclusiones.
Butler nos propone su estrategia política de la performatividad. Apunta que la parodia en sí no es realmente subversiva, pues esta se puede llegar a convertir en instrumentos de hegemonía cultural. Partiendo de la concepción del cuerpo, como super fi cie políticamente regulada, desde la jerarquía de géneros y heterosexualidad obligatoria. El género como un acto de reiterada actuación, se legítima mediante la repetición constante, con el propósito estratégico de preservarlo dentro del marco binario. Esta sucesión de repeticiones de normas construidas por el poder se sedimenta y se normaliza hasta llegar a naturalizarse.
Butler considera en su libro “El género en disputa” que debemos poner el foco en la idea de género, pero no como atributo de una identidad intrínseca al sujeto, sino como efecto performativo de las estructuras de poder heteronormativo. Con esto del género performativo, la autora señala que son los actos corporales los que constituyen y refuerzan la norma de género. Esto implica entonces que a través de nuestro comportamiento también podemos subvertir esta norma de género.