Prevención de la Agresión y Promoción de la Convivencia Escolar
En este ensayo de convivencia escolar de la Pontifica Universidad Católica de Chile, Enrique Chaux aborda una problemática social creciente que, si bien siempre ha estado presente, en la actualidad genera mucho más eco que en el pasado. Se trata de la violencia en el ámbito escolar, sobre cómo esta afecta drásticamente el desempeño académico de los estudiantes y su salud mental, a corto y largo plazo. Expone que si bien es un problema de antaño, no ha sido fácil lograr cambios significativos a la hora de reducir su presencia en distintos escenarios, por ende propone una visión más amplia que permitiría plantear alternativas con mejores resultados a través de investigación con foco en los actores principales de esta difícil situación.
De esta manera, la diversidad de perspectivas da lugar a un conocimiento más detallado del objeto de estudio y entregar resultados ricos en información detallada, que sólo es posible alcanzar con una ampliación en la muestra seleccionada así, todos los miembros de la comunidad escolar incluidos estudiantes, profesores, padres de familia, directivas y acompañantes en el proceso. En este orden de ideas, el autor dividió su trabajo en cinco apartados, que tienen énfasis en las diferentes perspectivas de los figurantes de este conflicto.
El primero está dedicado a los estudiantes, donde el foco está en entender la dinámica de la forma de pensar de, en este caso los adolescentes. Sumándole importancia que merece la dinámica grupal como el factor principal en el cóctel de circunstancias que promueven los ambientes hostiles dentro de los salones de clase. Así, cada miembro del grupo juega un rol preestablecido dentro de la generación y resolución de conflictos, en donde se encuentran: víctimas y victimarios, asistentes y reforzadores, defensores y externos, así quienes están alrededor son quienes tienen el papel determinante y por ende los que necesitan tener el mayor foco de atención en los programas de intervención que lidian con el problema.
Otro factor que destacan los estudiantes es el reconocimiento social que otorga ser quien lidere y promueva los malos tratos hacia los más vulnerables, pues los ubica en una posición de poder. También el rol de los padres y profesores, en donde a los primeros se les entiende como figuras que deben suplir la necesidad de afecto, apoyo, confianza y atención, y los segundos alternar entre una posición de autoridad y comprensiva. Así, el autor soporta la idea de que la perspectiva de los estudiantes debe ser tomada en cuenta, sin caer, claramente, en implementar dichas recomendaciones sin un proceso de análisis previo que evalúe el mayor número de posibilidades.
En el siguiente apartado el autor se centra en el rol de los profesores, pues son ellos quienes tienen la potestad para contribuir en la prevención de la agresión y promoción de la convivencia, sin dejarles claro, toda la carga de esa responsabilidad. Sin embargo, hay quienes prefieren desligarse de la labor, argumentando dichas falencias a factores fuera de su alcance, es decir, prefieren aplicar la ley del mínimo esfuerzo. De igual manera hay otros que promueven las conductas prosociales a través de intervenciones en la dinámica grupal y las formas de respuesta de los estudiantes ante la agresión.
Destaca también la necesidad de instrucción a los educadores pues, en muchas ocasiones no tienen una buena comprensión sobre los tipos de agresión y su dinámica. Así, el autor traza la importancia del buen ejercicio del docente como árbitro y conciliador dentro del aula de clase.Los dos siguientes apartados hacen referencia a la comunidad educativa y al contexto cultural. En donde el primero recibe una crítica a la forma en que enfrentan diferentes problemáticas pues, en lugar de promover la coordinación de tareas conjuntas tienen lugar acusaciones y críticas a los estilos en los que cada uno decide desarrollar su trabajo, siendo los padres y los profesores generalmente, quienes juegan a la pelota caliente con la responsabilidad que cada uno tiene frente al tratamiento de valores que se contraponen a la violencia.
Por ende, el autor defiende que es necesario llegar a acuerdos para poder llevar a cabo intervenciones integrales. Con relación al factor cultural, soporta que, si bien hay una gran diversidad cultural que puede influenciar en la dinámica grupal, en términos de agresión escolar son más las similitudes que diferencias. Así, sin importar el contexto, los profesores siguen siendo los principales interventores en este conflicto, y que al quitarse responsabilidad están quitándole relevancia a este tipo de agresiones, por ende, es fundamental promover la formación de profesores en este ámbito.
En conclusión, es de suma importancia centrarse en la promoción de hábitos saludables dentro del aula de clase, que los valores familiares se vean reforzados en los colegios, que la dinámica grupal sea comprendida a tal punto que se pueda modificar esa tendencia a celebrar la agresión, que el rechazo a actos de violencia sea tan evidente que aquellos que antes se consideraban líderes agresores, pasen a ser promotores de la comunicación y la sana convivencia. Es un proceso largo y tedioso, pero no imposible, transformar realidades sociales es una meta que se puede lograr con el trabajo conjunto y la comprensión mutua de todos los que hacen parte de ellas. Se destaca la visión el autor, pues a lo largo del desarrollo de su investigación fue claro en lo fundamental de reforzar la dinámica de trabajo en la que todos tienen una tarea importante.